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La Influencia del Gobierno y el Poder Judicial (parte 1


de 2)


La independencia del Poder


Judicial


La Ley Islámica, a través de los


textos sagrados y sus principios


básicos, prohíbe que los oficiales de


gobierno influyan o interfieran de


modo alguno en las decisiones de la


corte. La Ley Islámica, en sus


principios generales y estatutos


particulares, busca lograr su objetivo principal: establecer justicia sobre la base


del monoteísmo. El monoteísmo no son sólo palabras. Se practica por medio de


acciones que verifican la profesión de la fe. Estas acciones deben incluir el


cumplimiento de los mandamientos de Dios y la prevención de lo que Dios ha


prohibido. Ésta es una responsabilidad colectiva de la sociedad musulmana.


Requiere que los mandamientos y las prohibiciones de Dios se apliquen como


parámetros de verdad y justicia. Todo lo que Dios haya ordenado es verdad, y


justicia y todo lo que Él haya prohibido es falsedad y opresión.


Consecuentemente, prohibir lo que Dios ha prohibido es verdad y justicia.


Hay muchos versículos en el Corán que ordenan la justicia y prohíben la


opresión. Dios dice:


“Dios ordena ser equitativo, hacer el bien y ayudar a los


parientes cercanos. Y prohíbe la obscenidad, lo censurable


y la opresión. Así os exhorta para que reflexionéis”. (Corán


16:90)


Y dice:


¡Oh, creyentes! Sed firmes con [los preceptos de] Dios, dad


testimonio con equidad, y que el rencor no os conduzca a


obrar injustamente. Sed justos, porque de esta forma


estaréis más cerca de ser piadosos. Y temed a Dios; Dios


está bien informado de lo que hacéis”. (Corán 5:8)


También dice:


“…y si juzgas entre ellos, hazlo con equidad. Dios ama a los


justos”. (Corán 5:42)


De igual manera, Dios dice:


“…Quienes no juzgan conforme a lo que Dios ha revelado,


esos son los incrédulos”. (Corán 5:44)


En el hadiz, el Mensajero de Dios relata:


“Dios dice: ‘Oh, mis siervos, me he prohibido la opresión y la injusticia y


la he prohibido entre ustedes; por lo tanto, no se opriman los unos a los


otros”. (Sahih Muslim)


Estos son sólo algunos de los textos sagrados que muestran la naturaleza


obligatoria del acto de juzgar con justicia y según lo que Dios ha revelado. Éste


es un mandamiento general, que se aplica del mismo modo al que gobierna


como al que es gobernado. El poder político en el Islam está ligado a la Ley de


Dios. No hay obediencia al gobierno si hacerlo requiere desobediencia a la Ley


de Dios. Ésta es la manera en la que nuestros piadosos antecesores actuaron


sobre la Ley Islámica. Los líderes políticos son sólo designados para los


asuntos de estado. El verdadero gobernante es Dios. El Califa o líder no es más


que un musulmán, igual a los demás. Los musulmanes son quienes lo eligen


para ocupar el cargo de autoridad. Ellos pueden monitorear sus actividades. Él


debe consultar con ellos. Si viola la Ley Islámica y actúa en contra del


bienestar de la gente, ellos pueden destituirlo de su cargo.


En el pasado, los líderes políticos del estado musulmán entendieron que


esta justicia es la base para gobernar en el Islam.


Amr b. al-As dijo: “No hay liderazgo político si no hay población, y que no


hay población si no hay recursos para cuidar a esa población, y que no hay


recursos si no hay una civilización prospera que los genere”.


El Califa[1] Umar b. Abdulaziz escribió a uno de sus funcionarios que


buscaba fortificar su ciudad: "La fortificación llega con la justicia y por medio


de la eliminación de la opresión de sus calles".


Said b. Suwayd dijo en una de sus discursos en la ciudad de Homs: “Oh pueblo, el


Islam tiene un muro impenetrable con una entrada segura. Su muro es la verdad y su


entrada la justicia. El Islam permanecerá inviolable siempre y cuando la autoridad política


sea severa. Esta severidad no significa látigos ni espadas, sino juzgar con la verdad y


aplicando justicia”.


Footnotes:


[1] Califa: De la palabra en árabe Jalifah, o Sucesor. Un término utilizado para denotar a un


líder de la nación musulmana.


(parte 2 de 2)


Por esta razón, los Califas Rectamente Guiados y los líderes de Estado


Islámico trabajaron duramente para conceder toda la dignidad y el honor


posible al Poder Judicial, y se esforzaron por protegerlo de toda interferencia


externa. Ellos lo hicieron para asegurar la verdad y la justicia. Por eso, no


intentaron cambiar los fallos judiciales a su favor ni a favor de las personas que


les agradaban.


Ellos mismos se adhirieron a las decisiones del Poder Judicial, las


respetaron y las llevaron a cabo, aceptando los veredictos del juez. Incluso


cuando los fallos fueron en su contra, ellos los llevaban a cabo obedientemente.


Los libros de historia se encuentran repletos de narraciones en las que los


Califas Rectamente Guiados y los gobernantes musulmanes posteriores se


encontraron involucrados en litigios con otras personas, y los jueces, que ellos


mismos designaron, fallaron en su contra. En algunos casos, el Califa sabía


cuál debía ser el verdadero resultado, pero aún así permitió que el caso llegara


a la corte para ser un ejemplo de conducta para los que vinieran después de él.


También, lo hacían para verificar la fuerza de los jueces designados de cara a


una situación en la que sus adversarios podían ser incluso judíos u otras


personas no musulmanas.


Los mismos jueces no estaban menos preocupados por estas cosas que los


gobernantes. El juez en su tribunal era una figura imponente y muy respetada.


Él no se movería de la verdad por las críticas. Él trataba al príncipe y al


indigente del mismo modo. Los libros de historia nos dan algunos ejemplos


sobre ésto.


Al-Ashaz b. Qays (un gobernador) se acercó al juez Shurayh mientras éste


se encontraba en su tribunal. Shurayh lo saludó y lo invitó a sentarse a su lado.


En ese momento, llegó una persona con un caso en contra de al-Ashaz.


Shurayh entonces dijo: “Levántate y toma el asiento del demandado, y dirígete


a los demás”.


Al-Ashaz dijo: “Por el contrario, le hablaré desde aquí”.


Shurayh entonces dijo: “¿Te levantarás por propia voluntad, o debo traer a


alguien para que te haga levantar?” En este momento, él se levantó y tomó su


lugar como se le había indicado.


A Abu Yusuf –uno de los jueces más extraordinarios de la historia– se le


presentó un caso en el que un hombre afirmaba que él era propietario de una


plantación que se encontraba en posesión del Califa. Abu Yusuf citó al Califa


al tribunal y pidió que el demandante presentara su prueba. El demandante dijo:


“El Califa me lo quitó, pero no tengo pruebas, así que el Califa deberá hacer un


juramento solemne”.


El Califa dijo: “La plantación es mía. Al-Mahdi lo compró para mí, pero no


encuentro el contrato”.


Abu Yusuf ordenó tres veces al Califa que testificara bajo juramento, pero


el Califa no lo hizo. En ese momento, Abu Yusuf falló a favor del demandante.


El Califa, Abu Yafar al-Mansur, le escribió una vez a Siwar b. Abdullah, el


juez presidente en Basra: “Observa la tierra que tal general y tal mercader se


están disputando, y entrégale la tierra al general”.


Siwar respondió: “Se me ha presentado la prueba y la tierra pertenece al


mercader. No se la quitaré sin pruebas”.


Abu Mansur respondió: “Por Dios, además de Quien no existe ningún otro


dios, no se la quitarás al mercader sin derecho”.


El Islam no sólo prohibió que los líderes políticos interfirieran en las


decisiones del juez, sino que fue más allá, brindando otras garantías para


asegurar que el poder judicial permaneciera fuerte e independiente.


Siendo que el juez mantiene tal posición seria e importante en la sociedad –


al ser quien decide entre dos partes en sus disputas–, es necesario que goce de


respeto y confianza por parte de la gente, para que estén contentos al aceptar


sus fallos como justos. Un juez no podrá alcanzar dicha estima pública salvo


con alguna prueba concreta de su carácter.


Él brinda esta prueba a través de su buena conducta, que debe estar libre de


excentricidades, y por medio de su firme observancia de la justicia al dar un


fallo. Los juristas enfatizan este punto y discuten los tipos de comportamientos


y trabajos de los que un juez debe alejarse. Sin duda, las cosas que ellos


mencionan no son exhaustivas, sólo se nombran como meros ejemplos.



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