En el nombre de Al-lah, Clemente, Misericordioso.
Nací hace más de 26 años en el estado menos religioso de Sudamérica, Uruguay. Mis padres, sin ser católicos (ya que no creen en que un ser humano pueda ser hijo de Dios, ni menos Dios en sí mismo), me bautizaron por temas culturales. Luego nacieron mis hermanos, los cuales nunca fueron bautizados.
Durante la niñez y adolescencia habré ido a la iglesia dos veces por año, nunca por decisión propia, y generalmente entraba con mi familia solo para ver el aspecto arquitectónico/artístico de la iglesia, y en raras ocasiones por casamientos.
Desde chico renegué de la cristiandad, siempre me pareció ilógica, y me guíe por la ciencia, antiguo enemigo del cristianismo. No creía en nada que contradijera la ciencia y la lógica, y todas las religiones que conocía sí lo hacían, salvo el judaísmo (sin realmente haber estudiado en ese tiempo su creencia); pero, ¿quién se interesa por una religión en la cual siempre serás de menor grado por no tener su misma sangre?
Y así crecí, ni afirmando la existencia de Dios ni negándola, rechazando todas las religiones, burlándome de los misioneros cristianos de la secta que fueran, entre amistades mayormente ateas o agnósticas, como la mayoría de la juventud uruguaya.
Recuerdo que cuando estaba en el bachillerato tuve un profesor de Teoría del Conocimiento (parecida a las clases de Filosofía) que, primero Al-lah y luego él, me ayudó a “abrir la cabeza”, a razonar y dejar de seguir el rebaño que solo come, bebe, va al baño, duerme, trabaja y estudia, hasta que muere. Empecé a buscar la verdad, pero todavía no la encontraba.
Luego, cuando ya tenía 20 años, entré a Internet a buscar información sobre la secta de los asesinos, una secta shiita en la cual sus seguidores se drogaban para luchar contra los cruzados, y encontré en su lugar un foro de la religión shiita o rafidah. Empecé a hacer preguntas todos los días, por interés cultural-religioso y también por molestar, pero me contestaban todo, especialmente la única mujer en el foro que era de la gente de la Sunnah del Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y del Consenso. Leía qué decían los enemigos del Islam y luego se los decía a ellos, pero siempre terminaba siendo refutado y empezaba a entender el Islam. Pasado casi un mes empecé a chatear con esta chica británica de origen libio-inglés, la cual me respondía absolutamente todo de una forma muy convincente, escuché clases de Shaijs británicos, estadounidenses, canadienses, miré documentales islámicos, otros en contra de la falsa teoría de la evolución, etc. Incluso compré una traducción de los significados del Corán que pude encontrar en una librería y lo leí completo. Todo me cerraba, cada ley islámica tenía su motivo perfecto, lógico, aplicable y simple. Solo que cada vez que leía la palabra Paraíso lo tomaba como bienestar mental, y cuando leía la palabra Infierno pensaba en remordimiento. Al fin y al cabo, está en la fitrah, la naturaleza humana, saber y sentir qué es bueno y qué no lo es.
Recuerdo las horas que pasé de noche en mi cuarto a oscuras, razonando y queriendo saber la verdad sea como sea. Ya no era parte del rebaño y sabía que valía la pena pasar la corta y finita vida entera tratando de saber cuál es nuestro origen, nuestro motivo existencial, y nuestro futuro después de la muerte, y si el Islam es la verdad o no. Ya que si al morir nos convertimos en cenizas y dejamos de “ser”: morimos disfrutando o no la vida; siendo futbolistas, padres de familia, médicos o soldados, al final de todo no importa, ya que ni siquiera tendríamos la capacidad de recordar que alguna vez existimos. En cambio, si el Islam es la verdadera religión, tengo todo el motivo e incentivo para actuar y hacer el bien, para así lograr, con la misericordia de Al-lah, el Paraíso.
Ya había aceptado que la Shariah islámica era la ideal, y conocía los milagros del Corán y el Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, que nadie puede negar. Incluso sabía que si Dios existía tenía que ser como dice el Islam: Único, no Ha engendrado ni Ha sido engendrado, y no hay nada que se le parezca. No podemos imaginarnos a Al-lah de ninguna manera; ya que si lo hiciéramos, eso no sería Al-lah. Nuestros pequeños cerebros no tienen la capacidad de comprender algo tan superior, El Altísimo.
Pero aún me faltaba desechar la idea que hasta ese momento la tenía como científica, lógica y era el pilar de mi antigua (falta de) fe: no creer en nada que no sea 100% comprobable. ¿Pero acaso podemos comprobar que el suelo que pisaremos seguirá existiendo el próximo segundo solo porque así ha sido por millones de años? Entonces, ¿por qué pisamos y caminamos con toda seguridad? Si encontramos un reloj en el medio del desierto, ¿creeríamos que se formó por sí mismo durante millones de años hasta llegar a ser lo que es o damos por sentado, y creemos firmemente sin poder comprobarlo, que fue hecho por el hombre? Entonces, es algo natural y lógico guiarse por las evidencias y signos que podemos ver, escuchar y sentir, y no tratar de comprobarlo todo para poder actuar o creer. De otra forma, seríamos todos locos.
Le pregunté a la hermana británica qué debía hacer para ser musulmán e hice la Shahada a través de internet (todavía no sabía que existían alrededor de 40 musulmanes en mi país). El primer y segundo día todavía tenía esas dudas que vienen del Shaitán; pero me dije a mí mismo: si sigo este camino obtengo o el Paraíso (si Al-lah Quiere) o me convierto en polvo; si sigo el otro, solo tengo el polvo. Alhamdulilah, poco a poco me fui afianzando en la fe y aprendiendo algo todos los días.
Recuerdo que había pedido el horario de las oraciones por internet, y había leído que todos los musulmanes rezan juntos, entonces sincronizaba mi reloj 5 minutos antes de cada oración con el horario oficial, y al minuto exacto que decía mi papelito comenzaba a rezar. ¡Qué sencillo me pareció dos semanas después, cuando descubrí que se podía rezar entre medio de esos horarios!
Seguí leyendo acerca del Islam todos los días, pero no había tanta información y mucha era dudosa, ya que en Internet se encuentra de todo. Unos años después fui invitado al Hayy (la peregrinación) por el Rey de Arabia Saudita –que Al-lah lo conserve–, y al año siguiente fui aceptado en la Universidad Islámica de Medina.
Actualmente, vivo en la ciudad del Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, con mi esposa e hija, y curso el último nivel del Instituto de Árabe de la Universidad Islámica. Sigo aprendiendo acerca de esta maravillosa religión día a día, y agradezco a Al-lah, el Señor de los mundos, por Hacerme musulmán.