LIBRE ALBEDRÍO EN EL ISLAM Y EN EL CRISTIANISMO
Por Cinthia Mascarell
La controversia pelagiana, que ocurrió entre los años 300-500 d. de C., dio pie a la doctrina de la Iglesia con respecto al libre albedrío y la sexualidad humanos.
Roma se había convertido en el escenario de controversias entre los defensores de diferentes interpretaciones del dogma, entre ellos un predicador elocuente llamado Pelagio, procedente de las islas británicas. Debió nacer hacia el año 350, y llegó a Roma en torno al 380. En sus prédicas fustiga las costumbres disolutas de los ricos romanos y les pide que obren atendiendo a su salvación, que obedezcan los preceptos cristianos, que renuncien a los placeres de la carne y que repartan sus riquezas entre los pobres. Su destino está en sus manos y ellos son los responsables de todas sus debilidades. Las enseñanzas de Pelagio impresionan a los jóvenes de buena familia, que forman a su alrededor un circulo de discípulos. Se arrepienten de su vida pasada, llena de pecados y les tienta la santidad.
En el año 409 embarca rumbo a Cartago, provincia romana del norte de África, y desde allí se desplaza a la ciudad de Hipona, donde pide reunirse con el obispo cristiano Agustín.
Pelagio ha oído hablar de Agustín en Roma y no está de acuerdo con sus ideas. Le indigna especialmente constatar que el obispo no confía en sus fuerzas y prefiere abandonarse a la voluntad de Dios. Agustín nada sabe de las reticencias de Pelagio, aunque quizá algo le ha llegado de sus doctrinas que tampoco le gustan, de modo que rechaza amablemente la propuesta de reunirse con él. Los hombres jamás se encontrarán.
Para Pelagio, el ser humano no puede ser del todo malo. Acentuaba sobremanera el papel del libre albedrío y los esfuerzos que los seres humanos han de hacer para alcanzar la perfección. Dado que la perfección está en poder de la persona humana, según él, resulta ser algo obligatorio. A los ojos de Pelagio, la confianza en la redención de Cristo debe ir acompañada de la responsabilidad individual y los esfuerzos para hacer el bien.[1] Al tener, los humanos, la responsabilidad de sus actos, significa que el Creador les dio libertad.
A partir de aquí se tambalea la idea del pecado original. Si todos lo humanos son pecadores hagan lo que hagan, tan solo por ser descendientes de Adán, su voluntad estaría limitada e indirectamente la de Dios (por haberlos creado a Su propia imagen). El razonamiento de Pelagio es el siguiente: si la acción que se nos pide no dependiera de nuestras capacidades, no podría decirse que no llevarla a cabo es un pecado. No podemos reprocharle a nadie por no correr a cien kilómetros por hora, porque está por encima de las capacidades humanas. Para que podamos calificar un acto como pecado es preciso que hayamos podido actuar de otra manera y por lo tanto que dependa de nuestra voluntad. Si pecamos no es porque hayamos heredado el pecado de Adán, sino porque imitamos el gesto de nuestro antepasado. El pecado no es innato sino adquirido.
La oposición más vehemente de Pelagio vino de Agustín. La salvación, como la vio Agustín, está completamente en las manos de Dios; no hay nada que un individuo pueda hacer. Dios ha elegido a unas pocas personas a quienes les dará dicha y salvación. Es por estos pocos que Cristo vino al mundo. Todos los demás están malditos por toda la eternidad. A los ojos de Agustín, es solo la gracia de Dios y no cualquier acción o voluntad de parte del individuo lo que conduce a la salvación.
Agustín creía que nuestra libertad de voluntad para elegir el bien sobre el mal se perdió con el pecado de Adán. El pecado de Adán, que, en palabras de Agustín, está en la «naturaleza del semen del que fuimos propagados», trajo sufrimiento y muerte al mundo, nos quitó nuestro libre albedrío y nos dejó con una naturaleza inherentemente malvada.[2] Pecar ahora es inevitable. Si ocasionalmente hacemos el bien, es solo por una gracia irresistible. «Cuando, por lo tanto, el hombre vive según el hombre, no según Dios, es como el diablo», escribió Agustín.[3] Un individuo, según Agustín, tiene poco poder para influir en su destino predeterminado y es totalmente dependiente de Dios para la salvación.
LA SEXUALIDAD
La sexualidad humana, para Agustín, demuestra claramente la incapacidad humana para elegir el bien sobre el mal. Agustín basó esta creencia en su propia experiencia. Después de haber llevado una vida promiscua en su juventud durante la cual engendró y luego abandonó a un hijo ilegítimo, pensó que el sexo era intrínsecamente malo. Se quejaba del deseo sexual:
¿Quién puede controlar esto cuando se despierta su apetito? ¡Ninguno! En el propio movimiento mismo de este apetito, entonces, no tiene un ‘modo’ que responda a las decisiones de la voluntad… Sin embargo, lo que él desea no lo puede lograr… En el mismo movimiento del apetito, no tiene ‘modo’ que corresponda a las decisiones de la voluntad.[4]
«Esta excitación diabólica de los genitales», como Agustín se refirió al sexo, es evidencia del pecado original de Adán, que ahora se transmite «desde el vientre de la madre» contaminando a todos los seres humanos con el pecado y dejándolos incapaces de elegir el bien sobre el mal o determinar su propio destino.[5]
Casi todos los cristianos pensaban que el sexo debía evitarse excepto para fines de procreación. San Jerónimo advierte: «Considera todo como veneno que lleva en sí la semilla del placer sensual». [6] En su libro Adam, Eve and the Serpent, Elaine Pagels escribe:
Clemente (de Alejandría) excluye las relaciones orales y anales, y las relaciones sexuales con una esposa menstruando, embarazada, estéril o menopáusica y para el caso, con la esposa «por la mañana», «durante el día» o «después de la cena». Clemente advierte, de hecho, que «ni siquiera por la noche, aunque en la oscuridad, es oportuno conducirse impúdica o indecentemente, pero con modestia, para que pase lo que pase, suceda a la luz de la razón… ‘incluso para esa unión’ lo que es legítimo sigue siendo peligroso, excepto en la medida en que sea para la procreación de niños»[7].
Negar el libre albedrío humano y condenar el placer sexual hizo que sea más fácil controlar y contener a las personas. Agustín escribió:
… el hombre ha sido creado de forma natural, por lo que es ventajoso que sea sumiso, pero desastroso para él seguir su propia voluntad, y no la voluntad de su creador… [8]
Él creía que el «pecado de Adán era un desprecio de la autoridad de Dios… era justo que la condenación lo continuara…» [9]
En los debates públicos de la época, la argumentación de Agustín vence a la de Pelagio, cuyas ideas son declaradas heréticas en el año 418, y sus discípulos excomulgados y expulsados. Incluso se pierde el rastro de Pelagio, que seguramente murió poco después.
Desde entonces, la Iglesia Católica ha adoptado oficialmente la doctrina de la transmisión hereditaria del pecado original.[10]
La Iglesia adoptó la idea de Agustín de que las personas son intrínsecamente malvadas, incapaces de elegir y, por lo tanto, necesitan una autoridad fuerte. La sexualidad humana se ve como una prueba de su naturaleza pecaminosa. Entonces la Iglesia ligó la sexualidad a un estado de impureza y de poca espiritualidad. Los fundamentos formulados en respuesta a los primeros herejes le daban control a la iglesia sobre el individuo y la sociedad.
LIBRE ALBEDRIO Y SEXUALIDAD EN EL ISLAM
Con respecto a este tema, el Islam difiere muchísimo con el Cristianismo. Todos sabemos que en la vida hay aspectos sobre los cuales tenemos control y están aquellos aspectos sobre los cuales no tenemos control (por ejemplo, no elegiste quiénes son tus padres, no elegiste dónde nacer, no elegiste el color de cabello que tienes, etc.).
En verdad, hemos creado todas las cosas con Qadar (Preordenación Divina de todas las cosas antes de su creación) (Noble Corán 54: 49)
Queda claro que hay cosas decretadas por Dios desde el comienzo sobre las cuales no tenemos elección. Hablaremos aquí de aquellas cosas sobre las cuales el humano sí tiene elección.
En el Islam, los seres humanos son libres de obedecer a Dios o desobedecerlo. El ser humano no es malo por naturaleza, todos nacemos en estado de pureza, luego con el paso del tiempo, con las decisiones tomadas es que uno cambia.
Dios nos ha dado libertad de elegir y por ello somos responsables. Él pudo habernos creado de tal forma que siempre queramos hacer el bien, siempre queramos obedecerlo. Pero eso sería forzarnos y en ello no hay mérito.
El mal que existe en el mundo existe justamente por esta capacidad de desobediencia que Dios le ha dado al hombre. En Su Plan y Ley, la libertad con sufrimiento es más honorable para el hombre que la esclavitud con felicidad.
Es muy común que muchos se pregunten, “si Dios es perfecto, si es tan amoroso y misericordioso, ¿Por qué creó el mal? ¿Por qué permite que grandes males como la guerra o la esclavitud ocurran?”. Dios solo ordena lo que es bueno y justo. ¿Por qué, entonces, Él permite que el injusto, el asesino y el ladrón perpetren sus actos? La respuesta es que Él quería que fuéramos libres; la libertad necesita de error; no tendría sentido si no nos permitiera el derecho a intentar, cometer errores, juzgar correctamente y elegir sin restricción entre la obediencia y la desobediencia.
Además, podemos discernir un aspecto benevolente en casi todo. La enfermedad hereda la inmunidad; el sufrimiento engendra resistencia, paciencia y fortaleza; los terremotos alivian las presiones reprimidas dentro de la tierra evitando que su corteza se rompa y restaurando las montañas en sus lugares como «cinturones» y «pesas» que estabilizan la corteza; los volcanes arrojan minerales y otros recursos ocultos cubriendo así la tierra con suelo rico.
Los mayores inventos se hicieron durante las guerras; la penicilina, la energía atómica, los cohetes, los aviones a reacción y muchos otros salieron del crisol de la guerra. El mal en el universo es como los espacios sombreados en una pintura; si te acercas mucho a la pintura, verás estas partes como defectos y fallas en ella; pero si retrocedes a una distancia y tomas una visión general de la pintura como un todo, descubrirás que las sombras son necesarias e indispensables para cumplir una función estética dentro de la estructura de esa obra de arte.
¿Podríamos conocer la salud si la enfermedad no se produjese? La salud brilla como una corona en nuestras cabezas, lo cual solo se reconoce cuando estamos enfermos. Del mismo modo, es imposible conocer la belleza sin la fealdad o saber lo que es normal sin familiarizarse con lo anormal.
Muchos culpan a Dios por los males que ocurren en la Tierra, sin embargo, quien es responsable por el mal que ocurre es el ser humano y sus decisiones.
Además, vale agregar que Dios tiene perfecto conocimiento de cuál será el destino de cada uno después de esta vida (si merecerá la salvación o no). Esto no significa que seamos marionetas del decreto divino sino que Dios, Él como creador y diseñador de nuestra alma, nos conoce profundamente y sabe desde el mismo comienzo nuestras elecciones, nuestros aciertos y fracasos.
Diles: «La Verdad proviene de su Señor. Quien quiera que crea, y quien no quiera que no lo haga» (Noble Corán 18: 29)
La salvación se gana por la combinación de las buenas obras y de la gracia divina. El hombre no puede ganar la salvación solamente con sus buenas obras, la gracia de Dios lo salva también. Las buenas obras que haga el ser humano no le alcanzan para pagar todas las bendiciones que Dios le otorga en este mundo, ni mucho menos equivalen a la recompensa que recibiría después de esta vida. Dios ofrece muchísimo más de lo que nos pide. Esto no significa que lo que uno haga no importa. ¡Sí importa! Porque lo más importante para ser salvo es la fe. Y la fe consta de la convicción interna, que es la creencia en la unicidad de Dios y consta también de las buenas obras. Las buenas obras son el reflejo de la convicción interna, de la fe. Por lo tanto la fe y las obras van juntas siempre.
Hasta ahora he dicho que (1) el ser humano no es malo por naturaleza, (2) es libre de elegir obrar correctamente o no, lo cual lo hace responsable y capaz ante Dios, esto trae como consecuencia que (3) su salvación dependa de sus buenas obras y de la Gracia de Dios, es obvio entonces que, en el Islam, el concepto de pecado original no tiene cabida. Vale la pena mencionar que en la historia de la caída de Adán y Eva, ambos fueron tomados igualmente como responsables de su desobediencia. Adán no culpó a Eva, ella no fue maldecida ni ninguna culpa fue descendida por ellos hacia la humanidad, puesto que nadie carga con los pecados ajenos. Ellos luego se arrepintieron y fueron perdonados.
«Cuando ambos comieron del árbol, advirtieron su desnudez y comenzaron a cubrirse con hojas del Paraíso. Adán desobedeció a su Señor y cometió un pecado. Más tarde, su Señor lo eligió [como Profeta], lo perdonó y lo guió.» (Corán 20: 121-122)
Por otro lado, la sexualidad en el Islam no está relacionada con la maldad del ser humano, es simplemente algo natural y, obviamente, sin ella no seriamos capaces de reproducirnos. Las relaciones sexuales no son algo detestable, sucio, ni condenable, siempre que tengan lugar con la persona apropiada, en el lugar y momento apropiados. La relación íntima debe siempre tener lugar dentro del marco del matrimonio. Como es una necesidad, en consecuencia, el matrimonio es altamente recomendable, de hecho es una de las partes centrales del Islam. La intimidad entre los esposos es su máxima expresión de amor, por lo tanto satisface una necesidad emocional y física; no es solo utilizada como medio de reproducción.
El ser humano tiene necesidades tanto físicas como emocionales y espirituales, y en el Islam, satisfacerlas es visto como algo bueno. Lo que hace el Islam no es reprimir las necesidades básicas de todo ser humano, sino que las reconoce y establece la mejor manera de cómo y cuándo satisfacerlas. Reprimir las necesidades del cuerpo no es sinónimo de ser espiritual o de tener más espiritualidad. Al contrario, reprimirse es visto como algo altamente negativo. El ser humano consta de espíritu y cuerpo, y se debe cuidar a ambos. Y una persona cuyas necesidades están satisfechas adecuadamente es una persona sana y feliz.
En conclusión, afirmar que el ser humano es malvado y pecaminoso por naturaleza y que su salvación depende no de sus buenas obras sino de la Gracia de Dios solo creyendo en Jesús, conduce a pensar que hagas lo que hagas no sirve para salvarte. Entonces te abandonas a la voluntad de Dios, Quien, afirma la Iglesia, tuvo que recurrir a un sacrificio de sangre porque aparentemente el ser humano comete tantos pecados, que no puede simplemente perdonarlos. No importa cuántas veces los cristianos repitan que Dios amó tanto al mundo que entregó a Su Hijo Unigénito para ser sacrificado, alardeando de la misericordia de Dios en el Cristianismo, eso más bien asusta. No parecen darse cuenta de que verdadera misericordia y amor es Dios simplemente perdonando al hijo de Adán todas las veces que se arrepienta, aunque este le trajese una montaña de pecados. Dios no necesita que alguien sea torturado y crucificado para perdonar. Dios no se complace torturando a alguien hasta la muerte para perdonar las culpas de otros.
Por otro lado, predicar la sexualidad, o las necesidades físicas como algo opuesto a la espiritualidad ha traído muchas malas consecuencias a la Iglesia. La sexualidad se convirtió en la expresión máxima de doble moral porque, siendo las relaciones sexuales una necesidad natural del ser humano, satisfacerla requirió tener doble vida, doble discurso y doble apariencia social. También son populares los casos de abusos sexuales perpetrados por los sacerdotes.
No es sorprendente que la Iglesia haya sido y siga siendo cuestionada y tuviera que recurrir al terror y a la fuerza a lo largo de su Historia para que sus fieles obedezcan, ya que sus principios son difíciles, sino imposibles, de seguir.