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La Hiyrah (23 de Septiembre, 622 D.C.)





Mientras tanto, el Profeta, con pocos íntimos, había estado esperando la orden divina para unirse a otros musulmanes en Yazrib. No era libre para emigrar hasta que recibiera la orden. Le entregó su ropa a Ali, pidiéndole que se acostara en la cama para que cualquiera que lo viera pensara que él estaba allí. Los asesinos lo atacarían al salir del hogar, fuese de día o de noche. Sabía que no lastimarían a Ali. Los asesinos ya estaban rodeando su hogar cuando el Profeta Muhammad salió sin que nadie lo viera. Se dirigió a la casa de Abu Bakr y lo llamó, y los dos fueron juntos a una caverna en el desierto, escondiéndose hasta que el revuelo pasó. El hijo y la hija de Abu Bakr y su arreador le llevaron comida y ropaje al caer la noche. En un momento, un grupo de búsqueda llegó tan cerca del lugar del escondite que pudieron escuchar sus voces. Abu Bakr tuvo miedo y dijo: “¡Oh Mensajero de Dios, si uno de ellos hubiese mirado hacia sus pies nos hubiese visto!” El Profeta le respondió:





“¿Qué piensas de dos cuyo tercero es Dios? No temas, de hecho Dios estó con nosotros”. (Sahih Al-Bujari)





Cuando el grupo de búsqueda estuvo lejos de su presencia, Abu Bakr hizo traer los camellos y el guía a la cueva esa misma noche, y partieron en un largo camino hacia Yazrib.





Después de viajar por muchos días por caminos no frecuentados, los fugitivos llegaron a un suburbio de Yazrib llamado Qubaa, donde, semanas antes la gente había oído que el Profeta había dejado La Meca, y por esta razón cada mañana partían a las colinas, esperando por el Profeta hasta que el calor los hacía volver a sus hogares. Los viajantes llegaron con el calor del día, cuando los vigilantes ya se habían retirado. Un judío que estaba fuera lo vio acercarse y les dijo a los musulmanes que había llegado el que estaban esperando al fin, y los musulmanes se dirigieron a las colinas anteriores a Qubaa para recibirlo.





El Profeta permaneció en Qubaa unos días, y allí construyó la primera mezquita del Islam. En ese momento, Ali, que había dejado la Meca a pie tres días después del Profeta, también llegó. El Profeta, sus compañeros de La Meca, y los ‘Ayudantes’ de Qubaa lo llevaron a Medina, donde esperaban ansiosamente su llegada.





Los habitantes de Medina nunca vieron un día más brillante en sus vidas. Anas, un compañero muy cercano del Profeta, dijo:





Yo presencié el día en que ingresó a Medina y nunca vi un día mejor o mas brillante que ese, y estuve presente el día que murió, y nunca vi un día peor o mas oscuro que el día en el que murió” (Ahmad)





Cada casa en Medina hubiese querido que el Profeta estuviese con ellos, y algunos intentaron llevar su camello a sus hogares. El Profeta los detuvo y les dijo:





“Déjenla, ya que ella está bajo las órdenes (divinas)”.





Pasó varias casas hasta que se detuvo y se arrodilló en tierra de Banu Nayyaar. El profeta no descendió hasta que el camello no se levantó, luego giró y volvió a su lugar para volver a arrodillarse allí nuevamente. Fue allí cuando el profeta descendió de él. Estaba satisfecho con su decisión, porque Banu Nayyaar era familiar materno, y también deseaba honrarlos a ellos. Cuando los individuos de su familia lo solicitaron en sus hogares, un tal Abu Ayyub se detuvo para proteger su silla de montar y la llevó adentro. El Profeta dijo:





“Un hombre va con su silla de montar”. (Sahih Al-Bujari, Sahih Muslim)





La primera tarea en Medina fue la de construir una Mezquita. El Profeta, que la paz y las bendiciones de Dios lo acompañen, mandó a buscar a dos niños dueños del negocio de dátiles y les preguntó el precio de la tierra. Ellos respondieron: “¡Nada, te la regalaremos, Oh Profeta de Dios (que la paz y las bendiciones de Dios lo acompañen)!” El Profeta (que la paz y las bendiciones de Dios lo acompañen) sin embargo, se rehusó a aceptarlo, les pagó su precio y construyó allí una mezquita, él mismo se encargó de su construcción. Al trabajar, se le escuchó decir:





“¡Oh Dios!  No hay mas bondad excepto por la del Mas Allá, por lo tanto, perdona a los Ayudantes y a los Emigrantes”. (Sahih Al-Bujari)





La mezquita sirvió como lugar de adoración para los musulmanes. La oración que era antes un acto desarrollado individualmente se convirtió en un asunto público, algo que caracteriza a la sociedad musulmana. El periodo en el cual los musulmanes y el Islam habían sido oprimidos había terminado, ahora el adhán, la llamada a la oración, sería en voz alta, retumbando y penetrando las paredes de cada casa, llamando y  recordando a los musulmanes el cumplimiento de la obligación de su Creador. La mezquita era un símbolo de la sociedad islámica. Era un lugar de adoración, una escuela donde los musulmanes se iluminarían a si mismos con respecto a las verdades de la religión, un lugar de encuentro donde las diferencias serían resueltas, y un edificio de administración donde todos los asuntos concernientes a la sociedad emanarían, un verdadero ejemplo de cómo el Islam incorpora todos los aspectos de la vida en la religión. Todas estas tareas eran llevadas a cabo en un lugar construido con troncos de palmeras datileras y techos de palmas.





Cuando se completó la primera y más importante tarea, también construyó casas en los dos lados de la mezquita para su familia, también de los mismos materiales. La Mezquita del Profeta y la casa en Medina todavía se encuentran en el mismo lugar.





La Hiyrah había sido completada. Era el 23 de Septiembre de 622, y la era islámica, el calendario musulmán, comienza el día que se llevó a cabo este evento. Y desde este día en adelante Yazrib tuvo un nuevo nombre, un nombre de gloria: Madinat-un-Nabi, la ciudad del Profeta, en breve, Medina.





Tal fue la Hiyrah, la emigración de La Meca a Yazrib. Los trece años de humillación, de persecución, de éxito limitado, y de profecía todavía no completa habían terminado.





Los diez años de éxito, los más completos que un hombre hubiese podido desear, habían comenzado. La Hiyrah hace una clara división en la historia de la misión del Profeta, que es evidente en el Corán. Hasta ese momento él sólo había sido un predicador. Desde ese momento en adelante era el gobernador de un estado, al principio uno pequeño, pero que creció en diez años para convertirse en el imperio de Arabia. El estilo de orientación que necesitaban él y su gente después de la Hiyrah no era el mismo de antes. Los capítulos coránicos de Medina difieren, por lo tanto, de los mecanos. Ahora brindaban orientación a una comunidad política y social en crecimiento y al Profeta como ejemplo, gobernante y reformador.





La comida principal del Profeta Muhammad era generalmente una gacha hervida, con dátiles y agua; pero con frecuencia pasaba hambre, algunas veces incluso se colocaba una piedra plana en su estomago para alivianar su dolor. Un día una mujer le dio un tapado, algo que necesitaba mucho, pero esa misma tarde alguien se la pidió para envolverse, y rápidamente se la entregó. Los que tenían le traían comida, pero nunca la probaba, siempre había alguien con más necesidad que él. Con muy poca fuerza física, ahora tenía cincuenta y dos años, luchaba para construir una nación basada en la verdadera religión del Islam debido a la variedad de personas que Dios le había dado como materia prima.





Debido al carácter junto con las extraordinarias habilidades diplomáticas, el Profeta Muhammad comenzó a reconciliar las enfrentadas facciones de Medina. Con sus demás compañeros emigrando, un sistema de apoyo para los nuevos era esencialmente importante. Para unir a los ‘emigrantes’  (Muhāyirūn) con los musulmanes locales, los ‘ayudantes’ (Ansār), estableció un sistema de relaciones personales: cada ‘ayudante’ tomó un ‘emigrante’ como hermano, para ser tratado como tal bajo todas las circunstancias y para ser herederos junto a la familia natural. Con muy pocas excepciones, los ‘emigrantes’ habían perdido todo lo que poseían y dependían enteramente de sus nuevos hermanos. Los ‘ayudantes’ algunas veces llegaban al punto de entregarles a sus hermanos la mitad de sus posesiones  en casas, bienes y tierras. Tal era el entusiasmo de los ‘ayudantes’ por compartir todo con sus hermanos de fe que dividieron todo en dos partes para armar lotes para guardar sus partes. En la mayoría de los casos, intentaban dar a los emigrantes la mejor porción de su propiedad.





Uno se tienta por describir como un ‘milagro’ el hecho de que la situación parece no haber causado resentimiento alguno entre aquellos que estaban de golpe obligados a tomar a completos extraños como parte de su familia. El lazo de hermandad rompió todos los lazos de ascendencia, color, nacionalidad y otros factores previamente considerados como estandarte de honor. Los únicos lazos que importaban ahora eran los religiosos. Raras veces la fe religiosa tuvo el poder de cambiar tanto al hombre.





Los musulmanes mecanos, sin embargo, no han olvidado sus viejas características. Un ‘emigrante’ expresó cuando su nuevo hermano le dijo: ‘Oh el mas pobre de los pobres, ¿Cómo puedo ayudarte? ¡Mi casa y mis fondos están a tu disposición!’ respondió: ‘Oh el amigo mas bueno de entre los mas buenos, solo muéstrame el camino hacia el mercado local. El resto se cuidará solo’. Este hombre, se dice, que comenzó vendiendo queso y manteca, y pronto se volvió lo suficientemente rico como para pagar la dote de una joven local y, en su debido momento, pudo equipar una caravana de 700 camellos.





Tal empresa fue alentada, pero también había quienes no tenían la habilidad de hacerlo porque no tenían familia o propiedades. Pasaban el día en la mezquita y por la noche, el Profeta los ubicaba con varios individuos de los ‘ayudantes’. Se hicieron conocidos como ‘Ahl us-Suffa’.Algunos eran alimentados por el Profeta mismo, cuando había algo para compartir, y con cebada cocida del fondo comunitario.





En el primer año de su gobierno en Yazrib, el Profeta hizo un pacto solemne de obligación mutua entre su gente y las tribus judías de Medina y sus alrededores, en la cual decidieron tener un estado igualitario como ciudadanos de un estado y la completa libertad religiosa, y que cada uno defendería al otro si era atacado.





Pero la idea de un Profeta era la de alguien quien pudiese darles poder, y un profeta judío, no uno árabe. Los judíos también habían beneficiado mucho de las peleas entre las tribus árabes, como también de la inestabilidad de la región que habían ganado en comercio y bienes. La paz entre las tribus de Medina y sus alrededores era una amenaza para los judíos.





También, de entre los habitantes de Medina estaban aquellos que sentían resentimiento hacia los recién llegados, pero sostuvieron su paz por mucho tiempo. El mas poderoso, Abdullah ibn Ubayy ibn Salul, estaba extremadamente resentido con la llegada del Profeta, porque él era el antiguo líder de Yazrib antes del Profeta, entonces aceptó el Islam como un asunto de formalidad, aunque mas tarde traicionó a los musulmanes como el líder de los ‘hipócritas.’





Debido a su odio por el Profeta, los musulmanes, y el nuevo estado de los asuntos de Yazrib, la alianza entre los judíos y los ‘hipócritas’ de Medina fue casi inevitable. A lo largo de la historia de los musulmanes en Medina, intentaron seducir a los seguidores de una nueva religión, complotando constantemente y planeando en contra de ellos. Por esta razón, se mencionan frecuentemente a los judíos y los hipócritas en los capítulos Coránicos revelados en Medina.





La Qiblah





La Qiblah (es la dirección hacia donde se orientan los musulmanes para rezar) hasta ese entonces había sido Jerusalén. Los judíos imaginaron que la opción implicaba apoyarse en el judaísmo y que el profeta los necesitaba para su instrucción. El Profeta quería que la Qiblah fuese cambiada a Kaaba. El primer lugar en la tierra construido para la adoración de Dios, y reconstruido por Abraham. En el segundo año después de la emigración, el Profeta recibió la orden de cambiar la Qiblah de Jerusalén a la Kaaba en La Meca. Una porción entera del Surah al-Baqara relata esta controversia con los judíos.





Las primeras expediciones





La primera preocupación del Profeta como gobernador fue la de establecer la adoración pública y establecer la constitución del Estado: pero no olvidó que Quraish había jurado terminar con esta religión. Enfurecido por el éxito del Profeta en la emigración a Medina, incrementaron su tortura  y persecución de los musulmanes que permanecieron en La Meca. Tampoco se detuvieron sus planes diabólicos. Intentaron hacer alianzas secretas con algunos politeístas de Medina, como Abdullah ibn Ubayy ya mencionado, ordenándole matar o expulsar al Profeta. Quraish a menudo enviaba mensajes amenazantes a los musulmanes de Medina advirtiéndoles de su aniquilación, y tantas noticias acerca de los complots y planes de los politeístas llegaron al profeta que él mismo pidió guardias de seguridad cerca de su hogar. Fue en este momento que Dios le dio permiso de armarse en contra de los incrédulos.





Durante catorce años fueron estrictos pacifistas. Luego, sin embargo, fueron enviadas pequeñas expediciones, lideradas por el Profeta mismo o algunos otros de los emigrantes de La Meca con el propósito de reconocer las rutas que llevaban a La Meca, así como también la formación de alianzas con otras tribus. Otras expediciones fueron guiadas con el propósito de interceptar algunas caravanas que regresaban desde Siria en la ruta hacia La Meca, una manera de los musulmanes para presionar económicamente a Quraish para que abandone la persecución de los musulmanes en La Meca y en Medina. Pocas de estas expediciones llegaron a tener enfrentamientos, pero a través de ellas, los musulmanes establecieron su nueva posición en la Península Árabe, que ya no eran oprimidos ni débiles, sino que sus fuerzas habían crecido y eran ahora una fuerza formidable con la que difícilmente se reconocían.





La Campaña de Badr





En una expedición, la caravana Quraishita en ruta a Siria había escapado de los musulmanes. Los musulmanes esperaban su regreso. Algunos exploradores de los musulmanes vieron que la caravana, dirigida por Abu Sufian mismo, pasó delante de ellos, e informaron de inmediato al Profeta de ello y de su tamaño. Si esta caravana hubiese sido interceptada, hubiese tenido un impacto económico de gran medida, uno que sacudiría la sociedad entera de los mecanos. Los exploradores musulmanes informaron que la caravana estaría en los pozos de Badr, y los musulmanes se prepararon para interceptarla.





Llegaron noticias de esto a Abu Sufian en su viaje hacia el sur, y el envió un mensaje urgente a La Meca para que un ejercito fuera enviado para enfrentar a los musulmanes. Aprovechando las catastróficas consecuencias de que la caravana fuese interceptada, inmediatamente reunieron la mayor cantidad de poder posible y partieron al encuentro de los musulmanes. En camino a Badr, el ejército recibió las noticias de que Abu Sufian había conseguido eludir a los musulmanes conduciendo la caravana por una ruta alternativa junto a la orilla. El ejército mecano, con unos mil hombres, se dirigió a Badr para darles una lección a los musulmanes, disuadiéndolos del ataque a las caravanas en el futuro.





Cuando los musulmanes se enteraron del avance del ejército mecano, supieron que debían atreverse a dar un paso osado en el asunto. Si los musulmanes no los enfrentaban en Badr, los mecanos continuarían minando la causa del Islam con todas sus habilidades, posiblemente atacando Medina, profanando las propiedades y las personas que allí se encontraban. El profeta, que la paz y las bendiciones de Dios lo acompañen, realizó una reunión de consejo para determinar las acciones a llevarse a cabo. El profeta no quiso liderar a los musulmanes, especialmente a los ‘ayudantes’  quienes eran  la gran mayoría del ejército y no estaban si quiera atados al compromiso de Aqaba a pelear por sus territorios, por algo en lo que no estaban de acuerdo.





Un hombre de los ‘ayudantes’, Sa’d ibn Mu’aadh reafirmó su devoción al Profeta y la causa del Islam. Sus palabras fueron las siguientes:





“¡Oh Profeta de Dios! Creemos en ti y somos testigos de lo que has arriesgado por nosotros, y declaramos en términos inequívocos que lo que nos ha llegado es la Verdad. Te damos nuestro juramento de obediencia y sacrificio. Obedecemos deseosamente cualquier orden, y por Dios quien te ha enviado con la Verdad, si nos pidieses que nos sumerjamos en el mar, lo haríamos de inmediato, y ninguno de nosotros se quedaría detrás. No renegamos de la idea de encontrarnos con el enemigo. Tenemos experiencia en la guerra y somos confiables en el combate. Esperamos que Dios te demuestre a través de nuestras manos aquellos actos de valor que el valorará. Bondadosamente guíanos al campo de batalla en el Nombre de Dios”





Después de esta muestra de extremo soporte y amor por el Profeta y el Islam de parte de los Emigrantes y los ‘ayudantes’, los musulmanes, con un número cercano a 300, se dirigieron como pudieron a Badr. Tenían solo setenta camellos y tres caballos con ellos, por lo tanto, los hombres cabalgaban por turnos. Se adelantaban a lo que es conocido en la historia como al- Yawm al-Furqan, el Día del criterio; el criterio entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, lo correcto y lo equivocado.





Antes del Día de la batalla, el Profeta pasó toda la noche en oración y súplica. La batalla fue peleada en el 17 de Ramadán en el Segundo año de la Hiyra; 624 D.C. Era costumbre para los árabes comenzar las batallas con duelos individuales. Los musulmanes ganaron una ventaja en los duelos, y algunos notorios de Quraish cayeron derrotados. Quraish enfureció, se dirigieron a  los musulmanes para exterminarlos de una vez por todas. Los musulmanes mantuvieron una posición defensiva estratégica, que en turnos produjo muchas perdidas para los mecanos. El Profeta rogaba a Dios con todo su poder en este momento, extendiendo sus manos tan altas que su traje cayó hasta sus hombros. En ese momento, recibió una revelación que prometía la ayuda de Dios:





“…En verdad os auxiliaré con mil ángeles que descenderán sucesivamente.” (Corán 8:9)





Al oír las buenas noticias, el Profeta ordenó a los musulmanes que tomaran la ofensiva. El gran ejército de Quraish estaba abrumado por el entusiasmo, valor y fe de los musulmanes, y después de enfrentar grandes pérdidas, no pudieron hacer nada más que escapar. Los musulmanes fueron abandonados en el campo con algunos mecanos caídos, entre ellos el archi-enemigo del Islam Abu Yahl. Quraish fue derrotado y Abu Yahl había muerto. La promesa de Dios se hizo realidad:





“Pero en verdad todos ellos serán vencidos y huirán.” (Corán 54:45)





En una de las batallas más decisivas en la historia humana, las bajas totales se encontraban solamente entre setenta y ochenta.





La Meca entró en shock, y Abu Sufian fue dispuesto como figura dominante en la ciudad, y él sabía más que nadie que el asunto no podía quedar así. El éxito respira éxito, y las tribus beduinas, siempre en búsqueda del balance del poder, se inclinaban inmensamente hacia la alianza entre los musulmanes, y el Islam ganó muchas conversiones en Medina.





De hecho, el año siguiente, un ejército de tres mil hombres llegó desde La Meca para destruir Yazrib. La primera idea del Profeta fue meramente defender la cuidad, un plan aprobado por Ibn Ubayy, el líder de ‘los hipócritas’. Pero los hombres que lucharon en Badr, creyendo que Dios los ayudaría a pesar de todos los pronósticos, pensaban que era algo lamentable que tuviesen que quedarse tras los muros.





El Profeta, de acuerdo con su fe y entusiasmo, les cedió paso, y partieron con un ejército de mil hombres hacia el monte Uhud, donde acampó el ejército. Ibn Ubayy se retiró con sus hombres, que eran un tercio del ejército. A pesar de todos los pronósticos, la batalla en el monte Uhud hubiese sido una victoria mayor de la de Badr para los musulmanes, si no hubiese sido por la desobediencia del grupo de cincuenta arqueros que el profeta había colocado para cuidar el paso a la caballería del enemigo. Viendo a sus compañeros victoriosos, los hombres dejaron sus puestos, temiendo perder su parte en el reparto del botín. La caballería de Quraish se dirigió al lugar y cayó sobre los musulmanes. El Profeta mismo fue herido y se dijo que había sido asesinado, hasta que lo reconocieron y se dieron cuenta de que estaba vivo; con lo cual todos se unieron. Reunidos alrededor del Profeta, se retiraron, dejando a los hombres muertos en la colina. El campo pertenecía a los mecanos, y ahora las mujeres de Quraish se movían entre los cuerpos, lamentando sus muertos y mutilando a los muertos musulmanes.  Hamzah, el joven tío del profeta y amigo de la infancia, estaba entre los últimos, y la abominable Hind, esposa de Abu Sufian, quien cargaba un rencor particular contra Hamzah y había ofrecido una recompensa al hombre que lo matara, masticó su hígado, arrancado de su cuerpo todavía caliente. Al día siguiente, el Profeta nuevamente marchó con lo que quedaba del ejército, Quraish podría oír que él estaba en el campo de batalla y tal vez impedirle el ataque a la ciudad. La estrategia fue exitosa, gracias al comportamiento de un beduino amigable que encontró a los musulmanes, conversó con ellos y luego se encontró con el ejército de Quraish.  Cuestionó a Abu Sufian, le dijo que Muhammad se encontraba en el campo más fuerte que nunca, y con sed de revancha por el día anterior. A causa de esa información, Abu Sufian decidió regresar a La Meca.





Masacre de los musulmanes





La derrota que sufrieron en el monte Uhud disminuyó el prestigio ante las tribus árabes y también ante los judíos de Yazrib. Tribus que se habían inclinado hacia los musulmanes se inclinaban ahora hacia Quraish. Los seguidores del Profeta fueron atacados y asesinados cuando salían en pequeños grupos. Jubaib, uno de sus enviados, fue capturado por una tribu y vendido a Quraish, quienes lo torturaron hasta la muerte ante la gente de La Meca.





Expulsión de Bani Nadhir





Los judíos, a pesar de su pacto con los musulmanes, casi nunca ocultaban su hostilidad. Comenzaron a negociar alianzas con Quraish y los ‘hipócritas’, y hasta intentaron asesinar al Profeta. El Profeta se vio obligado a realizar actos punitivos en contra de algunos de ellos. La tribu de Bani Nadhir fue asediada en sus fuertes torres, sometida y obligada a emigrar.





La Batalla del Foso





Abu Sufian debió haber entendido que el antiguo juego de pagar con la misma moneda ya no era válido. O los musulmanes eran destruidos o el juego se perdía para siempre. Con grandes destrezas diplomáticas partió formando una confederación de tribus beduinas, algunas, sin lugar a dudas, se oponían a los musulmanes, pero otras sólo querían el botín, y al mismo tiempo comenzó silenciosamente a sondear a los judíos en Medina buscando una posible alianza. En el quinto año de Hégira (627 D.C.) partió con 10.000 hombres, el ejército más grande jamás visto en la región occidental de la Península árabe. Medina pudo reunir unos 3.000 hombres para oponerse a ese ejército.





El Profeta presidió un consejo de guerra, y esta vez nadie sugirió salir a encontrarse con el enemigo. La pregunta era cómo la ciudad podría ser defendida de la mejor manera. A esta altura Salmán el persa, un antiguo esclavo que se había convertido en uno de los compañeros más cercanos, sugirió que se excavara un foso para unir los puntos defensivos más fuertes formados por los campos de lava y las fortificaciones. Esto era algo que no se escuchaba a menudo en Arabia, pero el Profeta apreció de inmediato los méritos del plan y el trabajo comenzó de inmediato, él mismo acarreó escombros sobre su espalda.





El trabajo estuvo casi terminado cuando el ejército de los aliados apareció en el horizonte. Mientras que los musulmanes esperaban el asalto, llegaron noticias de Bani Quraidhah, una tribu judía de Yazrib que hasta ese momento, había sido leal, que se había aliado con el enemigo. El caso parecía apremiante. El Profeta llevó a cada hombre disponible al pozo, dejando la ciudad misma bajo el comando de una compañero ciego, esperaron al enemigo con una lluvia de flechas al llegar al inesperado obstáculo. Nunca lo cruzaron, pero permanecieron en posición por tres o cuatro semanas, intercambiando flechas e insultando a los defensores. El tiempo se volvió severo, con vientos helados y tremendos aguaceros, y esto fue demasiado para los árabes aliados. Esperaban botines fáciles y vieron que nada ganarían escondiéndose tras un pozo embarrado bajo el agua y viendo a sus animales morir  por falta de  forraje. Se retiraron para pesar de Abu Sufian.  El ejército se desintegro y él mismo fue forzado a retirarse. El juego había terminado. Había perdido.





 



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