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SALAH AL-DIN: EL GRAN SULTÁN DE EGIPTO Y SIRIA


Al-Nasir Ṣalaḥ ad-Din Yusuf ibn Ayyub, más conocido en Occidente como Saladino, Saladín, Salahadín o Saladine, también llamado al-Malik al-Naṣir Ṣalaḥ al-Din Yusuf I, (nacido en 1137/38, Tikrit, Mesopotamia [en la actual Irak], fallecido el 4 de marzo de 1193, Damasco [en la actual Siria]), sultán musulmán de Egipto, Siria, Yemen y Palestina, fundador de la dinastía Ayubí y el más famoso de los héroes musulmanes.





Es famoso por haber vencido en la batalla de Hattin a los cruzados, tras lo cual volvió a ocupar Jerusalén para los musulmanes y se tomó Tierra Santa. El impacto de este acontecimiento en Occidente provocó la Tercera Cruzada liderada por Ricardo I de Inglaterra que se convirtió en mítica tanto para cristianos como para musulmanes.





Su fama trascendió lo temporal y se convirtió en un símbolo de caballerosidad medieval, incluso para sus enemigos.





SUS PRIMEROS AÑOS


Saladino nació en una prominente familia kurda. En la noche de su nacimiento, su padre, Najm al-Din Ayyub, reunió a su familia y se mudó a Alepo, ingresando allí al servicio de ʿImad al-Din Zangi ibn Aq Sonqur, el poderoso gobernador turco en el norte de Siria.





Prefería estudiar más sobre temas relacionados con el Corán y con teología que temas relacionados con la milicia. ​ Se cree que la toma de Jerusalén por los cruzados en la Primera Cruzada, gran suceso social de la época, le pudo influir moralmente. ​





CONQUISTA DE EGIPTO


Su carrera formal comenzó cuando se unió al personal de su tío Asad al-Din Shirkuh, un importante comandante militar bajo el emir Nur al-Din, quien era el hijo y sucesor de Zangi. Durante tres expediciones militares dirigidas por Shirkuh a Egipto para evitar su caída ante los gobernantes cristianos latinos (francos) del reino latino de Jerusalén, se desarrolló una compleja lucha a tres bandas entre Amalarico I, el rey de Jerusalén; Shawar, el poderoso visir del califa egipcio Fatimí; y Shirkuh. Después de la muerte de Shirkuh y después de ordenar el asesinato de Shawar, Saladino, en 1169 a la edad de 31 años, fue nombrado comandante de las tropas sirias en Egipto y visir del califa Faṭimí allí. Como visir de Egipto, recibió el título de «rey» (malik), aunque en general era conocido como el sultán.





SULTÁN DE EGIPTO, SIRIA, YEMEN Y PALESTINA








La posición de Saladino se mejoró aún más cuando, en 1171, abolió el califato Fatimí shiíta débil e impopular, proclamando un regreso al Islam sunita en Egipto. Aunque permaneció durante un tiempo teóricamente como un vasallo de Nur al-Din, esa relación terminó con su muerte en 1174. En el poder quedó el hijo de once años de Nur al-Din, as-Salih Ismail al-Malik. Utilizando sus ricas posesiones agrícolas en Egipto como base financiera, Saladino pronto se mudó a Siria con un ejército pequeño pero estrictamente disciplinado para reclamar la regencia en nombre del joven hijo de su antiguo soberano. Pronto, sin embargo, abandonó este reclamo, y desde 1174 hasta 1186 persiguió celosamente el objetivo de unir, bajo su propio estándar, todos los territorios musulmanes de Siria, el norte de Mesopotamia, Palestina y Egipto. Esto lo logró mediante una hábil diplomacia respaldada cuando fue necesario por el uso rápido y resuelto de la fuerza militar. Poco a poco su reputación creció como un gobernante generoso y virtuoso pero firme, carente de pretensiones, libertinaje y crueldad. En contraste con la amarga disensión y la intensa rivalidad que hasta entonces había obstaculizado a los musulmanes en su resistencia a los cruzados, la singularidad de propósito de Saladino los indujo a rearmarse tanto física como espiritualmente.





Todos los actos de Saladino se inspiraron en una intensa e inquebrantable devoción a la idea de la yihad o guerra santa. Era una parte esencial de su política alentar el crecimiento y la difusión de las instituciones religiosas musulmanas. Él reunió a sus eruditos y predicadores, fundó colegios y mezquitas para su uso, y les encargó que escribieran obras edificantes, especialmente sobre la yihad misma. A través de la regeneración moral, que era una parte genuina de su propio estilo de vida, trató de recrear en su propio reino algo del mismo celo y entusiasmo que había demostrado ser tan valioso para las primeras generaciones de musulmanes cuando, cinco siglos antes, habían conquistado la mitad del mundo conocido.





LA BATALLA DE HATTIN


La guerra que acabaría con los cristianos de ultramar fue provocada por Reinaldo de Châtillon, noble que ha llegado hasta nuestros días con la imagen de señor de tierras en la frontera y famoso por practicar el bandidaje y el saqueo. Había ya violado treguas anteriormente para atacar caravanas, capturado peregrinos en dirección a La Meca[1], tratado de profanar los lugares santos musulmanes y saqueado la isla cristiana de Chipre, amén de ser frecuente protagonista de las intrigas por el poder en la corte de Jerusalén. Los cronistas modernos suelen presentarlo como un extremista que forzó la guerra aun cuando no tenía forma posible de ganarla. Sin embargo, había sido uno de los pocos que habían causado serios problemas a Saladino: al atacarle en su propia tierra poniendo en peligro los lugares sagrados musulmanes, dañó su imagen de Sultán y líder moral de los musulmanes, resistió el asedio de Saladino en la fortaleza del Krak de los Caballeros y era veterano de la batalla de Montgisard, la última gran victoria cruzada en Tierra Santa y de Le Forbelet, un empate contra Saladino tras la batalla de Afula.





Reinaldo atacó en 1186, rompiendo la tregua pactada, una gran caravana musulmana en la que se llegó a decir que viajaba la misma hermana de Saladino, cosa incierta. Ante las previsibles represalias por parte de Saladino, el rey consorte de Jerusalén Guido de Lusignan comenzó a reclutar población para servir en el ejército, reuniendo a todas las fuerzas del reino, con las que se dirigió contra Saladino, que contó con la ayuda de la ambigüedad de Raimundo III de Trípoli, miembro de una facción cortesana opuesta a Reinaldo, que inicialmente no se opuso a la marcha de Saladino por sus tierras del Principado de Galilea lo que le garantizó que sus fortalezas no fueran atacadas. Sin embargo, terminó uniéndose al ejército real que Reinaldo lideró contra la marcha de Saladino en Galilea. El enfrentamiento final se produjo en 1187, junto a unas colinas llamadas los Cuernos de Hattin. En la batalla los ataques de la caballería ligera y los arqueros musulmanes hicieron que el ejército cruzado se retrasara en su idea de llegar al lago Tiberíades y hubo de acampar en la llanura de Maskana. Finalmente sedientos y sin fuerzas, fueron derrotados por Saladino.





La victoria fue total para Saladino: había destruido casi la totalidad de las fuerzas enemigas, había capturado a los principales caudillos (el rey Guido de Lusignan, Reinaldo de Châtillon, el gran maestre de la Orden del Temple, Gérard de Ridefort…), había capturado o eliminado a la mayoría de los caballeros de las órdenes religiosas (incluyendo a Roger de Moulins, gran maestre del Hospital) y había arrebatado a los cristianos la Vera Cruz, su más preciada reliquia.





Los prisioneros ilustres fueron bien tratados, de hecho se cuenta la anécdota de como Saladino ofreció una copa de agua de rosas enfriada con hielo de la cima del monte Hebrón al rey de Jerusalén, sediento por la travesía en el desierto. La única excepción fue Reinaldo que fue ejecutado por el mismo Saladino, según se cuenta, cuando trató de coger la copa que había dado a Guido de Lusignan como muestra de hospitalidad, ya que Saladino había prometido matarlo con sus propias manos por la crueldad que había mostrado en contra, incluso, de civiles indefensos y a pesar de la tregua pactada. La costumbre en la región era dar merced al enemigo una vez se hubiera comido y bebido con él y Saladino no quería que la hospitalidad que ofrecía al rey se extendiera a Reinaldo.





Un rey no mata a un rey, pero ese hombre había trasgredido todas las fronteras, y por eso le traté así.





Saladino





Las pérdidas en las filas de los cruzados en esta batalla fueron tan grandes que los musulmanes rápidamente pudieron invadir casi todo el reino de Jerusalén. Acre, Toron, Beirut, Sidon, Nazaret, Cesarea, Nablus, Jaffa (Yafa) y Ascalon (Ashqelon) cayeron en tres meses.





LA CONQUISTA DE JERUSALÉN


Pero el logro supremo de Saladino y el golpe más desastroso para todo el movimiento Cruzado se produjo el 2 de octubre de 1187, cuando la ciudad de Jerusalén, santa para musulmanes y cristianos, se rindió al ejército de Saladino después de 88 años en manos de los francos. Saladino planeó vengar la masacre de musulmanes cometida en Jerusalén en 1099 (durante la primera cruzada) matando a todos los cristianos en la ciudad, pero aceptó dejarlos comprar su libertad siempre que los cristianos no molestaran a los habitantes musulmanes.





Sin embargo, su repentino éxito, que en 1189 vio a los cruzados reducidos a la ocupación de solo tres ciudades, se vio empañado por su fracaso en capturar Tiro, una fortaleza costera casi inexpugnable a la que acudieron los dispersos sobrevivientes cristianos de las recientes batallas. Debió ser el punto de reunión del contraataque latino. Lo más probable es que Saladino no anticipó la reacción europea a su captura de Jerusalén, un evento que conmocionó profundamente a Occidente y al que respondió con un nuevo llamado a una Cruzada. Además de muchos grandes nobles y caballeros famosos, esta Cruzada, la tercera, trajo a los reyes de tres países a la lucha. La magnitud del esfuerzo cristiano y la impresión duradera que causó en los contemporáneos le dio al nombre de Saladino, como su galante y caballeroso enemigo, un brillo adicional que sus victorias militares nunca podrían conferirle.





LA TERCERA CRUZADA


Las consecuencias de la caída de Jerusalén no se hicieron esperar: el papa Urbano III convocó una nueva cruzada, la tercera, a la que acudieron los principales reyes cristianos. Se organizaron dos expediciones cristianas a esta llamada.





La primera de ellas, liderada por el emperador del Sacro Imperio, Federico I Barbarroja atravesó a pie los Balcanes y Anatolia, donde murió ahogado al cruzar un río. Sin él, su ejército se disgregó, desapareciendo providencialmente la mayor amenaza para Saladino.





La otra, liderada por Felipe Augusto de Francia, Ricardo Corazón de León de Inglaterra y el duque Leopoldo de Austria, marchó por mar. Tras desembarcar en marzo de 1191, pusieron sitio a San Juan de Acre, que Saladino trató de socorrer. Sin embargo no logró romper el sitio, recobrando los cristianos la ciudad. Afortunadamente para Saladino, los cruzados pronto discutirían entre sí. El rey de Francia abandonó la cruzada después de que el orgulloso Ricardo se quedara con el mejor palacio y no lo tratara como igual, y el duque de Austria tras ver ofendido su estandarte por Ricardo, que lo arrojó de un baluarte.





Saladino emprendió entonces una intensa actividad diplomática para liberar a los cautivos que habían hecho los cristianos. Sin embargo, cuando tras arduas negociaciones se había llegado a un acuerdo, Ricardo los hizo ejecutar ante las continuas postergaciones del pago por Saladino. En dicho acuerdo se estipulaba que Saladino entregaría la Vera Cruz a cambio de los 3.000 musulmanes que Ricardo mantenía en una celda como rehenes. Pero este creyó un gasto innecesario mantener a esos prisioneros. El acto fue un golpe para el prestigio de Saladino, que no pudo salvar a los que habían resistido en la ciudad.





El rey inglés se distinguió a lo largo de ese año en combate, venciendo en Arsuf a Saladino y recobrando algunas posiciones en la costa (como Jaffa). Hubo contactos, aunque probablemente se tratara de un engaño de Ricardo, para concertar la boda de Saif ed-Din, el hermano de Saladino, con su hermana, que recibirían Jerusalén con la obligación de proteger a los peregrinos de todos los credos. Pero fracasaron cuando la hermana de Ricardo se negó a casarse con un musulmán.





Ambos se enfermaron, y luego también se recuperaron. Por fin, cuando el rey de Inglaterra oyó noticias de la turbulenta situación de su país, no tuvo más remedio que aceptar la paz y tres años de tregua, que, aunque no les devolvía Jerusalén a los cristianos, les aseguraba la costa entre Tiro y Jaffa.





MUERTE DE SALADINO


Pero los años de lucha habían pasado factura y Saladino murió en 1193. Durante toda su vida había mostrado una total falta de pretensiones y fue generoso con su riqueza personal; Al morir, sus amigos descubrieron que no había dejado fondos para pagar su entierro.





Fue enterrado en un mausoleo en el exterior de la mezquita Omeya de Damasco. El emperador alemán Guillermo II donó un sarcófago en mármol, en el que sin embargo no descansa su cuerpo. En su tumba se exhiben el original, de madera, en el que está el cuerpo, y el de mármol, vacío.





La familia de Saladino gobernaría como la dinastía ayubí hasta que sucumbiera ante los mamelucos en 1250.





[1] Ciudad de la actual Arabia Saudita y considerada la más sagrada para los musulmanes





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