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Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,


Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,


Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes.


En la jaula infame de nuestros vicios,


¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!


Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,


Haría complacido de la tierra un despojo


Y en un bostezo tragaríase el mundo:


¡Es el Tedio! — los ojos preñados de involuntario llanto,


Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,


Tú conoces, lector, este monstruo delicado,


—Hipócrita lector, —mi semejante, — ¡mi hermano!





¡Sin ofenderlos, lectores! El francés Charles Baudelaire escribió este poema a mediados del siglo XIX. Él es ampliamente conocido como uno de los poetas modernistas más perceptivos, un hombre que entendió con claridad meridiana los males de la modernidad y la difícil situación del hombre moderno. Y el mayor problema del hombre moderno, el vicio mayor, dice él, no es otro que el tedio. Específicamente, el tedio es una apatía y un letargo que infecta el alma. Se alimenta de nuestra vitalidad espiritual, chupa lentamente nuestra voluntad y pasión, nuestro deseo de actuar y triunfar. Nos deja vacíos por dentro, apáticos frente al mundo, sin rumbo y perdidos en un abismo de nada. En pocas palabras, el hombre moderno está muerto espiritualmente. Y, aunque deteste mucho admitirlo, nosotros los musulmanes jóvenes de Occidente, hemos llegado a ser absolutamente modernos.





Una historia para ti


Hace unos años vino un joven musulmán para obtener su grado de la escuela superior. Para horror suyo, se estrelló contra el hecho de que su actitud indiferente y falta general de interés eran síntomas de un problema mayor: durante los anteriores cuatro años, había sufrido de anemia espiritual. Él la llamó “una negligencia grave hacia Al-lah y Su religión”. Es decir, lo que se suponía era un cielo espiritual, se convirtió en apenas una lista materialista de prohibiciones: no consumas drogas, no comas cerdo, no bebas…


La solución obvia (qué tan no-moderno debía ser para creer siquiera que había solución) fue reavivar la llama de entre las cenizas de su alma. Su mezquita local parecía una ruta segura, ¿cierto? ¡FALSO! Por supuesto, el joven pensó que lo era, mirando a la mezquita como un “bastión de conocimiento y guía, y hogar de los ancianos de la comunidad que sólo esperan guiar a un joven dócil y sincero como yo hacia el Islam…”.





Lo que encontró fue total desinterés tanto en su persona como en su situación. Desesperado por algún tipo de orientación, cualquier mano caritativa que lo sacara de su lodazal de ignorancia, esperó que “alguien reconocerá la forma equivocada en que hago la oración, o la mezcolanza de discos compactos de música vulgar en mi auto, me llevará a un lado y me ofrecerá la guía que obviamente necesito. Quizás alguien se ofrezca a enseñarme o me informe de un halaqah local o dos. Quizás alguien tome alguno de esos libros del estante, lo abra y me enseñe. Habría escuchado a cualquiera. Habría escuchado hasta a un niño pequeño. Sólo necesito que alguien me lleve aparte y me muestre ese camino correcto del que tanto he escuchado hablar, pero nunca he tenido la fortuna de hallar”.





Pero nadie se preocupó por dedicarle un cuarto de hora para corregir su Salat. Todos estaban demasiado ocupados para brindar siquiera dos minutos de su día y recomendarle un libro útil para que lo leyera. Y nadie pensó siquiera en dirigirse al joven claramente desesperado que venía a la mezquita, incierto y vacilante, para hacerle una simple pregunta: “¿Cómo estás?”


La esperanza del muchacho pronto dio paso a la desesperación. Su reverencia por los ancianos de la mezquita se convirtió en rabia y rendición. En una antigua casa de adoración, aprendió una lección verdaderamente moderna: que estás absolutamente solo, un don nadie perdido en un páramo de sueños enterrados. Estuvo cerca de alejarse de su búsqueda en ese punto, pero por pura gracia de Dios, continuó y eventualmente halló individuos aquí y allí que lo ayudaron a lo largo del difícil camino del ascenso espiritual.





Una falla comunitaria


Nuestras “comunidades”, por lo general, ponen todas sus tontas esperanzas en personas como esta, personas que por alguna razón, eventualmente “hacen lo que sea” a pesar (o quizás, más exactamente, en contra) de la falta de apoyo y guía, puestos en sus corazones por sus comunidades.





Pero he aquí un pequeño trozo de realidad: muchos seres humanos no caen en esta categoría de personas. Muchos seres humanos necesitan de guía transmitida, modelos de comportamiento humano, asesoramiento humano, apoyo y amor. Si la guía fuera una mercancía, mucha gente vendría por su propia cuenta, no habríamos tenido necesidad de Profetas. Pero Dios nos creó de tal forma que necesitamos profetas, y necesitamos a los herederos de los Profetas para que nos guíen después de ellos. Nuestras “comunidades” no han logrado ser aquellos santuarios de apoyo y guía que cualquier comunidad real sería.





 





 El joven occidental sufre obviamente de una pérdida de apoyo comunitario. Estos años de transición, mientras se deja la niñez y se ingresa a la adultez, son fundamentales. Los niños están dotados con la capacidad natural para infundir vida con su encanto propio. Simplemente es suficiente para un niño mirar alrededor y ver la creación de Dios para creer, de todo corazón, en un Creador, en una realidad trascendental. Pero a medida que crecemos, ya no somos suficientemente puros de corazón para depender sólo de la creación de Dios para esta revitalización espiritual. Necesitamos una relación con el Creador Mismo. Es difícil tener una relación con Dios, a menos que lo conozcamos.





En una comunidad creyente y próspera, este salto de niñez a adultez será considerablemente suave, pues se nos será transmitida la guía segura, recibiremos tutoría constante y sólida, conoceremos nuestro objetivo y las instrucciones para alcanzarlo. En realidad, nuestras comunidades están muertas y entonces caemos, tal como el resto de los hombres modernos. Caemos de las alturas mágicas del mundo encantado de nuestra infancia a los abismos sombríos de la indigencia del alma adormecida y la amnesia espiritual.





Padres que no parecen


Aunque he descrito (creo que correctamente, si no es que depresivamente) el estado espiritual y emocional de los jóvenes en occidente, aún no he discutido los problemas específicos que ellos (nosotros) enfrentamos por encima de ello. Lo que he dicho antes era sólo el contexto, una forma de poner las cosas en perspectiva, para ayudarnos a entender realmente la gravedad de nuestros problemas actuales. En términos generales, no lidiamos con los problemas en el vacío. Siempre hay un contexto y nuestro contexto es muy malo. Una persona entrevistada en relación a los problemas que enfrenta al crecer en occidente tiene esto qué decir: “¡Qué pregunta realmente deprimente!” Otra simplemente dice: “Lo que no es un problema puede ser una mejor pregunta.”





Comentarios aparte, la mayoría de los jóvenes entrevistados habló del papel que juegan los padres (o mejor dicho, que no juegan) en agravar su situación desesperada. Ellos expresaron frustración respecto a que sus padres no parecen siquiera saber cuál es su papel como padres, mucho menos cómo llevarlo a cabo con eficacia. Estos padres, dicen sus hijos que crecen rápidamente, se enfocaron predominantemente en la estabilidad financiera de sus familias, dejando de lado las necesidades emocionales de sus hijos.





Muchos jóvenes confesaron que sus padres estaban demasiado ocupados trabajando en sus asuntos personales o maritales como para tomarse el tiempo de enfocarse en los problemas de sus hijos. Ellos dijeron que sus padres no entendían sus experiencias y, por lo tanto, no podían ayudar a sus hijos a superar sus numerosos desafíos.





El entrevistado ocasional fue más difícil con los jóvenes que con los adultos. Estos pocos dijeron que los adultos jóvenes necesitan empezar a darse cuenta de que no lo saben todo, que sus padres y otros adultos realmente saben más que los jóvenes. Sí, ellos admiten, muchos adultos son difíciles de manejar y no son tan comprensibles como deberían ser, pero esto no cambia los hechos. Los jóvenes deben ser mucho más receptivos con los adultos que los rodean y escucharlos, o eso dijeron estos entrevistados. Ellos dijeron, por impactante que parezca, que pueden de hecho aprender de aquellos que han vivido más que ellos.





Desde la perspectiva de los padres, sin embargo, parece que hay una atmósfera general de desesperanza, una rendición a la situación sombría ante ellos. Los padres sienten que no encajan con la sociedad en general y con los medios —ambos de los cuales socavan la autoridad parental así como muchos (si no todos) valores islámicos. Ellos ven a sus hijos siendo absorbidos por la cultura de la sociedad predominante y no pueden dejar de notar el rápido agotamiento de autoridad que tienen para dirigir las opciones y estilos de vida de sus hijos. Para empeorar las cosas, estos padres se sienten incapaces de acudir a sus propios padres o experiencias en busca de ayuda, debido a la gran diferencia de experiencias. Sus propios padres y la generación de los ancianos no tenían necesidad de preocuparse por una sociedad que socavara el Islam con tanta audacia.





A ambos lados de la relación padre-hijo hay una grave falta de comprensión y simpatía. Nunca se les enseña a hablar entre sí, en su mayoría tratan te ignorar los (muchos) elefantes en la habitación. Y cuanto tratan de hablar, generalmente terminan en una pequeña explosión. Tanto los padres como sus hijos adultos necesitan tomarse un respiro y aprender a escucharse uno al otro, dejar de estar a la defensiva, trabajar juntos. Es vital que los hijos en la relación se imbuyan a sí mismos confianza hacia sus padres. Sus padres no tratan de lastimarlos, tratan de ayudarlos (nota del autor: Aquí en realidad estoy hablando para mí mismo —pero no estoy seguro si tomaré mi propio consejo por ahora).





La escuela es para tontos


Al no ser ya el hogar un lugar de refugio (esto es en sí mismo una evidencia sólida de que nos hemos hecho completamente modernos), los jóvenes han recorrido otros caminos para obtener información sobre la guía y dirección de la que han escuchado, pero no han experimentado nunca, del Corán y la Sunnah. Para abreviar una larga historia, ellos no la encuentran. Lo que encontraron fue que existe una gran brecha entre ellos y los mayores. El resultado de esto es que muchos de estos jóvenes sienten una gran confusión en todo el espectro de la etiqueta Islámica, que va desde las cuestiones financieras y lo que es halal, hasta la aceptación de la música y cómo manejar la interacción hombre-mujer: qué es apropiado, qué cruza la línea, cuándo decir sí, cuándo decir no, cuándo decir basta, cuándo decir sigue. En pocas palabras, ellos simplemente no saben.





 





 En cuanto a la búsqueda de orientación en las escuelas musulmanas, bueno, los sabios son pocos y distantes entre sí. Ellos también son costosos. Esto se traduce más o menos en que muchos musulmanes jóvenes no pueden ir a escuelas musulmanes porque (a) no viven cerca de una o (b) no son ladrones de bancos y por tanto, no pueden permitirse una. [El autor de este artículo quisiera añadir, a riesgo propio, que la “guía” y el “apoyo” hallado en muchas escuelas Islámicas es muy cuestionable. Las escuelas están llenas de divisiones étnicas y económicas, haciendo caso omiso en general del bienestar del estudiante, y con una ausencia total del objetivo de establecer una atmósfera Islámica con conocimiento divino como su base educativa].





Y una vida para iniciar


Sumado a todo esto están las ansiedades “normales” que enfrenta la gente joven, y algunos problemas no tan “normales” también. Muchos entrevistados expresaron preocupación respecto a su peso, baja autoestima, presión de grupo y un profundo deseo de encajar. Otros se quejaron de la dificultad (¿imposibilidad?) de hallar la esposa correcta debido a la falta de comunidad (¡pero no yo!): Nadie conoce a nadie (o más exactamente, conocemos a mucha gente, pero no podemos encontrar la persona apropiada).





Nadie puede asumir todo este estrés. Naturalmente recurrimos a las drogas para adormecernos y elevarnos (y he aquí la personificación que hace Baudelaire del Tedio fumando una narguila) a través de las diferentes salidas de televisión, videojuegos, Internet, drogas reales y alcohol. El ciclo se hace vicioso y muchas (si no todas) de estas adicciones conducen a la exposición excesiva de imágenes sexualmente estimulantes, complicando más la situación, y llevando a consumir más drogas para adormecerse.





Esto nos lleva a un desafío de proporciones enormes que los jóvenes musulmanes enfrentan: Identidad. Básicamente, no tenemos una. Ha sido efectivamente rota en pedazos. En tales circunstancias la dificultad en contenerse uno mismo es dura en sí misma. Se convierte en casi imposible cuando (1) usted no sabe qué es realmente lo correcto y lo malo en el mundo, (2) usted tiene cero apoyo de su gran comunidad (la que, si fuera funcional, sería un paraíso en el que usted encajaría, al que pertenecería, amaría, y donde sería normal), y (3) usted ni siquiera puede hallar consuelo en casa porque no habla con sus padres y se ha convertido en un extraño en su propio hogar, y en un verdadero marciano en la sociedad en general.





Entonces, para resumir, tenemos un problema, gente. Muchos de los problemas de los jóvenes hoy día han estado presentes en cada generación de seres humanos, aunque la gente moderna tiene una habilidad para complicar las cosas. Lo que hace que nuestros problemas sean más peligrosos, y esto es lo que realmente nos marca como modernos, es que debemos enfrentarlos solos, totalmente solos, sin red de seguridad debajo y sin unos brazos abiertos esperando a atraparnos. En épocas pasadas, digamos la generación de nuestros abuelos, cuando las cosas se ponían difíciles, la fortaleza estaba en casa, esperando a ayudar.





Los jóvenes de la actualidad no tienen una línea vital a la cual aferrarse cuando su mundo se sacude. Esta línea vital es la familia. Familias fuertes crean redes fuertes. Estas redes o familias generalmente son llamadas comunidades. Esto es lo que el hombre moderno ha perdido.





Pero el hombre moderno ha perdido más que su línea vital. Ha perdido su camino por completo. Ha olvidado de dónde proviene y no puede recordar hacia dónde se dirige. Pero aquí es donde se hace fácil, o donde debería hacerse fácil, para los musulmanes, puesto que sabemos de dónde venimos, y sabemos hacia dónde nos dirigimos. No me parece coincidencia que cuando ocurre una catástrofe, Dios nos exhorta a recordarnos a nosotros mismos. De hecho, a Dios pertenecemos y en efecto, a Él regresaremos. {Éstos son quienes su Señor agraciará con el perdón y la misericordia, y son quienes siguen la guía”} [Corán 2:157]. Esa es la clave para reorientarnos a nosotros mismos, el asidero firme al cual aferrarnos.





Dios también nos dice que, contrario a lo que toda nuestra experiencia moderna nos hace creer, no estamos solos: {Y si Mis siervos te preguntan por Mí [¡Oh, Muhammad!, diles] ciertamente estoy cerca de ellos. Respondo la súplica de quien Me invoca. Que me obedezcan pues, y crean en Mí que así se encaminarán.} [Corán 2:186]





Esto ubica al individuo –no importa qué tan hundido esté en el polvo y qué tan derrotado– en una posición indiscutible de poder. El cambio vendrá cuando nos volvamos hacia nuestro Señor y pongamos nuestra confianza en Él. Sólo entonces hallaremos la fuerza de carácter para tomar los derechos que Dios nos otorga y la claridad de saber lo que son.



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