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OMAR EDWARD MOAD





El Dr. Omar Edward Moad es Profesor Asociado de Filosofía en el Departamento de Humanidades de la Universidad de Catar. Ha publicado numerosos artículos sobre filosofía islámica y epistemología moral comparada, así como un libro: Logic and Critical Thinking: An Introduction for Muslim Students (Lógica y Pensamiento Crítico: Una Introducción Para Estudiantes Musulmanes) (2017: Kazi Publications)





 








 





En un reciente Ramadán, pasé más tiempo del que debería leyendo las noticias y manteniéndome al día con el caos general de Medio Oriente. En un momento, miles de yazidíes habían huido a una montaña y estaban sitiados por Daesh (grupo EIIL, grupo Estado Islámico).[1] Según las noticias, los militares estadounidenses vinieron heroicamente a rescatarlos.[2] Entonces la historia cambió: había sido que habían muchos menos en la montaña de lo que se creía anteriormente, y la mayoría no quería irse. Todavía no sé qué sucedió realmente. ¿Hay alguna forma de saber? ¿Qué bien haría el saberlo?[3]





Aparentemente (de nuevo, según la historia), los iraquíes locales llaman a los yazidíes adoradores del diablo. Alguien me dijo que veneran a Iblis por haberse este negado a inclinarse ante Adán cuando Dios les ordenó a los ángeles que lo hicieran. El razonamiento, aparentemente, es que Iblis fue un verdadero monoteísta que no se inclinaba ante nadie más que Dios. No sé si esto es realmente lo que creen los Yazidíes. Parece que no, según esta fuente.[4]





Lo que es más interesante para mí (y más productivo para reflexionar) no es si los yazidíes creen en esto (o lo que sea que crean), sino la idea en sí misma: que la negativa de Iblis a inclinarse ante Adán no expresa su rebelión contra Dios, sino la pureza de su fe. La respuesta de los musulmanes ortodoxos a esto (como yo lo entiendo) sería que esta creencia ignora el contenido del mandato de Dios. La sumisión a Dios no es simplemente la negativa a someterse a otra cosa que no sea Él. La sumisión es un acto positivo de obediencia y, por lo tanto, requiere un comando específico—un «haz esto», de tal manera que la sumisión se haga real cuando «esto» se haga. Camina alrededor de la Kaaba siete veces, corre siete veces entre las dos colinas, arroja piedras a los pilares… inclínate ante Adán.





En este caso—el primer caso de rebelión contra Dios—el mandamiento fue inclinarse ante Adán. Suena como una idea inteligente, que la desobediencia aquí es en realidad una forma más pura de sumisión—el tipo de razonamiento que podría dar el diablo. Pero cuando Dios le pregunta, no puede ocultar su verdadero motivo: «Soy mejor que él» (Corán 38:76). Por lo tanto, cualquier pretensión que Iblis haya tenido de someterse a nada más que a Dios está expuesta. Hay algo aquí que él pone delante de Dios. Aquí está el significado real de la rebelión de Iblis, y también, en última instancia, de su noción de que la arrogancia y la irreverencia hacia el resto de la creación, y la humanidad, en particular, es de alguna manera una expresión del tawhid, o la pureza de la fe de uno en la unidad y singularidad de Dios.  A la luz de esto, es irónico que personas como Daesh estén acusando a otros de adorar al demonio.





Pero Dios ordenó a los ángeles que se inclinaran ante Adán, el primer ser humano y, por lo tanto, el padre de la humanidad. Así que dejemos de lado las fuentes de confusión. Dios no les ordenó a los ángeles que adoraran a otro fuera de Él cuando ordenó a los ángeles que se inclinaran ante Adán. Por el contrario, al inclinarse ante Adán por orden de Dios, realizaron un acto de adoración—no a Adán, sino a nadie más que a Dios. Y este acto de adoración a nadie más que a Dios se trató de una acción manifestando reverencia hacia Adán, a quien Dios decretó que la reverencia debería ser expresada, a través de una acción tan humilde como la postración. Aquellos, entonces, que acusarían a los ángeles de idolatría, por obedecer el mandato de Dios de inclinarse ante Adán, también pueden hacer la misma acusación contra aquellos que obedecen el mandato de Dios de amar al Profeta Muhammad ﷺ. Por lo tanto, no necesitamos debatir qué creen los yazidíes o qué creen los demás. En vez de eso, concentrémonos en lo que Dios manda.





Específicamente, si se ordena a los ángeles que expresen reverencia a Adán, ¿cuáles son las implicaciones para nosotros? ¿Acaso Adán no merece aún más nuestra reverencia? Por supuesto, veneramos a Adán como un profeta. Pero es importante recordar que el primer profeta también fue el primer ser humano. La humanidad y la profecía comparten la misma raíz. Esto me lleva a la conclusión de que el decreto de reverencia de Dios para Adán es al mismo tiempo un decreto de reverencia para la humanidad. ¿Es esta una conclusión apresurada? La estatura y el estatus del ser humano promedio, como tú y yo, no es equivalente al de Adán. Él fue un profeta y nosotros no lo somos. Él fue el padre de la humanidad, y nosotros solo somos sus hijos. Según algunos informes, él tenía sesenta pies de altura y nosotros seis si tenemos suerte. Pero aun así, él es la raíz de la humanidad y nosotros somos sus ramas. Su sangre corre por nuestras venas. Y, como todos los profetas, es un ejemplo para la humanidad, un modelo de humanidad dado por Dios en su forma más perfecta. Y «Dios no exige a nadie por encima de sus posibilidades» (Corán 2: 286). Entonces, un profeta en realidad no representa nada más que el potencial plenamente realizado de cualquier ser humano: lo que seríamos si fuéramos todo lo que podríamos ser. Pero, por supuesto, no somos todo lo que podríamos ser. “Que he creado al ser humano con la mejor conformación. Sin embargo, [a quien rechace el Mensaje] lo degradaré al rango más bajo» (Corán 95: 4-5). Y sin embargo, lo podríamos ser. “En cambio, a los creyentes que obran rectamente les tengo reservada una recompensa inagotable» (Corán 95: 6). Por lo tanto, el mandato de inclinarse ante Adán también es un mandato para reverenciar el potencial inherente en cada ser humano.





La reverencia por lo Divino es, por lo tanto, imposible sin la reverencia por lo humano. Del mismo modo, la verdadera reverencia por el ser humano es imposible sin la reverencia por lo Divino. En relación con esta posición, se pueden concebir dos extremos opuestos. Una es que la reverencia a Dios requiere el rechazo de la reverencia a lo humano. La otra es que la reverencia por lo humano requiere el rechazo de la reverencia por Dios. El primer extremo ha aparecido, históricamente, bajo la forma de varios llamados «fundamentalismos», tanto religiosos como seculares. Parece ser la razón implícita que motiva el extremismo takfiri. El segundo extremo es la premisa principal del «humanismo» secular que clama reverencia por la humanidad como su razón para el ateísmo y la eliminación de todas las formas de religión.





Cada uno de estos extremos tiene su dimensión epistemológica. La afirmación de que la verdadera reverencia por la humanidad requiere rechazar lo Divino está coafectada por la creencia en la autosuficiencia del intelecto humano, de tal manera que confiar en Dios en asuntos que van más allá del propio entendimiento es una humillación degradante e inadecuada para el ser humano. Por otro lado, aquellos que afirman que la verdadera reverencia hacia lo Divino requiere rechazar a lo humano, les gusta enfatizar la falibilidad del intelecto humano y luego afirman haber alcanzado un tipo de infalibilidad al eludir el intelecto y confiar exclusivamente y directamente en la revelación.





Los últimos, los llamados «fundamentalistas», están en lo correcto al señalar que el intelecto es falible. Pero lo desprestigian describiéndolo como esencialmente despreciable, y mienten cuando afirman no usarlo para entender su religión. Porque la guía de la revelación no es posible sin entender la revelación, y entender la revelación no es posible sin el intelecto. De modo que la falibilidad del intelecto conduce necesariamente a la falibilidad en nuestra comprensión de la revelación, y eso es simplemente la condición humana. Como nadie puede pretender evitar esto, la humildad epistémica es una necesidad moral. Pero como esto es muy difícil o muy atemorizante para algunas personas, recurren a pretender poder pasar por alto el intelecto humano y su falibilidad. Al hacerlo, prueban que el intelecto es falible y puede ser despreciable, pero no que tenga que serlo.





El proceder de muchos musulmanes denominados «fundamentalistas» implica reconocer que el Corán debe entenderse, pero luego afirmar que podemos aislar nuestro entendimiento de él de la falibilidad del intelecto al confiar en la Sunna, como si la Sunna misma no requiriese entendimiento. ¿Cómo es posible que un verso del Corán no pueda ser entendido sin un hadiz del Profeta ﷺ o uno de los salaf para explicarlo, sin que el hadiz que se supone que explica el verso sea entendido simplemente por sí solo? Por supuesto, todo requiere comprensión, y por lo tanto depende del intelecto humano, con toda su falibilidad. El hadiz debe ser autenticado, sus contextos entendidos, etc. Esta tarea intelectual sistemática requiere principios metodológicos que requieren una base en la razón tanto como la revelación. Simplemente no hay manera de evitarlo.





Pero la forma más fácil de ir al punto es preguntar, ¿por qué no se reveló el Islam a las piedras en lugar de a los seres humanos? No es solo porque las piedras no pueden disparar Kalashnikovs porque aparentemente pueden hacerlo. No. Lo que hace a los humanos diferentes de las piedras es el corazón y el intelecto. El mensaje de Dios se dirige al corazón a través del intelecto, con toda su falibilidad y su posible vileza. La evasión del intelecto hecha por los fundamentalistas, su pretensión de no depender de él en su comprensión de la religión, es solo la dimensión epistemológica de su evasión de la humanidad misma—su noción de que la reverencia a Dios requiere desprecio por lo humano, junto con la creación en general. Esencialmente, el «fundamentalista» pretende trascender su propia humanidad, entender el mensaje de Dios sin la ayuda de su propio intelecto falible y, básicamente, hablar directa e infaliblemente con la voz de Dios. Por supuesto, no lo dirá explícitamente, porque en cualquier caso, negará que sea él quien está hablando. Así que la increíble arrogancia de su postura está envuelta en una especie de falsa humildad. Estos no son sus pensamientos. Oh no, él no tiene pensamientos propios. Solo está «entregando el mensaje». De hecho, el intelecto es falible y puede ser despreciable.





Pero como mencionamos, este desprecio por el intelecto representa solo la dimensión epistemológica de un desprecio general por lo humano en nombre de Dios. Algunas de sus otras manifestaciones son más evidentes en el mundo musulmán de hoy. Hay una competencia en degradar y destruir a los humanos, y no solo entre los grupos militantes takfiri que ejecutan a seres humanos en video y destruyen la herencia humana. ¿Qué podemos decir acerca de los regímenes que oprimen y matan a sus propios súbditos humanos en masa, y a los eruditos «tradicionales» supuestamente moderados que guardan silencio cuando estos seres humanos son eliminados, pero luego lanzan un grito cuando los militantes takfiri arrasan con una tumba? Y se nos ha sido dicho que un solo ser humano es más sagrado que la Kaaba (Sunan Ibn Majah 3932). Está claro que el desprecio por la santidad del ser humano entre los musulmanes de hoy no se limita a una sola facción en la pequeña competencia por el poder político mediante la autoridad religiosa.





Todo esto podría llevar a uno a creer que los «humanistas» seculares en el otro extremo están en lo correcto y que la reverencia por el ser humano requiere la negación de lo Divino. Pero lo que pasan por alto es que incluso si el intelecto fuera infalible y los humanos fueran completamente racionales, no encontraríamos motivos para reverenciar a la humanidad solo por la razón. Los ángeles no pudieron encontrarlos cuando Dios les dijo que colocaría un khalifa en la tierra. «dijeron: ‘¿Pondrás en ella a quien la corrompa [devastándola] y derrame sangre siendo que nosotros te glorificamos y santificamos?'» (Corán 2:30). Dios es perfecto, y los ángeles le obedecen perfectamente. ¿Qué podría añadirse a eso al crear una criatura que puede desobedecer? ¿Por qué crearía Dios una criatura así, y además ordenaría a los ángeles que se inclinaran ante ella? Dios «dijo: ‘Yo sé lo que ustedes ignoran'» (Corán 2:30).





Si los ángeles no saben, entonces nosotros no vamos a pretender saber tampoco. Desde el punto de vista de los ángeles, con el alcance de su conocimiento, la creación del ser humano no podría servir más que para traer corrupción y destrucción. Dado lo que hemos visto y lo que vemos que es forjado hoy por nuestras propias manos sangrientas, si el propósito redentor que Dios tiene en todo esto está más allá incluso de la comprensión de los ángeles, entonces, ¿qué esperanza real alguien podría encontrar en la raza humana sin confiar ciegamente que hay algo más allá de la capacidad de uno para entender? Seguramente, solamente desde la perspectiva de la razón, la raza humana es una plaga que espera una cura. Pero Dios dice: «Yo sé lo que ustedes ignoran».





Sin embargo, el secular y autodenominado «humanista» dice: «Nadie sabe lo que yo (¿nosotros…?) no sé». Y, sin embargo, no sabe por qué no sería mejor para la raza humana nunca haber existido en absoluto. Está cada vez más convencido de que lo habría hecho. Las únicas premisas que él permitirá, como racionalmente defendibles, conducirán eventualmente e inevitablemente a la conclusión de que la vida humana carece de un valor particular que tenga mayor peso que el sufrimiento que trae. Y que sería, en cualquier medida objetiva, mejor si los seres humanos simplemente dejaran de reproducirse por completo. Esto, estadísticamente, es uno de los casos raros de una proposición moral filosófica que en realidad tiene un efecto medible en el comportamiento real de las personas en las sociedades secularizadas. Hasta aquí, entonces, el «humanismo» secular. La reverencia por lo Divino —creer en Dios y confiar en que Él tiene un plan para la humanidad más allá de nuestra comprensión— es lo único que hace posible cualquier reverencia real y honesta por la humanidad.





Con respecto al destino humano, creo que a lo que se puede llegar solo a través de la razón se expresa de manera sucinta en los versos coránicos como el que acabamos de mencionar: «Que he creado al ser humano con la mejor conformación. Sin embargo, [a quien rechace el Mensaje] lo degradaré al rango más bajo» (Corán 95: 4-5), y también, «Juro por el tiempo que los seres humanos están en la perdición»(Corán 103: 1-2). Estos expresan una comprensión perenne, compartida por personas reflexivas a lo largo de la historia, y capturada, por ejemplo, en las Cuatro Nobles Verdades del Budismo. Pero aquello a lo que se llega solo a través de la fe en Dios y la apertura a Su mensaje, se expresa en aquellos versículos que, en cada caso, son los siguientes: «En cambio, a los creyentes que obran rectamente…». Aquí, Dios nos muestra que el camino a Su promesa—cuyo misterio es conocido solo por Él, y que justifica la creación de Adán, el mandato de Dios de que los ángeles se inclinen, y la reverencia por la humanidad que esto conlleva—es el único posible humanismo genuinamente fundamentado.





Dios dijo que Él creó a la humanidad y a los genios con el único propósito de adorarlo—iman y amal Salih. Los hadices nos dicen que el valor de nuestras acciones—el estado de su virtud—descansa en las intenciones que están detrás de ellas. Y así, “Una vez establecida la diferencia entre la guía correcta y el desvío no se puede forzar a nadie a creer” (Corán 2: 256). La pureza de la intención requiere que el acto sea una elección real, libre de toda forma de compulsión—física o psicológica. Una criatura que obedece a Dios voluntariamente debe ser necesariamente una con la capacidad y la oportunidad de desobedecer voluntariamente. Cualquier intento de negar esa capacidad, entonces, equivale a un intento de obstruir al ser humano del propósito de su creación.





La libertad, en el sentido correcto, es, por lo tanto, una condición necesaria de cualquier valor moral humano. En pocas palabras, las personas no pueden ser forzadas a ser buenas, ni manipuladas para ser buenas, o lavadas el cerebro para ser buenas. Por supuesto, pueden ser forzadas, manipuladas, lavadas el cerebro o ser obligadas a hacer lo que tendría un valor moral real si así lo decidieran libremente. Pero hacerlo bajo coerción sería moralmente inútil. Esta es la premisa de lo que puede ser llamado el liberalismo del Islam. Utilizo el término «liberalismo» aquí en la medida en que ha sido utilizado para referirse a una idea similar expresada por algunos pensadores europeos modernos, especialmente Kant (f. 1804). Sin embargo, debemos diferir de él, junto con muchas tendencias del pensamiento moderno sobre esta cuestión, afirmando también que la libertad por sí sola no es una condición suficiente para cualquier valor moral humano.





¿Qué queremos decir con esto? Primero, estamos de acuerdo en que ningún acto de ningún valor moral puede ser realizado si no es hecho mediante una elección autónoma y voluntaria. Segundo, de esto se deduce que cualquier acto hecho con la intención de violar injustamente la autonomía de otro está incorrecto. Sin embargo, diferimos en la idea de que esto agota las consideraciones moralmente significativas. Un acto puede ser hecho libremente, no violar la libertad de nadie más, y aún así ser moralmente sin valor o incorrecto. Esto es lo que quiero decir al decir que, si bien la libertad es una condición necesaria para cualquier valor moral humano, no es una condición suficiente para ningún valor moral humano. Otra forma de decir esto es que, si bien el valor de la acción de uno depende de que sea realizada libremente, el valor de la libertad de uno depende de lo que uno hace con ella. El respeto a la autonomía humana, entonces, no se desprende de que la libertad sea un valor incondicional, porque no es un valor incondicional. Se desprende, más bien, de que la libertad es incondicionalmente necesaria para que el acto humano tenga algún valor en absoluto.





Al afirmar esto, me estoy oponiendo a la tendencia común en Occidente de reducir toda moralidad al principio de autonomía, de consagrar la libertad como el único valor moral objetivo, y de relegar a todas las demás consideraciones morales como preferencias individuales meramente subjetivas o «fetiches» culturalmente relativos. Esto es crucial para distinguir el verdadero liberalismo islámico de las líneas dominantes del liberalismo occidental que, en mi opinión, son en última instancia vacías, incoherentes y, por lo tanto, imposibles de realizar en la práctica. Por lo tanto, cuando hablo de liberalismo islámico, no significa nada de lo que actualmente se está comercializando como «Islam liberal».





El hecho de tener la capacidad de elegir puede solamente ser objetivamente valioso y significativo si es el caso de que algunas elecciones concretas sean objetivamente mejores que otras. Si todas las elecciones concretas son tenidas en cuenta como moralmente equivalentes por cualquier estándar objetivo—es decir, si el valor de cualquier elección concreta es simplemente una cuestión subjetiva—entonces no hay un valor objetivo en ser capaz de elegir. Al consagrar erróneamente a la autonomía como el único valor moral objetivo, el liberalismo occidental nos ha declarado libres, mientras que la libertad, junto con nuestras vidas, finalmente carece de significado.





Pero para ser justos, el tipo de liberalismo al que me opongo aquí no considera directamente todas las opciones concretas como moralmente equivalentes. Lo que afirma es que la única medida objetiva del valor moral de una elección concreta reside en la cuestión de si la elección viola el principio de autonomía. En pocas palabras, lo único que hace que cualquier acción sea objetivamente incorrecta es que restringiera injustamente la libertad de actuar de otra persona; y la única medida objetiva de su bien es el grado en que expande la libertad de actuar, sin, por supuesto, restringirla injustamente. Esto implica que la única norma objetiva mediante la cual distinguir una restricción justa de la libertad de una restricción injusta reside, nuevamente, en si la restricción en cuestión implica un acto que restringiría injustamente la libertad de los demás. En otras palabras, la única justificación para limitar los derechos de cualquier persona es proteger los derechos de los demás. Ya podemos ver cómo esto conducirá a la circularidad, sin proporcionar una definición real de qué derechos son universales. Esencialmente, esta es la razón por la cual esta forma de liberalismo resulta teóricamente incoherente y prácticamente imposible.





Hay varias respuestas a este problema ofrecido, y para ser justos, uno tendría que tratar a cada una en detalle para argumentar que el problema es insoluble. Pero eso sería una larga discusión fuera del alcance de lo que puedo hacer aquí. Permítanme, entonces, articular simplemente la siguiente posición, al exponer una defensa inicial y aclaración de lo que considero que es el «liberalismo islámico». La única manera de definir de manera suficiente y coherente los límites justos de la libertad individual, es por referencia a una concepción objetiva y sustantiva del bien, la cual no es reducible solo al valor de la libertad, y cuya validez no depende de la mera preferencia subjetiva. En otras palabras, John Stuart Mill (f. 1873) se equivocó al afirmar que la única medida del valor de cualquier cosa es si alguien lo desea. E Immanuel Kant (f. 1804) fue excesivo cuando afirmó que su imperativo categórico era suficiente para resolver todas las cuestiones morales reales.





Esto es solo una introducción a lo que veo como el proyecto crucial de definir y defender la naturaleza de un «liberalismo islámico» contra las versiones equivocadas, incoherentes y eventualmente imperialistas y destructivas del liberalismo que actualmente dominan la cultura occidental. Por supuesto, este proyecto requiere una demostración más detallada de las falacias de estos falsos liberalismos que la que he tenido ocasión de presentar aquí. Más importante aún, las implicaciones prácticas, éticas y políticas del liberalismo islámico deben ser explicadas con mayor detalle. Esto significa que un conjunto completo y claro de principios para distinguir las restricciones de libertad justas de injustas debe basarse en una concepción islámica sustantiva del bien. In addition, there are various concepts of freedom, autonomy, and agency that need to be distinguished and clarified in terms of their relation to contingent material conditions of life, and their particular moral salience with regard to first-order moral judgments. Además, hay varios conceptos de libertad, autonomía y acción que deben distinguirse y aclararse en términos de su relación con las condiciones materiales contingentes de la vida y su particular importancia moral con respecto a los juicios morales de primer orden. Este trabajo será crucial, no solo para defender la integridad del Islam de nociones destructivas e incoherentes de libertad, sino también para aclarar y defender el legítimo valor de la libertad humana bajo un liberalismo islámico, a un mundo musulmán que, lamentablemente pero sin duda, parece grave y peligrosamente ajeno a ello.





 





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FUENTE: YAQEEN INSTITUTE FOR ISLAMIC RESEARCH




 



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