Habiendo sido inquirido repetidas veces acerca de cómo y por qué me hice musulmán, he decidido contar la historia una última vez, pero esta vez sobre papel. Sin embargo, siento que las historias de conversión son inútiles a menos que estén acompañadas por las lecciones aprendidas, de modo que comenzaré con ellas.
Sin duda alguna, existe cierta fascinación en cuanto a las historias de conversión, y con razón. Generalmente, involucran sucesos trascendentales que modifican vidas dramáticamente, lo suficiente como para conmocionar al converso y llevarlo del mundo materialista hacia el espiritual. Quienes experimentan tales dramas son colocados por primera vez cara a cara con los motivos más grandes de la existencia, forzándolos a cuestionarse “el propósito de la vida”, “¿quién nos creó?” y “¿por qué estamos aquí?” Sin embargo hay otros elementos comunes a las historias de “conversión”; uno de ellos es que la conversa o converso relata al recordar que en tales momentos se siente verdadera humildad, y la mayoría admite haber rezado con auténtica sinceridad por primera vez en sus vidas. He sido intrigado por estos factores comunes, y he notado enseñanzas significativas en ellos. La primera es que la mayoría de los conversos que pasaron situaciones de pánico o que se sintieron a prueba le rezaron a Dios directamente, sin intermediarios ni distracciones. Por ejemplo, incluso en el caso de quienes pasaron todas sus vidas creyendo en la Trinidad, al confrontarse con una catástrofe, de forma instintiva y reflexiva le rezaron a Dios, jamás al resto de los elementos propuestos por la trinidad.
Déjenme contarles una historia como ejemplo. Un conocido evangélico de la televisión tuvo en su programa a una señora para que relatara su historia de conversión cristiana de “volver a nacer”, el que trataba acerca de un terrible naufragio del cual ella fue la única sobreviviente. La señora relató cómo durante sus días y noches de lucha por sobrevivir ante la rudeza del océano Dios le habló, Dios la guió, Dios la protegió, etc. (ustedes se darán una idea). Entre los cinco a diez minutos que duró su narración, que efectivamente fue dramática y cautivante, relató cómo Dios hizo eso, Dios hizo aquello, y cómo en busca de Su favor, le rogó a Dios y a Dios solamente. No obstante, cuando fue rescatada por una embarcación que casualmente pasó por allí, describió cómo en el minuto en que pisó la cubierta del barco alzó sus brazos al cielo y gritó: “Gracias Jesús”.
Pues bien, hay una lección ahí, y está relacionada a la sinceridad. Bajo circunstancias de pánico y tensión, instintivamente las personas le rezan a Dios directamente; una vez que se sienten a salvo y seguras, habitualmente retoman las costumbres de sus credos, y muchas de éstas (sino la mayoría) están desviadas. Sabemos que muchos cristianos equiparan a Jesús con Dios, y para aquellos a quienes les gustaría refutar este punto, tan sólo les sugiero que lean mi libro sobre el tema, titulado “El Primer y Último Mandamiento” (de la editorial Amana Publications). Al resto, continuaré simplemente diciéndoles que la verdadera pregunta es: ¿quién es el que realmente consigue la salvación? Existen incontables historias de conversión, todas se refieren a cómo el Dios de tal o cual religión salvó a la persona en cuestión, y todos esos conversos conciben su verdad debido a la naturaleza del milagro de su salvación. Pero ya que hay únicamente Un Dios, y por lo tanto únicamente una religión absolutamente verdadera, el meollo de la cuestión es que solamente un grupo puede estar en lo cierto, mientras que los otros se hallan en una ilusión y viviendo milagros personales que les confirman el desengaño más que la verdad. Así es como Dios enseña en el Sagrado Corán:
“…En verdad Dios extravía a quien quiere, y guía hacia Él a quien se arrepiente [y busca Su complacencia]”. (Corán 13:27)
“En cuanto a quienes creyeron y se aferraron a Dios, Él tendrá compasión de ellos, les agraciará y les guiará por el sendero recto”. (Corán 4:175)
En cuanto a los descarriados en el desengaño, permanecerán apartados ya que esa es su elección.
La fuerza de la fe no debe ser subestimada, aún si esta fe está equivocada. ¿Quién se volverá musulmán basándose en la historia de mi conversión? Solamente una persona… yo. Los musulmanes pueden descubrir cierto incentivo en mi historia si bien otros persistirán vacíos, al igual que los musulmanes que suspiran y mueven sus cabezas exasperados (en desaprobación) al escuchar relatos milagrosos posteriores a oraciones encaminadas a santos patronos, miembros de la Trinidad u otras distracciones en vez del Dios Único y Verdadero. ¿Si se le reza a algo o alguien además de nuestro Creador, quién responderá a dichas oraciones? ¿Podría tratarse de alguien interesado en mantener a los descarriados en su engaño? ¿Alguien cuyo propósito sea guiar a la humanidad hacia el mal camino?
Como sea, una persona elige responder tales preguntas; esos son los asuntos mencionados exhaustivamente en “El Primer y Último Mandamiento”, de manera que los interesados podrán investigar. No obstante, por ahora contaré mi historia.
Cuando nació mi segunda hija, en el invierno de 1990, fue rápidamente trasladada de la sala de partos a la unidad neonatal de cuidados intensivos, donde se le diagnosticó contracción de la aorta. Esto significa un estrechamiento crítico en el vaso principal del corazón. De pies a cabeza el color de su piel era gris plomo azulado, su cuerpo no recibía suficiente sangre, así que sus tejidos se estaban asfixiando. Cuando supe el diagnóstico quedé devastado. Siendo médico, entendía que esto representaba una cirugía torácica de emergencia, con pocas posibilidades de supervivencia a largo plazo.
Un cirujano cardiotorácico de consulta, del otro lado del pueblo, fue llamado al hospital pediátrico en Washington D.C., y con su llegada se me pidió que me retirara de la unidad de cuidados intensivos ya que me encontraba excesivamente emotivo. Sin compañía alguna salvo mis miedos y sin sitio alguno que me contuviera mientras aguardaba el resultado de la observación del médico, me dirigí a la sala de oración del hospital, donde me desplomé sobre mis rodillas. Por primera vez en mi vida recé con sinceridad y compromiso. Habiendo sido ateo toda mi vida, esa fue la primera vez que reconocí a Dios, diría incluso que parcialmente. Digo parcialmente, porque aún en ese momento de pánico no creía completamente, y recé una oración algo escéptica en la que le prometí a Dios, si es que había un Dios, que si salvaba a mi hija yo entonces buscaría y practicaría la religión que más Le complaciera. Diez o quince minutos después, cuando regresé a la UCI neonatal, quedé conmocionado cuando el médico consulto me dijo que mi hija estaría bien. Tal como había dicho, luego de dos días su situación se resolvió sin medicina ni cirugía, y de hecho creció como una niña absolutamente normal.
Sí, sé que hay una explicación médica para ello. Como dije, soy médico. Cuando el médico consulto me explicó sobre la manifestación de un ducto arterioso permeable, baja oxigenación y eventualmente una resolución espontánea, comprendí. Simplemente no lo creía, menos aún el especialista de UCI neonatal que había hecho el diagnóstico. Todavía recuerdo verlo de pie, mudo y con su cara en blanco. Con todo, al final el médico consulto estuvo en lo cierto y la condición retrocedió espontáneamente, y mi hija, Hannah, dejó el hospital como una bebé normal en todos los aspectos. Muchos de los que le hacen promesas a Dios en momentos de pánico encuentran o inventan excusas para librarse de su parte del compromiso en cuanto pasa el peligro. Como ateo, hubiese sido fácil mantener mi incredulidad atribuyendo la recuperación de mi hija a la explicación médica en vez de Dios. No pude. Se tomó un ultrasonido cardíaco antes y después, mostrando la compresión un día y su desaparición en el próximo; y en lo único en que podía pensar era que Dios había cumplido con su parte del trato y que yo debía cumplir con la mía. Aún habiendo una explicación médica adecuada, eso también se encontraba bajo el control de Dios Todopoderoso, de modo que Dios eligió efectuar Su decreto. Había respondido a mi oración. Punto. No acepté otra explicación entonces y no la aceptaré ahora.
En los años que siguieron, aunque me esforcé por cumplir con mi parte del compromiso, fallé. Estudié judaísmo y un sinnúmero de sectas cristianas, pero nunca sentía que había encontrado la verdad. Luego, asistí a una gran variedad de iglesias cristianas, pasando el período más largo de tiempo con la Iglesia Católica Apostólica Romana. Sin embargo, no acepté la fe cristiana. Jamás pude, por la simple razón de que no podía conciliar las enseñanzas bíblicas de Jesús con las enseñanzas de las diversas sectas del cristianismo. Al final solamente me quedé en casa y leí; fue en aquel entonces cuando me presentaron el Sagrado Corán y la biografía de Muhammad escrita por Martin Lings, titulada “Muhammad, su vida basada en las fuentes más antiguas”.
Durante mis años de estudio había encontrado en las escrituras judías la mención de tres profetas que seguirían a Moisés. Siendo Juan el Bautista y Jesucristo dos de ellos, de acuerdo al Antiguo Testamento, faltaba uno; mientras que en el Nuevo Testamento el mismísimo Jesucristo se refirió a un profeta final al que se debía seguir. No fue hasta que descubrí la enseñanza del Sagrado Corán respecto a la unicidad de Dios, tal como Moisés y Jesucristo habían señalado, que comencé a considerar a Muhammad como el profeta final presagiado; y no fue hasta que leí la biografía de Muhammad que me convencí. Y cuando me convencí, repentinamente todo pasó a tener sentido. La continuidad en la cadena de profetas y revelaciones, la Unidad de Dios Todopoderoso y la culminación de la revelación en el Sagrado Corán repentinamente cobraron sentido, y a partir de ese instante me volví musulmán.
Muy listo, ¿eh? No, para nada. Me equivocaría enormemente si creyera que lo deduje por mi cuenta. Una de las lecciones que he aprendido en estos diez años como musulmán es que hay muchas personas mucho más inteligentes que yo; excepto quienes todavía no han descubierto la verdad del Islam. En realidad, no es una cuestión de inteligencia sino de esclarecimiento, pues Allah reveló que quienes descrean permanecerán en la incredulidad, aún habiendo sido advertidos, ya que el castigo por haber negado a Allah es que les serán negados los tesoros de Su verdad. Así indica Allah en el Sagrado Corán:
“Por cierto que a los incrédulos les da lo mismo que les adviertas o no. No creerán. Dios ha sellado sus corazones y sus oídos, sus ojos están tapados y recibirán un castigo terrible”. (Corán 2:6-7)
Por otro lado, las buenas noticias son que...
“…Quien crea en Dios, Él guiará su corazón”. (Corán 64:11)
“…Dios elige [para que acepte la fe] a quien quiere, y guía hacia Él a quien se arrepiente”. (Corán 42:13)
…Y:
“…Dios guía a quien Él quiere hacia el sendero recto”. (Corán 24:46)