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El Faraón y la mayoría de la gente de Egipto se negaron a creer en las señales. Dios envió repetidamente sus castigos y la gente apeló a Moisés, con la promesa de adorar sólo a Dios y liberar a los hijos de Israel, pero una y otra vez, rompieron sus promesas. Finalmente, Dios retiró Su misericordia y dio la orden a Moisés de conducir a su pueblo fuera de Egipto.





Pero cada vez que apartamos de ellos el castigo hasta un plazo que habíamos decretado [para castigarles nuevamente] no cumplieron lo pactado. Entonces nos vengamos de ellos y los ahogamos en el mar, porque ellos habían desmentido Nuestros signos y por haberse mostrado indiferentes. (Corán 7: 135-136)





Los espías del Faraón supieron de inmediato que algo importante estaba ocurriendo y el Faraón llamó a una reunión a sus asesores de mayor confianza. Ellos decidieron reunir todas las fuerzas armadas para perseguir a los esclavos fugitivos. Reunir al ejército les tomó toda la noche y el ejército del Faraón no dejó los confines de la ciudad hasta el amanecer.





El ejército del Faraón marchó hacia el desierto. No pasó mucho tiempo antes que los hijos de Israel pudieran mirar atrás en la distancia y ver el polvo levantado por el ejército que se les acercaba. Tampoco fue mucho antes de que las primeras filas de los hijos de Israel hubieran llegado a orillas del Mar Rojo.





Los hijos de Israel estaban atrapados. Frente a ellos estaba el Mar Rojo y a sus espaldas estaba el ejército vengador. El miedo y el pánico comenzaron a extenderse entre sus filas. Apelaron a Moisés. Moisés había estado caminando en la parte posterior de su pueblo fugitivo, podía ver al ejército acercarse. Se hizo camino a través de las filas hasta la orilla del mar. Caminó entre su gente disipando sus temores y recordándoles que mantuvieran la fe para seguir confiando en que Dios no los defraudaría.





Moisés se detuvo a orillas del Mar Rojo y oteó el horizonte. Ibn Kazir narra que Josué se dirigió a Moisés y dijo: “Frente a nosotros hay una barrera infranqueable, el mar, y detrás está el ejército; ¡sin duda no podemos evitar la muerte!” Moisés no se dejó llevar por el pánico, permaneció de pie en silencio y esperó que Dios mantuviera Su promesa de liberar a los hijos de Israel.





En ese momento, cuando el pánico se apoderó de los hijos de Israel, Dios inspiró a Moisés que golpeara el mar con su bastón. Él hizo lo que se le había ordenado. Un fuerte viento comenzó a soplar, el mar comenzó a girar y girar, y de repente se abrió para revelar un camino. El fondo del mar se secó lo suficiente para que la gente pudiera caminar por él.





Moisés comenzó a dirigir a la gente a través del corredor seco en medio del mar. Esperó a que la última persona comenzara a caminar por el mar antes de volverse para mirar al ejército que se acercaba, y luego siguió a su pueblo a través del lecho marino. Al llegar al otro lado, el pánico y el miedo comenzaron a abrumar a los hijos de Israel. Volvieron a rogar y a suplicar a Moisés para que cerrara el corredor. Moisés se negó, el plan de Dios ya estaba en marcha y él confiaba en que los hijos de Israel estarían a salvo a pesar que el ejército del Faraón los había seguido por el corredor del lecho marino desecado.





Hicimos que los Hijos de Israel cruzaran el mar. Y los persiguieron el Faraón y su ejército injustamente, empujados por el odio. Y cuando [el Faraón] sintió que se ahogaba indefectiblemente dijo: Creo en una única divinidad como lo hace el pueblo de Israel, y a Él me someto. ¿Recién ahora crees, luego de haber desobedecido y haberte contado entre los corruptores? Conservaremos tu cuerpo y te convertirás en un signo para que las generaciones que te sucedan reflexionen. Por cierto que muchos de los hombres son indiferentes a Nuestros signos. (Corán10:90-92)





Ibn Kazir describe así la muerte del Faraón: “Cayó el telón sobre la tiranía del Faraón, y las olas arrojaron su cadáver a la orilla occidental del mar. Los egipcios lo vieron y supieron que el dios al que adoraban y obedecían era sólo un hombre que no podía alejar la muerte de su propio cuello.” Cuando el Faraón tuvo poder, riqueza, salud y fortaleza, se negó a reconocer a Dios, pero cuando vio la muerte aproximándosele, clamó a Dios con miedo y horror. Si la humanidad recuerda a Dios en épocas de calma, Dios recordará incluso al más humilde de los seres humanos en épocas de emergencia.





Generaciones de opresión habían dejado una marca indeleble en los hijos de Israel. Años de humillación y de miedo constante los había convertido en ignorantes y obstinados. Muchos de ellos habían sido privados de comodidades y lujos todas sus vidas. Anhelaban algo que fuera una señal de riqueza o materialismo. Los hijos de Israel creían en Dios, y acababan de presenciar los milagros más sorprendentes y las señales del poder de Dios, pero aún codiciaban un ídolo que vieron en su viaje fuera de Egipto.





Hicimos que los Hijos de Israel cruzaran el mar, y cuando llegaron a un pueblo que se prosternaba ante los ídolos dijeron: ¡Oh, Moisés! Permítenos adorar ídolos como lo hacen ellos. Dijo: Vosotros, en verdad, sois un pueblo de ignorantes. Ciertamente aquello en lo que creen será destruido y sus obras habrán sido en vano.





Dijo: ¿Cómo podría admitir que adoréis a ídolos en vez de Dios, cuando Él os ha preferido [enviándoos un Profeta] a vuestros contemporáneos?





Recordad cuando os salvamos del Faraón y su ejército, quienes os castigaban sin piedad, matando a vuestros hijos y dejando con vida a las mujeres; en esto hubo una dura prueba de vuestro Señor. (Corán 7: 138-141)





Dios ha favorecido a los hijos de Israel. Fueron conducidos a salvo fuera de Egipto y presenciaron el ahogamiento de su cruel gobernante, el Faraón. Cuando necesitaron agua, Dios ordenó a Moisés que golpeara una roca, que se abrió en doce fuentes para las doce tribus, de modo que no hubiera disputa entre ellas. Dios también envió nubes para protegerlos del sol abrasador, y para calmar su hambre les envió un alimento especial y delicioso llamado maná, además de codornices. Lamentablemente, a pesar de la generosidad de Dios, muchos de los hijos de Israel se quejaron y anhelaron la comida que solían comer en Egipto, cebollas, ajos, fríjoles y lentejas.





Moisés advirtió a su pueblo y les recordó que acababan de salir de una vida de degradación y humillación. Les preguntó por qué lloraban por las peores provisiones cuando Dios les estaba otorgando las mejores. Moisés dijo: “¿Es que queréis cambiar lo mejor por lo peor? Dirigíos a Egipto que allí tendréis lo que pedís.” (Corán 2: 61). Dios estaba brindándoles regalos y facilitándoles la vida a los hijos de Israel mientras ellos hacían su viaje hacia la tierra prometida, pero ellos eran un pueblo quebrantado, incapaz de mantenerse alejado del pecado y la corrupción.





Salieron bajo el amparo de la oscuridad, llevando sus escasas pertenencias, y se dirigieron por el desierto hacia el Mar Rojo. Cuando llegaron al mar, el ejército del Faraón los perseguía de cerca, el pueblo de Moisés podía ver el polvo levantado por el ejército acercándose. Miraron al mar frente a ellos y se sintieron atrapados. Por voluntad y con permiso de Dios, Moisés golpeó el mar con su vara y éste se abrió revelando un camino. Los hijos de Israel caminaron por el lecho marino. Cuando la última persona cruzó a salvo, el mar volvió a su lugar y ahogó al ejército de Egipto, incluyendo al tiránico Faraón.





Los hijos de Israel fueron un pueblo oprimido y humillado durante mucho tiempo. Muchas generaciones habían vivido bajo el yugo del Faraón. Se habían convertido en un pueblo hostil. Siempre esperando lo peor. Anhelando siempre las cosas buenas de este mundo. El sentido del honor y la confianza en sí mismos se había erosionado. Durante su viaje fuera de Egipto hacia la tierra prometida, hubo una gran oportunidad para que sus defectos de carácter se hicieran obvios. Los hijos de Israel fueron ingratos con Dios, a pesar de Su cuidado y atención hacia ellos. Eran incapaces de comportarse con sumisión y aceptar la voluntad de Dios.





Cuando los hijos de Israel llegaron a un pueblo que adoraba ídolos, su afán de ser como esas personas que parecían ser felices se hizo manifiesto y le pidieron a Moisés que los dejara tener un ídolo, olvidando por completo los milagros de Dios que habían presenciado. Cuando Dios los proveyó con comida deliciosa que era desconocida para ellos se quejaron, deseando la comida inferior a la que estaban acostumbrados. Cuando Moisés los mandó a marchar contra una ciudad y derrotar a los cananeos se negaron, en su mayoría por miedo, y así desobedecieron las órdenes de Dios. Ibn Kazir narra que Moisés sólo pudo encontrar dos hombres dispuestos a luchar.





“Dijo: ‘¡Señor mío! Sólo tengo control de mis actos y autoridad sobre mi hermano; apártanos, pues, de los extraviados’. Dijo [Dios a Moisés]: ‘Les estará prohibida [la entrada en la Tierra Santa] durante cuarenta años, tiempo en el que vagarán por la Tierra. No te aflijas por quienes se desviaron’”. (Corán 5:25-26)





Los “días de vagar” comenzaron. Cada día era como el anterior. La gente viajaba sin un destino en mente. Eventualmente, entraron al Sinaí, Moisés lo reconoció como el lugar donde había hablado con Dios antes de que su gran viaje a Egipto comenzara. Dios le ordenó a Moisés que ayunara, como purificación, durante 30 días y luego añadió 10 días más. Después que el ayuno terminó, Moisés estaba listo para comunicarse de nuevo con Dios.





“Y convocamos a Moisés durante treinta noches, pero luego extendimos [la cita] otras diez noches más, y el encuentro con su Señor duró cuarenta noches. Y [antes de partir hacia Él] Moisés dijo a su hermano Aarón: ‘Remplázame ante mi pueblo y ordena el bien, y no sigas el sendero de los corruptores’. Y cuando Moisés acudió al encuentro y su Señor le habló, [Moisés] le pidió: ‘Muéstrate para que pueda verte’. Dijo [Allah]: ‘No lo resistirías. Observa la montaña, si permanece firme en su lugar [después de mostrarme a ella], pues entonces tú también podrás verme’. Pero cuando su Señor se mostró a la montaña, ésta se convirtió en polvo, y Moisés cayó inconsciente. Cuando volvió en sí exclamó: ‘¡Glorificado seas! Me arrepiento y soy el primero en creer en Ti’. Dijo: ‘¡Oh, Moisés! Ciertamente te he distinguido entre los hombres con la profecía y por haberte hablado directamente. Aférrate a lo que te he revelado y sé de los agradecidos’”. (Corán 7:142-144)





Dios le dio a Moisés dos tablas de piedra, con los Diez Mandamientos escritos sobre ellas. Estos mandamientos forman la base de la ley judía, la Tora, y son normas morales que siguen siendo establecidas por las iglesias cristianas. Ibn Kazir y los sabios del Islam afirman que los Diez Mandamientos están reiterados en dos versículos del Corán:





Diles: Venid que os informaré lo que vuestro Señor os ha prohibido: No debéis asociarle nada y seréis benevolentes con vuestros padres, no mataréis a vuestros hijos por temor a la pobreza, Nosotros Nos encargamos de vuestro sustento y el de ellos, no debéis acercaros al pecado, tanto en público como en privado, y no mataréis a nadie que Dios prohibió matar, salvo que sea con justo derecho. Esto es lo que os ha ordenado para que razonéis. No os apropiaréis de los bienes del huérfano si no es para su propio beneficio [del huérfano] hasta que alcance la madurez; mediréis y pesaréis con equidad. No imponemos a nadie una carga mayor de la que puede soportar. Cuando habléis [para declarar o decir algo] deberéis ser justos, aunque se trate en contra de un pariente, y cumpliréis vuestro compromiso con Dios. Esto es lo que os ha ordenado para que recapacitéis”. (Corán 6:151-152)





Moisés había estado ausente durante 40 días. Su pueblo se había inquietado, eran como niños, quejándose y actuando de manera impulsiva. Ibn Kazir describe su descenso hacia el imperdonable pecado de la idolatría: “As-Samiri, un hombre que se inclinaba hacia el mal, sugirió que debían encontrar otra guía, pues Moisés había roto su promesa. Él les dijo: ‘A fin de hallar la guía verdadera, necesitan un dios, y yo voy a darles uno’. De modo que recolectó todo el oro y las joyas de ellos, y los fundió. Durante el proceso, lanzó un puñado de polvo de oro, actuando como un mago para impresionar a los ignorantes. A partir del metal fundido, hizo un becerro de oro. Era hueco, y cuando el viento pasaba a través de él, producía un sonido”.





Era como si hubiera conseguido hacerles un dios viviente. El hermano de Moisés, Aarón, tuvo miedo de enfrentarse a la gente, pero cuando vio el ídolo y se dio cuenta de que se estaba cometiendo un pecado grave, habló. Le recordó a la gente que debían adorar sólo a Dios y les advirtió de las graves consecuencias de sus actos, tanto de Moisés a su regreso como de Dios mismo. Aquellos que permanecieron fieles a su creencia en Dios se apartaron de aquellos que adoraron al ídolo. Cuando Moisés regresó con su pueblo, los vio cantando y bailando alrededor del becerro de oro. Estaba furioso.





Moisés no podía creer lo que veían sus ojos, a pesar que Dios le había advertido que un castigo severo estaba por caer sobre su pueblo por adorar al becerro de oro. El corazón de Moisés estaba lleno de vergüenza y de ira. Su propio pueblo había sido testigo del poder y la majestad de Dios, sin embargo actuaban de forma hostil y sin temor al castigo de Dios.





“Dijo [Allah]: Por cierto que hemos puesto a prueba a tu pueblo después de que les dejaste, y el samaritano les extravió [exhortándoles a adorar el becerro]. Y cuando Moisés regresó ante su pueblo airado y apenado, les dijo: ¡Oh, pueblo mío! ¿Acaso vuestro Señor no os ha hecho una hermosa promesa? ¿Es que os parece que me ausenté por mucho tiempo? ¿Acaso queréis que la ira de vuestro Señor se desate sobre vosotros, y por ello quebrantasteis la promesa que me hicisteis?” (Corán 20:85-86)





Moisés se volvió hacia su hermano Aarón, se enojó y lo tomó por la barba acercándolo de cabeza hacia él. Le gritó a su hermano Aarón exigiéndole que explicara por qué había desobedecido las instrucciones que le había dado, y por qué había permitido que As Samiri engañara a los hijos de Israel. Aarón le explicó que la gente no lo había escuchado y habían estado a punto de matarlo. Pidió a Moisés que no permitiera que los idólatras los separaran. Aarón no era tan fuerte y poderoso como su hermano y temía no ser capaz de controlar a los hijos de Israel, por lo que había esperado el regreso de su hermano Moisés.





La promesa de Dios es verdadera y su castigo no se hizo esperar. Moisés se enfrentó con As Samiri y lo envió al exilio.





Dijo [Moisés]: Aléjate de nosotros; ciertamente tu castigo en esta vida será vivir sólo, sin que nadie se te acerque, y [en la otra] te aguarda una cita ineludible [el Día del Juicio]. Y observa [lo que haremos con] lo que consideraste tu divinidad, y a lo cual has adorado: Lo quemaremos y esparciremos sus restos en el mar. Ciertamente vuestra única divinidad es Allah. No existe nada ni nadie con derecho a ser adorado salvo Él, y todo lo abarca con Su conocimiento. (Corán 20:97-98)





El castigo impuesto a los idólatras fue severo.





Y cuando Moisés dijo a su pueblo: ¡Oh, pueblo mío! Ciertamente habéis sido injustos con vosotros mismos al tomar el becerro [como objeto de adoración]. Arrepentíos ante vuestro Señor y mataos unos a otros [ejecutando a quienes adoraron el becerro]. Ello será lo mejor para vosotros ante vuestro Creador. Así os perdonará, pues Él es Indulgente, Misericordioso.  (Corán 2:54)





Dios es el Más Misericordioso y perdona. Después que los hijos de Israel se habían purificado y habían ejecutado a los idólatras, Dios aceptó su arrepentimiento. Incluso después de su continua hostilidad y obstinación, los hijos de Israel sintieron de nuevo la gracia de Dios sobre ellos.





Moisés escogió entonces a 70 hombres entre los más piadosos de los hijos de Israel. Regresó con ellos al Monte Tur. Eran una delegación con la intención de pedir perdón a Dios por su comportamiento. Se quedaron atrás y Moisés se perdió entre la neblina para hablar con Dios mientras los ancianos esperaban. Cuando regresó a ellos, en lugar de sentirse arrepentidos y pedirle disculpas a Moisés, le informaron que realmente no lo seguirían hasta que vieran a Dios con sus propios ojos.





¡Oh, Moisés! No creeremos en ti hasta que veamos a Dios en forma manifiesta. (Corán 2:55)





La tierra tembló y los 70 hombres fueron alcanzados por un rayo. Cayeron muertos al suelo. Moisés quedó atónito. De inmediato se preguntó qué le diría a los hijos de Israel. Estos 70 hombres eran los mejores entre su pueblo; Moisés sintió que ahora los hijos de Israel no tenían esperanza. Acudió a Dios.





Y Moisés eligió entre su pueblo a setenta hombres para que se encontrasen con Nosotros, y cuando les azotó un violento temblor, [Moisés] exclamó: ¡Señor mío! Si hubieras querido les habrías aniquilado antes, y a mí también. ¿Acaso nos aniquilarás por lo que han cometido los necios que hay entre nosotros? Ciertamente esto [el becerro] no es sino una prueba con la que extravías y guías a quien quieres. Tú eres nuestro protector, perdónanos y ten misericordia de nosotros; Tú eres el más Indulgente. Y concédenos el bienestar en esta vida y en la otra; ciertamente nosotros nos hemos arrepentido. Dijo [Dios]: Azoto con Mi castigo a quien quiero, pero sabed que Mi misericordia lo abarca todo, y se la concederé a los piadosos que pagan el Zakat y creen en Nuestros signos. (Corán 7:155-156)





Dios es en verdad el Más Misericordioso y Su misericordia abarca todas las cosas. Cuando Moisés suplicó a Dios, Él resucitó a los 70 ancianos muertos. Por muchos años, los hijos de Israel vagaron por el desierto y tierras baldías. El profeta Moisés sufrió mucho a manos de ellos. Soportó su amotinamiento, hostilidad, ignorancia e idolatría, y ellos incluso le causaron daños personales. Sufrió sólo por causa de agradar a Dios. Después de muchos años, el profeta Aarón murió, de modo que Moisés estaba finalmente sin su mayor apoyo. Sin embargo, se mantuvo firme, continuó en el desierto sin alcanzar nunca la tierra prometida. Moisés murió, rodeado aún por los hostiles hijos de Israel. Rodeado por la gente que se negó a ver los milagros que tenían ante sus ojos, a pesar que Dios en Su misericordia continuaba dándoles oportunidad tras oportunidad.





En las tradiciones del profeta Muhámmad, que Dios lo bendiga, se cuenta la muerte del profeta Moisés: “El ángel de la muerte fue enviado a Moisés. Cuando llegó, Moisés le dio un puñetazo en el ojo. El ángel regresó a su Señor diciendo: ‘Me has enviado a un siervo que no desea morir.’ Dios dijo: ‘Regresa con él y dile que ponga su mano sobre el lomo de un buey y que por cada pelo que quede bajo ella, le otorgaré un año de vida.’ Moisés dijo: ‘¡Oh Señor!, ¿qué pasará después?’ Dios contestó: ‘Morirás.’ Moisés dijo: ‘¡Que la muerte llegue ya!’ Moisés pidió entonces a Dios que le dejara morir cerca de la Tierra Santa, estando a una distancia de un tiro de piedra de ella.”





 





La condición humana está llena de pruebas, preocupaciones y curvas de aprendizaje tremendas. La vida está llena de sorpresas. Sin embargo, recordar a Dios y esforzarse en complacerlo, es la línea vital de la humanidad. El Corán contiene historias inspiradoras de la vida de los profetas y de hombres y mujeres rectos. La vida de Moisés se discute con frecuencia y su historia nos enseña que Dios es misericordioso, confiable y cariñoso. Allah, El Más Clemente, no nos ha dejado solos, nos ha proporcionado Su guía y Su luz.





Por cierto que en las historias [de los Profetas] hay un motivo de reflexión para los dotados de sano juicio. No es [el Corán] un relato inventado sino una confirmación de lo revelado anteriormente, y es una explicación detallada de todas las cosas, guía y misericordia para los creyentes. (Corán 12: 111)





A lo largo de esta serie de artículos, hemos aprendido sobre la tremenda fortaleza de carácter de Moisés, y su habilidad para perseverar incluso en circunstancias extremas. Moisés siguió los mandamientos de Dios con valor y determinación, y más allá de todo, poseía un carácter de gran importancia, el carácter de la sinceridad. Moisés era sincero en todos sus esfuerzos. Sin importar lo que hiciera, actuaba siempre con el propósito expreso de agradar a Dios. Cuando la determinación es acompañada con sinceridad, el carácter de una persona puede llegar a ser extraordinario.





Durante los años en que los hijos de Israel vagaron por el desierto sin poder entrar a la tierra prometida, Moisés encontró a Jidr y pasó un tiempo con él. Un hombre que la mayoría de los eruditos cree era un profeta.





Ibn Kazir narró que un día alguien le preguntó a Moisés: “¡Oh Mensajero de Dios, ¿hay en la tierra alguien con más conocimiento que tú?” Moisés le contestó: “¡No!”, creyendo que ya que Dios le había permitido hacer milagros y le había entregado la Tora, él debía ser el hombre vivo más sabio. Esto, sin embargo, no era cierto. El encuentro de Moisés con Jidr le enseña a la humanidad que ninguna persona puede tener toda la información disponible y que aunque pensemos que somos inteligentes y sabios, la necesidad de buscar el conocimiento nunca termina. Cuando Moisés se dio cuenta de la existencia de Jidr, pidió reunirse con él.





Dios le dijo a Moisés que pusiera un pez vivo en un recipiente. Cuando el pez desapareciera, él se encontraría con el hombre que buscaba. Moisés inició su viaje acompañado por un joven que llevaba el recipiente con el pescado. Llegaron a un lugar donde se encontraban dos ríos y decidieron descansar allí. Moisés se durmió al instante. Mientras dormía, su compañero vio cómo el pez se escapaba hacia el río y se iba nadando, pero olvidó informar de ello a Moisés.





Cuando Moisés despertó, continuó su viaje hasta que estaban exhaustos y hambrientos. Moisés pidió comida. Sólo cuando hizo esto, su compañero recordó que el pescado se había escapado. Al oír esto, Moisés exclamó: “¡Eso es exactamente lo que buscábamos!” Volvieron rápidamente sobre sus pasos para encontrar el lugar donde los ríos se encontraban y donde el pez había saltado.





Cuando Moisés se dio cuenta que habían tomado la dirección equivocada, de inmediato volvió atrás. No siguió adelante con la esperanza de proteger su reputación o ahorrar tiempo, él sabía que el camino era errado y lo corrigió. En esta vida, muchos de nosotros elegimos el camino incorrecto, pero nos da miedo o vergüenza volver atrás y tomar una dirección distinta. Hay grandes lecciones a aprender de los actos del profeta Moisés. Una vez una persona se da cuenta que va en la dirección equivocada en la vida, debe de inmediato dar la vuelta y volver al camino correcto. Uno no debe considerar esto como una derrota, sino como una victoria.





Cuando Moisés regresó al camino correcto, conoció a Jidr. Fue un encuentro diseñado para darle la luz del conocimiento. Este momento histórico de la reunión de Moisés con Jidr se narra en el Corán en el capítulo 18, La Cueva.





Moisés le dijo: ¿Puedo seguirte para que me instruyas sobre aquello que se te ha enseñado? Respondió: Tú no podrás soportarlo. ¿Cómo podrías soportar algo que desconoces? Dijo: Verás, si Allah quiere, que lo resistiré y no te desobedeceré. Dijo: Si me sigues, no me preguntes sobre nada hasta que yo no te haga mención de ello. Y partieron hasta que abordaron una embarcación a la que dañó. Dijo [Moisés]: ¿La has dañado para que se ahoguen quienes la abordaron? Has cometido algo asombroso y grave. Dijo: ¿No te había dicho que no lo soportarías? Disculpa mi olvido, y no me impongas una carga muy difícil. Y partieron hasta que se encontraron con un niño al que mató. Dijo [Moisés]: ¿Has matado a una persona inocente sin que él haya matado a nadie? Por cierto que has cometido algo terrible. Dijo: ¿No te había dicho que no lo soportarías? Dijo [Moisés]: Si vuelvo a preguntarte por algo no consientas en que te acompañe. Ya me has disculpado varias veces. Y partieron hasta que llegaron a un pueblo y pidieron a sus habitantes que los alimentaran, pero ellos se negaron a ser hospitalarios. Luego encontraron en el pueblo un muro que estaba a punto de derrumbarse, y lo reconstruyó. Dijo [Moisés]: Si hubieras querido, podrías haber pedido una paga por ello. Dijo: Aquí nos separamos. Pero te informaré acerca de aquello que no pudiste soportar.





En cuanto a la embarcación, pertenecía a unos pobres que trabajaban en el mar y quise averiarla porque detrás de ellos venía un rey que se apoderaba por la fuerza de todas las naves que estuvieran en perfectas condiciones. En cuanto al niño, sus padres eran creyentes y supimos que él les induciría al desvío y la incredulidad. Quiso su Señor concederles en su lugar otro hijo más puro y benevolente. En cuanto al muro, pertenecía a dos jóvenes huérfanos del pueblo. Había debajo de él un tesoro que les pertenecía. Su padre había sido un hombre piadoso y tu Señor quiso que cuando alcanzaran la madurez encontrasen el tesoro, como una misericordia de tu Señor. Yo no lo hice por propia iniciativa. Ésta es la razón de aquello que no pudiste soportar. (Corán 18:66-82)





La historia de Moisés y Jidr nos recuerda que Dios es el Más Sabio. La frágil vida del ser humano puede contener mucha alegría y risas, pero a veces nos vemos acosados por las pruebas, las tragedias y las calamidades que aparentemente no tienen sentido. Como creyentes, debemos creer que todo lo que Dios decreta, surge de Su Sabiduría Suprema y Absoluta.



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