56
La solución a semejante aporía por parte de los padres
de la Iglesia consistió en afirmar que el dogma en cuestión
es un “misterio”. Así pues, el dogma de la Trinidad se basa
en elevar a dos seres creados (Jesús y el espíritu santo,
benditos sean) a la categoría de divinidad.
El Islam, por el contrario, explica el principio de la
unicidad de Dios de manera fácil y clara: Allah es uno,
nada es igual a él ni participa de su naturaleza divina; Él es
el creador, el subsistente, y en Él, ensalzado sea, se
sostiene la existencia de toda criatura; no engendra en la
carne ni es engendrado, pues su esencia es completa y
perfecta; nada es comparable a Él o copartícipe de su
divinidad ni tiene, como los seres sexuados, compañera.
En Juan 8:38-40 leemos: “Yo hablo lo que he visto
en mi Padre: vosotros hacéis lo que habéis visto en vuestro
padre. Respondiéronle diciendo: Nuestro padre es
Abrahán. Si sois hijos de Abrahán, les replicó Jesús, obrad
como Abrahán. Mas ahora pretendéis quitarme la vida,
siendo yo un hombre1 que os he dicho la verdad que oí de
Dios: no hizo eso Abrahán.” Y en Juan 17:3-4: “Y la vida
eterna consiste en conocerte a Ti, solo Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien Tú enviaste. Yo por mí te he glorificado
en la tierra; tengo acabada la obra, cuya ejecución me
encomendaste.”
El Corán afirma la unicidad de Allah en la azora 112:
1 “Porque Yo soy Dios, y no un hombre.” (Oseas 11:9) “No es
Dios como el hombre para que mienta, ni como hijo de hombre
para estar sujeto a mudanza.” (Números 23:19) “Mi espíritu no
habitará jamás en el hombre, pues es carne mortal.” (Génesis
6:3)
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 57
Di: Él es Dios, Uno,
Dios, el Eterno,
No ha engendrado, ni ha sido engendrado.
No tiene par.
También leemos en el Corán (4:171): “¡Gente de la
Escritura! ¡No exageréis en vuestra religión! ¡Decid la
verdad sobre Dios! El Ungido, Jesús, el hijo de María, es
el enviado de Dios y Su Palabra, que Él ha comunicado a
María y a un Espíritu que procede de Él. ¡Creed en Dios y
en Sus enviados! ¡No digáis tres! ¡Basta ya! ¡Más os
vale…! Dios es Uno. ¡Gloria a Él! ¿Cómo iba a tener un
hijo…? Suyo es lo que está en los cielos y en la tierra.” Y
en otro lugar añade, gloria a él en las alturas: “Infieles son,
en verdad, cuantos digan que Dios es el tercero de una
tríada. Dios es Uno. Y si no cesan en su empeño, un
castigo doloroso caerá sobre cuantos de ellos sean infieles.
¿No volverán a Dios implorando perdón? Dios es
indulgente, misericordioso.” (Corán: 5:73-74)
En toda la Biblia solo la Epístola I de Juan 5:7
afirma la trinidad de Dios (“Porque tres son los que dan
testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu
Santo; y estos tres son una misma cosa.”) y, habiendo
quedado perfectamente acreditado que el versículo en
cuestión no es sino una interpolación introducida en la
King James y otras versiones, ha sido eliminado de
numerosas ediciones actuales de la Biblia, entre ellas de la
prestigiosa New Standard Revised Edition1.
1Por ejemplo, de The Bible in Basic English, The Darby Translation,
Weymouth's New Testament, Holy Bible: Easy-to-Read
Version (Contemporary English Version), The American Stan5
8 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
58
La naturaleza divina de Cristo
Los cristianos afirman que Jesucristo es Dios eterno, la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que hace más
de dos mil años decidió encarnarse en un cuerpo mortal y
nació de la Virgen María. Sin embargo, como en el caso
anterior, se trata de una creencia que no encuentra soporte
en las enseñanzas del Mesías tal y como nos las han
transmitido los evangelios. En efecto, Jesús nunca se
arrogó naturaleza divina. No hay para demostrarlo sino
que citar las propias palabras de Jesús recogidas en Marcos
10:18: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino
sólo Dios.”¿Se negaba a que lo llamaran bueno y aceptaría
que lo llamaran Dios? Cuando Jesús hablaba de Dios lo
llamaba “mi Padre y el Padre tuyo, mi Dios y el Dios
tuyo.” (Juan 5:30)
Jesús siempre negaba poseer poder alguno. Nada,
aseveraba, era producto de su propia voluntad, sino de la
voluntad suprema que lo había enviado. “No puedo yo de
mí mismo, decía, hacer cosa alguna1. Yo sentencio según
oigo de mi Padre, y mi sentencia es justa; porque no
pretendo hacer mi voluntad, sino la de aquel que me ha
enviado.” (Juan 20:17) Asimismo afirmaba: “Puesto que
yo no he hablado de mí mismo, sino que el Padre que me
envió, Él mismo me ordenó lo que debo decir, y cómo he
de hablar.” (Juan 12:49). Y añadía: “Quien quisiere hacer
la voluntad de éste, conocerá si mi doctrina es de Dios, o si
dard Version, The New Living Translation, The New American
Standard Bible (The Revised Standard Version), World English
Bible (International Standard Version) y la Hebrew Names Version
of World English Bible.
1 En tanto que de Dios decía: “Pues para Dios todas las cosas son
posibles.” (Marcos 10:27)
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 59
yo hablo de mí mismo. Quien habla de su propio
movimiento, busca su propia gloria; mas el que busca la
gloria del que le envió, ése es veraz, y no hay en él
injusticia.” (Juan 7:17-18)
Jesús siempre mantuvo que el Señor es mayor que él:
“Si me amaseis, os alegraríais sin duda de que voy al
Padre; porque el Padre es mayor que yo.”; que él todo lo
hacía por complacer al Señor: “Y el que me ha enviado
está conmigo, y no me ha dejado solo; porque yo hago
siempre lo que es de su agrado.” (Juan 8:29); que no venia
sino a traer la buena nueva del Reino de Dios: “Mas él les
dijo: Es necesario que yo predique también a otras
ciudades el evangelio del reino de Dios; pues para eso he
sido enviado.” (Lucas 4:43); que solo entra en el reino de
los cielos quien cumple la voluntad de Dios: “No todo
aquel que me dice: ¡Oh, Señor, Señor! Entrará en el reino
de los cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre
celestial, ése es el que entrará en el reino de los cielos.”
(Mateo 7:21), y que “cualquiera que hiciere la voluntad de
Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.”1
(Marcos 3:35); que ni él ni el Espíritu Santo conocen la
hora final: “Mas en cuanto al día o a la hora nadie sabe
nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.”
(Marcos 13:32) Y por si fuera poco, podemos comprobar
cómo Jesús se describe a sí mismo como un profeta: “No
1 Sin embargo, Mateo 12:50 relata el mismo episodio con las
siguientes palabras: “Porque cualquiera que hiciera la voluntad
de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano y mi
hermana, y mi madre.” Como podemos comprobar, Mateo ha
sustituido “Dios” por “Padre” atendiendo a razones teológicas.
Según el reputado teólogo Kisman, tanto Lucas como Mateo
introdujeron no menos de cien cambios en el evangelio de
Marcos por similares razones.
6 0 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
60
obstante, así hoy como mañana, y pasado mañana,
conviene que yo siga mi camino; porque no cabe que un
profeta pierda la vida fuera de Jerusalén. ¡Oh Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que a
ti son enviados!” (Lucas 13:33-34)
Todas estas palabras que la Biblia pone en boca de
Jesús nos muestran que, en su relación con Dios, no se
consideraba más que cualquier otro ser humano. Él no era
el Creador, sino la criatura. Una criatura en nada diferente
a Adán. ¿Qué otra conclusión podríamos sacar cuando lo
vemos rezarle a Dios, por ejemplo, en Marcos 1:35 y en
Lucas 5:16? ¿No es acaso un profeta el que reza a Dios, o
es Dios quien se reza a sí mismo? ¿No glorificaba a Dios
diciendo “Yo te glorifico, Padre, Señor del cielo y de la
tierra” (Mateo 11:25)?
Concluimos, pues, que el dogma de la naturaleza
divina de Cristo no se sostiene en las enseñanzas de Jesús
tal y como nos las han transmitido los evangelios. Como
los dogmas de la Santísima Trinidad y de la Encarnación,
también éste surgió tiempo después de que el Mesías
dejara de estar entre nosotros. Una vez más nos
encontramos ante una concesión cristiana al paganismo.
No olvidemos que numerosos héroes fueron divinizados en
la mitología precristiana: lo mismo que los hinduistas
hicieran con Krishna, los budistas con Buda, los persas con
Mitra, los antiguos egipcios con Osiris, los griegos con
Baco, los babilonios con Baal y los sirios con Adonis, los
cristianos lo hicieron con Jesús.
Al negar el dogma de la encarnación, o lo que es lo
mismo, de la transmutación de Dios en su criatura, el
Islam nos libera de tales supercherías. El Islam defiende
con la mayor firmeza que ni Jesús, ni ningún otro ser
humano, es ni será nunca Dios. Corán 5:75 afirma que
Jesús fue un mensajero de Dios, como tantos otros que le
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 61
precedieron, y que “solía comer” en compañía de su
madre. Una criatura que come no puede ser Dios: ni Jesús,
ni Muhammad ni ningún otro profeta; y ello toda vez que
comer implica una servidumbre material, y Dios es el
Subsistente, de nada ni de nadie depende. Comer implica
digerir; y digerir implica actos innobles en nada acordes a
la majestad divina.
No debemos olvidar que un gran número de pueblos
antiguos, más o menos primitivos, incluso negaban la
posibilidad de que un enviado de Dios pudiera ser un
mortal común que come y bebe. Recordemos el episodio
que nos narra el Corán respecto a lo que dijeron los
descreídos de Noé: “Este no es más que otro mortal como
vosotros: como lo mismo que vosotros, y bebe lo mismo
que vosotros.” (Corán 23:33); y, más tarde, respecto a lo
que dijeron los beduinos iletrados del profeta Muhammad:
“¿Qué clase de profeta es este que come y se pasea por los
mercados?” (Corán 25:7). Quienes divinizan a Jesús no
hacen sino llevar esto al extremo: para ellos es Dios
mismo quien bajó de las alturas para, transmutado en ser
humano, alimentarse de materia. ¡Gloria a Dios en las
alturas, tan ajeno a tales desvaríos!
El Corán niega la naturaleza divina de Jesús con las
siguientes palabras: “No creen, en realidad, quienes dicen:
Dios es el Mesías, el hijo de María. El Mesías dijo: ¡Hijos
de Israel, servid a Dios, mi Señor y Señor vuestro! Dios
veda el paraíso a quien asocia a Dios [falsos dioses]. Para
ésos está reservado el fuego del infierno. Los inicuos no
hallarán auxilio.” (Corán 5:72-73)
Allah también ha dicho: “Para Dios, Jesús es
semejante a Adán, a quien creó de tierra y a quien dijo sé y
6 2 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
62
fue.” Tampoco Adán tuvo madre ni padre1. Jesús fue un
profeta de Dios, piadoso, devoto y puro como todo profeta,
pero a la postre humano. “En verdad os digo que yo soy el
siervo de Dios. Él me ha dado la Escritura y me ha
convertido en su profeta.” Si tal afirma Jesús en Corán
19:30, en Hechos de los Apóstoles 3:13 leemos: “El Dios
de Abrahán, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob, el Dios
de nuestros padres ha glorificado a su siervo Jesús.”
(Nuevo Testamento, Editora Católica; el subrayado es
nuestro)
Como fácilmente concluirá el lector, no es pues el
Islam el único que sostiene que Jesús no era divino sino
humano: también lo hace la Biblia. De hecho, en un
programa de la televisión británica titulado Credo,
diecinueve de los treinta y un obispos de la Iglesia
Anglicana afirmaron que los cristianos no están obligados
a creer en la naturaleza divina de Cristo (Daily News de 25
de junio del año 1984).
La filiación divina de Cristo
Tampoco el dogma de la filiación divina de Cristo es
conforme a sus enseñanzas. De hecho, la Biblia utiliza
expresiones equivalentes para Adán (“Adán, el hijo de
Dios”, Lucas 3:38) y otros profetas anteriores a Cristo. En
Éxodo 4:22 leemos: “Y tú [Israel] le dirás [a Faraón]: Esto
dice el Señor: Israel es mi hijo primogénito”; en Salmos
2:7 David afirma: “A mí me dijo el Señor: Tú eres mi hijo;
yo te engendré hoy”, y en Crónicas I 22:10, se dice de
Salomón: “Él edificara la Casa a mi Nombre, y él me será
1 También leemos en la Epístola a los Hebreos 7:3 que
Melquisedec nació “sin padre, sin madre, sin genealogía, sin ser
conocido el principio de sus días, ni el fin de su vida”, y no por
eso nadie sostiene la naturaleza divina de Melquisedec.
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 63
hijo, y yo le seré padre; y estableceré el solio de su reino
sobre Israel para siempre.”
Así pues, a la vista de las citas anteriores y de otra
profusión de lugares en la Biblia debemos concluir que el
término “hijo” no es usado en tales contextos en sentido
propio sino figurado, y que debe entenderse que el “hijo de
Dios” es la persona bienamada por Allah. El mismo Jesús
dijo: “Amad a vuestros enemigos… para que seáis hijos de
vuestro Padre celestial” (Mateo 5:44-45) y
“Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán
llamados hijos de Dios.” (Mateo 5:9) No cabe la menor
duda de lo que Jesús quiere decir cuando afirma que
alguien es “hijo de Dios”. No existe justificación posible
para no entender que Jesús es el hijo de Dios en sentido
figurado. Cuando afirmamos que Jesús es el hijo de Dios
estamos diciendo exactamente lo mismo que cuando lo
predicamos de Adán, del pueblo de Israel, de David o de
Salomón. Esto sin tener en cuenta que si en trece ocasiones
la Biblia denomina a Jesús “hijo de Dios”, nada menos que
en ochenta y tres lo denomina “hijo del hombre”.
El Islam rechaza con la mayor energía la filiación
divina de Cristo. Así lo establece el Corán con claridad
meridiana: “Dicen que Dios ha tomado un hijo. ¡No, gloria
a Él! Suyo es cuanto está en los cielos y en la tierra. Todo
le debe obediencia.” (Corán 2:116) En definitiva, atribuir
al hijo filiación divina quiebra el principio de perfección
de Dios, ensalzado sea.
El pecado original
El pecado original es el cometido por Adán al
desobedecer a Dios y comer el fruto prohibido del árbol de
6 4 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
64
la ciencia del bien y del mal (Génesis 2:17)1. La
doctrina cristiana sostiene que todos los seres humanos
han heredado esa culpa, lo que significa, al cabo, que todos
los hombres son concebidos con tal mancha. Y puesto que,
continúa la doctrina cristiana, el principio de justicia
divina exige la expiación de la culpa, Dios no puede
perdonar el pecado, aún el venial, sin cobrarse por ello
cumplida compensación. Y, por más asombroso que
resulte, puesto que conforme a lo que Pablo establece en la
Epístola a los Hebreos (9:22), “sin derramamiento de
sangre no se hace remisión”2, la doctrina cristiana
concluye que el pecado original debe lavarse con sangre.
Mas, ¿qué remisión cabría de sangre impura y
culpada? La redentora habrá de ser sangre no contaminada,
perfecta y desnuda de corrupción. Y es por eso que Jesús,
el “Hijo de Dios” sin pecado, vino al mundo, fue
crucificado, sufrió una agonía indecible y derramó la
sangre de sus venas. Así quedó purgada la culpa de la
humanidad. Al fin y al cabo, solo el Dios infinito podía
pagar el infinito precio del pecado. Ergo solo quien acepte
que Jesús es el Redentor puede salvarse. A menos que
admitamos nuestra redención por la pasión y muerte de
Cristo estaremos condenados al fuego eterno.
En todo este asunto caben distinguir tres cuestiones: 1.
El concepto de pecado original. 2. La creencia en que el
principio de justicia divina exige que la remisión del
pecado se cobre un precio de sangre. 3) La creencia en que
1 Ante lo cual no puede uno menos que preguntarse cómo es que
Dios castigó a Adán por cometer tal acto si éste a la sazón
desconocía la diferencia entre el bien y el mal.
2 Lo cual, por cierto, contradice otros pasajes en los que se
afirma que se puede redimir el pecado con trigo (Levítico), con
dinero (Éxodo 30:15) e incluso con joyas (Números 31:50).
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 65
la pasión y muerte de Cristo redimió del pecado a toda la
humanidad y que la única vía para la salvación eterna del
alma es el que discurre por el camino de la fe en el
sacrificio de Cristo por los hombres.1
Comencemos por la primera. En la página 140 del
libro titulado Catholic Teaching, obra del reverendo padre
De Groot, leemos: “Las Sagradas Escrituras nos enseñan
que el pecado de Adán se transmitió a todos los seres
humanos, excepción hecha de Nuestra Santísima Señora.”
Y en Romanos 5:8-19: “Así como el delito de uno solo
[Adán] atrajo la condenación a todos los hombres, así
también la justicia de uno solo [Cristo] ha merecido a
todos los hombre la justificación que da vida.” No cabe
otra interpretación: todos los seres humanos han heredado
el pecado de Adán. Pero lo cierto es que, como tantos otros
dogmas cristianos, el del “pegado heredado” no tiene
fundamento alguno en las enseñanzas de Jesús o de los
profetas que le precedieron. Los profetas siempre
enseñaron que el hombre es responsable de sus propios
actos y solo de sus propios actos, y que los hijos no
heredan las culpas de sus padres.
Prueba de que el hombre nace sin culpa ni pecado la
tenemos en que, para Jesús, nada había tan inocente y puro
como un niño. Recordemos cuando dijo a los discípulos:
“Dejad, que vengan a mí los niños, y no se lo estorbéis;
porque de los que se asemejan a ellos es el reino de Dios.
En verdad os digo que quien no recibiere, como niño, el
reino de Dios, no entrará en él.” (Marcos 10:14-15) Así
pues, el Islam condena con la mayor energía el dogma del
1 Si la única vía para la salvación del alma radica en la fe en la
redención que se sigue de la pasión y muerte de Cristo,
¿debemos colegir entonces que quienes vivieron antes de que tal
suceso aconteciera están irremisiblemente condenados?
6 6 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
66
pecado original. También para el Islam los niños son
criaturas puras que nacen desnudas de pecado o culpa. La
culpa no se hereda. La culpa es una carga individual que
nos imponemos al hacer lo que no debíamos o no hacer lo
que debíamos.
Bien pensado, todo esto atenta contra la sana razón. Es
el colmo de la injusticia condenar a toda la humanidad por
el pecado de su antecesor. El pecado es, por definición,
una trasgresión voluntaria de la ley de Dios o de la norma
que distingue el bien y el mal. La responsabilidad o el
castigo por dicha culpa solo pueden recaer en la persona
que la comete, jamás en sus descendientes. Considerar al
hombre cargado de pecado al nacer parece una broma de
mal gusto; qué digo broma de mal gusto, lo que parece es
el colmo de la misantropía. ¡Cuán duro de corazón,
insensato e ilógico hay que ser para, con San Agustín,
deducir del dogma del pecado original que los niños sin
bautizar están condenados a arder en el infierno por los
siglos de los siglos…! Pero la dura realidad es que hasta
fechas muy recientes a los niños sin bautizar no se les daba
cristiana sepultura por la peregrina razón de que habían
muerto sin expiar el pecado original y, en consecuencia, en
pecado mortal.
Ni que decir tiene que el Islam rechaza la doctrina del
pecado original y defiende que los niños nacen libres de
toda culpa. En el Islam, la culpa no se hereda: cada cual
carga con la culpa que le corresponde por su acción u
omisión indebidas. A la vista de todo ello, negada la
mayor, es decir, demostrado que el principio sobre el que
se sustenta el dogma del pecado original no es acorde ni a
las enseñanzas de Jesús ni a la sana razón, no podremos
menos que concluir que todas sus consecuencias
doctrinales son igualmente falsas.
Esto en lo que toda a la primera cuestión. Volvamos
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 67
ahora a la segunda, esto es, al principio que exige que la
remisión del pecado original y de todos los posteriores
pecados de los hombres se cobre un precio toda vez que, si
Dios perdonara al pecador sin aplicarle el correspondiente
castigo, ello significaría que no existe justicia divina. A
este respecto, en una obra titulada The Atonement (en
español, La expiación de los pecados), y concretamente en
su página cinco, afirma el reverendo W. Goldsack: “Debe
quedar para todos más claro que el agua que Dios no
puede sin más vulnerar las normas que Él mismo ha
impuesto. En consecuencia, Dios no puede perdonar al
pecador sin aplicarle el conveniente castigo. Pues si de tal
modo obrase, ¿cómo podríamos calificarlo de ecuánime?”
Con afirmaciones como esa solo se demuestra una
supina ignorancia respecto a la naturaleza de Dios. Dios no
es un juez común o rey justiciero. Dios es, citando el
Corán, “clemente, su misericordia todo lo abarca, suyo es
el Día del Juicio Final.” Dios, por tanto, es mucho más que
justo: como dice José, “¡Él es el más misericordioso entre
los misericordiosos!” (Corán 12:92). Al hombre contrito y
con el ánimo inclinado a templar sus malas pasiones,
¿cómo no habría Dios todopoderoso de remitirle sin más
sus faltas e imperfecciones? Al fin y al cabo, la función
general del castigo no es sino prevenir el pecado y
promover la reforma del pecador. Imponer un castigo por
faltas pasadas que fueron objeto de arrepentimiento y
reforma no es justicia, sino venganza. De igual modo,
¿puede acaso calificarse de clemencia o misericordia
perdonar al pecador por la falta de la que ya fue
castigado?, ¿y perdonarlo por sus pecados infringiendo el
castigo a un tercero?
El Dios que adoramos es el Dios de la clemencia. Si
nos impone normas y nos exige acatarlas ello no repercute
en su propio beneficio, sino en el nuestro. Si castiga al
6 8 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
68
hombre por sus faltas y pecados no es para recrearse en
la satisfacción malsana de haber resarcido su agravio,
como se desprende de la doctrina cristiana, sino para evitar
la extensión del pecado y lavar la culpa del pecador
protervo. A cuantos se arrepienten y enmiendan Dios les
perdona sus faltas y pecados; no los castiga, ni a ellos, ni
menos a otro en su lugar. Y en nada contradice esto el
principio de justicia divina pues Allah dice: “Vuestro
Señor se ha impuesto la misericordia. Si obráis mal por
ignorancia, mas luego os arrepentís y enmendáis, no
dudéis de Su clemencia. Dios es clemente, Su misericordia
todo lo abarca.” (Corán 6:54)
Recordemos que el tercer eje del Dogma de la
Redención sostenía que Cristo pagó con su pasión y
muerte en la cruz del Calvario por la expiación del pecado
original y de todos los demás pecados del hombre, y que
solo el poder salvífico de su sangre otorga al alma la
bienaventuranza eterna. A este respecto, el reverendo De
Groot afirma en la página 162 de su obra antes citada:
“Cristo, Dios y hombre, quien tomó sobre sí nuestros
pecados satisfaciendo para su remisión la exigencia de
justicia divina, es por ello mismo el mediador entre Dios y
el hombre.” Esta teoría, sin embargo, contradice en igual
medida el principio de misericordia y el de justicia
divinas1, puesto que, por una parte, si Dios exigiera un
1 Ante todo esto no puede uno menos que preguntarse supongo
que con tantos otros: Los remordimientos de Adán, su
arrepentimiento, su expulsión del paraíso, los numerosos
sacrificios ofrendados a Dios, ¿no fueron precio suficiente para
su salvación? Porque si fuera así, ¿que expiación posible
tendrían pecados incomparablemente más horrendos? Y por otra
parte, ¿cómo es que el misterio de la redención quedó oculto a
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 69
precio de sangre por el perdón del género humano estaría
haciendo alarde de la más cruel inclemencia; y, por otra,
torturar y crucificar a un inocente por los pecados ajenos
resulta cuando menos perverso.
Son numerosos los argumentos que se podrían
esgrimir contra el dogma de la redención. En primer lugar,
el dogma según el cual Cristo fue crucificado para lavar el
pecado de Adán reposa en un presupuesto falso, y negada
la mayor, queda negada también su consecuencia. El
presupuesto en cuestión es que no es sólo Adán quien
carga con su pecado, sino toda la humanidad, a lo que se
puede responder recordando Deuteronomio 24:16: “No se
hará morir a los padres por los hijos, ni a los hijos por sus
padres, sino que cada uno morirá por su pecado.”; así
como Ezequiel 18:20: “El alma que pecare, ésa morirá: no
pagará el hijo la maldad de su padre, ni el padre la maldad
de su hijo.” El mismo Jesús sentenció: “Dará el pago a
cada cual conforme a sus obras.” (Mateo 16:27), lo que es
perfectamente acorde a Corán 53:38: “Que nadie habrá de
cargar con la carga ajena; que el hombre sólo será
sancionado con arreglo a su propio esfuerzo, y verá el
resultado de su esfuerzo.”
En segundo lugar, según leemos en Génesis 5:5, Adán
y Eva vivieron aún 930 años tras haber comido del árbol
del bien y del mal. En consecuencia, no se sostiene
Génesis 2:17: “Mas del fruto del árbol de la ciencia del
bien y del mal, no comas: porque en cualquier día que
comieres de él, infaliblemente morirás.” En realidad este
pasaje lo que nos viene a decir es que Adán se arrepintió y
guardó en adelante los preceptos de Dios, por lo que fue
perdonado, como puede deducirse a la vista de Ezequiel
los ojos de todos los profetas hasta que la Iglesia lo sacó a la
luz?
7 0 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
70
18:21-22: “Pero si el impío hiciere penitencia de todos
sus pecados que ha cometido, y observare todos mis
preceptos, y obrare según derecho y justicia, tendrá vida
verdadera, y no morirá. De todas cuantas maldades haya él
cometido, yo no me acordaré más: él hallará vida en la
virtud que ha practicado.” Así pues, nadie precisa que
Cristo muera para que le sean perdonados sus pecados, lo
que de nuevo viene a coincidir con lo que afirma el Corán
20:121-122: “Y desobedeció Adán a su Señor y así cayó
en el extravío. Mas luego su Señor lo eligió, aceptó su
arrepentimiento y le concedió Su guía.”
En tercer lugar, nadie ha podido demostrar que el
Mesías se dirigiera voluntariamente a la muerte por el
perdón de los pecados. En realidad, en la Biblia lo que se
nos viene a decir es que Jesús no quería morir en la cruz:
cuando supo que sus enemigos planeaban asesinarlo dijo:
“Mi alma sufre angustias de muerte”, y pidió a los
discípulos que lo protegieran mientras él oraba imprecando
a Dios: “¡Padre, Padre! Todas las cosas te son posibles,
aparte de mí este cáliz; mas no sea lo que yo quiero, sino
lo que tú.” (Marcos 14:36) En efecto, tales palabras
En cuarto lugar, la misma Biblia nos dice que el
crucificado gritó al momento de la crucifixión: “¿Eloi Eloi
lamma sabactani?, que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). En efecto,
estas palabras de desesperanza indican a las claras que nos
hallamos ante una persona que no quería ser crucificada;
pero, en mayor medida aún, esas palabras no están
demostrando de manera categórica que la persona que
colgaba de la cruz no era Jesús, el Mesías, porque un
profeta verdadero jamás diría tal cosa. Por otra parte, si
Jesús fuera Dios, como sostienen los cristianos, ¿diría tal
cosa?
En quinto lugar, Marcos 14:50 sostiene que ninguno
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 71
de los discípulos estuvo presente al momento de la
crucifixión porque todos huyeron abandonando al Mesías
(¡!)1. Por tanto, los autores de los evangelios y de las
epístolas no vieron aquellos acontecimientos y la suya,
pues, no es la versión de un testigo presencial. Todo ello
no hace sino avivar la sospecha: ¿Cuál es la fuente de la
narración, máxime cuando cada evangelio narra la
crucifixión de un modo completamente distinto?
Y en sexto y último lugar, la creencia en la necesidad
de derramar sangre para aplacar la ira de lo sobrenatural es
una concesión cristiana a cierta religiosidad primitiva en la
que Dios se concibe como una especie de demonio
poderoso. Mas lo cierto es que entre el pecado y la sangre
no existe ni la más remota relación. Para la redención no
se precisan derramamientos de sangre, sino sincero
arrepentimiento, aspiración a retornar a Dios,
perseverancia contra el mal y viva inclinación del ánimo a
cumplir la voluntad de Dios conforme a lo revelado a los
profetas. Cuando a Jesús le preguntaron qué hacer para
ganar la vida eterna, no respondió que creerlo el salvador
cuya sangre redimirá los pecados del mundo. Respondió
algo muy sencillo: “Si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos.” (Mateo 19:17)
En definitiva, el proyecto de salvación que nos
presenta el cristianismo se desvela en extremo débil desde
un punto de vista lógico y ético. Pero es que, además, no
encuentra sostén en las enseñanzas de Jesús. Y Jesús vino
al mundo para salvar a los hombres y conducirlos a la luz
1 Ante tal afirmación, y debiendo como debemos pensar bien de
los discípulos, que Dios esté satisfecho de ellos, sólo podemos
concluir que, o bien el episodio es inventado en su daño, o bien,
al saber que la persona que se hallaba presa no era el Mesías,
sino un simulacro, lo abandonaron.
7 2 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
72
mediante sus enseñanzas y mediante el ejemplo vivo de
sus actos, no para morir voluntariamente en la cruz
ofreciendo su sangre para lavar los pecados del mundo.
Vino, como todos los profetas a lo largo de la historia de la
humanidad, y así lo decía, para invitar a los pecadores al
arrepentimiento, no para expiar sus pecados: “Y desde
entonces empezó Jesús a predicar y decir: ¡Arrepentíos,
pues está cerca el reino de los cielos!” (Mateo 4:17)
En verdad resulta penoso comprobar cómo la Biblia
llega al extremo de maldecir por esta causa a Jesús,
bendito sea: “Jesucristo nos redimió de la maldición de la
ley, habiéndose hecho por nosotros objeto de maldición;
pues está escrito: Maldito todo aquel que es colgado en un
madero.” (Gálatas 3:13). Una vez más nos hallamos ante
una concesión cristiana a las antiguas religiones paganas.
Arthur Findley (Rock of the Truth, pág. 45) alude a
dieciséis personajes históricos de los que se afirmó en su
tiempo que eran dioses venidos al mundo para salvar a su
pueblo. He aquí algunos de ellos: el egipcio Osiris (1700
a.C.), el babilónico Baal (1200 a.C.), el griego Adonis
(1100 a.C.), el hindú Krishna (1000 a.C.), el tibetano
Andra (725 a.C.), el griego Prometeo (547 .C.), el chino
Buda (560 a.C.) y el persa Mitra (400 a.C.).
El Dogma de la Redención, además de un insulto a la
inteligencia, nos tienta a sobrevalorar la fe en detrimento
de los actos, justo como hace Pablo al desdeñar la ley y los
mandamientos que Jesús vino a completar y a cuyo
cumplimiento llamó a los hombres en Romanos 3:28: “Así
que concluimos ser justificado el hombre por la fe sin las
obras de la ley”. Pues no olvidemos que Pablo niega
incluso que fueran sus obras las que le fueron
compensadas a Abrahán sino sólo su fe (Romanos 4:2-3).
Así, Pablo consigue limitar la salvación y la
bienaventuranza a la fe en la crucifixión de Cristo con
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 73
independencia de las obras y del guardar los
mandamientos. Mas ¿que sería de la humanidad si
aplicáramos esto a rajatabla? Para refutar a Pablo basta con
recordar las palabras del mismo Jesús: “Y así, el que
violare uno de estos mandamientos, por mínimos que
parezcan, y enseñare a los hombre a hacer lo mismo, será
tenido por el más pequeño en el reino de los cielos; pero el
que los guardare y enseñare, ése será tenido por grande en
el reino de los cielos.” (Mateo 5:19)
El Islam rechaza con toda firmeza el Dogma de la
Redención al afirmar que el perdón de los pecados no se
obtiene en ningún caso por el sufrimiento o sacrificio
ajenos, sino por la gracia de Dios, el arrepentimiento
sincero y la perseverancia en dar la espalda al mal y obrar
el bien. Asimismo, si el pecado o falta hubiera supuesto
una injusticia para con terceras personas, dicha injusticia
habrá de ser reparada y, en la medida de lo posible,
deberemos obtener el perdón de las víctimas para que
nuestros pecados queden definitivamente lavados.
El Islam promete la salvación y la bienaventuranza
para cuantos crean en la unicidad de Dios y obren con
bien: “Quien dirija su rostro a Dios y haga el bien tendrá
su recompensa junto a su Señor. Nada tiene que temer ni le
abatirá la tristeza.” (Corán 2:112), y “Quien desee
encontrarse con su Señor no tiene sino que obrar el bien y
rendirle culto en su unicidad.” (Corán 18:110), lo que es
perfectamente concordante con las enseñanzas de Jesús tal
y como se vierten en la Epístola del Apóstol Santiago
2:14-17: “¿De qué servirá, hermanos míos, el que uno diga
tener fe, si no tiene obras? ¿Por ventura a este tal la fe
podrá salvarle?... Así la fe, si no es acompañada de obras,
está muerta en sí misma.”
7 4 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
74
La racionalidad del Islam
Un análisis objetivo y sereno de las doctrinas
anteriores nos conduce a una conclusión categórica: que
no son conformes a la razón y la lógica ni, tampoco, a las
enseñanzas de Jesús. De hecho, en los años siguientes a la
ascensión de Jesús a los cielos ninguno de sus discípulos y
seguidores lo consideró otra cosa que un profeta. Cuantos
dogmas hemos venido abordando en las páginas anteriores
son invenciones posteriores. En definitiva, no podemos
sino concluir que las bases sobre las que se asienta el
cristianismo constituyen una perversión de las auténticas
enseñanzas de Jesucristo y de todos los profetas que le
precedieron.
No debemos olvidar que la fe en la unicidad divina es
lo natural y primigenio en la religiosidad humana, y que el
politeísmo no es sino una perversión sobrevenida al
monoteísmo. Desde Adán hasta que el pueblo de Noé
incurrió en el politeísmo transcurrieron diez siglos en los
que los hombres adoraron sólo al Dios único. Entonces,
Noé fue enviado para convocar a su pueblo a la fe en la
unicidad de Dios, uno, solo y sin copartícipe. Desde ese
tiempo hasta los días del profeta Muhammad Dios,
ensalzado y alabado sea, ha enviado a todas las naciones
sus apóstoles, uno tras otro, para invitarlas al monoteísmo.
La tarea principal de todos esos profetas no era predicar la
fe en la existencia de un Dios creador y sostenedor del
mundo: esa fe ya estaba perfectamente asumida y
arraigada en el alma de los politeístas1. Muchos de ellos,
1 El ateísmo, por otra parte, se extendió entre los siglos XVIII y
XIX por la concurrencia de diversas causas entre las que cabe
destacar la perversidad de la Iglesia, la humillante subyugación a
la que sometió a los diversos pueblos del mundo, el modo vil en
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 75
incluso, eran acreedores a la bendición divina gracias a sus
buenas obras. El problema es que colocaban entre el Dios
supremo y ellos mismos a mediadores, y es a esos
mediadores a los que debían abandonar volcando sus
corazones, conforme al mensaje transmitido por los
profetas, hacia el Dios verdadero y único. Se explica así,
pues, que todos los profetas comenzaran su labor
exhortando a su pueblo en los siguientes términos:
“¡Pueblo mío! Adorad al Dios único (Allah), pues no hay
otros dioses menores (ilah)” (Corán 7:65). Dice Dios en el
Corán: “Hemos suscitado en el seno de cada comunidad un
profeta [portador de este mensaje:] "¡Adorad a Dios, y
apartaos de los poderes del mal!” (16:36), y “Antes de ti
[Muhammad], a todos los profetas les revelamos [el
mismo mensaje]: ¡Yo soy el único Dios, adoradme!”
(21:25). El Islam, es decir, la “sumisión al Dios único”, es
la religión de todos los profetas y enviados de Dios, desde
Adán hasta Noé, y desde Noé hasta Muhammad, pasando
por Abraham, Moisés y Jesús. Cuantos seres humanos han
adorado al Dios único y seguido al profeta de su lugar y
tiempo son musulmanes y han sido salvos. El Islam enseña
a los hombres la fe en todos los profetas sin distinción.
que se aprovechó de la religión y pervirtió el cristianismo, así
como sus flagrantes contradicciones con la razón y la naturaleza
humana; la expansión de las ciencias naturales y de la industria,
después de que la Iglesia hubiera combatido la ciencias, etc.
Todo ello condujo a las personas a desear vengarse de la religión
y a sentirse deslumbrados por el mundo material. Sin olvidar la
natural tendencia del ser humano a los placeres sensuales y a
rechazar cualquier sistema de valores que imponga un control a
sus instintos y pasiones, así como la carencia de modelos que
mostraran el valor y la importancia de la religión y sus
enseñanzas en todos los aspectos de la vida.
7 6 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
76
El Islam, por tanto, recupera el mensaje sempiterno
revelado por Allah a los profetas y constituye la
continuación de esa religión que en definitiva es una y la
misma en todos los casos. Pues Allah, en efecto, envió
otrora profetas para que predicaran a sus respectivos
pueblos, mas a medida que transcurría el tiempo el
mensaje divino era malinterpretado por sus destinatarios,
que lo embrollaban entreverado con supercherías y falsos
rituales y credos hasta que la religión verdadera terminaba
degradada en prácticas paganas, si no en hechicería y
nigromancia. El Islam no es sino el mensaje de sumisión a
Dios revelado a Muhammad a fin de revivir la fe
depositada en las enseñanzas de Jesús y de los profetas
precedentes. Es un mensaje de fe dirigido a toda la
humanidad hasta el fin de los tiempos; no es, como en los
casos anteriores, una revelación particular para un grupo
humano concreto.
Dios es el creador, sustentador y gestor del universo,
uno, completo, perfecto y sin tacha. Él solo, por tanto,
debe ser adorado; y debe serlo de conformidad con sus
preceptos, no en base a invenciones o invenciones ajenas.
Sólo a Él deben dirigirse nuestras plegarias. En caso
contrario incurriremos en el pecado blasfemo y nefando
del politeísmo; el pecado terrible que Dios jamás perdona
al hombre, salvo que antes de su muerte se halla
arrepentido: “Dios no perdona el politeísmo, mas perdona
cualquier otro pecado a quien Él quiere.” (Corán 4:48). Un
pecado que nos aleja del Paraíso y nos condena a la
perdición eterna como asevera Dios por conducto de
Jesucristo (Corán 5:72): “En verdad, quienes dicen que
Dios es el Ungido, hijo de María, niegan la verdad, siendo
así que Jesús dijo: «¡Hijos de Israel! ¡Adorad al Dios
único, mi Señor y Señor vuestro! A quien atribuye
divinidad a otro junto con Dios, Dios le vedará el paraíso y
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 77
tendrá por morada el fuego eterno».”
Al Dios uno, a Allah, es a quien los humanos debemos
rogar; a Allah a quien todas las criaturas deben entregarse
confiadas pues solo Él basta. Allah, el Señor de los
mundos, el Clemente cuya misericordia absoluta todo lo
abarca, Aquel que prevalece mientras lo demás pasa, el
solo que es, el Omnisciente.
La orientalista italiana Laura Veccia Vagliery afirma
en su obra Apología del Islam:
Gracias al Islam, el paganismo fue derrotado en sus
diversas manifestaciones. El modo de concebir el
universo, las prácticas religiosas y las costumbres sociales
fueron en igual medida liberadas de las aberraciones que
las degradaban. La razón rompió los grilletes que la
ataban a los prejuicios; el hombre alcanzó la dignidad y
pudo al fin acercarse con humildad al Creador, el Señor
del universo.
El espíritu se vio libre de prejuicios; la voluntad, de los
lazos que la ataban a los deseos ajenos y a los “poderes
ocultos”. Predicadores, falsos guardianes de misterios,
comisionistas de la salvación y toda otra reata de
autoproclamados mediadores entre Dios y los hombres
engreídos en su inconsistente autoridad sobre la voluntad
ajena cayeron en tropel desde su pedestal.
El hombre solo fue siervo de Allah. Ante los demás
hombres ya no tuvo otra obligación que la que un hombre
libre contrae ante otro hombre libre. Ante los sufrimientos
del pasado por las injusticias sociales, el Islam proclamó
la igualdad entre los hombres. Ni el nacimiento ni ninguna
otra circunstancia de su persona distinguirían a un
musulmán de otro salvo su piedad, sus buenas obras, su
calidad moral y sus capacidades intelectuales.
En otro apartado explica que: “La rápida
divulgación del Islam no se llevó a cabo mediante la
7 8 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
78
fuerza de las armas o los continuos esfuerzos de los
predicadores. Lo que condujo a su difusión se debe al
mismo Libro que presentaron los musulmanes a los
pueblos vencidos dejándoles en libertad total para
aceptarlo o rechazarlo, es el Libro de Dios, la Palabra de la
Verdad, el gran milagro que pudo ofrecer Muhammad a
los dudosos en esta Tierra… Sin embargo –sigue–, al
mismo tiempo que las otras religiones ofrecen a sus
seguidores un conjunto de doctrinas insoportables que no
puedan aguantar ni concebir, vemos en el Islam una
extraordinaria facilidad y una sencillez pura y clara como
el agua…”
Asimismo, comenta el famoso historiador Arnold
J. Toynbee diciendo: “Invito a todo el mundo para que
adopte los principios de hermandad e igualdad islámicos,
pues en la doctrina monoteísta, que predica el Islam, está
el ejemplo más maravilloso de cómo unificar el mundo. La
continuación del Islam nos da a todos una gran
esperanza1.”
1 Civilization on Trial, New York, Oxford University Press,
1948.
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 79
VIII
El paso definitivo al Islam.
¿Cómo influyó Jesús en mi conversión?
Aunque la información que aparece en las páginas
anteriores es más que suficiente para darse cuenta de lo
verdadera de las enseñanzas del Islam, y de lo lejos que
anda el cristianismo de las verdaderas enseñanzas de Jesús,
algo en mi interior me impedía dar el paso definitivo y
abandonar el rumbo que la Iglesia me había marcado.
Mientras tanto mi “talismán”, un pequeño envoltorio en
cuyo interior atesoraba siete crucecitas de plata y una
imagen de Cristo, continuaba acompañándome convencido
como estaba de que si un día lo olvidaba, algo malo habría
de ocurrirme.
Una vez, mientras repasaba el material que me habían
proporcionado en la mezquita, mis ojos se posaron en dos
frases que me colmaron el corazón de gozo. Las lágrimas
brotaron de mis ojos y me nublaron la vista al tiempo de
oírme exclamar de manera espontánea: “¡Dios mío! Al fin
he encontrado la verdad… ¡Esta es la respuesta a la
pregunta que me atormentaba!” Debo aclarar al lector que
a la sazón aún no había leído el Corán; qué digo leído, ni
siquiera lo había tenido entre las manos ni había visto un
ejemplar del mismo en cualquier lengua. La misma palabra
“Corán” era ajena a mis conversaciones. Sin embargo, en
la guía de la mezquita leí que Corán 4:157 asevera de
manera contundente y categórica:
Dijeron que habían dado muerte a Jesucristo, el hijo
de María, el mensajero de Dios. Mas no es cierto: ni
lo mataron ni lo crucificaron.
8 0 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
80
Me detuve un segundo y repetí la misma frase: “Ni lo
mataron ni lo crucificaron”, “ni lo mataron ni lo
crucificaron”… Y entonces supe que al fin Dios respondía
a aquella pregunta cuya carencia de respuesta lógica y
convincente me había llevado a dudar del poder de Allah.
Conseguir la respuesta no había resultado empresa
fácil. Hube de competir con otros estudiantes para
conseguir una beca y viajar miles de kilómetros hasta
Washington, en los Estados Unidos de Norteamérica.
Hube de aprender a hablar, leer y escribir en inglés y,
siendo latino, demostrar carácter para ser aceptado entre
los otros musulmanes de Seattle. Todo eso hubo de ocurrir
para que llegara al fin el día en que me topé con aquellas
dos frases. Las probabilidades de que dicha información
pudiera llegar a manos de un venezolano en 1978 eran
extremadamente remotas, pero lo que Dios dispone, debe
cumplirse… Y en aquellos momentos en que me
regocijaba con tan buenas nuevas hablé con Dios y le
supliqué que me perdonara y quise volar de regreso a
Venezuela para darlas a conocer a mi familia y al resto del
mundo.
Al final todo había salido como en las películas: mi
héroe, el bueno, mi profeta bienamado, Jesús de Nazaret,
al que oraba dos veces al día ante nuestro pequeño
altarcito de casa, ¡no había sido crucificado! Fue como si
me hubieran quitado de encima el peso de esa misma cruz
que decían que Jesús había arrastrado hasta el Calvario…
Ese peso se desvaneció al instante cual montaña demolida
por efecto de la dinamita.
Lo que siguió a aquel acontecimiento no fue menos
significativo. “Si esa es la verdad, me decía a mi mismo,
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 81
entonces no cabe duda de que esta es la religión
verdadera.” Veinte años llevaba oyendo decir que Jesús
había sido asesinado. Era como si me hubieran conducido
por un camino carente de alternativas. Pero ahora una
avenida despejada y franca se abría ante mis ojos con
respuestas más lógicas. Todo se aclaraba… ¡La última
pieza del rompecabezas había sido colocada! Para mí, este
era el último de los milagros que Jesús, con el poder de
Dios, había obrado. Aquel hombre que restauraba la vista
al ciego, que anduvo sobre las aguas, que sanó al leproso,
que hizo andar al paralítico, que multiplicó los panes y los
peces para alimentar a multitudes y que resucitaba a los
muertos no pudo ser crucificado. Ahora lo veía claro a la
luz de la inteligencia. Quiero formar parte de esta religión,
me dije; quiero ser musulmán.
Y de igual modo que el peso de la cruz se había
desvanecido, también el Viernes Santo, el Sábado de
Gloria, el Domingo de Resurrección, toda la Semana
Santa, las siete estaciones de penitencia y los ayunos de
Cuaresma, todo se desvaneció. Todo me pareció una farsa.
Y con ello también me liberé del “poder” de mi talismán,
que fue sustituido por la potencia lógica de mi mente de
joven estudiante de ingeniería que rechazaba tanta
irracionalidad. Yo, que había sido bombero y había
salvado vidas y haciendas; que no había adquirido los
malos vicios del tabaco y el alcohol, por más que la
sociedad los considerara “normales”, ya no podía seguir
tolerando tanta argucia y tanta imposición.
Durante el verano de 1979 cursé en la Universidad del
Estado de Oklahoma una asignatura optativa curricular que
iluminó mi nuevo camino y me animó a seguir avanzando.
Se llamaba “Tradición Islámica”. Al acabar aquel verano
regresé a Seattle y, ante el mismo imán que me había
8 2 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam
82
proporcionado los primeros materiales, pronuncié el
testimonio de fe islámica o chahada. De este modo abracé
formalmente la religión islámica.
Guardo un recuerdo muy vivo de aquel momento.
“¿Estás seguro de querer abrazar el Islam?”, me preguntó
el imán. “Sí”, le respondí. “¿Incluso si ello supone que en
tu pasaporte se haga constar que eres musulmán?”. “Sí,
incluso en ese caso”. “Si ese es tu deseo, repite pues
conmigo: Doy fe de que hay un solo Dios, Allah, y de que
Muhammad es el mensajero de Allah”. Repetí lo mismo en
inglés (I testify that none has the right to be worshipped
except Allah, and I testify that Muhammad is the
Messenger of Allah) y en árabe (Ach-hadu an la ilaha il-la
Al-lah wa ach-hadu anna Muhammadan rasulu l-lah) con
el imán, y ese fue mi paso definitivo al Islam.
Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam 83
IX
¿Cómo afectó el Islam a mi vida?
Cualquier cambio exige reajustes, qué duda cabe, y mi
caso no fue una excepción. Cuando abracé el Islam le juré
a Allah que haría cuanto estuviera en mi mano para
aprender todo lo posible sobre mi religión. Siendo aún
muy joven, apenas concluido mi primer curso en la
Universidad del Estado de Oklahoma, me desposé con una
chica musulmana. En Stillwater, Oklahoma, el Centro
Islámico local me asignó mi primer profesor de Islam: se
llamaba Faiz, y era palestino. Nada me interesaba más que
instruirme en mi nueva fe. Mi hermano Faiz, que Dios lo
bendiga y le pague cuanto me enseñó, dedicó mucho
tiempo a enseñarme la oración y el resto de los pilares del
Islam, así como me proporcionó unas primeras nociones
en torno a la vida después de la muerte, el Día de la
Resurrección y otras cuestiones de este orden. Recuerdo de
manera muy especial el gran impacto que me causó
nuestra conversación en torno al más allá: nunca en mi
vida como cristiano me habían instruido al respecto con
tanto detalle. En resumidas cuentas, conforme a las
enseñanzas del último de los profetas, ¿qué le ocurre a un
ser humano después de morir?
La vida después de la muerte genera un enorme interés
en todos. Durante mi vida como cristiano, la muerte
siempre me pareció un misterio insondable. No alcanzaba
siquiera a imaginar qué sería de mí una vez que mi cuerpo
reposara bajo tierra. Pero en el Islam encontré las
respuestas. Cuando una persona muere, su cuerpo debe ser
inhumado conforme a las enseñanzas del profeta
Muhammad, Allah lo bendiga y salve. El cuerpo del
8 4 Mi gran amor por Jesús me condujo al Islam