La primera migración
Etiopía es un país del que la mayoría de nosotros sabe muy poco. Puede que reconozcas el nombre, ¿pero sabías que es uno de los países de la región conocida como el Cuerno de África? Es la segunda nación más poblada de África y frecuentemente es azotada por la hambruna. La región que hoy conocemos como Etiopía fue antes conocida como Abisinia. También se le conoció como el Reino de Axum, y fue nombrada por Mani (216–276 d. C.)[1] como uno de los cuatro más grandes poderes de su época, junto con Persia, Roma y China. Axum se mantuvo como un imperio fuerte y un poder comercial hasta el surgimiento del Islam en el siglo VII. Sin embargo, a pesar de las relaciones entre las potencias islámicas y la Europa cristiana, Axum estaba en buenos términos con sus vecinos musulmanes. Para los musulmanes, Etiopía es sinónimo de libertad de la persecución y el temor.
Durante los primeros años del Islam, los musulmanes fueron perseguidos y torturados por las familias gobernantes de La Meca, hubo incluso casos de personas que maltrataban a miembros de sus propias familias. Entre los nuevos conversos al Islam estaban los pobres y débiles que no estaban en capacidad de superar el dolor y el hambre que eran forzados a soportar. A fin de protegerlos a ellos y a su religión, el Profeta Muhammad (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) envió a unas 80 personas, incluyendo a una de sus propias hijas, a Etiopía. Este evento es conocido como la primera Hiyrah (migración).
El Rey de Etiopia, a veces conocido como el Negus, y probablemente uno de los últimos gobernantes del Imperio Axum, era famoso por ser un hombre justo y confiable, él era un cristiano de profundas convicciones. El Profeta Muhammad creyó que sus seguidores estarían bien cuidados si emigraban a un país cuya religión era el cristianismo (una religión revelada cuyo Profeta era Jesús, hijo de María). Los emigrantes iniciaron su difícil travesía llevando consigo una carta de presentación para el Rey. La siguiente es una traducción de dicha carta:
"Comienzo en el Nombre de Dios, el más Clemente, el Misericordioso; de Muhammad, el Mensajero de Dios, al Negus Al Asham, rey de Abisinia (Etiopía).
La paz sea contigo, alabo a Dios y atestiguo que Jesús, hijo de María, es el siervo de Dios. Él fue creado por órdenes de Dios; y María la virgen, la buena, la pura, concibió a Jesús. Así como Dios creó a Adán, también creó a Jesús. Te hago un llamado a Dios, el Único, sin asociados, y a Su obediencia, y a seguirme y a creer en lo que viene conmigo, pues yo soy el Mensajero de Dios.
Te envío a mi primo Yafar con varios musulmanes, y cuando lleguen, te pido que los recibas y les ofrezcas tu hospitalidad. Que la paz sea con todos aquellos que siguen la Guía Verdadera.
Cuando los gobernantes de La Meca escucharon de la migración, se apresuraron a enviar a sus propios emisarios ante la corte etíope. Tenían miedo de que si tal gobernante les daba la bienvenida a los musulmanes, eso les daría crédito a su religión y legitimaría sus creencias. Planearon convencer al rey de expulsar a los musulmanes, dándole regalos y divulgando chismes y calumnias acerca de esta religión y los inmigrantes. Sin embargo, el rey era un hombre sabio, noble y justo, y estaba preparado para reunirse con ambos grupos y escucharlos por igual.
Los dos delegados mecanos reiteraron sus acusaciones. Dijeron: "Su Majestad, bien sabes que un grupo de tontos se han vuelto renegados y han tomado asilo en tu país. Ellos no aceptan tu religión, sino que han inventado su propia religión, que es desconocida para nosotros. Somos gente de alto rango que estamos vinculados a sus padres, tíos y tribus, y te pedimos que nos entregues a estos renegados".
Entonces, el rey le preguntó al grupo de musulmanes por qué habían elegido esta nueva religión en lugar de apegarse a la religión de sus ancestros o abrazar la religión ya establecida del cristianismo. Yafar, el hijo de Abu Talib y primo del Profeta Muhammad, se levantó para hablar en nombre de los inmigrantes y del Islam. Dijo:
"¡Oh, su Majestad! Nosotros éramos gente ignorante. Adorábamos ídolos, comíamos animales muertos, cometíamos graves pecados, cortábamos los lazos familiares, y los fuertes de entre nosotros abusaban de los débiles. Fuimos así hasta que Dios envió entre nosotros a un Profeta conocido por su noble ascendencia, su honestidad, su confiabilidad y su decencia. Él nos invitó a adorar solo a Dios y abstenernos de adorar piedras e ídolos. Nos ordenó hablar solo con la verdad y devolver a sus dueños lo que se nos dejó encomendado. Además, nos ordenó mantener intactos nuestros lazos de parentesco, ser buenos con nuestros vecinos, y evitar lo que está prohibido. Nos ordenó también no cometer maldades ni dar falsos testimonios, ni consumir la propiedad de los huérfanos, ni acusar a las mujeres castas de malos actos sin tener pruebas o testigos. Nos ha ordenado adorar solo a Dios y no asociarle nada, y orar, pagar zakat y ayunar.
Por ello, creemos en él y en el mensaje que Dios le ha enviado. Adoramos solo a Dios. Rechazamos lo que solíamos asociarle a Él como copartícipes. Consideramos ilícito lo que él nos ha dicho que es ilícito; y consideramos lícito lo que él nos ha dicho que es lícito. Solo por esta razón, nuestro pueblo nos ha atacado, torturado y ha querido obligarnos a dejar nuestra religión. Ellos quieren que volvamos a adorar a los ídolos en lugar de alabar a Dios. Quieren que consideremos lícitas las malas acciones que solíamos hacer en el pasado. Cuando nos torturaron y nos encarcelaron y se opusieron entre nosotros y nuestra religión, salimos hacia tu reino, eligiéndote porque necesitamos tu protección. Esperamos ser tratados con justicia por parte tuya, rey".
El rey escuchó este intercambio con paciencia y atención, y cuando tanto los mecanos como los musulmanes hubieron hablado, se volvió hacia Yafar y dijo: "¿Tienes contigo algo que haya sido descendido de Dios a tu Profeta?" Lo que sucedió después, causó que el rey y sus obispos lloraran hasta empapar sus barbas, y eso lo veremos en la segunda parte.
"Sabed que quienes obren bien en este mundo recibirán una bella recompensa, y que la Tierra de Al‑lah es amplia [y si os impiden adorarlo, emigrad a otros territorios]". (Corán 39:10)
Los musulmanes a menudo les dirán a los de fe cristiana: "Nosotros también amamos a Jesús". Los musulmanes le tienen un afecto profundo al Profeta Jesús, así como a todos los profetas de Dios. Este punto le resultó obvio al rey de Etiopía e hizo que él, sus obispos y algunos otros de su corte entendieran cuán cercanas están las dos religiones, el Islam y el cristianismo.
"Verás que los peores enemigos de los creyentes son los judíos y los idólatras, y los más amistosos son quienes dicen: ‘Somos cristianos’. Esto es porque entre ellos hay sacerdotes y monjes que no se comportan con soberbia". (Corán 5:82)
Repasemos lo que vimos en la primera parte. En el cuarto año de la profecía, el Mensajero de Dios, Muhammad (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) envió a un pequeño grupo de musulmanes a Etiopía. Entre ellos estaban los conversos más débiles de la nueva religión. El Profeta Muhammad creía que el rey de Etiopía, siendo devoto cristiano, le daría a su gente refugio y los trataría con compasión. Los líderes de La Meca, sin embargo, se negaban a permitir que los nuevos musulmanes hallaran alivio y se apresuraron a enviar sus propios emisarios para difamarlos y calumniarlos.
El rey, que era sabio y justo, se aseguró de escuchar ambos lados del debate. Cuando cada lado hubo establecido su caso, pidió escuchar algo de la recitación descendida por Dios. Yafar recitó las primeras aleyas del capítulo 19 del Corán, titulado María en honor de la madre de Jesús. El siguiente es un fragmento de dicho capítulo:
"Le dijo: ‘Soy un enviado de tu Señor para agraciarte con un hijo puro’. Ella dijo: ‘¿Cómo voy a tener un hijo si no me ha tocado ningún hombre ni he fornicado?’. Le dijo [el ángel]: ‘Así será, pues tu Señor dice: Eso es fácil para Mí. Lo convertiré [a tu hijo] en un milagro y una misericordia para la humanidad. Es un asunto decidido’. Cuando se sintió embarazada, decidió retirarse a un lugar apartado". (Corán 19:19-22)
El rey y quienes estaban con él rompieron en llanto. Las lágrimas corrieron por sus mejillas y mojaron sus barbas. Las palabras sublimes del Corán derritieron sus corazones, como habían comenzado a hacerlo ya en La Meca. Lo más sorprendente es que muchos de los presentes en la corte etíope no entendían el idioma árabe y, sin embargo, la elocuencia y delicadeza del Corán los conmovió; las palabras fueron traducidas para ellos. En este punto de la historia, es fascinante descubrir que Dios describe a los cristianos como aquellos que rompen en llanto cuando escuchan la verdad.
"Cuando escuchan lo que le ha sido revelado al Mensajero, ves que sus ojos se inundan de lágrimas porque reconocen la verdad, y entonces dicen: ‘¡Señor nuestro! Creemos, cuéntanos entre quienes dan testimonio [de la verdad del Islam]’". (Corán 5:83)
El rey quedó abrumado y exclamó: "Parece que estas palabras y las que le fueron reveladas a Jesús provienen de la misma fuente". Y, volviéndose hacia los enviados de La Meca, les dijo: "No voy a entregarles a estos refugiados. Ellos son libres de vivir y adorar como deseen bajo mi protección". Esto no complació ni satisfizo a los mecanos. Su misión era desacreditar a los musulmanes y a la religión del Islam, y para lograrlo, pusieron en marcha un segundo plan. En un esfuerzo patético por influenciar al rey, afirmaron que los musulmanes hablaban irrespetuosamente sobre Jesús.
Después de escuchar el Corán es improbable que el rey le diera crédito a semejante afirmación; sin embargo, llamó de nuevo a los musulmanes ante su presencia y les preguntó acerca de su creencia sobre Jesús. Yafar respondió de manera veraz e inmediata: "Nuestra creencia en Jesús se basa en lo que nuestro Profeta nos ha dicho sobre él: Jesús es el siervo y el Mensajero de Dios, y fue creado por mandato de Dios". Al escuchar esto, el rey declaró que esta descripción de Jesús no contradecía su propia creencia cristiana. El resultado fue que los mecanos dejaron Etiopía habiendo quedado desacreditados, mientras que los musulmanes vivieron allí en paz y seguridad durante varios años antes de regresar a La Meca.
Varios años más tarde, el Profeta Muhammad les escribió cartas a diversos gobernantes de todo el mundo invitándolos a aceptar el Islam como su religión. Entre los primeros líderes que recibieron la carta estaba el rey de Etiopía. Lo que sigue es una traducción aproximada de dicha carta:
"Comienzo en el Nombre de Dios, el más Clemente, el Misericordioso. De Muhammad, el Mensajero de Dios, para el Rey de Etiopía.
La paz es para quien sigue la guía correcta y cree en Dios y en Su Mensajero. Atestiguo que no hay divinidad digna de adoración sino solo Al‑lah. Él es Uno y no tiene copartícipes. Él no tiene esposa ni hijos. Y Muhammad es Su siervo y Su Mensajero.
Te invito a que aceptes el Islam. Te llamo a ti y a tu ejército hacia Al‑lah, Quien es merecedor de todo respeto y de toda estima. He cumplido así con mi deber de comunicar Su mensaje y consejo. Debes aceptarlo, que la paz sea con los seguidores de la guía.
"Di: ‘¡Oh, Gente del Libro! Convengamos en una creencia común: No adoraremos sino a Dios, no Le asociaremos nada y no tomaremos a nadie como divinidad fuera de Dios’". (Corán 3:64)
El rey recibió la carta con mucho respeto y aceptó el Islam, a pesar de las objeciones de su familia y de la Iglesia. Él contestó la carta diciendo: "¡Oh, Mensajero de Dios!, he tenido el honor de leer tu estimada carta. Juro por Dios que Jesús no es más que lo que has descrito. Doy fe de que eres un verdadero Profeta de Dios, y he prestado mi juramento de lealtad a Dios y a Su Profeta. Si lo ordenas, me presentaré ante ti. Que la paz y las bendiciones de Dios sean contigo".
Damos gran crédito a este capítulo final de la historia del rey de Etiopía, puesto que cuando le fue revelado al Profeta que el Rey, con quien nunca se había reunido, había fallecido, el Profeta ofreció la primera oración fúnebre en ausencia por él.
La historia del rey de Etiopía es una marca indeleble en el tiempo. Nos enseña acerca de los modales y la diplomacia entre el Profeta Muhammad y los nobles gobernantes de la época. Nos da luz sobre la cercanía de las dos religiones, el cristianismo y el Islam. El Profeta Muhammad sabía que los cristianos realmente piadosos estaban, y siguen estando, apenas a un paso de la religión del Islam. La elocuencia del Corán es capaz de penetrar los corazones de aquellos a quienes Dios elige para guiarlos, y la religión del Islam está abierta para todos, reyes o plebeyos, ricos o pobres, blancos o negros.