Bismil-lahir Rahmanir Rahim. Alhamdulil-lahi Rabbil Alamín, wa assalatu wa assalam –‘ala Rasulilah. En el nombre de Al-lah, el Misericordioso, el Compasivo, todas las alabanzas son para Al-lah, el Señor de los mundos, y que la paz y las bendiciones de Al-lah sean sobre Su Profeta, Muhammad.
No recuerdo si fue antes mi discusión con Rashid, un chico marroquí que trabajaba conmigo, sobre ciencia y religión, mi enfado al no reconocer que la religión no servía de nada ante la ciencia, que según mi parecer era la única verdad, o aquel día viendo la televisión que daban un reportaje en La noche de…, programa que dan en la televisión autónoma vasca, sobre Matrix y en qué filósofos se basaba la película; ahí, en ese momento, me di cuenta de que era un ignorante, que no sabía nada, en ese momento decidí buscar la verdad.
Yo, como cualquier chico de 20 años, salía, bebía fumaba porros, estaba con mis amigos y amigas y vivía en la ignorancia. Después del reportaje de Matrix empecé a leer a Descartes, el primer libro que encontré; más tarde, leí el libro de Siddhartha y quedé maravillado. Un buen día, dejé mi trabajo, mis amigos y familiares, y sin decir nada me largué hacia Roma en busca de la verdad. Leía un poco de todo pero nada me llenaba. Después de Roma, fui a Londres, Paris, y luego regrese a España, ahí empecé a interesarme por el budismo. Trabajaba como camarero y hacía algo de meditación, pero había algo que me faltaba.
Después de pasar un tiempo por ciudades de España y algo perdido, regresé a Bilbao, que es de donde soy, más específicamente, de Sopelana, un pueblo a 20 kilómetros de Bilbao. Y seguía con mi vida, fumando porros, bebiendo y muchas otras cosas. Empecé a juntarme con un marroquí, Rodi, que Al-lah tenga misericordia de él, después él me presentó a Abdel. Yo vivía con marroquís y hablaban sobre Islam, en mi interior se empezaba a crear una duda, ¿realmente Dios existe?, y solo esa duda era en lo que pensaba en mi interior. Abdel era un chico moderno, y un día, mientras estábamos en un bar, yo le pregunté, pensando que me respondería que no: ¿Crees en Dios?; él me respondió que sí, me habló más sobre el Islam, y recuerdo las historias que me contaba del Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y de uno de sus compañeros `Umar ibn Al-Jattab que Al-lah este complacido con él. Esa misericordia del Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, me conmovía. Un día, Abdel me invitó a leer el Corán, pero me dijo que tenía que estar limpio del todo; le hice caso y leí algo, todavía no estaba seguro y no me enteraba de mucho. Más tarde, me trasladé a un piso donde vivían dos marroquís, Yusef y Mohamed, y otro chico de Angola llamado Jamilson. Ahí, seguía mis días bebiendo, fumando porros y saliendo de noche con mis amigos; pero esa vida no me llenaba, un día le pregunté a Yusef por la mezquita, para informarme del Islam, y quedamos de ir un día. Todavía recuerdo ese día , me dijeron que había un chico que se llamaba David, que ahora se llama Daud, que era de mi mismo pueblo, en mi mente apareció la imagen de un niño llamado David, que solía de pequeño meterme con él; le dije a Yusef: “Seguro que es este chico, ya verás ahora, con lo malo que fui de pequeño con él, me echará de la mezquita”. Tras esperar unos minutos, Daud apareció, era el mismo chico que yo pensaba, estaba muy sorprendido, le dije que quería información sobre Islam, y él me explicó un poco. Quedamos en reunirnos otro día con él y otros hermanos que me hablaban de Islam, me daban libros y yo solía leer algo del Corán. Un día, pedí a Dios que me Guiara. No sé cuánto tardé, pero un día me duché entero, reuní a Mohamed y a Yusef e hice la Shahada (testimonio de fe), más tarde la haría de nuevo en la mezquita, con el shej y un montón de hermanos que vinieron a abrazarme.
Le doy gracias a Al-lah, a todos los que me ayudaron, que Al-lah les bendiga, por ser lo que ahora soy y estoy orgulloso de ello: de ser un musulmán. Ya tenía 21 años y mi vida cambió para siempre.