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Una vez, se suscitó una disputa entre Ali bin Ali Talib, cuando era el Califa, y un judío que se presentó ante el juez Shuraih al-Kindi. Shuraih relata los detalles de lo que ocurrió:





“Ali se percató que había perdido su cota de malla, así que regresó a Kufa y la encontró en manos de un judío que la estaba vendiendo en el mercado. Le dijo: ‘¡Oh, judío, esa cota de malla es mía! ¡No la he regalado ni la he vendido!’





El judío respondió: ‘Es mía, está en mi poder’.





Ali dijo: ‘Haremos que la ley juzgue esto por nosotros’.





Así que vinieron a mí y Ali se sentó a mi lado y dijo: ‘Esa cota de malla es mía; no la he regalado ni vendido’.





El judío se sentó frente a mí y dijo: ‘Es mi cota de malla, está en mi poder’.





Pregunté: ‘Oh, Emir de los creyentes, ¿tienes alguna prueba?’





‘Sí’, dijo Ali, ‘mi hijo Hasan y Qanbarah pueden dar fe de que esa es mi cota de malla’.





Dije: ‘Emir de los creyentes, el testimonio de un hijo a favor de su padre no es admisible en la corte’.





Ali exclamó: ‘¡Qué Perfecto es Dios! ¿No puedes aceptar el testimonio de un hombre al que se le ha prometido el Paraíso? Escuché al Mensajero de Dios decir que Hasan y Husain son los príncipes de los jóvenes en el Paraíso’.[1]





El Judío dijo (asombrado): ‘¡El Emir de los creyentes me lleva ante su propio juez y el juez falla a mi favor en contra suya! Doy fe de que no existe más divinidad que Dios y que Muhammad es Su mensajero [el judío aceptó el Islam], y que la cota de malla es tuya, Emir de los creyentes. Se te cayó durante la noche y yo la encontré”.[2]





Otra historia maravillosa sobre la justicia de los musulmanes hacia los no-musulmanes, se refiere a la conquista de la ciudad de Samarcanda. Qutaiba, el general militar musulmán, no le dio la posibilidad a los residentes de Samarcanda de elegir entre aceptar el Islam, hacer una alianza de protección con los musulmanes, o enfrentarse en batalla. Años después de la conquista, la gente de Samarcanda presentó una denuncia ante Umar bin Abdulaziz, el décimo califa musulmán. Umar, al escuchar la denuncia, ordenó al gobernador de la ciudad devolverla al pueblo y desalojarla, y luego darle a la gente las tres alternativas para que eligieran. Asombrados por esta muestra de justicia instantánea, ¡muchos de los residentes de Samarcanda abrazaron el Islam![3]





Leemos también casos en los que la población musulmana se preocupa de los derechos de las minorías no-musulmanas y exigen a sus gobernantes que hagan justicia con los no-musulmanes. Walid ibn Yazid, un califa omeya, exilió a los habitantes de Chipre y los forzó a establecerse en Siria. Los eruditos del Islam no aprobaron su medida, y tras el evento declararon que era opresivo. Cuando su hijo se hizo califa, ellos le llevaron el asunto para que restableciera a estas gentes en su tierra natal. Él estuvo de acuerdo con la propuesta y por ello es conocido como uno de los gobernantes más equitativos de la dinastía omeya.[4] Otro caso histórico similar ocurrió cuando el gobernador del Líbano, Salih ibn Ali, expulsó a una villa entera de no-musulmanes porque algunos de ellos se rehusaron a pagar el impuesto sobre lo que producían. El gobernador era un asesor cercano al Califa, sin embargo, el imán Awza’i, un famoso erudito musulmán de Siria, vino en defensa de esta gente y escribió una carta de protesta. En parte de la carta se lee:





“¿Cómo se puede castigar colectivamente a un pueblo por las fechorías de unos pocos, yendo tan lejos como para expulsarlos de sus casas? Dios declaró:





‘Nadie cargará con la carga de otro…’ (Corán 35:18)





Es la prueba más convincente a considerar y seguir. Y la orden más digna del Profeta a preservar y seguir es:





‘Si alguien oprime a un dhimmi o lo carga con algo que no puede soportar, yo abogaré en su contra el Día del Juicio’.[5]





Ellos no son esclavos a los cuales uno pueda tomar de un lugar y trasladarlos a otro como a uno le plazca. Ellos son gente libre de la Alianza.”[6]





Los escritores e historiadores seculares se han visto obligados a reconocer la justicia del Islam hacia los no-musulmanes entre ellos. El historiador británico H.G. Wells, escribió lo siguiente:





“Establecieron grandes tradiciones de tolerancia. Inspiran a la gente con un espíritu de generosidad y tolerancia, y son humanitarios y prácticos. Crearon una comunidad humana en la que era extraño ver crueldad e injusticia social, a diferencia de cualquier comunidad antes de ella”.[7]





Estudiando las sectas cristianas en los primeros siglos del gobierno Islámico, Sir Thomas Arnold escribió:





“Los principios islámicos de tolerancia prohibieron estas acciones [anteriormente mencionadas], que siempre suponen una opresión. Los musulmanes fueron lo contrario de los otros, y al parecer no escatimaron esfuerzos en tratar a todos sus súbditos cristianos con justicia y equidad. Un ejemplo fue la conquista de Egipto, cuando los jacobitas aprovecharon la retirada de las autoridades bizantinas para despojar a los cristianos ortodoxos de sus iglesias. Los musulmanes las devolvieron a sus legítimos propietarios cuando los cristianos ortodoxos les mostraron pruebas de su propiedad”.[8]





Amari, un orientalista siciliano, observó:





“En los tiempos del gobierno árabe musulmán, los habitantes conquistados de la isla de Sicilia estaban más cómodos y satisfechos que sus contrapartes italianas, que colapsaron bajo el yugo de lombardos y francos”.[9]





Nadhmi Luqa comentó:





“Ninguna ley puede erradicar la justicia y los prejuicios mejor que una que declare:





‘…dad testimonio con equidad, y que el rencor no os conduzca a obrar injustamente…’ (Corán 5:8)





Sólo cuando una persona se aferra a estas normas, sin establecer otras, y se hace devoto a la religión con estos nobles principios y rectitud, sin aceptar otros… sólo entonces puede pretender haberse honrado a sí misma





La Ley Islámica protege los derechos humanos básicos como la preservación de la vida, la propiedad y el honor, tanto para los musulmanes como para los no-musulmanes. Ya sea que los no-musulmanes fueran residentes o visitantes, tienen garantizados estos derechos. Dichos derechos no pueden ser retirados excepto en un caso justificado permitido por la ley. Por ejemplo, a un no-musulmán no se le puede matar a menos que sea culpable de asesinato. Dios dice:





“Diles: Venid que os informaré lo que vuestro Señor os ha prohibido: No debéis asociarle nada y seréis benevolentes con vuestros padres, no mataréis a vuestros hijos por temor a la pobreza, Nosotros Nos encargamos de vuestro sustento y el de ellos, no debéis acercaros al pecado, tanto en público como en privado, y no mataréis a nadie que Dios prohibió matar, salvo que sea con justo derecho. Esto es lo que os ha ordenado para que razonéis”. (Corán 6:151)





El Profeta del Islam declaró que la vida de los residentes y visitantes no-musulmanes es inviolable cuando dijo:





“Quien mata a una persona con la que tenemos un tratado, no se acercará al Paraíso lo suficiente como para percibir su perfume, y eso que este perfume puede percibirse tan lejos como la distancia recorrida en cuarenta años de viaje”. (Bujari)





El Islam no permite asaltar a un no-musulmán, violar su honor o propiedad, o dañarlo. Si alguien roba a un dhimmi, debe ser castigado. Si alguien pide prestado a un dhimmi, la propiedad debe ser devuelta. El Profeta del Islam dijo:





“Debes saber que no es lícito para ti tomar la propiedad de la Gente de la Alianza a menos que sea (en pago) por algo”[1].





También dijo:





“De hecho, Dios, el Poderoso y Majestuoso, no te ha permitido entrar a las casas de la Gente de la Alianza excepto con su permiso, ni ha permitido que golpees a sus mujeres, ni comas sus frutas si te dan lo que es obligatorio para ellos [del yizia]”. (Abu Dawud)





Hay una historia interesante de la era de Ahmad ibn Tulun de Egipto. Un día, un monje cristiano fue al palacio de Tulun para quejarse de su gobernador. Al verlo, un guardia le preguntó sobre el problema. Después de haber comprobado que el gobernador había tomado 300 dinares del monje, el guardia se ofreció a pagarle al monje con la condición de que no se quejara, y el monje aceptó su oferta.





El incidente llegó hasta Tulun quien ordenó al monje, al guardia y al gobernador que se presentaran en su corte. Tulun le dijo al gobernador: “¿No están todas tus necesidades satisfechas con un ingreso suficiente? ¿Tienes necesidades que justifiquen tomar lo de otros?’





El gobernador reconoció la fuerza de su argumento, aún así Tulun le siguió preguntando, y eventualmente lo removió de su puesto. Tulun luego le preguntó al monje cuánto había tomado de él el gobernador, y el monje le dijo que habían sido 300 dinares. Tulun dijo: “Es una pena que no dijeras 3000, pues él necesita un castigo mayor, pero sólo puedo basarme en tu declaración”, y tomó el dinero del gobernador, devolviéndoselo al monje.[2]





Los no-musulmanes tienen el derecho de que su honor sea protegido. Este derecho se extiende no sólo a los no-musulmanes residentes, sino también a los visitantes. Todos ellos tienen el derecho a estar seguros y protegidos. Dios dice:





“Si alguno de los idólatras te pidiera protección, ampárale para que así recapacite y escuche la Palabra de Dios, luego [si no reflexiona] ayúdale a alcanzar un lugar seguro; esto es porque son gente ignorante”. (Corán 9:6)





El derecho de asilo hace obligatorio para todo musulmán respetar y defender el asilo concedido por otro musulmán, de acuerdo a la declaración del Profeta:





“La obligación impuesta por la alianza es comunal, y el musulmán más cercano debe esforzarse en cumplirla. Cualquiera que viole la protección concedida por un musulmán estará bajo la maldición de Dios, los ángeles, y toda la gente, y en el Día del Juicio no será aceptada intercesión alguna a su favor”.[3]





Una de las compañeras, Umm Hani, le dijo al Profeta:





“Mensajero de Dios, mi hermano Ali proclama que está en guerra contra un hombre al que he concedido asilo, un hombre llamado Ibn Hubaira”.





El Profeta le contestó:





“Umm Hani, cualquiera al que hayas brindado asilo está bajo la protección de todos nosotros”.[4]





El derecho de asilo y la protección requieren que un musulmán brinde asilo y conceda seguridad a un no-musulmán que lo solicite, y advierte de un castigo severo a cualquiera que lo viole. El asilo garantiza protección de la agresión o el ataque a cualquiera a quien se haya dado seguridad, un derecho que no se otorga explícitamente en ninguna otra religión.





El Corán enseña a los musulmanes a tratar a los no-musulmanes cortésmente en un espíritu de bondad y generosidad, siempre que no sean hostiles hacia los musulmanes. Dios dice:





“Dios no os prohíbe ser benevolentes y equitativos con quienes no os han combatido por causa de la religión ni os han expulsado de vuestros hogares, pues ciertamente Dios ama a los justos. Dios sólo os prohíbe que toméis como aliados a quienes os han combatido por causa de la religión y os han expulsado de vuestros hogares o han contribuido a vuestra expulsión. Y sabed que quienes les tomen como aliados serán inicuos”. (Corán 60:8-9)





Al-Qarafi, un erudito musulmán clásico, describe la profundidad del significado de “ser benevolentes” en este versículo. Él explica el término:





“…amabilidad hacia el débil, proveyendo ropa para cubrirlo y hablándole con suavidad. Esto debe hacerse con afecto y misericordia, no mediante intimidación o degradación. Por otra parte, tolerar el hecho de que pueden ser vecinos molestos a los que podrías obligar a mudarse, pero no lo haces por bondad hacia ellos, no por temor o razones financieras. Además, rezar para que reciban guía y [así] se unan a las filas de los bendecidos con recompensa externa, asesorándolos en todos los asuntos mundanos y espirituales, protegiendo su reputación si son expuestos a calumnia, y defendiendo su propiedad, familias, derechos e intereses. Ayudándolos contra la opresión y concediéndoles sus derechos”.[1]





Las órdenes divinas para tratar a los no-musulmanes de esta forma fueron tomadas en serio por los musulmanes. No fueron sólo versículos para ser recitados, sino Voluntad Divina a ser ejecutada. El Profeta, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él, fue la primera persona en poner las órdenes divinas en práctica, seguido por sus califas y la población general de creyentes. La historia de vida del Profeta del Islam brinda varios ejemplos de este tipo, la coexistencia pacífica con los no-musulmanes. Algunos de sus vecinos fueron no-musulmanes y el Profeta fue generoso con ellos e intercambiaban regalos. El Profeta del Islam los visitaba cuando se sentían enfermos y hacía negocios con ellos. Había una familia judía a la que él daba caridad con frecuencia, y después de su muerte los musulmanes mantuvieron su caridad hacia ellos.[2]





Cuando una delegación cristiana de las iglesias de Etiopía vino a Medina, el Profeta abrió su mezquita para que ellos se quedaran allí, los organizó con generosidad, y sirvió personalmente sus comidas. Él dijo:





“Ellos fueron generosos con nuestros compañeros, así que deseo ser generoso con ellos en persona…”.





…refiriéndose al tiempo cuando los cristianos dieron asilo a una cantidad de sus compañeros después que huyeran de la persecución en Arabia y se asilaran en Abisinia.[3] En otro ejemplo, un judío llamado Zayd bin Sana se acercó al Profeta del Islam para reclamarle una deuda. Él agarró al Profeta por su túnica y su capa, tirando de él hacia su cara, y dijo: “Muhammad, ¿no vas a darme lo que me debes?  ¡Tú y tu clan Banu Muttalib nunca pagan las deudas a tiempo!” Omar, uno de los compañeros del Profeta, se agitó y dijo: “Enemigo de Dios, ¿estoy escuchando realmente lo que acabas de decirle al Profeta de Dios? ¡Juro por el Único, Quien lo envió con la verdad, que si no temiera que él me lo recriminara, habría tomado mi espada y habría cortado tu cabeza!” El Profeta miró calmado a Omar y lo censuró con amabilidad:





“Omar, no es lo que necesitamos escuchar de ti. Debes aconsejarme que pague mis deudas a tiempo, y solicitarle a él que cobre de manera respetuosa. Ahora, llévalo, págale su deuda de mi dinero y dale veinte medidas extra de dátiles”.





El judío quedó tan agradablemente sorprendido por el comportamiento del Profeta, ¡que de inmediato declaró su aceptación del Islam![4]





Los compañeros del Profeta Muhammad siguieron su ejemplo sobre cómo tratar a los no-musulmanes. Omar estableció un pago permanente para la familia judía que el Profeta solía cuidar durante su vida.[5] Él halló justificación para asignarle fondos a la Gente de la Alianza en el siguiente versículo del Corán:





“Ciertamente que el Zakat es para los pobres, los menesterosos, los que trabajan en su recaudación y distribución, aquellos que [por haber mostrado cierta inclinación por el Islam o haberlo aceptado recientemente] se desea ganar sus corazones, la liberación de los cautivos, los endeudados, la causa de Dios y el viajero insolvente. Esto es un deber prescrito por Dios, y Allah es Omnisciente, Sabio”. (Corán 9:60)





Abdullah ibn Amr, un famoso compañero del Profeta, daba caridad con regularidad a sus vecinos. Enviaba a su sirviente a llevar porciones de carne en ocasiones religiosas a su vecino judío. El siervo, sorprendido, preguntó sobre la preocupación de Abdullah por su vecino judío. Abdullah le comentó el dicho del Profeta Muhammad:





“El ángel Gabriel fue tan firme en recordarme que fuera caritativo con mi vecino, que pensé que le asignaría parte de la herencia (o sea que los hiciese herederos también)”.[6]





Revisando páginas de la historia, encontramos un ejemplo maravilloso de cómo un gobernante musulmán esperaba que sus dirigentes trataran a la población judía. El Sultán de Marruecos, Muhammad ibn Abdullah, publicó un edicto el 5 de febrero de 1864 d.C.:





“Para nuestros empleados civiles y agentes que desempeñan sus servicios como representantes legales en nuestros territorios, publicamos el siguiente edicto:





‘Deben tratar con los residentes judíos de nuestros territorios de acuerdo a los modelos absolutos de justicia establecidos por Dios. Los Judíos deben ser tratados por la ley sobre una base de equidad con los demás, de modo que ninguno sufra la menor injusticia, opresión o abuso. A nadie de dentro o fuera de nuestra propia comunidad le será permitido cometer ninguna ofensa contra ellos o sus propiedades. Sus artesanos y obreros no deben ser enlistados en la milicia contra su voluntad, y se les debe pagar un sueldo completo por su servicio al estado. Cualquier opresión hará que el opresor esté en la oscuridad el Día del Juicio y no aprobaremos de nadie tales irregularidades. Toda persona es igual a la vista de nuestra ley, y castigaremos, con ayuda divina, a cualquiera que cometa errores o agresiones contra los judíos. Esta orden que hemos declarado aquí es la misma ley que siempre hemos conocido, establecido y declarado. Hemos publicado este edicto sólo para afirmar y prevenir a cualquiera que quiera dañarlos, así los judíos tendrán un mayor sentido de seguridad y quienes deseen dañarlos pueden verse disuadidos por una mayor sensación de temor’”.[7]





Renault es uno de los historiadores occidentales imparciales que ha reconocido el trato bueno y justo de los musulmanes hacia las minorías no-musulmanas. Él comentó:





“Los musulmanes en las ciudades de la España islámica trataron a los no-musulmanes de la mejor forma posible. A cambio, los no-musulmanes mostraron respeto por las sensibilidades de los musulmanes, circuncidaron a sus propios hijos y se abstuvieron de comer cerdo”





Los estados benefactores modernos proveen beneficios sociales a sus ciudadanos pobres, pero el Islam precedió a todas las naciones en establecer servicios de seguridad social. La Ley Islámica establece provisiones financieras para musulmanes necesitados a través del Zakat(caridad obligatoria) y la sádaqa (caridad voluntaria). El Zakat se hizo obligatorio para los musulmanes ricos para cuidar de los pobres, mientras que la sádaqa se dejó a criterio personal para ayudar a los necesitados. La seguridad social provista por el Islam incluye también a los no-musulmanes. La Ley Islámica exige al estado proveer para sus ciudadanos con discapacidades —musulmanes o no-musulmanes— que les impiden tener un empleo. A ellos se les provee del tesoro público, y el gobernante es negligente en sus funciones si no lo hace. Muchos ejemplos de musulmanes proveyendo seguridad social a los ciudadanos no-musulmanes han sido registrados por la historia. Omar ibn al-Jattab, el segundo Califa del Islam, una vez pasó por donde estaba un hombre viejo y ciego frente a una casa. Omar le preguntó a qué comunidad religiosa pertenecía. El hombre dijo que era judío. Omar entonces le preguntó: “¿Qué te ha puesto en esta situación?” El viejo dijo: “No me preguntes, … pobreza y vejez”. Omar llevó al hombre a su propia casa, lo ayudó con su propio dinero y luego ordenó al tesorero: “Debes cuidar de este hombre y de otros como él. No lo hemos tratado con justicia. No tenía que haber pasado los mejores años de su vida entre nosotros para encontrar la miseria en su vejez”. Omar también lo eximió a él y a otros en su situación de pagar el yizia.[1]





Otro ejemplo se encuentra en la carta de Jalid ibn al-Walid a la gente de la ciudad iraquí de Hira. Contiene los términos de la tregua que les ofreció:





“Si Dios nos da la victoria, la Gente de la Alianza será protegida. Ellos tienen derechos prometidos por Dios. Es la alianza estricta que Dios ha hecho obligatoria a todos Sus profetas. Ellos también tienen las obligaciones que ella les impone y que no deben violar. Si son conquistados, vivirán confortablemente con todo lo que les corresponde. Estoy obligado a eximir del yizia a las personas mayores que no puedan trabajar, los discapacitados, y los pobres que reciben caridad de su propia comunidad. El tesoro les proveerá para ellos y quienes de ellos dependan en tanto vivan en tierras musulmanas o en las comunidades de musulmanes emigrantes. Si se van de tierras musulmanas, ni ellos ni quienes dependen de ellos tendrán derecho a ningún beneficio”.[2]





En otro ejemplo, Omar ibn al-Jattab, el califa musulmán, estaba visitando Damasco. Pasó por donde había un grupo de cristianos leprosos. Ordenó que se les diera caridad y estipendios regulares para comida.[3]





Omar ibn Abdul-Aziz, otro califa musulmán, escribió a su agente en Basra, Iraq: “Busca entre la Gente de la Alianza de tu área a quienes se han hecho viejos y no pueden devengar, y proporciónales estipendios regulares del tesoro para cubrir sus necesidades”.[4]





Algunos de los primeros musulmanes[5] acostumbraban distribuir parte de su caridad al concluir Ramadán (zakat ul-fitr) entre los monjes cristianos, basados en su entendimiento del versículo del Corán:





“Dios no os prohíbe ser benevolentes y equitativos con quienes no os han combatido por causa de la religión ni os han expulsado de vuestros hogares, pues ciertamente Dios ama a los justos. Dios sólo os prohíbe que toméis como aliados a quienes os han combatido por causa de la religión y os han expulsado de vuestros hogares o han contribuido a vuestra expulsión. Y sabed que quienes les tomen como aliados serán inicuos”. (Corán 60:8-9)





Finalmente, hay otros derechos que no hemos discutido aquí debido a que asumimos que son elementales y se dan por sentados, como el derecho al trabajo, la vivienda, al transporte, a la educación, y otros[6]. Sin embargo, antes de concluir, quisiera hacer la siguiente observación. Nuestra exposición ha aclarado cómo los no-musulmanes que viven en países musulmanes disfrutan de derechos que no les serían otorgados en países no-musulmanes. Algunos lectores podrían responder con la objeción de que esos derechos pueden haber existido en la historia, pero la experiencia de los no-musulmanes en países musulmanes hoy día es diferente. La observación personal del autor es que los no-musulmanes aún disfrutan de muchos de esos mismos derechos en la actualidad, quizás aún más. Dios Todopoderoso nos ha ordenado decir la verdad en el versículo:





“¡Oh, creyentes! Sed realmente equitativos cuando deis testimonio por Dios, aunque sea en contra de vosotros mismos, de vuestros padres o parientes cercanos, sea [el acusado] rico o pobre; Allah está por encima de ellos. No sigáis las pasiones y seáis injustos. Si dais falso testimonio o rechazáis prestar testimonio [ocultando la verdad] sabed que Dios está bien informado de cuánto hacéis.” (Corán 4:135)





Además, cuando comparamos las condiciones de los no-musulmanes que viven en países musulmanes con la situación de las minorías musulmanas que viven en países no-musulmanes, ya sea en la actualidad o en el pasado, vemos una profunda diferencia. ¿Qué les ocurrió a los musulmanes durante las Cruzadas, bajo la Inquisición española, en la China comunista o en la Unión Soviética? ¿Qué les está ocurriendo hoy día en los Balcanes, Rusia, Palestina e India? Valdría la pena reflexionar a fin de dar una respuesta basada en la equidad y la declaración de la verdad y la justicia. Dios es el mejor de los jueces, y Él declara:





“¡Oh, creyentes! Sed firmes con [los preceptos de] Dios, dad testimonio con equidad, y que el rencor no os conduzca a obrar injustamente. Sed justos, porque de esta forma estaréis más cerca de ser piadosos. Y temed a Dios; Allah está bien informado de lo que hacéis”. (Corán 5:8)





Los ciudadanos no-musulmanes tienen el mismo derecho que los musulmanes a ser protegidos de enemigos externos. El pago del yizia les garantiza protección contra la agresión externa, defensa contra los enemigos, y el pago del rescate a su favor en caso de que sean tomados prisioneros por un enemigo.[1]





Escribiendo unos siglos atrás, Ibn Hazm, un erudito clásico del Islam, dijo:





“Si somos atacados por una nación enemiga cuyo objetivo es la Gente de la Alianza que vive entre nosotros, se impone salir totalmente armados y listos a morir en la batalla por ellos, para resguardar a aquellas personas que están protegidas por la alianza de Dios y Su Mensajero. Hacer menos que esto y entregarlos sería una negligencia reprobable de una promesa sagrada”.[2]





La historia ha registrado muchos ejemplos de musulmanes cumpliendo su sagrada promesa hacia los dhimmis. El compañero del Profeta, Abu Ubayda al-Yarrah, fue el líder del ejército que conquistó Siria. Él hizo un acuerdo con aquel pueblo para que pagara el yizia.





Consciente de la lealtad fiel de los musulmanes, el pueblo sirio de la alianza resistió a los enemigos de los musulmanes y ayudó a los musulmanes contra ellos. Los residentes de cada ciudad enviaron a algunos de entre su gente para espiar a los bizantinos, quienes transmitieron a los comandantes de Abu Ubayda la noticia de la reunión del ejército bizantino. Por último, cuando los musulmanes temieron que no podrían garantizarles protección, Abu Ubayda escribió a sus comandantes para que devolvieran todo el dinero que habían recolectado como yizia con el siguiente mensaje para los sirios:





“Les estamos devolviendo su dinero porque nos han llegado noticias de ejércitos a la espera. La condición de nuestro acuerdo es que nosotros los protejamos, y somos incapaces de hacerlo; por tanto, les estamos devolviendo lo que hemos tomado de ustedes. Si Dios nos da la victoria, cumpliremos nuestro acuerdo”.





Cuando sus comandantes devolvieron el dinero y transmitieron el mensaje, la respuesta siria fue:





“Que Dios los traiga a salvo de regreso a nosotros. Quiera Él darles la victoria. Si los bizantinos hubieran estado en su lugar, no nos habrían devuelto nada, habrían tomado todo lo que tenemos y nos habrían dejado sin nada”.





Los musulmanes vencieron en la batalla. Cuando la gente de otras ciudades vio cómo sus aliados fueron derrotados, intentaron negociar una tregua con los musulmanes. Abu Ubayda entró en tregua con todos ellos con todos los derechos que se habían extendido en los primeros tratados. Ellos pidieron también que los bizantinos ocultos entre ellos tuvieran tránsito seguro de regreso a casa, con sus familias y posesiones, sin sufrir daño alguno, a lo que Abu Ubayda accedió.





Entonces, los sirios enviaron el yizia y abrieron sus ciudades para dar la bienvenida a los musulmanes. En el camino de regreso a casa, Abu Ubayda fue recibido por los representantes de los pobladores y aldeanos, pidiéndole que extendiera el tratado a ellos también, lo que él hizo con alegría.[3]





Otro ejemplo de musulmanes defendiendo a los ciudadanos no-musulmanes puede verse en los actos de Ibn Taimiah. Él fue a ver al líder de los tártaros después que saquearon Siria, con el fin de liberar a sus prisioneros. El líder tártaro acordó liberar a los prisioneros musulmanes, pero Ibn Taimiah protestó:





“Sólo estaremos satisfechos si todos los judíos y cristianos prisioneros son liberados también. Ellos son Gente de la Alianza. No abandonamos a un prisionero, sea de nuestro propio pueblo o de aquellos bajo alianza”.





Persistió hasta que los tártaros los liberaron a todos ellos.[4]





Por otra parte, los juristas musulmanes han declarado que proteger a los no-musulmanes de la agresión externa es un deber, al igual que su protección contra el acoso interno. Al-Mawardi declaró:





“El pago del yizia da a la Gente de la Alianza dos derechos. Primero, que se les deje en paz. Segundo, que deben ser custodiados y protegidos. De este modo, ellos pueden estar seguros en la sociedad y protegidos de amenazas externas”.[5]





El Islam considera que abandonar la protección de sus ciudadanos no-musulmanes es una forma de maldad y de opresión que está prohibida. Dios dice:





“…y a quien de ustedes sea injusto le haremos probar un enorme castigo”. (Corán 25:19)





Por lo tanto, dañar u oprimir a la Gente de la Alianza se considera un pecado grave. Defender los tratados con ellos es una obligación del califa musulmán y sus representantes. El Profeta prometió abogar el Día del Juicio a favor de los dhimmi contra cualquiera que los haya dañado:





“¡Tengan cuidado! El que es cruel y duro con una minoría no-musulmana, limita sus derechos, los carga con más de lo que pueden soportar, o toma cualquier cosa de ellos contra su libre albedrío, yo (el Profeta Muhammad) me quejaré contra esa persona en el Día del Juicio”. (Abu Dawud)





Toda la evidencia en la Ley Islámica apunta hacia la protección de la Gente de la Alianza. Al-Qarafi, otro erudito musulmán clásico, escribió:





“La alianza es un contrato que tiene condiciones que son obligatorias para nosotros, por aquellos que están bajo nuestra protección como vecinos, y la alianza de Dios y Su Mensajero, y la religión del Islam. Si alguien los lastima con lenguaje inapropiado, difamación, cualquier tipo de hostigamiento, o es cómplice de tales actos, entonces ha prendido fuego a la alianza de Dios, Su Mensajero y el Islam”.[6]





 Omar, el segundo Califa del Islam, preguntaba a los visitantes que venían a reunirse con él desde otras provincias acerca de la situación de la Gente de la Alianza, y decía: “Debemos saber que el tratado sigue siendo respetado”.[7] En su lecho de muerte, se informa que Omar dijo: “Ordeno a quien se convierta en califa después de mí, que trate bien a la Gente de la Alianza, defendiendo el tratado, peleando contra cualquiera que quiera hacerles daño, y no abrumándolos con cargas”.[8]





Los escritos de los eruditos musulmanes y los actos de muchos gobernantes musulmanes demuestran el compro





 



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