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El Islam no obliga a las personas de otras creencias a convertirse. Se les ha dado completa libertad de mantener su propia fe y a no ser forzados a abrazar el Islam. Esta libertad está documentada tanto en el Corán como en las enseñanzas proféticas conocidas como Sunnah. Dios indicó al Profeta Muhammad en el Corán:





“Si tu Señor hubiera querido, todos los habitantes de la Tierra habrían creído. Tú [¡Oh, Muhammad!] no podrás hacer que los hombres crean aunque se lo impongas”. (Corán 10:99)





El Profeta Muhammad, que la misericordia y las bendiciones de Dios sean con él, daba a la gente la opción de entrar al Islam o mantener su religión. Les pedía que aceptaran el Islam sólo después de haber hecho un acuerdo con ellos, una vez se volvían residentes en el estado islámico y se sentían a salvo acerca de su seguridad personal y la de sus propiedades. Esto les permitía apreciar la seguridad de la alianza con Dios y Su Profeta. Es por ello precisamente que los ciudadanos no-musulmanes son denominados dhimmis.[1] Cuando el Profeta de Dios enviaba al comandante de un ejército o batallón a la guerra, le ordenaba que fuera consciente de Dios en su conducta y que tratara bien a sus compañeros musulmanes. Luego, el Profeta de la Misericordia lo instruía así:





“Lucha por la causa de Dios y combate a aquellos que no creen en Él. Ve a la batalla, pero no te excedas, no te comportes de manera traicionera, no mutiles sus cadáveres ni mates a sus niños. Cuando te encuentres con tus enemigos, los incrédulos, ofréceles tres opciones, y acepta la opción que acepten y cesa la batalla:





(a)   Invítalos a unirse al Islam. Si están de acuerdo, entonces acepta esto y termina la batalla. Luego, invítalos a emigrar de sus tierras a la Tierra de los Inmigrantes (Medina), e infórmales que si hacen eso tendrán los mismos privilegios y obligaciones que los demás migrantes. Si se reúsan a migrar de sus tierras, infórmales que tendrán la misma posición que los musulmanes nómadas: que estarán sujetos a la Ley de Dios, la cual aplica para todo musulmán, y que no tendrán participación en las riquezas obtenidas de la conquista, a menos que participen en el combate junto con los musulmanes.





(b)  Si se reúsan, pídeles que paguen el yizia,[2] y si están de acuerdo, entonces acéptalo y termina la batalla.





(c)   Si rechazan todo lo anterior, entonces busca la ayuda de Dios y combátelos en batalla”.[3]





Estas instrucciones del Profeta obedecían a lo que Dios dijo en el Corán:





“No está permitido forzar a nadie a creer. La guía se ha diferenciado del desvío. Quien se aparte de Satanás y crea en Allah, se habrá aferrado al asidero más firme [el Islam], que nunca se romperá. Y Allah es Omnioyente, Omnisciente”. (Corán 2:256)





Edwin Calgary, un erudito estadounidense, escribió acerca de este versículo: “Hay un versículo en el Corán que está lleno de verdad y sabiduría, y es conocido por todos los musulmanes. Y todos los demás deben saberlo también, es aquel que dice que no cabe coacción en asuntos de fe”.[4]





Este versículo fue revelado en relación a algunos de los residentes de Medina. Cuando ninguno de los hijos de alguna de las mujeres paganas de Medina sobrevivía la infancia, ellas hacían el voto de hacer al niño judío o cristiano si sobrevivía. Cuando el Islam llegó a Medina, ellas tenían hijos adultos que eran judíos o cristianos. Los parientes trataron de obligarlos a abrazar la nueva religión, así que este versículo fue revelado para prevenirlos de hacer tal cosa. El versículo y la historia de su revelación nos muestran que no es permisible forzar a nadie a hacerse musulmán. Este es el caso incluso si es el padre quien quiere lo mejor para sus hijos, y ellos se convierten a otra religión. El Corán rechaza el obligar a cualquiera a unirse al Islam.[5] Dios dice en el Corán:





“Y diles: La Verdad proviene de vuestro Señor. Quien quiera que crea y quien no quiera que no lo haga. Pero sabed que tenemos preparado para los inicuos un fuego que les rodeará. Cuando sofocados pidan de beber se les verterá un líquido como el metal fundido que les abrasará el rostro. ¡Qué pésima bebida y qué horrible morada!” (Corán 18:29)





El Islam no sólo reconoce la libertad de culto a los no-musulmanes, sino que sus leyes tolerantes se extienden a la preservación de sus lugares de adoración.[6] Dios dice en el Corán:





“Ellos fueron expulsados injustamente de sus hogares sólo por haber dicho: Nuestro Señor es Allah. Si Él no hubiera hecho que los creyentes vencieran a los incrédulos, se habrían destruido monasterios, iglesias, sinagogas y mezquitas en donde se recuerda frecuentemente el nombre de Allah. Ciertamente Allah socorre a quien se esfuerza denodadamente por Su religión, y Allah es Fuerte, Poderoso.” (Corán 22:40)





Los califas musulmanes acostumbraban ordenar a sus líderes militares que salían en campañas bélicas, que tomaran medidas para asegurar este asunto. El primer ejemplo es la orden de Abu Bakr a Usamah bin Zayd:





“Te ordeno que hagas diez cosas: No mates a ninguna mujer, a ningún niño ni a ninguna persona mayor; no cortes árboles frutales ni destruyas hogares, ni hieras a una oveja o a un camello excepto si debes comerlos; no inundes ni quemes las palmeras, ni seas traicionero; no seas cobarde; y cuando pases por donde hay gente que se ha dedicado con devoción a la vida religiosa, déjalos tranquilos con sus devociones”.[7]





El segundo ejemplo es el trato de Umar ibn al-Jattab con la gente de Iliya (Jerusalén):





“Esta es la seguridad dada por el siervo de Dios, Umar, el Emir de los creyentes, al pueblo de Iliya: Tienen garantizada la seguridad sobre sus personas, posesiones, iglesias, crucifijos y todas las personas en ellas, sea que estén enfermas o en buena salud, así como todos en su comunidad. Sus iglesias no serán ocupadas o demolidas, y nada será tomado de ellas: ni muebles, ni crucifijos ni dinero. No serán obligados a dejar su religión, ni serán perjudicados a causa de ella”





Los musulmanes protegieron las iglesias cristianas en las tierras que ocuparon, de ser dañadas. En una carta a Simeón, el Arzobispo de Rifardashir y líder de todos los obispos de Persia, el Patriarca Nestoriano Geoff III escribió:





“Los árabes, a quienes Dios ha dado poder sobre el mundo entero, saben qué tan ricos son ustedes, pues viven entre ustedes. A pesar de esto, no atacan la religión cristiana. Por el contrario, tienen simpatía por nuestra religión, y respetan a los sacerdotes y santos de nuestro Señor, y donan gentilmente a nuestras iglesias y monasterios”.[1]





Uno de los califas musulmanes, Abdul-Malik, tomó de los cristianos la Iglesia de Juan y la hizo parte de una mezquita. Cuando Umar bin Abdulaziz lo sucedió en el califato, los cristianos denunciaron ante él lo que su predecesor le había hecho a su iglesia. Umar escribió al gobernador que la parte de la mezquita que en derecho les pertenecía les fuera devuelta, si ellos no llegaban con él a un acuerdo monetario que les fuera satisfactorio.[2]





El Muro de las Lamentaciones en Jerusalén es conocido por los historiadores como uno de los lugares de culto más sagrados del judaísmo. Hace algún tiempo, fue enterrado por completo bajo escombros y montones de ruinas. Cuando el califa otomano Sultán Sulaimán se enteró de ello, ordenó a su gobernador en Jerusalén remover todos los escombros y ruinas, limpiar el área, restaurar el Muro de las Lamentaciones, y hacerlo accesible a los judíos para su visita.[3]





Historiadores occidentales imparciales reconocen estos hechos. LeBon escribe:





“La tolerancia de Muhammad hacia los judíos y los cristianos fue verdaderamente grande. Los fundadores de otras religiones que aparecieron antes que él, en particular el judaísmo y el cristianismo, no prescribieron tan buena voluntad. Sus califas siguieron la misma política, y su tolerancia ha sido reconocida por escépticos y creyentes cuando han estudiado la historia de los árabes en profundidad”.[4]





Robertson escribió:





“Sólo los musulmanes fueron capaces de integrar su celo por su propia religión con la tolerancia hacia los seguidores de otras religiones. Aún cuando llevaban espadas a la batalla por la libertad de difundir su religión, permitieron a aquellos que no la deseaban adherirse a sus propias enseñanzas religiosas”.[5]





Sir Thomas Arnold, un orientalista inglés, escribió:





“Nunca hemos escuchado de un reporte de ningún intento planeado para obligar a las minorías no-musulmanas a aceptar el Islam, ni de ninguna persecución organizada que pretendiera acabar con la religión cristiana. Si alguno de los califas hubiera elegido alguna de estas políticas, habrían sobrepasado a la cristiandad con la misma facilidad con que Fernando e Isabel exiliaron el Islam de España, o con la que Luis XIV hizo del protestantismo un crimen punible en Francia, o con la que los judíos fueron exiliados de Inglaterra por 350 años. En aquel entonces, las iglesias de oriente estaban completamente aisladas del resto del mundo cristiano. No tenían apoyo en el mundo pues eran consideradas sectas heréticas de la cristiandad. Su mera existencia al día de hoy es la evidencia más fuerte de la política de los gobiernos islámicos tolerantes hacia ellas”.[6]





El autor estadounidense Lothrop Stoddard escribió: “El califa Umar tuvo el mayor cuidado de preservar la santidad de los lugares sagrados cristianos, y quienes se convirtieron en califas después de él siguieron sus pasos. Ellos no hostigaron a los peregrinos de las diferentes denominaciones que llegaban de todos los rincones del mundo cristiano cada año a visitar Jerusalén”.[7]





La realidad es que los no-musulmanes fueron tratados con más tolerancia entre los musulmanes que la que experimentaron con otras sectas de su propia religión.  Richard Stebbins dijo respecto a la experiencia cristiana bajo el gobierno de los turcos:





“Ellos (los turcos) permitieron a todos ellos, católicos romanos y ortodoxos griegos, preservar su religión y seguir sus conciencias como prefirieran: les permitieron tener sus iglesias para realizar sus rituales sagrados en Constantinopla y muchos otros lugares. Esto contrasta con el testimonio que puedo dar tras vivir doce años en España; no sólo hemos sido forzados a asistir a sus celebraciones papistas, sino que nuestras vidas y las vidas de nuestros nietos han peligrado también”.[8]





Thomas Arnold menciona en su Invitación al Islam que hubo mucha gente en Italia que deseaba estar bajo el gobierno otomano. Deseaban que se les pudiera garantizar la misma libertad y tolerancia que los otomanos daban a sus súbditos cristianos, pues habían perdido la esperanza de obtenerlos bajo cualquier gobierno cristiano. También, menciona que un gran número de judíos huyó de la persecución en España a finales del siglo XV y se refugió en la Turquía otomana.[9]





Vale la pena resaltar de nuevo este punto. La existencia de no-musulmanes por siglos a todo lo largo del mundo musulmán, desde la España musulmana y el África subsahariana hasta Egipto, Siria, India e Indonesia, es evidencia clara de la tolerancia religiosa extendida por el Islam a gentes de otras creencias. Esta tolerancia llevó incluso a la eliminación de los musulmanes, como ocurrió en España, donde los cristianos que allí residían tomaron ventaja de la debilidad de los musulmanes, los atacaron y los eliminaron de España, bien matándolos, forzándolos a convertirse al cristianismo o expulsándolos. Etienne Denier escribió:





“Los Musulmanes son lo opuesto de lo que mucha gente cree. Nunca usaron la fuerza fuera del Hiyaz.[10] La presencia de cristianos es prueba de este hecho. Ellos mantuvieron su religión con completa seguridad durante los ocho siglos que los musulmanes gobernaron sus tierras. Algunos de ellos ocuparon altos cargos en el palacio de Córdoba; pero cuando los mismos cristianos obtuvieron el poder sobre el país, de pronto su primera preocupación fue la de exterminar a los musulmanes





El Islam no obliga a los ciudadanos no-musulmanes que viven en tierras musulmanas a regirse por las Leyes Islámicas. Están exentos de pagar el Zakat[1]. Bajo la Ley Islámica, un musulmán que no paga el Zakat y se rehúsa a cumplir esta obligación, se convierte en incrédulo. Igualmente, la Ley Islámica requiere que todo musulmán que esté en capacidad haga el servicio militar, pero los no-musulmanes están exentos de él, aún cuando éste es de beneficio para musulmanes y no-musulmanes por igual. A cambio de estas dos exenciones, los ciudadanos no-musulmanes pagan un impuesto nominal denominado Yizia. Sir Thomas Arnold escribió: “El yizia era tan leve que no constituyó una carga para ellos, especialmente cuando observamos que les eximía del servicio militar obligatorio, que era de rigor para sus conciudadanos, los musulmanes”.[2]





El Islam también permitió a los no-musulmanes observar sus leyes civiles en asuntos tales como el matrimonio y el divorcio. En cuanto a la justicia penal, los jueces musulmanes imponían a los no-musulmanes sentencias en cuestiones consideradas pecado en su religión, como el robo, pero los eximían de cuestiones que para ellos eran permisibles, como beber vino o comer cerdo.[3] Esto se basa claramente en la práctica del Profeta, quien al llegar a Medina estableció una “constitución”. Permitió a las tribus individuales que no eran musulmanas remitirse a sus propias escrituras religiosas y a sus sabios en lo relacionado a asuntos personales. Ellos podían también, si así lo querían, pedirle al Profeta que juzgara entre ellos en sus asuntos. Dios dice en el Corán:





“…Y si se presentan ante ti [para que juzgues entre ellos], hazlo o no intervengas…” (Corán 5:42)





Aquí vemos que el Profeta permitió a cada religión juzgar sus propios asuntos de acuerdo a sus propias escrituras, siempre y cuando esto no contraviniera los artículos de la constitución, un pacto que tuvo en cuenta el mayor beneficio para la coexistencia pacífica de la sociedad.





Umar ibn Abdulaziz, un gobernante musulmán, encontró difícil de aceptar que los no-musulmanes continuaran siguiendo sus normas sociales que iban contra los preceptos islámicos. Le escribió una carta a Hasan al-Basri[4] buscando su consejo legal, diciendo: “¿Cómo es que los Califas Bien Guiados antes de nosotros permitieron a la Gente de la Alianza casarse con sus parientes cercanos[5], y mantener cerdos y vino?” Hasan respondió: “Ellos pagan el yizia, así que se les debe permitir que practiquen lo que creen, y tu sólo debes seguir la Ley Islámica, no inventar algo nuevo”.[6]





La Gente de la Alianza tenía sus propias cortes para resolver sus disputas, pero si lo deseaban, podían recurrir a las cortes Islámicas. Dios ordenó a Su Profeta:





“Y si se presentan ante ti [para que juzgues entre ellos], hazlo o no intervengas [si no quieres]. Si no intervienes, no podrán perjudicarte en absoluto; y si juzgas entre ellos, hazlo con equidad. Allah ama a los justos”. (Corán 5:42)





Adam Metz, un historiador occidental, escribió en Civilización Islámica en el Siglo IV de la Hégira:





“Puesto que la Ley Islámica fue especificada para los musulmanes, el Estado Islámico permitió a la gente de otras religiones tener sus propias cortes. Lo que sabemos de esas cortes es que había tribunales eclesiásticos, y que los jueces principales eran destacados líderes espirituales. Ellos escribieron una gran cantidad de libros sobre ley canónica, y sus resoluciones no se limitaban a asuntos personales. Incluyeron problemas tales como la herencia, y la mayor parte de los litigios entre cristianos que no involucraban al Estado”.[7]





Por tanto, podemos ver que el Islam no castiga a los no-musulmanes por hacer lo que ellos ven como permisible de acuerdo a sus leyes religiosas, como consumir alcohol o comer cerdo, aunque ello está prohibido en el Islam. La tolerancia extendida por el Islam hacia los no-musulmanes no ha sido igualada por ninguna otra ley religiosa, gobierno secular o sistema político que haya existido, aún hoy día. Gustav LeBon escribió:





“Los árabes pudieron ser fácilmente cegados por sus primeras conquistas y haber cometido las injusticias que suelen ser cometidas por los conquistadores. Podrían haber maltratado a sus oponentes derrotados u obligarlos a abrazar su religión, la que deseaban difundir por todo el mundo. Pero los árabes evitaron eso. Los primeros califas, que tenían un genio político poco común entre los proponentes de nuevas religiones, se dieron cuenta que las religiones y los sistemas no se imponen por la fuerza. Así que trataron a los pueblos de Siria, Egipto, España y cada país que tomaron, con gran benevolencia, como hemos visto. Mantuvieron sus leyes, regulaciones y creencias intactas, y sólo les impusieron el yizia, que fue insignificante en comparación con los impuestos que habían estado pagando anteriormente, a cambio de mantener su seguridad. La verdad es que las naciones jamás han conocido conquistadores más tolerantes que los musulmanes, ni religión más tolerante que el Islam





Dios pide a los musulmanes que sean justos en todos sus asuntos y que actúen de forma equitativa con toda persona. Dios dice:





“Él elevó el cielo, y estableció la balanza de la justicia. Para que no cometáis injusticias. Pesad con equidad, sin mermar en la balanza”. (Corán 55:5-7)





Los musulmanes han recibido la orden divina de actuar con justicia, aún si esto significa actuar contra sí mismos o contra personas cercanas a ellos, como declara el Corán:





"¡Oh, creyentes! Sed realmente equitativos cuando deis testimonio por Allah, aunque sea en contra de vosotros mismos, de vuestros padres o parientes cercanos, sea [el acusado] rico o pobre; Allah está por encima de ellos. No sigáis las pasiones ni seáis injustos. Si dais falso testimonio o rechazáis prestar testimonio [ocultando la verdad] sabed que Allah está bien informado de cuánto hacéis". (Corán 4:135)





Dios nos pide que apliquemos la justicia en todo momento:





“Allah os ordena que restituyáis a sus dueños lo que se os haya confiado, y que cuando juzguéis entre los hombres lo hagáis con equidad. ¡Qué bueno es aquello a lo que Allah os exhorta! Allah es Omnioyente, Omnividente". (Corán 4:58)





La justicia Islámica hacia los no-musulmanes es multifacética. El Islam les brinda el derecho de ir primero a sus propias cortes; también, les garantiza equidad cuando buscan justicia con los musulmanes, si deciden presentar su caso ante una corte Islámica. Dios dice:





“Y si se presentan ante ti [para que juzgues entre ellos], hazlo o no intervengas [si no quieres]. Si no intervienes, no podrán perjudicarte en absoluto; y si juzgas entre ellos, hazlo con equidad. Allah ama a los justos”. (Corán 5:42)





Si un musulmán fuera a robar a un dhimmi (no-musulmán), estaría sujeto a recibir el mismo castigo que recibiría un dhimmi si robara a un musulmán. De igual forma, un musulmán está sujeto a recibir una sentencia por difamación si calumnia a un hombre o una mujer protegidos por la alianza.[1]





La historia Islámica tiene algunos bellos ejemplos de justicia impuesta por musulmanes hacia no-musulmanes. Un hombre llamado Ta’ima robó una armadura de Qatada, su vecino. Qatada había escondido la armadura dentro de un saco de harina, y cuando Ta’ima la tomó, la harina se filtró por un agujero de la bolsa, dejando un rastro hasta su casa. A fin de ocultar su crimen, Ta’ima puso la armadura bajo el cuidado de un judío llamado Zayed, quien la guardó en su casa. Así, cuando la gente buscó la armadura robada, siguió el rastro de harina hasta la casa de Ta’ima pero no la encontró allí. Cuando fue confrontado, juró que no la había tomado y que no sabía nada al respecto. La gente que estaba ayudando al propietario también juró que lo habían visto irrumpir en la casa de Qatada durante la noche, y que luego habían seguido el rastro de harina, que los había llevado hasta su casa. Sin embargo, después de escuchar que Ta’ima juró ser inocente, lo dejaron y buscaron otras pistas, hasta que hallaron un delgado rastro de harina que los llevó a la casa de Zayed, así que lo arrestaron a él.





El judío les dijo que Ta’ima había dejado la armadura con él, y algunos judíos confirmaron su declaración. La tribu a la que pertenecía Ta’ima envió a algunos de sus hombres al Mensajero de Dios para presentar su versión de la historia, y le pidieron que lo defendiera. La delegación le dijo: “Si no defiendes a nuestro compañero de clan, Ta’ima, él perderá su reputación y será castigado con severidad, y el judío saldrá libre”. El Profeta se vio así inclinado a creerles, y estaba a punto de castigar al judío, cuando Dios le reveló los siguientes versículos del Corán para reivindicar al Judío.[2] Estos versículos siguen siendo recitados por los musulmanes de hoy día, como un recordatorio de que se debe hacer justicia para todos:





“Por cierto que te hemos revelado el Libro con la Verdad para que juzgues entre los hombres con lo que Allah te inspira. No defiendas a los traidores. Pide perdón a Allah, porque Allah es Absolvedor, Misericordioso. No defiendas a quienes se engañan a sí mismos. Allah no ama al traidor, pecador. Pueden esconderse de los hombres pero no de Allah. Él está con ellos cuando pasan la noche tramando lo que no Le complace. Allah sabe bien todo cuanto hacen. Vosotros podéis defenderlos en esta vida mundanal pero, ¿quién podrá defenderles de Allah el Día de la Resurrección y quién será su protector?” (Corán 4:105-109)



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