Castigo de Bani Quraidhah
Nada es peor, a los ojos de un árabe, que la traición de la confianza y el rompimiento de una promesa solemne. Era ahora el momento de tratar con Bani Quraidhah. El día del regreso desde el foso, el Profeta ordenó un ataque contra el traicionero Bani Quraidhah, quien, consciente de su culpa, ya se había retirado a su torre de refugio. Después de un sitio de casi un mes tuvieron que rendirse incondicionalmente. Solo rogaron ser juzgados por un miembro de la tribu árabe a la cual pertenecían. Eligieron la cabeza del clan a la cual habían pertenecido por mucho tiempo, Sa’d ibn Mu’adh de Aws, quien estaba muriendo por las heridas que había recibido en Uhud y debía ser llevado en andas al juicio. Sin dudarlo, condenó a la tribu por traición.
Hudaibiah
El mismo año el Profeta tuvo una visión en la cual se veía a él mismo ingresando en La Meca sin impedimentos, por lo tanto determinó intentar la peregrinación. Aparte del número de musulmanes de Medina, llamó a los árabes amistosos a acompañarlo, cuyo número se había incrementado desde la incomodidad de los clanes en la Batalla del foso, pero la mayoría de ellos no respondió. Vestidos como peregrinos, y llevándose con ellos las acostumbradas ofrendas, un grupo de mil cuatrocientos hombres viajaron a La Meca. Al acercarse al valle se encontraron con un amigo de la ciudad, quien le advirtió al Profeta que Quraish había jurado impedir su entrada al santuario; un calvario les esperaba en el camino. Por eso, el Profeta ordenó un desvío a través de las montañas, por lo que los musulmanes estuvieron exhaustos al llegar al último valle de La Meca y acamparon en un lugar llamado Hudaibiah; desde ese momento intentó abrir las negociaciones con Quraish, para explicar que él solo iba como peregrino. El primer mensajero que envío hacia la ciudad fue maltratado y su camello lastimado. Regresó sin haber podido hacer llegar su mensaje. Quraish, por otro lado, envío a un enviado amenazante y muy arrogante. Otro de los enviados era muy ordinario en su manera de hablar al Profeta, y se le debió recordar severamente el respeto debido al Profeta. Fue él quien consecuentemente dijo, al regresar a la ciudad de La Meca: “He visto al Cesar y Cosroes en sus cortes, pero nunca vi a un hombre tan respetado por sus seguidores”.
El Profeta trató de enviar a algunos mensajeros que impusieran respeto mutuo. Uzmán fue finalmente elegido por el parentesco con la familia Omeya. Mientras que los musulmanes esperaban su regreso llegaron noticias de que había sido asesinado. Fue entonces que el Profeta, sentado debajo de un árbol en Hudaibiah, hizo jurar a todos sus compañeros que triunfarían o serían derrotados todos juntos. Después de un tiempo, sin embargo, se conoció que Uzmán no había sido asesinado sino apresado. Luego una tropa salida de la ciudad para molestar a los musulmanes en su campamento fue capturada antes de que pudieran hacer daño alguno y los llevaron ante el Profeta, quien los perdonó bajo la promesa de renunciar a la hostilidad.
El Pacto de Hudaibiah
Eventualmente los enviados adecuados llegaron de Quraish. Después de la negociación, fue firmada la tregua de Hudaibiah. Estipulaba que por diez años no habría hostilidades entre ellos. El Profeta debía regresar a Medina sin visitar la Kaaba, pero pudiendo realizar la peregrinación con sus compañeros al año siguiente. Quraish prometió evacuar La Meca para permitirle realizar su peregrinación. Los desertores de Quraish a los musulmanes durante el período de la tregua deberían ser regresados; no así los desertores de los musulmanes a Quraish. Cualquier tribu y clan que deseara aliarse al Profeta lo podría hacer. Hubo consternación entre los musulmanes al oír estos términos. Se preguntaron a si mismos: “¿Dónde se encuentra la victoria que nos prometieron?”
Fue durante el regreso desde Hudaibiah que fue revelado el capítulo coránico titulado “La Victoria”. Se probó, de hecho, que la tregua fue la victoria más grandiosa que los musulmanes pudieron lograr. La guerra había sido una barrera entre ellos y los idólatras, pero ahora las dos partes podían encontrarse y dialogar, y la nueva religión se difundió rápidamente. En los dos años que siguieron entre el tratado y la caída de La Meca el número de conversiones fue mayor que el número total de conversiones previas. El Profeta viajó a Hudaibiah con mil cuatrocientos hombres. Dos años más tarde, cuando los mecanos rompieron la tregua, marchó contra de ellos con un ejército de 10.000 hombres.
En el séptimo año de la Hégira del Profeta, que Dios lo bendiga, se llevó a cabo una campaña en contra de Jaibar, la fortaleza de las tribus judías en el norte de Arabia, que se habían convertido en un nido para sus enemigos. Los judíos de Jaibar se habían convertido en inquilinos de los musulmanes. Fue en Jaibar que una judía preparó carne envenenada para el Profeta, de la cual solo probó un bocado. En el momento en que el bocado tocó sus labios él se dio cuenta de que estaba envenenado. Sin tragarlo, le advirtió a sus compañeros del veneno, pero un musulmán, que ya había tragado un bocado, murió mas tarde.
Peregrinación a La Meca
El mismo año se cumplió la visión del Profeta: él visitó La Meca sin oposición. De acuerdo a los términos de la tregua los idólatras evacuaron la ciudad, y de las alturas de los alrededores vieron la llegada de los musulmanes.
La Tregua anulada por Quraish
Un poco más tarde, una tribu aliada de Quraish rompió la tregua atacando a una tribu aliada con el Profeta y masacrándolos en el santuario de La Meca. Después de eso ellos tuvieron miedo por lo que había sucedido. Enviaron a Abu Sufian a Medina para consultar si el tratado existente podía ser renovado y, prolongado su término. Ellos esperaban llegar antes que la noticia de la masacre. Pero un mensajero de la tribu atacada llegó antes y Abu Sufian falló nuevamente en su misiva.
La Conquista de La Meca
Luego el Profeta se sumó a todos los musulmanes capaces de llevar armas y marcharon hacia La Meca. Quraish se sintió intimidado. La caballería hizo una demostración ante la ciudad, pero ingresó en la ciudad sin derramar sangre; y el Profeta entró a su ciudad nativa como libertador.
Los habitantes esperaban una venganza por sus pasadas deudas, pero el Profeta proclamó una amnistía general. Para su alivio y sorpresa, toda la población de La Meca juro lealtad. El Profeta ordenó que todos los ídolos que se encontraban en el santuario sagrado fuesen destruidos, diciendo: “Ha llegado la verdad y la oscuridad ha desaparecido”, y los musulmanes llamaron a la oración en La Meca.
Batalla de Hunain
El mismo año hubo una reunión de tribus paganas molestas con sed de volver a conquistar la Kaaba. Entonces el Profeta dirigió doce mil hombres en su contra. En Hunain, en un profundo barranco, sus tropas fueron emboscadas por el enemigo. Con dificultad se unieron al Profeta y sus fieles seguidores que resistieron. Pero la victoria, cuando llegó, fue completa y el botín enorme, ya que muchas de las tribus hostiles llevaban con ellos todo lo que poseían.
Conquista de Taif
La Tribu de Zaqif se encontraba entre el enemigo en Hunain. Después de la victoria su ciudad de Taif fue sitiada por los musulmanes, y finalmente reducida. Luego el Profeta designó un gobernador de La Meca, pero él regresó a Medina para la ilimitada alegría de sus habitantes, quienes temían que, ahora que había vuelto a su ciudad nativa, los abandonara y convirtiera a La Meca en la capital del estado musulmán.
La Expedición a Tabuk
En el noveno año de la Hégira, escuchando que un ejército se encontraba nuevamente en Siria, el Profeta convocó a todos los musulmanes para que se reportaran para una gran campaña. A pesar de su dolencia, el Profeta dirigió un ejército hacia la frontera con Siria a mediados del verano. La distancia, el calor y el hecho de que era época de cosecha y el prestigio del enemigo hizo que muchos se excusaran a si mismos y otros abandonaran sin excusa alguna. Acamparon esa noche sin comida ni bebida, cobijándose tras sus camellos; y llegaron al oasis de Tabuk, finalmente regresaron a La Meca después de convertir a varias tribus. Pero la campaña terminó en paz. El ejército avanzó hacia Tabuk, en el borde de Siria, pero allí se enteraron que el enemigo todavía no se había reunido para la batalla.
Declaración de Inmunidad
Aunque La Meca había sido liberada y su gente era ahora musulmana, el orden oficial de la peregrinación todavía no había sido alterado; los árabes paganos actuaban a su manera y los musulmanes a la suya. Fue solo después de que la caravana de la peregrinación dejara Medina el noveno año de la Hégira, cuando el Islam dominó el norte de Arabia, que la Declaración de Inmunidad, como fue llamada, fue revelada. Su propósito era que después de ese año solo los musulmanes pudiesen realizar la peregrinación, a excepción de los idólatras que tuviesen una tregua continua con los musulmanes y que nunca hayan roto sus tratos ni apoyado a nadie que los haya roto. Estos, entonces, disfrutarían de los beneficios de su tratado desde ese momento, pero cuando el tratado expirase sus beneficios serían los de los demás idólatras. Su proclamación marcó el final de la idolatría en Arabia.
La Peregrinación de Despedida
El final, sin embargo, estaba llegando, y en el décimo año de la Hégira partió de Medina con unos 90.000 musulmanes venidos de toda Arabia para realizar el Hayy, la peregrinación. Este viaje triunfal de un hombre de edad, cansado por los años de persecución e incansable lucha, está rodeado por un esplendor crepuscular, como si un esplendoroso anillo de luz hubiese sido al fin concluido, abarcando el mundo mortal y su calmo resplandor.
En el décimo año de la Hégira él fue a La Meca como peregrino por última vez, referido como su “Peregrinación de despedida” cuando desde la planicie de Arafat rezó ante una enorme cantidad de peregrinos. Les recordó todas las tareas del Islam, y que un día se encontrarían con su Señor, que los juzgaría a cada uno de acuerdo a sus obras. Al final del discurso, pregunto: “¿He transmitido el Mensaje?” y de la gran multitud de hombres quien unos meses o años atrás habían sido politeístas contestaron: ¡Oh Dios! ¡Si!” el Profeta dijo: “¡Oh Dios! ¡Sé testigo!” El Islam ha sido establecido y se transformará en un grandioso árbol que cobijará grandes multitudes. Su trabajo fue realizado y estaba preparado, para dejar su carga y partir.
Enfermedad y Muerte del Profeta
El Profeta regresó a Medina. Todavía había trabajo para realizar; pero un día fue atacado por distintas enfermedades. Llegó a la mezquita envuelto en un manto y muchos vieron los signos de la muerte en su rostro.
“Si hay alguien entre ustedes”, dijo “con quien he sido injusto, aquí tienen mi espalda. Castíguenme. Si he dañado la reputación de alguno de ustedes, que haga lo mismo con la mía”.
El dijo:
“¿Qué tengo que hacer con este mundo? Este mundo es como un caminante que se detiene bajo un árbol buscando refugio, y luego sigue su camino dejándolo atrás”.
Y luego dijo:
“Hay un siervo entre los siervos de Dios a quien se le ha ofrecido la oportunidad entre este mundo y el más allá, y el siervo ha escogido el que está con Dios”.
El día 12 del mes de Rabi’ul-Awwal en el onceavo año de la Hégira, que en el calendario cristiano es el 8 de junio de 632, entró a la mezquita por última vez. Abu Bakr lideraba la oración, y le pidió que continuara. Al observar a la gente, su rostro estaba radiante. ‘Nunca antes vi el rostro del Profeta mas hermoso que en ese momento’, dijo su compañero Anas. Regresando a la vivienda de Aisha recostó su cabeza en su regazo. Abrió los ojos y ella lo escuchó murmurar: ‘Con la mejor compañía en el Paraíso...’ Estas fueron sus últimas palabras. Cuando, mas tarde ese día, se rumoreó que había muerto, Umar amenazó con castigar a aquellos que difundieron el rumor, declarando un crimen pensar que el Mensajero de Dios pudiese morir. Estaba gritando a la gente cuando Abu Bakr llegó a la mezquita y lo escuchó. Abu Bakr fue hasta la habitación de su hija Aisha, donde yacía el Profeta. Habiendo descubierto que era verdad, regresó a la mezquita. La gente todavía estaba escuchando a Umar, que decía que el rumor era mentira, que el Profeta, que era de su sangre, no podía haber muerto. Abu Bakr se dirigió a él e intentó detenerlo susurrándole una palabra. Luego, viendo que no escuchaba, Abu Bakr llamó a la gente, que reconoció su voz, dejaron a Umar y se reunieron con él. Primero agradeció a Dios, y luego dijo esas palabras que personificaron la multitud del Islam: “¡Oh gente! Quien solía adorar a Muhammad, sepa que Muhammad ha muerto. Pero quien adoraba a Dios, sepa que Dios está vivo y no morirá”. Luego recitó el verso del Corán:
“Muhámmad no es sino un Mensajero, a quien precedieron otros. ¿Si muriera o le dieran muerte, volveríais a la incredulidad? Mas quien volviera a ella, en nada perjudicará a Alá. Alá retribuirá a los agradecidos.”