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A cada instante avanzamos hacia nuestra muerte. Esto significa que, si una persona no utiliza el tiempo que tiene disponible en cosas que realmente importen, finalmente enfrentará al fracaso. A fin de ser exitosa, una persona debe esforzarse, mientras que para fracasar no necesita hacer nada (el fracaso la busca).





El mayor activo que Dios le ha dado a cada individuo, y a todos por igual, es el tiempo: veinticuatro horas al día, ni más ni menos, igual para el rico y el pobre, el joven y el viejo, sea que viva en Oriente o en Occidente. Es un tesoro que siempre se escapa de nuestras manos, deslizándose hacia un lugar de donde no podemos hacerlo volver. La única forma de evitar perder este tesoro es utilizarlo; cada momento es como una joya y debemos comprar con ella una buena obra. La prueba de la vida es ver quién compra la mayor cantidad y las mejores de las obras, puras en intención y excelentes en calidad. Sin embargo, ¿quién nos va a decir si estamos comprando las cosas correctas con nuestro tiempo o si solo estamos coleccionando basura?





Hay una historia, en la literatura islámica clásica, de un hombre que entendió esta sura gracias a un vendedor de hielo que voceaba en el mercado: "¡Oh, gentes! ¡Tengan compasión de aquel cuyos bienes se están derritiendo!". Esto fue en la época en que la gente vendía sus productos al aire libre y no existían los refrigeradores. El hombre, entonces, se dijo a sí mismo que, así como el hielo se derrite y reduce, el tiempo de vida dado a un ser humano pasa rápidamente. Si la oportunidad se pierde en la inacción o en malas obras, es la pérdida de la persona.





El engaño en que vivimos es tan mayúsculo, que en lugar de pedirle a Dios guía verdadera, nos hemos formado nuestras propias opiniones sobre la vida, y creemos que estas son suficientes para guiarnos en la vida. Sin embargo, si nuestras propias ideas y principios no coinciden con los mandamientos de Dios, ¿qué obtendremos al final del día? Es por esto que Dios nos advierte que, si no nos volvemos hacia Él en busca de guía, esa será la mayor pérdida a la que nos estaremos autocondenando. Solo aquellas personas que tengan ciertas cualidades específicas serán salvadas de esa pérdida.





Aleya 3: La condición de los creyentes y las bases de la salvación





Aquel que utiliza su tiempo de manera apropiada es quien adopta tres cursos de acción en este mundo. Uno es la fe, es decir, la consciencia de la verdad o la realidad y su aceptación. El segundo es el de las obras virtuosas, es decir, hacer lo que se debe hacer en lo concerniente a deberes religiosos y abstenerse de lo que es pecaminoso. El tercero es advertir a la gente sobre la verdad y lo prohibido. Esto es consecuencia de que la persona se dé cuenta de la verdad de manera tan profunda que se dedique a predicarla.





La fe es la característica por la cual el ser humano, una pequeña criatura con una vida de corta duración en un mundo limitado, obtiene cercanía con el Originador Absoluto y Eterno del universo y de todo lo que en él existe. Ella, además, establece un vínculo entre la persona y el universo entero que surge de ese Origen Único, con las leyes que lo gobiernan y los poderes y potencialidades que proporciona. Como resultado, la persona se aleja de los límites estrechos de su ser trivial hacia la amplitud del universo, de su poder inadecuado al gran conocimiento de las energías universales, y de los límites de su corta vida a la eternidad que solo Dios comprende.





¿Qué tiene que ver la fe con el éxito o el fracaso? ¿No es suficiente con ser una buena persona? Aunque, si lo piensas bien, ¿qué tan buena puede ser una persona que niega al Creador y Sustentador?





¿Una persona ingrata, que toma todo y luego niega al Proveedor, puede ser llamada buena persona? El hecho es que la fe en Un Dios es la raíz de toda bondad. Además, es la única motivación para que seamos consistentemente obedientes a Dios e incondicionalmente buenos con la gente. Sin embargo, no podemos permanecer firmes en nuestra fe y nuestras buenas obras a menos que hagamos un esfuerzo consciente por propagar este bien a los demás también. Los seres humanos no podemos vivir en aislamiento. Jamás seremos totalmente independientes, ni en cuanto a nuestras necesidades mundanas ni en cuanto a nuestro crecimiento espiritual. Es por esto que Dios nos exige que, si queremos salvarnos de perder, solo ser buenos en nuestro propio espíritu y carácter no es suficiente. En lugar de ello, debemos cultivar esta bondad de la fe y de las buenas obras a nuestro alrededor.





Finalmente, la paciencia nos asegura el estar a salvo. El viaje hacia el Paraíso es difícil, y no podemos alcanzar nuestro destino sin paciencia y perseverancia. Por lo tanto, debemos ayudarnos unos a otros a mantenernos determinados y enfocados. Entonces, la fe, las buenas obras y ayudarnos unos a los otros son las llaves del éxito.





 



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