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EL DEBATE DEL PROFETA ABRAHAM CON EL REY NAMRUD


Por el Dr. Spahic Omer





 





El Corán menciona el debate del profeta Abraham con una persona a la que Dios le había dado soberanía (Al-Baqarah, 258). El debate era sobre el Señor de Abraham. Según la mayoría de los comentaristas del Corán, esa persona era Namrud, un rey de Babilonia. El debate tuvo lugar, muy probablemente, después de la destrucción de los ídolos por parte de Abraham y antes de que fuera arrojado al fuego (Al-Anbiya’, 51-70).





Las siguientes son algunas observaciones sobre el evento.





DIOS ES EL DUEÑO DE TODA SOBERANÍA


Acerca de Namrud, el Corán dice que fue Dios quien le había dado soberanía (Al-mulk). Aquí se presenta un mensaje importante, a saber, que Dios es el Dueño de toda soberanía, autoridad y poder. Él da soberanía a quien quiere y se la quita a quien quiere (Al ‘Imran, 26).





La soberanía es una de las formas en que Dios nos pone a prueba, está cargada de grandes responsabilidades. Dios prueba a ciertas personas con ella, así como prueba a otros con la ausencia de ella. Como arma de doble filo, la soberanía no es intrínsecamente un privilegio ni una fuente de orgullo. Tampoco es una señal de que Dios ama a una persona o la favorece sobre los demás.





De la misma manera que todo lo demás, la soberanía puede ser la causa del éxito o el fracaso de una persona en sus asignaciones terrenales. Ciertamente, Namrud pertenecía a la última categoría. Estaba tan cegado por su autoridad y poder que no solo se convirtió en un tirano incondicional, sino que también se consideró a sí mismo como un dios viviente.





El debate entre Namrud y Abraham se produjo porque Abraham rechazó a Namrud y sus afirmaciones sin sentido. Creía solo en Dios Todopoderoso e invitaba a su pueblo a hacer lo mismo. Con el debate, Namrud desafió tanto a Dios Todopoderoso como a Abraham, Su mensajero.





LA GÉNESIS DEL ABSOLUTISMO Y LA TEORÍA DEL DERECHO DIVINO


Namrud fue el primer gobernante de la historia que combinó el absolutismo, que tenía sus raíces en la soberanía absoluta ilimitada, con la noción de los derechos divinos de los reyes. Él inició la idea e instantáneamente se convirtió en su manifestación más extrema. La tendencia significó la culminación de la desviación de la humanidad del camino del monoteísmo (tawhid) al abismo del politeísmo (shirk).





Como resultado, los gobernantes fueron considerados soberanos absolutos. Ejercían autoridad dictatorial suprema, viviendo por encima de la ley y tradición. Derivaban su autoridad directamente de un dios/es, gobernando a través del Mandato del Cielo.





De vez en cuando, un gobernante, como Namrud, se elevaba al nivel de la divinidad. Esta resultó ser una forma buena y eficaz de imponer programas individuales y controlar a las masas. Los derechos de la gente común fueron denegados y manipulados. Eran meros súbditos (subordinados, sirvientes).





Por lo tanto, tales gobernantes eran deidades soberanas en la tierra, operando en nombre o independientemente de los dioses en el Cielo. A veces, también fueron vistos como descendientes directos de un dios/es.





Después de Namrud, el absolutismo monárquico por derecho divino se hizo muy popular y generalizado. Era una práctica común en el antiguo Egipto (faraones), Mesopotamia, India y China. Más tarde, en diversos grados, la mayoría de las monarquías europeas también siguieron su ejemplo. Por ejemplo, se dice que Luis XIV de Francia (muerto en 1715) proclamó: «Yo soy el Estado».





Se sostenía que Dios había otorgado poder temporal a los gobernantes políticos. Eran libres de hacer lo que quisieran, engendrando géneros sin precedentes de crueldad y despotismo. Oponerse a la práctica, junto con oponerse a los dogmas fijos e irracionales de la Iglesia, fue el objetivo principal de la Era de la Ilustración en Europa.





El objetivo era derrocar las monarquías absolutas y reemplazarlas por repúblicas y formas de gobierno que promoverían la soberanía popular, como las democracias liberales. La Revolución Francesa fue el hito más significativo en ese proceso evolutivo. Eso explica por qué la libertad y la igualdad constituyen el mantra de la civilización moderna.





No hace falta decir que desde el primer día, el Islam se opuso a las monarquías hereditarias absolutas. Es igualmente digno de mención que cada vez que el verdadero espíritu islámico se debilitaba, los gobernantes musulmanes se inclinaban por el absolutismo monárquico. De vez en cuando, algunos de ellos recurrieron aún a la teoría del derecho divino, mientras intentaban desesperadamente asegurar un nivel aceptable de legitimidad para su gobierno. Tanto los omeyas como los abasíes fueron en parte culpables de este desarrollo.





De hecho, todas las formas de absolutismo político y religioso son, al mismo tiempo, formas de namrudismo.





LA FUERZA DEL ARGUMENTO DE ABRAHAM


En el debate, Abraham, aparentemente respondiendo a una pregunta u objeción, le dice a Namrud que su Señor es quien da la vida y causa la muerte, a lo que Namrud respondió que él da la vida y causa la muerte.





La pregunta que se impone de inmediato es por qué Abraham mencionó «dar vida» antes de «causar muerte» cuando en otro contexto mencionó «me hará morir» antes de «me dará vida». (Al-Shu’ara’, 81).





La respuesta, y Dios sabe mejor, es que en Namrud, Abraham se enfrentó a un tirano no creyente que decía ser un dios viviente, que representaba tanto a la Deidad sobrenatural como a la soberana. Abraham quería demostrar que era exclusivamente Dios quien crea las cosas y da vida, y lo hace de la nada (ex nihilo), sin modelo o material, y sin ninguna semejanza o patrón preexistente.





Todas las cosas existentes son el resultado de este proceso celestial inimitable, y todas las cosas futuras estarán sujetas a lo mismo. Después de eso, lógicamente, es solo Dios quien tiene derecho a sostenerlas y ponerles fin cuando así lo desee.





La muerte denota el fin de un paradigma existencial actual que preside toda la existencia. Después de la muerte viene la resurrección (otra forma de dar vida). Sin embargo, Namrud no creía en el Más Allá, por lo que era innecesario e improductivo mencionarlo.





De esta manera, Abraham arrinconó instantáneamente a Namrud. No podía decir que estaba a cargo de la vida o la muerte porque no podía crear nada ex nihilo. Lo máximo que podía hacer era usar, reutilizar, modelar, procesar y manipular lo que ya estaba allí, nada de lo cual, sin embargo, podría equivaler a actos de creación auténtica y de dar vida.





El propio Namrud, siendo un segmento del fenómeno de la vida, y siendo nada más que una creación, no podía trascender los límites de la existencia creada, ni podía comportarse fuera de las leyes físicas prescritas. Y como no daba vida, tampoco la podía quitar.





Todo esto sonaba simple y claro. Sin embargo, Namrud estaba tan atascado en la arrogancia, la ignorancia y la idiotez, que las palabras «simple» y «claro» perdieron su significado innato. Tenía su propio vocabulario, por así decirlo, resultado del mundo de sus fantasías egocéntricas y autoengaños.





Se dice que Namrud había presentado a dos presos, ambos condenados a muerte. Luego liberó a uno de ellos y mató al otro, implicando con esto que le dio vida al primero (porque había sido condenado a muerte anteriormente) y provocó la muerte del otro (porque estaba vivo y no tenía que morir, si no fuera por la decisión autónoma de Namrud).





ELEVANDO EL ARGUMENTO A OTRO NIVEL


Al darse cuenta de lo irresponsable, superficial y tonto que era el pensamiento y la conducta de Namrud, Abraham decidió llevar su argumento a otro nivel, tanto conceptual como literalmente. Le dijo a Namrud: «Dios trae el sol desde el este, así que tráelo desde el oeste». Fue en este punto que Namrud se quedó estupefacto y abrumado.





Lo que Abraham le hizo a Namrud fue lo siguiente.





Las personas como Namrud viven en sus mundos y esferas propios, relativos no solo a su trato con los demás, sino también a su propio bienestar psicológico, intelectual y espiritual. Nadie tiene el valor de cuestionarlos, y mucho menos de sacudirlos y ampliar sus horizontes. Si de alguna manera esto sucede, esas personas comienzan a mostrar instantáneamente síntomas de inseguridad, dudas y confusión. Quedan atónitos y horrorizados porque nunca se prepararon para lo «imposible» y lo «inútil». Sus torres de marfil comienzan a desmoronarse.





En otras palabras, Abraham transportó a Namrud a otro nivel de realidad, que estaba más allá de su estupidez y poderes manipuladores. Ese nivel era convincentemente genuino y real, y se estaba desarrollando más allá de los dominios de todo lo que Namrud había conocido. La presencia inmediata de los innumerables efectos de esa realidad, pero su inaccesibilidad, complejidad y opacidad, hizo que Namrud comprendiera quién era en realidad y cuán (in)consecuente era su pretensión.





Se le dijo a Namrud que si afirmaba que era él quien trae la vida y la muerte, entonces también podría enfrentarse al próximo desafío. Se espera que el que trae vida y muerte controle también toda la existencia y cree lo que sea que haya en ella, incluido el control de los cuerpos celestes y sus movimientos. Por ejemplo, «el sol sale todos los días por el este. Por lo tanto, si fueras un dios, como dijiste, trayendo vida y muerte, entonces trae el sol desde el oeste» (Ibn Kazir).





El hecho de que Namrud estuviera estupefacto y abrumado fue, de hecho, una señal de que se dio cuenta, lo cual nunca admitió abiertamente. Solo lo incrementó en rebelión y crueldad. Por eso procedió a arrojar a Abraham al fuego. De hecho, esto es algo así como cuando el faraón comprendió lo que el profeta Moisés le recordó una vez: «En verdad, sabes que estas señales no han sido enviadas por nadie más que el Señor de los cielos y la tierra como evidencias claras» (Al- Isra’, 102).





Namrud se quedó sin habla. No tenía opción. Si respondía que podía traer el sol desde el oeste, habría sido, según todos los informes, claramente inverosímil y absurdo, y habría superado incluso sus propios estándares de irracionalidad y vanidad. Y si él, por otro lado, declaraba que no podía hacerlo, eso habría significado una admisión de derrota, lo cual no existía en su vocabulario.





Además, hablando hipotéticamente, Namrud podría haber contrarrestado a Abraham para que haga que Dios trajera el sol desde el oeste. Como forma de defensa, poniendo presión sobre Abraham.





Pero no lo hizo. Sabía que si traer el sol desde el oeste estaba más allá de sus supuestos poderes, y más allá de los supuestos poderes de todas las deidades (ídolos) en los que su pueblo creía, entonces debe ser que la misma Deidad de Abraham dirige el universo y dicta el movimiento del sol.





En ese caso, como Namrud también se dio cuenta, Abraham estaba más cerca de esa Deidad que él y su pueblo politeísta. ¿Y si esa Deidad fuera el Dios de Abraham, Namrud debiera temerle?





Namrud debería haber razonado que desafiar a Abraham podría haber significado una catástrofe en el debate. Si se le desafiaba, Abraham podía suplicar a su Dios y este podía responder a su oración. Las consecuencias de este repentino giro de los acontecimientos habrían sido de proporciones sísmicas y habrían provocado el fin del estado y el gobierno de Namrud. Pudo haber presagiado el fin de una ideología y una época. Ya no se trataba de un debate, sino de la mera supervivencia y el futuro.





Por tanto, la mejor opción era acortar el debate y recurrir a la violencia y al engaño, que eran las mejores armas de Namrud y las armas de todos los que caminan tras sus pasos.





Además, también debe suponerse que el hecho de que Abraham recurriera a la segunda parte del argumento fue un curso de acción cuidadosamente premeditado. De esa manera, parece haber tenido la intención de obtener una doble victoria: una contra el propio Namrud y la otra contra su pueblo politeísta.





Como parte de las creencias y prácticas politeístas de la gente, adoraban al sol, que era quizás el dios más grande e importante. Del mismo modo, adoraban a la luna y las estrellas. La supuesta divinidad de Namrud también podría haber estado aliada con la divinidad del sol, porque le interesaba afiliarse con los más grandes y mejores.





Por lo tanto, cuando Abraham usó la idea misma del sol para vencer y silenciar a Namrud y sus falsas afirmaciones, el doble triunfo se logró de manera enfática. No solo Namrud fue derrotado, sino que también todo el credo nacional fue sacudido hasta sus cimientos. Se demostró que todos eran tan falsos consigo mismos como extraños a sus supuestas deidades. Si el sol era su dios, debería haber venido de alguna manera a su rescate.





Por último, cabe señalar que hay muchas personas que creen que en su debate Abraham utilizó dos argumentos, pasando de uno más débil a otro más fuerte. Luego, hacen todo lo posible para justificar tal enfoque y afirmar su eficacia. Sin embargo, en representación de la minoría, Fakhruddin al-Razi insiste en que no hubo dos argumentos. Solo había uno, aunque con dos dimensiones que se complementaban mutuamente.





La exposición coránica del evento termina con las palabras: «Dios no guía a los injustos» (Al-Baqarah, 258). Esto significa que Namrud, su pueblo y quienquiera que adopte su ejemplo de vida, no fueron guiados únicamente porque eligieron libre y conscientemente la desviación y el mal por encima de la guía y la virtud, eligieron y la injusticia y la opresión sobre la justicia y la benevolencia. No fueron guiados porque no quisieron serlo, ni se prepararon para ser guiados.





 





Fuente: About Islam



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