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Tanto en el judaísmo como en el cristianismo, Moisés es una figura central. Él es el hombre del Antiguo Testamento más mencionado en el Nuevo Testamento, guio a los israelitas fuera de la esclavitud en Egipto, se comunicaba con Dios y recibió los Diez Mandamientos. Moisés es conocido como líder religioso y como legislador.





En el Islam, Moisés es amado y respetado, él es tanto profeta como mensajero. Dios lo menciona más de 120 veces, y su historia está repartida por varios capítulos. Es la historia más larga y detallada de un profeta en el Corán y se analiza con gran detalle.





La palabra profeta (Nabi en árabe) se deriva de la palabra Naba, que significa buenas noticias. El mensaje de Dios es revelado y el profeta divulga las buenas nuevas entre su gente. Un mensajero, por otro lado, viene con una misión específica, generalmente transmitir un nuevo ordenamiento de Dios. Todo mensajero es un profeta, pero no todo profeta es un mensajero.





El Islam enseña que todos los profetas llegaron a sus pueblos con la misma proclama: “Adorad sólo a Allah, pues no existe otra divinidad salvo Él”(Corán 11:50). Moisés llamó a los hijos de Israel a adorar sólo a Dios y estableció las leyes prescritas en la Tora.





“Hemos revelado la Torá. En ella hay guía y luz. De acuerdo a ella, los Profetas que se sometieron a Allah emitían los juicios entre los judíos, [también lo hacían] los rabinos y juristas según lo que se les confió del Libro de Allah y del cual eran testigos.” (Corán 5:44)





El Corán es un libro de orientación para toda la humanidad. No es un libro de historia; sin embargo, contiene información histórica. Dios nos pide que contemplemos las historias de los profetas y reflexionemos sobre ellas, de modo que podamos aprender de sus pruebas, tribulaciones y triunfos. La historia de Moisés contiene muchas lecciones para la humanidad. Dios dice que el relato de Moisés y el Faraón en el Corán es verdadero. Es una historia de intriga política y de opresión que no conoció límites.





 “Te narramos parte de la verdadera historia de Moisés y del Faraón, para [que se beneficien] quienes creen. Por cierto que el Faraón fue un tirano en la Tierra. Dividió a sus habitantes en clases y esclavizó a un grupo de ellos [los Hijos de Israel], degollando a sus hijos varones y dejando con vida a las mujeres; por cierto que fue un corruptor.” (Corán 28:3-4)





Moisés nació en uno de los momentos más políticamente cargados de la historia. El Faraón de Egipto era la figura de poder dominante en la tierra. Era tan increíblemente poderoso que se refería a sí mismo como a un dios, y nadie estaba inclinado o en condiciones de disputar esto. Él dijo: “Yo soy vuestro Señor supremo.” (Corán 79:24)





El Faraón ejercía su autoridad e influencia sin esfuerzo sobre toda la gente en Egipto. Utilizaba la estrategia de divide y vencerás. Estableció las diferencias de clases, dividió a la gente en grupos y tribus, y los puso a uno contra otro. Los judíos, los hijos de Israel, fueron puestos en el nivel más bajo de la sociedad egipcia. Eran los esclavos y sirvientes. La familia de Moisés estaba entre los hijos de Israel.





Egipto en la época era la superpotencia del mundo conocido. El poder supremo descansaba en manos de unos pocos. El Faraón y sus ministros de confianza dirigían todos los asuntos, como si la vida del pueblo fuera de poca o ninguna importancia. La situación política era en cierto modo similar al mundo político del siglo XXI. En una época en la que los jóvenes de todo el mundo son utilizados como carne de cañón por los juegos políticos y militares de los más poderosos, la historia de Moisés es particularmente pertinente.





De acuerdo con el erudito islámico Ibn Kazir los hijos de Israel hablaban vagamente sobre que uno de los hijos de su nación se levantaría para arrebatarle el trono de Egipto al Faraón. Quizás era sólo el sueño persistente de un pueblo oprimido, o tal vez una profecía antigua, pero la historia de Moisés comienza aquí. Un anhelo de libertad junto con el sueño de un rey tirano.





El pueblo de Egipto estaba influenciado por los sueños y las interpretaciones de los sueños. Los sueños ocuparon un lugar predominante en la historia del profeta José y una vez más, en la historia de Moisés el destino de los hijos de Israel se ve afectado por un sueño. El Faraón soñó que uno de los hijos de Israel crecía hasta la edad adulta y se apoderaba de su trono.





Fiel a su papel, el Faraón reaccionó con arrogancia y dio la orden de que todos los niños varones nacidos entre los hijos de Israel fueran asesinados. Sus ministros percibieron sin embargo, que esto llevaría a la aniquilación total de los hijos de Israel y a la ruina económica de Egipto. ¿Cómo —se preguntaron— funcionaría el imperio sin esclavos y sirvientes? La orden fue alterada: los niños varones serían asesinados un año, pero perdonados al siguiente.





El Faraón llegó a ser tan fanático que enviaba espías o agentes de seguridad para que buscaran a las mujeres embarazadas. Si alguna mujer daba a luz a un hijo varón, este era asesinado de inmediato. Cuando la madre de Moisés quedó preñada del niño destinado a liderar a los hijos de Israel fuera de la esclavitud, ocultó su embarazo. Sin embargo, Dios quiso hacerle un favor a los débiles y oprimidos, y los planes del Faraón fueron frustrados.





“Y quisimos agraciar a quienes fueron esclavizados en la Tierra y les convertimos en líderes ejemplares y sucesores. Les dimos poder sobre la tierra [de la antigua Siria y Egipto], e hicimos que el Faraón, Hamán y sus huestes vieran [hecho realidad] lo que temían.” (Corán 28:5-6)





El escenario está listo y el niño ha nacido. Los vientos de cambio comienzan a soplar y Dios demuestra que los seres humanos pueden planificar y diseñar, pero sólo Él es el mejor de los planificadores.





Hay lecciones para la humanidad a lo largo de la historia de Moisés, que no sólo se aprenden después de su profecía, sino que se encuentran incluso cuando era un recién nacido. El comportamiento de su piadosa madre nos da muchas lecciones que son importantes aún hoy día. ¡Pon tu confianza en Dios!





Moisés nació en un año en el que los hijos de los Hijos de Israel eran asesinados en el instante en que nacían. Imagina el sentimiento de temor que impregnaba todos los aspectos de la vida en esas condiciones. El embarazo ya no era un evento a celebrar y apreciar, sino una fuente de miedo e inseguridad.





Los guardias de seguridad recorrían las calles e invadían hogares buscando mujeres embarazadas, por lo que la madre de Moisés ocultó su embarazo. Imagina las condiciones en las que ella dio a luz: temor, silencio, posiblemente envuelta en la oscuridad. ¿Estuvo sola o rodeada de mujeres? ¿Su esposo le sujetó la mano, rezando para que ella no gritara revelándose así a los vecinos o guardias?





Cualesquiera fueran las condiciones, Moisés nació. Un niño. El corazón de sus padres debió llenarse de alegría y temor al mismo tiempo. ¿Qué iban a hacer ahora, cómo iban a ocultar a un recién nacido? La madre de Moisés era una mujer recta, piadosa y temerosa de Dios, por lo tanto, en su hora de necesidad se volvió hacia Dios y Él le inspiró sus próximas acciones.





“Inspiramos a la madre de Moisés [y le dijimos]: Amamántalo, y cuando temas por él déjalo [en un cesto de mimbre] en el río. Y no temas ni te entristezcas, porque ciertamente te lo devolveremos y haremos de él un Mensajero.” (Corán 28:7).





La madre de Moisés acababa de pasar sus últimos meses ocultando su embarazo por temor a que su hijo fuera condenado a muerte, y ahora que lo sostiene contra su pecho, Dios le inspira que lo arroje al río. No a un suave manantial, sino al río Nilo, un enorme río con una corriente fuerte. Su reacción inicial debe hacer sido que tal acción le estaría condenando a una muerte segura.





La madre de Moisés puso su confianza en Dios. “no temas ni te entristezcas, porque ciertamente te lo devolveremos.” Hizo una canasta a prueba de agua, puso en su interior a su pequeño hijo y la arrojó al río. Ibn Kazir narra que en cuanto la canasta tocó el agua, la corriente pasó de rabiosa a tranquila y suave, meciendo la canasta silenciosamente aguas abajo. La hermana de Moisés fue instruida por su madre para que se deslizara en silencio a través de las cañas y siguiera a la cesta en su viaje.





La canasta con su preciosa carga bajó por el río Nilo, pasando desapercibida por casas, botes y personas, hasta que se detuvo en el palacio del Faraón. La hermana de Moisés observó temerosa cómo alguien de la familia del Faraón sacaba la cesta del río. Moisés fue lanzado al río para escapar de una muerte segura y ahora su lugar de descanso es el palacio del Faraón. Esto sin duda es demasiado para una madre, sin embargo los eventos que estaban a punto de desarrollarse demostrarían que la promesa de Dios es verdadera.





“...Dios siempre le dará una salida a quien Le tema. Y le sustentará de donde menos lo espera. Y quien se encomiende a Dios, sepa que Él le será suficiente y que Dios siempre hace que se ejecuten Sus órdenes. Ciertamente Él ha establecido a cada cosa su justa medida.” (Corán 65:2-3)





El bebé Moisés fue llevado a Asiya, la esposa del Faraón. Asiya, en contraste con su arrogante y orgulloso marido, era una mujer justa y misericordiosa. Dios abrió su corazón y Asiya miró de abajo a arriba al pequeño bebé sintiéndose superada por su amor hacia él. La pareja real no pudo concebir un hijo y este pequeño niño despertó sus instintos maternales. Asiya le apretó contra su pecho y le pidió a su marido que aceptara al niño en la familia.





Posiblemente, en contra de su mejor juicio, el Faraón aceptó al niño que fue parte del plan de Dios para derribar la casa real. Lejos de abandonarlo, Dios puso a Moisés como hijo real de Egipto, y le brindó el mayor apoyo humano en la tierra. Asiya y el Faraón ahora tenían un hijo, que estaba protegido por la misma persona que había tratado de matarlo.





“Hicimos que lo recogiera la gente del Faraón para que [sin saberlo] se convirtiera en su enemigo y fuese un pesar para ellos. Por cierto que el Faraón, Hamán y sus huestes eran pecadores. La mujer del Faraón dijo: [Este niño] Será mi alegría y la tuya, no le matéis. Puede que nos beneficie. ¡Adoptémoslo! Y ellos no presentían [que él sería su destrucción].” (Corán 28:8-9)





Asiya convocó a las nodrizas al palacio, pero el pequeño niño se negó a mamar. Esto fue causa de una gran angustia, en esos días no habían fórmulas ni suplementos para ofrecerle al bebé. En esa etapa el palacio real estaba en crisis, las mujeres de la familia estaban quejándose sobre Asiya y su bebé recién nacido, de modo que nadie se dio cuenta de la presencia de la hermana de Moisés entre los sirvientes. Ella reunió todo su coraje y dio un paso adelante ofreciendo una solución. Dijo que sabía de una mujer que amamantaría al niño con cariño. ¿Por qué la familia real tomaría el consejo de una niña desconocida, sino para cumplir con el plan de Dios? Le ordenaron a la hermana de Moisés que se apresurara en buscar y llevar a la mujer.





“No permitimos que ninguna nodriza pudiera amamantarlo. Dijo [la hermana de Moisés]: ¿Acaso queréis que os indique una familia que puede encargarse de cuidarlo y aconsejarlo para su bien?” (Corán 28:12)





La madre de Moisés estaba en su casa. ¿Deambulaba o lloraba en silencio? No sabemos, pero Dios nos dice que su corazón estaba vacío y que ella estaba a punto de exponerse. ¿Estaba considerando correr hacia el río y buscar frenéticamente entre las cañas? Dios le alivió su tormento cuando su hija entró en la casa sin aliento contándole la historia de lo que había ocurrido con Moisés.





Madre e hija no perdieron tiempo en regresar al palacio. Cuando Moisés fue entregado a su verdadera madre, se acomodó de inmediato y comenzó a mamar. Según Ibn Kazir, la familia, incluyendo al propio Faraón, quedó atónica. El Faraón preguntó ala mujer quién era ella, y ella respondió: “Soy una mujer de leche dulce y dulce aroma, y ningún niño se me niega.” El Faraón aceptó esta respuesta, y entonces Moisés volvió a los brazos de su madre y se crio en el palacio como un príncipe de Egipto.





“Y así se lo devolvimos a su madre como nodriza para que se alegrara y no se entristeciera demasiado por la separación, y para que supiera que lo que Allah promete se cumple; pero la mayoría [de los hombres] lo ignoran.” (Corán 28:13)





El capítulo 28 del Corán se llama ‘El Relato,’ los primeros 45 versículos se enfocan sólo en la historia de Moisés. Es de aquí que aprendemos sobre la fuerza y la piedad de su madre, y cómo Dios recompensó su rectitud y su confianza en Él devolviéndole a su hijo. Algunos eruditos creen que Moisés y su madre regresaron a su casa entre los hijos de Israel, otros, incluyendo a Ibn Kazir, creen que Moisés y su madre vivieron en el palacio mientras ella lo amamantaba, y que a medida que él creció, se le permitió a ella visitarlo.





El Corán y las tradiciones auténticas del profeta Muhámmad, que Dios lo bendiga, no dicen nada sobre este período de la vida de Moisés, aunque sería justo decir que por la época en que Moisés era un hombre, probablemente conoció su origen y se identificó con los hijos de Israel. Las tradiciones del profeta Muhámmad describen a Moisés como un hombre alto, bien construido, de piel oscura con el cabello rizado. Su carácter y su físico son descritos como fuertes.





“Cuando se convirtió en adulto le concedimos conocimiento y sabiduría. Así es como retribuimos a quienes son benefactores.” (Corán 28:14)





Descubriremos en la historia de Moisés que era un hombre sincero. Creía en decir lo que pensaba y en defender a los miembros más débiles de la sociedad. Siempre que fue testigo de la opresión y la crueldad, le resultó imposible a sí mismo dejar de intervenir.





Ibn Kazir narra que un día mientras caminaba por la ciudad, Moisés se encontró con dos hombres que peleaban. Uno era un israelita y el otro un egipcio. El israelita reconoció a Moisés y le gritó pidiéndole ayuda. Moisés entró en la pelea e hirió al egipcio de un golpe feroz. Este cayó de inmediato al piso y murió. Moisés quedó abrumado de dolor. Era consciente de su propia fuerza, pero no imaginaba que tenía el poder de matar a alguien de un solo golpe.





“Y [Moisés] ingresó cierta vez a la ciudad sin que sus habitantes se percataran, cuando encontró a dos hombres que peleaban, uno era de los suyos [de los Hijos de Israel] y el otro de sus enemigos. El que era de los suyos le pidió ayuda contra el que era de sus enemigos. Entonces Moisés le golpeó con su puño y le mató [inintencionadamente]. Exclamó [Moisés]: Esto es obra de Satanás, ciertamente [Satanás] es un enemigo evidente que pretende desviar a los hombres. Dijo: ¡Señor mío! He sido injusto conmigo mismo; perdóname. Y [Dios] le perdonó, porque ciertamente Él es Absolvedor, Misericordioso. Dijo: ¡Señor mío! Por la gracia que me has concedido, no ayudaré [nuevamente] a los pecadores.” (Corán 28:15-17)





Ya sea porque las calles estaban desiertas o porque la gente no quería verse envuelta en un asalto grave, las autoridades no tenían idea de que Moisés estaba involucrado en la pelea. Sin embargo, al siguiente día Moisés vio al mismo israelita envuelto en otra pelea. Sospechó que el hombre era un alborotador y se acercó a él para advertirle sobre su comportamiento.





El israelita vio a Moisés acercándose rápidamente hacia él y sintió miedo, entonces gritó: “¿Vas a matarme como mataste al desgraciado de ayer? El oponente del hombre, un egipcio, escuchó esto y salió corriendo a reportar a Moisés a las autoridades. Después ese mismo día, Moisés fue abordado por un desconocido que le informó que las autoridades planeaban arrestarlo, y posiblemente matarlo, por el crimen de asesinar a un egipcio.





A la mañana siguiente amaneció temeroso y cauteloso; y quien le había pedido ayuda el día anterior nuevamente le pedía auxilio a gritos. Entonces Moisés le dijo: Evidentemente eres un descarriado. Y cuando quiso separarlo violentamente del enemigo de ambos, éste exclamó: ¡Oh, Moisés! ¿Acaso pretendes matarme como lo hiciste ayer con otro? Sólo quieres ser un tirano en la Tierra, en lugar de contarte entre quienes luchan por establecer el bienestar. Y un hombre que vivía en las afueras de la ciudad se dirigió presuroso [hacia donde Moisés] y le dijo: ¡Oh, Moisés! La nobleza se confabuló para matarte, huye pues. Yo sólo pretendo aconsejarte. Y Moisés se alejó de la ciudad con temor y cautela, y exclamó: ¡Señor mío! Protégeme de los opresores.” (Corán 28:18-21)





Moisés dejó de inmediato los límites de la ciudad. No tuvo tiempo para regresar a casa y cambiarse de ropa o preparar provisiones. Moisés entró en el desierto hacia Madián, el país que se extendía entre Siria y Egipto. Su corazón estaba lleno de miedo y temía darla vuelta y ver que las autoridades lo perseguían. Caminó y caminó, y cuando sintió sus pies y sus piernas como plomo, continuó caminando. Sus zapatos se desgastaron en el suelo áspero del desierto y la arena caliente le quemó la planta de los pies. Moisés estaba exhausto, hambriento, sediento y sangrando, pero se obligó a sí mismo a continuar, algunos dicen que durante más de una semana, hasta que llegó a un pozo de agua. Moisés se lanzó a la sombra de un árbol.





Morir en el calor seco de polvo del desierto egipcio debería haber sido el resultado más probable del viaje de Moisés. Andando a través de un paisaje inhóspito sin provisiones ni ropa adecuada, habría sido una expedición destinada al fracaso. Sin embargo, una vez más la historia de Moisés revela una verdad fundamental. Si un creyente se somete totalmente a la voluntad de Dios, Él le proveerá a partir de fuentes inimaginables. Dios remplazará la debilidad con la fuerza y sustituirá el fracaso con la victoria.





Moisés llegó a salvo al oasis del desierto, el olor del agua y la sombra de los árboles debió haberle parecido un paraíso en la tierra. El pozo de agua estaba rodeado de pastores que abrevaban sus rebaños.





Después de caminar por más de una semana a través del desierto ardiente, Moisés llegó a un oasis donde grupos de hombres abrevaban a sus animales. Estaban empujándose, peleando, bromeando y riendo, comportándose de manera ruda y baja. Moisés se arrojó sobre la tierra agradecido por la sombra de un árbol. Mientras recuperaba el aliento, se fijó en dos mujeres y su rebaño de ovejas. Estaban bien atrás, reacias a acercarse al pozo de agua.





Moisés era un hombre de honor. A pesar que estaba exhausto y deshidratado, Moisés no podía soportar ver a las mujeres de pie, temerosas de moverse hacia el pozo de agua. Se acercó a ellas y les preguntó por qué los hombres de su familia no cuidaban de las ovejas. Las dos jóvenes le explicaron que su padre era anciano y que la tarea de cuidar las ovejas era ahora su responsabilidad.





Moisés llevó las ovejas de las mujeres hasta le pozo de agua, donde se abrió paso con facilidad entre los hombres que estaban allí. Después de completar su tarea, Moisés estaba totalmente desgastado. Se sentó bajo la sombra del árbol y comenzó a suplicarle a Dios. Dijo: “¡Oh Señor! Cualquier bien que puedas concederme, en verdad lo necesito.”





“Y cuando se encontraba camino a Madián dijo: ¡Señor mío! Guíame por el camino correcto [que conduce a esta ciudad]. Cuando llegó al pozo de agua de Madián, encontró pastores dando de beber a sus rebaños, y vio que apartadas de ellos había dos mujeres que sujetaban a sus rebaños, entonces les preguntó: ¿Qué os sucede? Respondieron [ellas]: No podemos dar de beber a nuestro rebaño hasta que los pastores no terminen con los suyos, y nuestro padre es ya un anciano [y no puede venir]. Luego [cuando los pastores se hubieron retirado, levantó la pesada roca que cubría el pozo y] le dio de beber al rebaño por ellas, y finalmente se retiró exhausto a la sombra y exclamó: ¡Señor mío! Realmente necesito cualquier gracia que me concedas.” (Corán 28:22-24)





El Corán nos relata las historias de los profetas de Dios para que podamos aprender de ellos. Los profetas son modelos dignos de ser seguidos y sus vidas no son tan diferentes de las nuestras. ¿Cuántas veces no nos hemos sentido tan agotados física y mentalmente que pareciera que no podemos resistir un segundo más?





Nuevamente Moisés se volvió hacia la única fuente real de ayuda para la humanidad: Dios. Y antes que terminara su súplica, la ayuda estaba en camino. Moisés probablemente tenía la esperanza de recibir una rebanada de pan o un puñado de dátiles, pero en lugar de ello, Dios le dio seguridad, provisiones y una familia.





Una de las mujeres regresó con Moisés. Con la modestia y timidez apropiadas, le dijo a Moisés: “Mi padre quiere que recompensarte por tu amabilidad y te invita a nuestra casa.” En consecuencia, Moisés se levantó y fue a ver al anciano. Se sentaron juntos y Moisés contó su historia. El anciano disipó sus temores y le dijo a Moisés que había cruzado de forma segura la frontera de Egipto, ahora estaba en Madián a salvo de cualquier autoridad que pudiera estar persiguiéndolo.





 “Y [más tarde] una de ellas regresó y acercándose a él con recato dijo: Mi padre te llama para retribuirte por haber dado de beber a nuestro rebaño. Y cuando se presentó ante él, le relató su historia; y [el padre de las dos mujeres] le dijo: No temas, [aquí] estás a salvo de los opresores.” (Corán 28:25)





Después que Moisés había sido invitado a estar con la familia, una de las mujeres se acercó a su padre en privado y le aconsejó que contratara a Moisés. Cuando su padre le preguntó por qué, ella contesto que debido a su fuerza y honestidad. Dos cualidades que nos dice el Islam que son signos de liderazgo. En los años inmediatamente posteriores a la muerte del Profeta Muhámmad, que Dios lo bendiga, los líderes de la nación musulmana fueron elegidos por estas dos cualidades. Ellos aprendieron sus políticas del Corán, de las historias de sus predecesores piadosos.





El anciano —que algunos estudiosos creen que era el profeta Jetró, aunque no hay fuentes auténticas que confirmen o nieguen esto— ofreció a Moisés la seguridad y protección de su propia familia. Le dio una de sus hijas en matrimonio a cambio de que trabajara durante 8 años, o 10 si Moisés accedía a quedarse durante dos años más. Moisés era un extraño en tierras extranjeras, exhausto y solo. Pero Dios escuchó su súplica y lo proveyó con recursos que Moisés jamás hubiera podido imaginar.





Una de ellas dijo: ¡Oh, padre! Contrátalo, pues qué mejor que contratar a un hombre fuerte y honesto. Dijo [el padre de las dos mujeres a Moisés]: Quisiera casarte con una de mis dos hijas a condición de que trabajes con nosotros durante ocho años, y si deseas quedarte diez será algo que tú hagas voluntariamente. Ésta no será una tarea difícil ni pesada; me encontrarás, si Dios quiere, entre los justos. Dijo [Moisés]: Estoy de acuerdo. Cualquiera que sea el plazo que yo cumpla no se me reprochará, y Dios es testigo de lo que decimos.” (Corán 28:26-28)





Como creyentes, no debemos olvidar nunca que Dios escucha nuestras oraciones y súplicas, y las responde. A veces la sabiduría detrás de estas respuestas está más allá de nuestra comprensión, pero Dios sólo desea lo que es bueno para nosotros. Poner nuestra confianza en Dios y someterse a Su voluntad, le permite al creyente capear cualquier tormenta, y hacerle frente a cualquier adversidad. Nunca estamos solos, al igual que Moisés no estaba solo mientras avanzaba por el desierto huyendo de la única vida y tierra que había conocido.



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