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¡Qué ojos más hermosos! ¡Qué rostro más lindo! ¡Qué cuerpo perfecto! La belleza siempre ha sido elogiada y exaltada, ya sea en retratos como la famosa pintura de Leonardo Da Vinci, la Mona Lisa, o en la literatura, como cuando la mitología griega narra el relato de la bella Helena de Troya.




La edad no es una excepción; de cierta manera, es aún peor. Aquellas mujeres que son bellas son admiradas, altamente aclamadas y cotizadas. Se les paga para aparecer en las tapas y posters de sugestivas revistas y se las corona “Miss Mundo” en concursos de belleza. Aquellas que poseen facciones faciales normales sufren de baja autoestima y se sienten bajo intensa presión para embellecerse a sí mismas, colocándose capas y capas de cosméticos, sometiéndose a cirugías plásticas y haciendo dietas casi toda la vida.




Y una de las personas que menos esperamos esté en la punta de esta competencia hacia la belleza es la muchacha musulmana normal.




Las mujeres están innatamente más preocupadas por su imagen y apariencia; no es de extrañarnos ver niñas de 4 años preocupadas más con sus cabellos después de haberse columpiado fuertemente en el columpio del parque, mientras que difícilmente veremos a sus contrapartes masculinas importarse siquiera por sus zapatos embarrados y sucias manecitas. Conforme vamos creciendo, nos hacemos más conscientes de cómo nos vemos, comparándonos con nuestras amigas y otras mujeres muy atractivas. Pasamos horas frente al espejo, probándonos nuevos estilos, colocándonos brillo en los labios y practicando nuestra sonrisa. Un cabello que se resiste a ser peinado o una espinilla puede ser suficiente para arruinarnos el estado de ánimo. Encontrar una alumna del séptimo grado usando lápiz labial oscuro, corrector y base, cuando apenas ha terminado la educación media, se está convirtiendo rápidamente en parte del diario vivir de muchas sociedades.




Los padres de las adolescentes enfrentan la situación situándose en uno de dos extremos: unos prohíben terminantemente a sus hijas maquillarse o ponerse guapas, mientras que otros no se preocupan en lo más mínimo hacia dónde está llevando a sus hijas esa búsqueda de la belleza. Los padres deben entender nuestra necesidad de sentirnos bellas y bien con nosotras mismas, al mismo tiempo que entendemos que la verdadera belleza viene del interior y que hemos sido creados de la mejor manera. Los peligros existentes en el uso excesivo de cosméticos y el respeto por los límites que han sido establecidos por el Islam –como la prohibición de hacerse tatuajes– deben ser inculcados también.




Pero, exactamente, ¿por qué es que las muchachas musulmanas sienten la necesidad de embellecerse? Muchas dicen que es para verse bien ellas mismas; si bien eso es parcialmente cierto, conforme maduramos, descubrimos que está relacionado también con el sexo opuesto. A menos que tomemos una posición pro-feminista, como la noción de Simone de Beauvoir, quien afirma “lo que se decora es para ofrecer”, una parte de nosotras quiere verse bien para así poder conocer hombres que nos aprecien.




Y siendo que el Islam vino con un mensaje de modestia, pudor, recato y uso del velo, elevando nuestro estatus a seres humanos completos con intelecto y responsabilidad, todo eso se ve empañado por el frenesí de belleza que hace temblar al mundo. Se nos enseña que los mejores de nosotros ante Al-lah son los piadosos, pero aún así se le da mucha importancia al verse bien hoy en día.




Los hombres musulmanes quieren a las más despampanantes y esbeltas muchachas para casarse, y cada rincón del rostro de la novia en potencia es examinado antes de cualquier propuesta. La mujer hermosa que hace una donación a una organización caritativa es anunciada, divulgada y agradecida; mientras que la trabajadora voluntaria ordinaria no es reconocida ni apreciada por años. De hecho, la hermanas atractivas y maquilladas que dan charlas de religión son por lo general más aceptadas por la audiencia que aquellas que visten ropas sencillas y no se maquillan. La gente dice “la belleza no va más allá del exterior” y “le doy más importancia a la piedad que a la apariencia al buscar una esposa”, y aún así vemos a todas esas dulces muchachas solteras, envejeciendo y bordeando los 40 debido a que los hombres a su alrededor querían una insensatamente hermosa novia.




No estoy diciendo que la belleza no debe ser tomada en cuenta, ya que una mujer puede ser pedida en matrimonio por su belleza, tal y como informó el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam. Sin embargo, nosotras las muchachas estamos encontrando dificultad en correlacionar el hadiz que nos informa que a Al-lah solo le importan nuestras acciones y corazones, con nuestra realidad en la cual nuestros rostros y complexión son lo más importante para aquellos que nos rodean.




Más aún, el ver a nuestras madres maquillándose y vistiéndose elegantemente para ir a la verdulería de la esquina, y a nuestros padres comentando sobre el nuevo peinado de la presentadora de noticias, es muy posible que dé a los jóvenes una idea errónea sobre la apariencia y nos esté mostrando que la belleza vale más que la inteligencia.




De hecho, si hoy en día no hay quien iguale en belleza al Profeta Yusuf, ¿quién esperamos que sea la esposa de Yulaibib?[1]




 






[1] Yulaibib, que Al-lah Esté complacido con él, fue un compañero del Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, no muy agraciado físicamente, para quien el Profeta pidió la mano de una muchacha musulmana de Medinah. Los padres de esta se negaron, pero la muchacha, al enterarse de parte de quién venia el pedido, obedeció con gran fe casándose con Yulaibib.






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