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La memoria como antídoto contra la vanidad que nos consume


Comencé a leer el libro de Christopher Lasch, La Cultura del Narcisismo, La Vida Estadounidense en una Era de Expectativas Decrecientes, con la intención de escribir al respecto después que lo terminara. He leído una cuarta parte del libro y me he dado cuenta de que no hay necesidad de esperar para comentarlo, pues algunas cosas son manifiestamente evidentes respecto a la vida estadounidense y todos las conocemos, incluso desde el título mismo.


Cuando Lasch publicó su libro en 1975, los críticos lo elogiaron como una mirada profunda en el espejo sociopsicológico cada vez más borroso de los Estados Unidos. No ha cambiado mucho, y no puede haber duda de que Lasch alcanzó un gran nivel de introspección cultural honesta, poco común entre este pueblo autoconvencido de su excepcionalidad.


Uno de los puntos clave de Lasch es que, a pesar de que la cultura estadounidense se autocelebra, la gente ha interiorizado un sentido definido y creciente de “expectativas decrecientes”. Como musulmán, tal sentimiento sólo puede significar para mí una cosa: Hemos perdido la esperanza, y la desesperación nos ha metido a las filas de los incrédulos… lo que nos lleva hacia el Infierno, que es la peor de las expectativas.


Los estadounidenses albergan un sufrimiento generalizado por esta neurosis particular, según Lasch, como resultado de sus vidas absolutamente vacías y desesperanzadas. No hay razón alguna para existir. ¿Cuál es el sentido de la vida, excepto atender los deseos y placeres personales?


Entonces vienen la depresión y la desesperanza. Porque cuando ves que tu cuerpo poco a poco se deteriora, y te das cuenta de que no encontrabas alegría más que en los beneficios de su vitalidad y juventud, ¿qué te queda? A medida que ves cómo tu juventud se va, sabiendo que no hay suficiente maquillaje ni silicona ni cirugía plástica en el mundo que pueda retenerla, ¿qué queda?


Con el fin de evitar la inutilidad de nuestra cultura profundamente utilitaria y consumista, algunos tratan de llenar sus vidas con buenas acciones, pero de nada les sirven sin las creencias correctas, o al menos las intenciones correctas. Sin la intención de actuar para complacer a Al-lah, y con el objetivo de acercarse a Él en el Paraíso, nuestros actos quedan escritos entre las obras de los perdedores. Dice el Corán (lo que se interpreta en español): {Diles: ¿Queréis que os informemos quiénes son los más perdedores por sus obras? Aquellos cuyos afanes se malograron en la vida mundanal mientras creían haber obrado el bien. Son quienes no creen en los signos de su Señor ni en la comparecencia ante Él. Sus obras habrán sido en vano y, el Día de la Resurrección, no tendrán peso en la balanza.} [Corán 18:103-105]


Incluso la muerte para aquellos que cumplen con estos criterios se convierte en algo terrorífico por las razones equivocadas. Hay un apego a una vida que ha sido miserable y poco satisfactoria. Las medicinas rejuvenecedoras, las vitaminas que “agregan años a la salud de tu vida”, las cosas que comemos como elíxires para la vida… y todavía en algún punto al final puedes ver la inutilidad de tu vida y te das cuenta que nada puede detener tu muerte y lo que viene después. Está por llegar. Ni siquiera los maestros de la incredulidad pueden detener el entendimiento humano innato de que hay algo hacia lo que nos dirigimos. Los seres humanos sabemos en nuestra constitución química, en la tierra que nos conforma, en los latidos de nuestros corazones y en nuestras almas trémulas, que estamos destinados a ser criaturas de la eternidad.


No sólo “Ellos”


A través de sus primeras 120 páginas en las que Lasch habla de la cultura de narcisismo con que se vive en los Estados Unidos (y que se dispersa por el mundo rápida y segura), no dejaba de toparme con las características y verme a mí mismo en ellas. Es horrible reconocer algunas actitudes en ti mismo. Todo lo que se dice respecto a pacientes psiquiátricos en esta época, que sufren de falta de propósito, vacuidad e inutilidad, incluso cuando logran éxito económico y respeto cultural, me asusta. Me he encontrado pensando intermitentemente: “tenemos el Corán”, sólo para recordarme que yo, nosotros, sabemos qué hacer y qué creer para no ser así. En verdad, no hay razón para que los musulmanes nos convirtamos en narcisistas, pero me temo que muchos de nosotros, y nuestra cultura musulmana estadounidense, lo somos.


Al-lah, Glorificado sea, nos da razones simples y directas, y nos informa (lo que se interpreta en español): {Por cierto que He creado a los genios y a los hombres para que Me adoren} [Corán 51:56], y para saber que moriremos y conoceremos a nuestro Creador en el día señalado, y nuestras obras trabajarán por nosotros o en nuestra contra.


Los millones de maneras que Él nos ha provisto para que Lo adoremos, en su mayoría cosas pequeñas que no nos cuestan nada sino que, por el contrario, llenan los vacíos de nuestra vida, son innumerables. El alcance de la misericordia que Él se ha prescrito a Sí mismo es inconmensurable, y Su bondad puede hallarse —e incluso sentirse— desde el insecto más pequeño hasta la vastedad del universo. Las estrellas que son, para nuestra visión limitada, ilimitadas, la luna que pensamos que conocemos porque algunos de nosotros la han tocado, el sol que no podemos mirar fijamente, y todavía a algunos les cuesta trabajo creer. El simple hecho de glorificar al Creador puede llenar un vacío, una distancia, de la que sufrimos los seres humanos. La oración a nuestro Señor nos da un propósito que sacia la sed permanente de una misión.


Y luego está el milagro del Corán que no tiene fecha de vencimiento, perfecto para todo momento y para todas las épocas. El Profeta Muhammad, sallallahu alaihi wa sallam, nos entregó un libro proveniente de Al-lah, Glorificado sea, un libro que es absolutamente perfecto. Cada palabra es preciosa y exacta, escogida divinamente. Sus señales están a nuestro alrededor, desde la tierra hasta los cielos y en todo lo que hay entre ellos.


Pero aun así, la humanidad prefiere no ver ni escuchar ni pensar. Cuestionamos y nos preguntamos tratando de averiguar cuántas cosas hay que no están en el ámbito de lo que Al-lah ha hecho visible. Y aun así Al-lah nos permite continuamente vislumbrar lo que no sabemos para ayudarnos a creer. Sin embargo, muy pocos de nosotros somos agradecidos.


Así que no tenemos derecho a no estar de rodillas pidiendo perdón y apoyando nuestra frente sobre el suelo para agradecerle a Él con fervor. Él nos brinda una misión y una razón para una vida que fácilmente puede convertirse en carente de razón y de sentido.


Todo lo que tenemos que hacer es mantener la promesa que hicimos cuando éramos almas sin cuerpo y sabíamos —y aún sabemos— exactamente cómo adorar a Al-lah en toda Su Unidad y Unicidad.


¡Bala! (por supuesto).



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