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Mi acercamiento al Islam





 





Jalil Al-Biruani (Emiliano Martín Zapata Ramos), peruano, 40 años.





 





Me acerqué al Islam cuando tenía 22 años, mientras estudiaba Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Luego de haber estudiado el judaísmo y el cristianismo en sus diversas variantes, decidí no estudiar ningún tema relacionado con religiones, pues dichas investigaciones habían hecho que considerara a ambas como construcciones de hombres, diseñadas para un contexto histórico determinado, según intereses de grupos.





 





Los textos que tuve oportunidad de leer en sus idiomas originales –de la Biblia o la Torah – estaban sumamente interpolados y confundidos con anotaciones e interpretaciones posteriores, de modo tal que era ya imposible distinguir qué era verdad y qué era una sumilla o una apostilla.





 





Sin embargo, ese mismo año, un profesor marroquí inició clases de árabe en el Instituto de Estudios Orientales de mi universidad, clases en las que me inscribí. Nos habló muy poco del Islam, pero me dejó la duda sobre el significado de la palabra “Al-lah” en árabe, que hasta los cristianos árabes tenían que pronunciar pues era su idioma, y que ciertamente era la misma pronunciación de Jesús el Mesías, la paz sea con él, en arameo. De allí en adelante fue un avance vertiginoso desde los pilares del Islam hasta cómo hacer oración. Todos los días, luego de mis clases de Derecho, me quedaba horas leyendo todos los libros sobre Islam de la biblioteca. No sé cómo, los libros se agotaron y tuve que buscar más información. Fue entonces que un amigo mío se volvió musulmán. Lo encontré un día en la calle y me invitó a la mezquita, la cual no sabía que existía en Lima.





 





Por fin, después de tantos años, reconocí la Palabra de Al-lah en los versos del Corán tal como había sido dictada al Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y a todos los Mensajeros desde el comienzo de los tiempos, con el mensaje único del Tawhid. Acudí a la mezquita sin que los hermanos supieran de mis lecturas previas. Tampoco sabían que yo ya había memorizado Al Fatihah, la Shahada y Al Ijlas. Me dieron folletos y respondieron mis preguntas. Tres semanas después, tomé la decisión de regresar a mi fitrah, mi naturaleza primera de sometido a la Voluntad de Al-lah, subhanahu wa ta’ala.





 





Desde niño, siempre creí en Abraham, la paz sea con él, y en el monoteísmo, y lo reconocía en todos los Mensajeros y en los libros sagrados estudiados. Igualmente, siempre tuve problemas en el colegio y con mi familia, pues nunca me prosterné ante los ídolos ni consideraba que un hombre podía tener cualidades divinas per se. Yo creía en un solo Dios, y ciertamente me parecía muy difícil entender que ese Dios dejara que su propio hijo muriera violentamente, humillado, por todos nosotros, situación que no había pasado ni antes ni después, pero que era muy parecida a la de dioses del mundo pagano de los primeros siglos, quienes nacían, morían y se reencarnaban. El Islam me libró del mito del pecado original, del mito de la caída, del mito del Hijo de Dios, del mito del Pueblo Elegido. Decidí entonces mi nombre: Jalil, recordando al mejor amigo de Dios, el Profeta Ibrahim, la paz sea con él, y a todos los Profetas enviados por Al-lah, Subhanahu wa ta’ala, hasta el último de ellos, el Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam.





 





Hoy, después de 13 años, creo que fue la mejor decisión de mi vida y trato de ayudar, en la medida de mis posibilidades, a todos los que sienten que creen en Dios y que, sin embargo, tienen un vacío en su corazón y en su entendimiento con las explicaciones cristianas. Alhamdulil-lah.



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