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En el nombre de Dios, Clemente, Misericordioso





 





 





Mis dudas religiosas comenzaron desde muy joven, debido a que mi madre es católica y mi padre es ateo. Mi padre influenció en gran medida mi forma de pensar hoy en día, lo que se refleja en mi afición hacia la ciencia, los libros y los debates. Pero mientras mi saber intelectual se nutría, mis creencias religiosas no iban a la par. Mi madre y yo no éramos tan unidas como lo era yo con mi padre, así que no solíamos hablar de muchas cosas, y menos de la religión. Mi madre es una persona que no expresa demasiado su fe, ni tampoco habla de eso con sus hijos; sin embargo, se encargó de que yo hiciera la comunión y la confirmación, así que las hice, por seguir un compromiso o una tradición.





 





Fue a la edad de 14 ó 15 años cuando comencé a plantearme fuertemente mis ideas relacionadas con Dios, estando yo en un colegio católico; y durante esa etapa pasé desde querer ser monja hasta querer creer que Dios no existía. En las fases más críticas, la guía de las monjas no era de gran ayuda, porque cuando les preguntaba sobre el concepto de la Trinidad, su respuesta se resumía a que ese era un "misterio", y siempre me daban la misma respuesta a cada pregunta diferente que hacía. Cabe destacar que en mi colegio, a pesar de ser católico,  no se tocaban temas profundos relacionados con la Biblia: no recuerdo nunca haber tenido una clase sobre el Antiguo Testamento, pero sí algunas cuantas sobre los evangelios del nuevo testamento, y siempre sin profundizar demasiado; sin embargo, aprendí bastante sobre Francisco de Asís y la monja fundadora de la congregación a la que pertenecía el colegio.





 





Supongo que para muchas personas eso hubiese sido suficiente, pero no para mí. Yo estaba acostumbrada a buscar el por qué de las cosas, y la Biblia estaba llena de cosas que no entendía; y cuando hacía una pregunta básica para comprender y poder argumentar mi fe, sólo recibía evasivas con las que implícitamente me decían: “No preguntes, sólo cree”.





 





Hice mi esfuerzo por algún tiempo más y de vez en cuando iba a misa, porque dentro de mí había algo que me decía: “Dios existe”. Y aunque veía a la iglesia como un lugar de respeto, en muchos aspectos era un lugar vacío; yo depositaba mi fe, pero era una fe que, aunque trataba de reforzar, era una muy débil; había muchas dudas en mi cabeza y no era fácil. Sé que hice mi esfuerzo: participé en las posadas navideñas que se realizaban en mi comunidad e incluso, en muchas ocasiones, me tocó leer algún texto en ellas; pero al final lo único que tenía claro era que existía Dios, lo demás (la Trinidad o lo “santos”) no formaban parte de esa fe.





 





Finalmente, a los 17 años, cuando me trasladé a estudiar a 7 horas de distancia de mi hogar, fue que tuve la osadía de decidir muchas cosas por mí misma. Me declaré entonces gnóstica: sólo creía en Dios sin practicar ninguna religión. Qué era Dios o cómo me lo plateaba a mí misma, sería algo difícil de explicar; pero para mí Dios comenzó a ser aquella “Fuerza” que hacía que las cosas fuesen de una manera en especial y no de otra. A medida que estudiaba mi carrera en la universidad, biología, comencé a explicarme a mí misma que Dios era la “Fuerza” que decidía por qué la cadena del ADN tiene la conformación tal cual, o por qué suceden aquellas cosas en la naturaleza a las que no les encontramos una explicación lógica. Pero este argumento, muy práctico, parecía caer en un tipo de pensamiento filosófico más que  religioso. Alguna que otra vez, durante ese tiempo, fui a una misa; que no se malinterprete, no lo hacia por convicción religiosa, sino porque no sabía cómo agradecer a un Dios al cual no comprendía cómo adorarle.





 





Mi avidez por la lectura me llevó a leer sobre otras religiones, con el único fin de conocer, nada más. Conocí el Islam como una religión más; sin embargo, lo que más me fascinó de él fue su absoluto monoteísmo y la gran variedad de artículos en Internet sobre las verdades científicas que se encuentran en el Corán. No profundicé más allá sobre las creencias de los musulmanes, hasta que conocí una compañera de trabajo que estaba casada con un musulmán. Mi compañera y yo nos hicimos muy amigas y pasábamos bastante tiempo juntas. Casi desde el comienzo, el Islam salió a relucir en muchas de nuestras conversaciones, quizás porque mi amiga se animó al saber que yo tenía noción del tema, además de mi interés. Y así continuó hasta que me prestó un libro llamado “Luces sobre el Islam”.  Luego de leer el primer libro, siguieron muchos artículos y comencé a encontrar interesante las creencias de los musulmanes, porque aquellos fantasmas de la televisión iban desapareciendo y yo estaba descubriendo una religión que, no sólo se cimentaba sobre creencias racionales, sino que respondía a mis preguntas que habían estado sin responder.





 





Como mi proceso de conocer sobre Islam, en un principio, fue con un objetivo informativo, no noté cuándo mi interés se convirtió en la búsqueda de una religión que me resultaba muy interesante y que incluso podía adoptar. Pero me di cuenta, a los pocos meses, que el ser musulmana se iría dando de manera natural al ir conociendo y asimilando sus conceptos. Como tenía una precedencia con mi antigua religión, no me quise arriesgar; sin embargo, muchos meses antes de tomar en serio la posibilidad de ser musulmana, decidí dejar de comer cerdo para probar mi capacidad. 





 





Un día, leí un artículo donde alguien preguntaba cuál era el momento indicado para saber si ya se estaba listo para ser musulmán (yo tenía la misma inquietud) y se le respondía que, si ya se sentía listo para decir la shahada, entonces lo debería hacer lo más pronto posible y reforzar su fe mediante el estudio continuo y la lectura del Corán. En ese mismo artículo daban las indicaciones necesarias para hacer la shahada y el compromiso personal de uno con Al-Lah después de hacerla. Después de leerlo, me puse una fecha y me dispuse, desde ese momento, a hacer las cosas que un musulmán haría, sin aún serlo. Aprendí a hacer el wudú (ablución) y a rezar (con ayuda de un tutorial),  algunas Suras (incluyendo Al Fatiha), y continué leyendo, tanto artículos como el Corán.





 





Cuando llegó la fecha que yo misma me había planteado, hice mi shahada; de hecho, la hubiera hecho antes, pero la planificación con que me preparé para ser musulmana, era para darme tiempo de que todas las dudas que tuve con mi antigua religión no se volvieran a repetir. Como dije, sabía desde mucho antes de ser musulmana que lo iba a ser, sólo quise probarme a mí misma que podía serlo. Alhamdullilah,  a más de dos años y medio de ser musulmana, cada día aprendo más de mi fe y cada vez que rezo en una mezquita sé que rezo a Al-Lah, a Quien siempre le recé; sólo que esta vez, cuando estoy ahí, siento que estoy en el lugar apropiado, en mi hogar.  Al-Lah respondió todas mis dudas y me llevó al sitio justo donde debía estar.





 





Yasmina



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