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 Una de las acusaciones lanzadas en contra del Islam es lo que alega gente tendenciosa, con intenciones oscuras y un odio ciego en contra del mensaje de Al-lah, respecto a que el Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, era un hombre violento y sanguinario, que utilizó la fuerza, la intimidación y el terror para divulgar el Islam; y que, por lo tanto, la gente que abrazó esta religión no lo hizo por elección propia, sino porque fueron obligados y coaccionados a aceptarlo.





Lo más sorprendente de todo es que la esencia del Islam y la historia desmienten por completo estas falsedades. Para no ir muy lejos, veamos lo que Abu Sufian, uno de los más grandes e importantes líderes de los idólatras de la Meca, quien durante muchos años luchó con todas sus fuerzas contra el Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y sus seguidores para acabar con todo vestigio del Islam de una sola vez, dejó en los anales de la historia, un testimonio vivo de la grandeza del Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam. Él dijo una vez que estaba en presencia del Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam: “Luché en contra tuya, qué buen contrincante fuiste [pues nunca abusaste ni te excediste en la confrontación]; y cuando hicimos una tregua, respetaste nuestro pacto de la mejor manera”.





El principio de no coacción en la religión





Cómo es posible que haya gente que tenga el descaro de lanzar semejantes acusaciones, cuando además encontramos que en el Islam existe el principio básico de tolerancia y libertad en términos de religión y creencia fundamentado en el Corán, Dice Al-lah, Altísimo sea (lo que se interpreta en español): {No está permitido forzar a nadie a creer...} [Corán 2:256] Ni el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, ni ningún otro musulmán conocedor y consciente de su fe ordenaron jamás a una persona a islamizarse si esta no quería. Igualmente, nunca hicieron que la gente aparentara ser musulmana para liberarse de torturas o incluso la muerte; en qué mente cabe la idea de que ellos hicieran semejante cosa, si nadie mejor que el Profeta y sus Sahabah conocían que una persona que dijera que era creyente por aparentar, en la otra vida no le sería aceptada su afirmación y, por lo tanto, no se le reconocería como uno de los creyentes. ¿Es que olvidaron acaso que una de las principales preocupaciones del Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, era guiar a las personas para que se salvaran en la otra vida?





La razón que se conoce por la cual fue revelada la Aleya que citamos con anterioridad, es otra prueba contundente que contradice por completo la falsa teoría de la violencia y crueldad con la que se quiere manchar la noble persona de nuestro Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam. As-Suyuti, que Al-lah lo tenga en Su misericordia, mencionó en su famosísimo libro Asbab Nuzul Al Quran (Condiciones en las que fue revelado el Corán): “Uno de los Ansar, perteneciente a la tribu de Banu Salim ibn ‘Auf, tenía dos hijos que se habían vuelto cristianos antes del inicio de la misión del Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y habían abandonado Medina. Un día, vinieron estos dos jóvenes con un grupo de vendedores de aceite a Medina, su padre los agarró y les dijo: ‘No los liberaré hasta que se conviertan al Islam’. Así que estos dos muchachos junto con su padre se dirigieron ante el Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, para que él juzgara en el asunto. El padre aludió: ‘Mensajero de Al-lah, ¿cómo puedo dejar que parte de mí sea arrojada al Infierno (se refería a sus hijos)?’. En ese momento, Al-lah Reveló (lo que se interpreta en español): {No está permitido forzar a nadie a creer…} [Corán 2:256]; así que ordenó que se los dejara en libertad”.





El Islam establece que la fe y la incredulidad es un asunto que le corresponde únicamente a la persona, es decir, que cada uno de nosotros es libre de creer o no, en base a nuestra razón, conciencia y convencimiento. Encontramos que Al-lah, Altísimo y Alabado sea, Dice (lo que se interpreta en español): {Y diles: La Verdad proviene de vuestro Señor. Quien quiera que crea y quien no quiera que no lo haga.} [Corán 18:29]. Además, le Aclara a Su Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, que su misión era divulgar y advertir, nada más, y que por ningún motivo debía usar algún medio coactivo para convencer a la gente de que se hiciera musulmana, porque al final la creencia no entraría en sus corazones. Dijo (lo que se interpreta en español): {Si tu Señor Hubiera Querido, todos los habitantes de la Tierra habrían creído. Tú [¡Oh, Muhammad!] no podrás hacer que los hombres crean aunque se lo impongas.} [Corán 10:99]; en la misma línea Menciona: {No se te ha concebido poder sobre ellos para forzarlos a creer.} [Corán 88:22]; y Dice también: {Pero si se niegan a obedecer, sabe [¡Oh, Muhammad!] que no te Enviamos a ellos para Hacerte responsables de sus obras; tú solo debes transmitir el Mensaje.} [Corán 42:48] Con esto queda más que claro que las leyes que rigen a los musulmanes, las cuales provienen de Al-lah, el Omnisciente y Todopoderoso, rechazan completa, abierta y tajantemente que la intimidación y el uso de la fuerza sean medios válidos para hacer que la gente se convierta al Islam.





Zumamah, un ejemplo de la nobleza y virtudes del Profeta Muhammad





Volviendo a la historia, la regla de no coacción en la religión estuvo presente en cada uno de los momentos de la divulgación del Islam y su expansión en la época del Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam. Encontramos uno de los más grandes ejemplos en lo sucedido entre el Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y Zumamah ibn Azal Al Hunafi. Este hombre cayó como prisionero en una de las tantas misiones lanzadas por los musulmanes para proteger la ciudad de Medina y a los musulmanes de otras partes del la Península. Fue llevado ante el Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, quien ordenó que se lo encadenara en la mezquita. Cada día iba y lo llamaba a que aceptara el Islam, pero Zumamah lo rechazaba diciéndole: “Si pides rescate por mí, obtendrás mucho dinero; si me matas, habrás asesinado a un hombre noble por el cual se te cobrará su sangre; y si me liberas, pues habrás soltado a una persona que siempre te agradecerá esa bondad”. Finalmente, el Enviado de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, decidió liberarlo. En vez de que Zumamah tomara su montura y se dirigiera a su casa, lo primero que hizo fue hacer el Gusul (baño ritual), después entró a la mezquita y luego dijo: “Atestiguo que nada ni nadie merece ser adorado sino Al-lah, y atestiguo que Muhammad es el siervo de Al-lah y Su Mensajero. Muhammad, por Al-lah, te juro que eras la persona sobre la faz de la tierra a la que más odiaba, pero ahora eres a la que más amo; y tu religión era lo que más despreciaba y detestaba, pero ahora el Islam es lo que más quiero en mi corazón”. Es más, luego solicitó la aprobación del Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, para hacer la ‘Umrah (peregrinación menor), y estando ya en la Meca, la gente de Quraish le preguntó: “¿Te has vuelto loco, Zumamah?”, sorprendidos por su decisión de seguir el mensaje de Al-lah, al o que les respondió: “¡No! No me volví loco, por el contrario, sigo la guía del Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam. Por Al-lah, les juro que ni un solo grano de trigo de nuestras tierras será enviado a la Meca para ustedes sin que primero tengamos la autorización del Enviado de Al-lah”. ¿Es esta la actitud y son estas las palabras de un hombre que fue obligado a seguir el Islam?... ¡No! Claro que no.





Quieren echar la basura de debajo de sus camas a otras casas





La lógica nos enseña que quien es obligado a hacer algo tarde o temprano se revela y lo deja. Ahora bien, en asuntos religiosos, todos aquellos que son obligados a seguir una idea determinada terminan convirtiéndose en sus futuros detractores, enemigos y hasta destructores. Qué curioso que en ningún libro de historia se mencione algo al respecto, lo que sí encontramos es que no pasaba un instante tras la conversión de alguien sin que estuviera dispuesto a dar todo por defender su nueva fe, hasta su vida si era necesario. La historia misma nos confirma que el Islam, desde el inicio de la revelación, se ha ganado adeptos por todas partes del mundo de forma increíble. Es más, hoy en día el Islam es la religión de mayor crecimiento a nivel mundial, recibiendo adeptos devotos y de corazón todos los días, pese a los grandes esfuerzos que se han realizado, y se siguen realizando, para desfigurar la imagen de esta religión, con el fin de hacer desistir a la gente de ella o de la idea de aceptarla, o alejarla de cualquier fuente que le pueda presentar el Islam como es.





Si analizamos el número de muertos que hubo en las batallas durante la época del Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, musulmanes y no musulmanes, nos encontramos con algo verdaderamente sorprendente. El total de bajas en ambos bandos no supera los 1284 caídos en combate, 262 musulmanes y el resto eran incrédulos. Haciendo un pequeño cálculo matemático entre la cantidad de batallas y misiones militares que hubo en ese tiempo (unas 27 batallas y 38 misiones) y el número de combatientes que hubo en ellas, llegamos a la conclusión que el porcentaje de muertes en las filas musulmanas es apenas del 1%, y en las del enemigo del 2%, lo que nos lleva a una media del 1,5% en conjunto. Esto demuestra claramente que no eran unos bárbaros sanguinarios que luchaban para saciar su apetito de sangre y acabar con el enemigo sin piedad.





Ahora bien, tomemos como ejemplo lo que sucedió en la Primera Guerra Mundial, el primer enfrentamiento del mundo “civilizado”; que aunque en proporción fue mucho más grande que las batallas durante el tiempo del Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, los resultados porcentuales nos dan una idea real de lo que es ser sanguinario de verdad. El número de soldados involucrados en esta barbarie fue, la no despreciable cantidad, de 15 600 000 (quince millones seiscientos mil) aproximadamente. Lo más asombroso son los millones de muertos que esta guerra dejo: ¡¡¡54 800 000 (cincuenta y cuatro millones ochocientos mil)!!! Esto solo quiere decir una cosa, que estadísticamente la cantidad de muertes respecto a el número de soldados involucrados directamente en el conflicto superó el 351%. ¿A qué se debe esta desproporción tan aterradora? La respuesta no es otra más que todos los soldados, sin importar la nacionalidad a la que pertenecieran, se dedicaron a matar sin piedad a los civiles que se les atravesaban en su camino. Toneladas y toneladas de explosivos fueron arrojadas sobre ciudades, pueblos y campos. No solamente se trató de acabar con la raza humana, sino con toda infraestructura que la ayudara a mantenerse con vida. Esta fue una de las más grandes tragedias ocurridas en la historia de la humanidad. La pregunta ahora sería, ¿quién es el sanguinario y el despiadado?





La expansión del Islam en general





Con toda justificación podemos afirmar que el Islam no fue una religión que utilizó la fuerza, la intimidación y el terror para difundirse por todo el mundo. Si echamos un vistazo a la geografía y nos posamos por los países con mayores índices de musulmanes del mundo ƒ{Indonesia, India, China y las costas de Áfricaƒ{ vemos que las confrontaciones que hubieron en el pasado entre los musulmanes y ellos fueron mínimas o inexistentes. Es más, hasta con naciones con las que hubo enfrentamientos continuos, principalmente las del Medio Oriente, notamos que existen hasta nuestros días comunidades grandes de cristianos, judíos y otras religiones, cuyos ancestros decidieron permanecer con su creencia. Es sabido que el Islam llegó muy lejos llevado por los navegantes árabes, quienes, mientras negociaban con la gente de las regiones que visitaban, enseñaban su religión por medio de su comportamiento.





Con la espada se puede conquistar tierras y apoderarse de bienes, pero nunca será posible ganarse los corazones. El Islam cautivó las mentes y corazones de quienes lo siguieron, de la misma manera que sigue atrayendo adeptos con gran vitalidad.



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