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Cada niño nace con una disposición hacia la religión natural del monoteísmo (el Islam); son los padres quienes lo convierten en judío, cristiano o adorador del fuego”. (Sahih Al-Bujari)





“Había nacido en el Islam, pero fueron muchos años después que me percate de esto”.





En la escuela y en la universidad estaba ocupado, tal vez demasiado, con los asuntos y demandas del momento. No considero mi carrera de esos días brillante, pero era progresista. Rodeado por cristianos aprendí la buena vida; el pensamiento de Dios, de la adoración y de la rectitud era algo placentero para mí. Si adoraba algo, era la nobleza y el coraje. Viniendo de Cambridge, me dirigí a África Central después de obtener una cita en la administración del Protectorado de Uganda. Allí tuve una interesante y excitante experiencia que, estando en Inglaterra, nunca hubiese soñado: fui obligado por las circunstancias a vivir entre la hermandad negra de la humanidad, a la cual, debo decir, que me apegué mucho por razones de su simple mirada alegre hacia la vida. Oriente siempre me atrajo. En  Cambridge leí las Noches Árabes, y el salvaje vagabundeo de la existencia que pasé en el Protectorado de Uganda no logró que Oriente fuese menos querido para mí.





Desde ese entonces, mi plácida vida se destruyó con el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Me dirigí a Europa. Mi salud se debilitó. Al recuperarme, me anoté en el ejército, pero por motivos de salud fui rechazado. Por lo tanto, me retiré antes de perder y me enlisté en Yeomanry, logrando, de una u otra manera, pasar los exámenes médicos y, para mi alivio, logré vestir el uniforme de soldado. Sirviendo en ese entonces en Francia en el Frente Occidental, tomé parte de la batalla de Somme en 1917, donde fui herido y me hicieron prisionero de guerra. Viajé a lo largo de Bélgica y Alemania, donde me alojaron en un hospital. En Alemania, vi mucho del sufrimiento que afectó a la humanidad, especialmente los rusos diezmados por la disentería. Llegué al punto de casi morir de hambre. Mi herida (brazo derecho destrozado) no se curó rápidamente y era inútil para los alemanes. Por lo tanto, fui enviado a Suiza para ser tratado y operado en un hospital. Recuerdo bien cuán placentero, incluso en esos días, era el Corán para mí. En Alemania, había pedido a casa que me enviaran una copia del Corán. Años más tarde, me enteré que me la habían enviado pero nunca llegó. En Suiza, después de la operación de mi brazo y mi pierna, mi salud fue recuperándose. Pude salir. Compré una copia de la traducción francesa de Savary del Corán (esta aun hoy es una de mis posesiones más preciadas). Desde ese entonces, me deleité enormemente. Fue como si un rayo de eterna verdad hubiese brillado sobre mí. Mi mano derecha todavía era inútil, practiqué escribir el Corán con mi mano izquierda. Mi apego al Corán se hace más evidente cuando digo que uno de los recuerdos más  vívidos y preciados que tengo de las Noches Árabes, fue el (episodio) del joven descubierto a solas en la ciudad de la muerte, sentado leyendo el Corán, totalmente ajeno a su alrededor. En esos días en Suiza, estaba verdaderamente resignado a la volonte de Dieu  (ser musulmán). Después de firmar el armisticio, regresé a Londres en diciembre de 1918, y unos dos o tres años más tarde, en 1921, tomé un curso literario en la Universidad de Londres. Una de las materias que elegí fue árabe, clases a las cuales asistí en la Universidad King. Fue allí que un día, mi profesor de árabe (el finado Sr. Belshah de Irak), en el curso de nuestro estudio mencionó el Corán. “Crean o no”, dijo, “encontrarán que es un libro muy interesante y que vale la pena estudiar”. “Oh, pero yo creo en él”, le contesté. Esto sorprendió e interesó mucho a mi profesor de árabe, quien después de charlar me invitó a que lo acompañara a la Casa de Plegarias de Londres, en Notting Hill. Después de eso, asistí a la Casa de Plegarias con frecuencia y llegué a conocer más acerca de la práctica del Islam; hasta que, en el día de año nuevo, en 1922, me uní abiertamente a la comunidad musulmana.





Esto ocurrió hace más de un cuarto de siglo. Desde ese entonces, he vivido una vida musulmana en teoría y práctica. El poder, la sabiduría y piedad de Dios son ilimitados. Los campos de conocimiento desplegados ante nosotros hacia el horizonte. En nuestra peregrinación a través de la vida, con seguridad la única prenda que podremos utilizar es la entrega, y en nuestras cabezas la adoración, y en nuestros corazones amor hacia el Supremo. “Wal-Hamdu lil’ Lahi Rabbi ‘l-’Alamin (Alabado sea Dios, el Señor del Universo)”.



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