El pudor y el recato tienen un papel especial en los asuntos entre el Creador y lo creado. Todos los profetas y mensajeros elogiaron el pudor, tal como el Profeta, la paz y las bendiciones de Dios sean con él, dijo:
“De las enseñanzas de los primeros profetas que aun persisten: ‘Si no tienes vergüenza, harás lo que quieras’”. (Al-Bujari)
El pudor es como una sensación de vergüenza o timidez en los seres humanos, es una contracción del alma por un comportamiento malo, una cualidad que impide comportarse mal con los demás o desalienta a otros a comportarse mal con usted. La ética islámica considera el pudor como algo más que una cuestión de cómo se viste la persona, y más que el pudor ante la gente, sino que se refleja en cómo el musulmán habla, se viste, interactúa en público en lo que respecta a las personas, y en privado en lo que respecta a Dios. Cualquier reflexión sobre el pudor, por lo tanto, debe comenzar con el corazón, no con el largo de la falda, tal como el Profeta de la Misericordia, dijo: “El pudor es parte de la fe”[1], y esa parte de la fe necesariamente está en el corazón.
Ser reservado en el habla
Como todo en el Islam, la forma de hablar debe ser moderada. Elevar la voz expresando ira simplemente muestra la incapacidad de contenerla y sólo perjudica a quien lo hace. La ira incontrolada, por ejemplo, puede llevar al abuso verbal, al asalto físico, ambos casos quitan el velo del pudor, mostrando al vergonzoso ego. El Profeta dijo:
“Una persona fuerte no es aquella que derrota a su adversario en el campo de batalla, sino que la persona fuerte es aquella que sabe controlar su ira”. (Sahih Al-Bujari)
Una persona fuerte y creyente siente pudor frente a Dios y su creación, ya que Dios sabe y ve todo. Siente pudor de desobedecer a su Señor y siente pudor de cometer pecados o actos inapropiados, ya sea en público o en privado. Este tipo de pudor se adquiere y se relaciona directamente con la fe, donde la conciencia de Dios aumenta el “pudor” frente a Él.
La moral islámica divide el pudor en: natural y adquirido. El pudor es una cualidad inherente en las niñas y los niños, un cierto tipo de pudor que es natural en los seres humanos. Si se manifiesta, por ejemplo, en un impulso humano natural para cubrir las partes privadas. Según el Corán, cuando Adán y Eva comieron del fruto del árbol prohibido, se dieron cuenta de que sus partes íntimas estaban expuestas, y comenzaron a cubrirse con hojas del Paraíso, un resultado natural de su pudor.
Los sabios consideran que el pudor es una cualidad que distingue a los seres humanos de los animales. Los animales siguen sus instintos sin sentir pudor o una conciencia de lo que es correcto o incorrecto. Por lo tanto, cuanto menos pudor tiene una persona, más se parece a los animales. Cuanto más pudor tiene la persona, es más ser humano. El Islam ha ordenado ciertas cosas en la legislación que inducen al pudor. Esto va desde la legislación de pedir permiso antes de entrar en cualquier habitación y un alejamiento de las personas mientras se realizan las necesidades fisiológicas, y la obligatoriedad de ciertas maneras de vestir para hombres y mujeres por igual. Otra forma de alcanzar el pudor es relacionándose con gente recatada –las personas ante cuya presencia sentiría vergüenza de hacer algo incorrecto– tal como dijo el Profeta:
“Te aconsejo tener pudor de Dios, de la misma manera que tendrías pudor delante de la persona más piadosa de tu gente”[2].
Tener vergüenza de la mirada de un extraño es uno de los impulsores de la modestia en el vestir. Esto se puede ver en los niños, que naturalmente rehúyen la mirada de los extraños, a veces escondiéndose tras las faldas de su madre o detrás de las piernas de su padre. En el Islam, mantener la mayor parte del cuerpo fuera de la mirada de un extraño, sobre todo del sexo opuesto, es una orden para evitar caer en una conducta que puede llevar a relaciones sexuales fuera del matrimonio o prematrimoniales. Dios dice:
“Diles a los creyentes que recaten sus miradas y se abstengan de cometer obscenidades [fornicación y adulterio], pues esto es más puro para ellos. En verdad, Dios está bien informado de lo que hacen. Y diles a las creyentes que recaten sus miradas, se abstengan de cometer obscenidades, no muestren de sus arreglos y adornos más de lo que está a simple vista”. (Corán 24:30)
El versículo siguiente menciona a la gente ante quien se está exenta del uso del velo, los que no se puede llamar “extraños”. Además, la orden se relaja al alcanzar la vejez: una mujer anciana que no tiene esperanzas de matrimonio puede dejar de llevar el velo o de usar la vestimenta que cubre, a manera de capa o abrigo, las prendas habituales[3].
Como se desprende de este versículo, la ética islámica no ve el pudor como una virtud sólo para las mujeres, sino que para los hombres también. Por lo tanto, los hombres también deben vestir con recato, teniendo cuidado de usar ropa suelta y opaca que cubra totalmente la zona comprendida entre la cintura y las rodillas. Los pantalones ajustados o la ropa transparente están prohibidos. Este pudor se refleja en la ropa de los hombres musulmanes en todo el mundo, las camisas largas por debajo de los muslos y los pantalones sueltos.
Todavía puede parecer, sin embargo, que las mujeres llevan la peor parte de “vestir con recato”. Sin embargo, cuando uno reflexiona sobre el depredador y la presa en las relaciones ilícitas entre los sexos, la presa que está oculta escapa de ser víctima. Además, otro versículo establece que el recato en la vestimenta hace que se identifique a la mujer creyente[4], mujer que el musulmán devoto, o cualquier hombre decente, estará motivado a proteger en lugar de abusar.
Una forma de desarrollar pudor es pensar acerca de si haría ese pecado delante de sus padres. Una persona con una pizca de vergüenza en su corazón no va a cometer un acto lascivo en presencia de sus padres. ¿Y qué hay de hacerlo delante de Dios? ¿No es Dios más digno aun de que no se cometa un pecado ante Él? De este modo, el Islam considera que el pudor de un creyente ante Dios debe ser mayor que delante de la gente. Esto se manifiesta en el dicho del Profeta, cuando un hombre le preguntó acerca de estar desnudo en su casa cuando estaba solo. El Profeta le respondió:
“Dios es más merecedor de tu pudor”. (Abu Dawud)
Los primeros musulmanes solían decir: “Sé recatado con Dios cuando estás en privado, de la misma forma que eres recatado delante de la gente cuando estás en público”. Otra de sus frases era: “No seas un siervo fiel de Dios en tu comportamiento público, mientras que eres un enemigo suyo en tus asuntos privados”.
El pudor, por lo tanto, puede ser visto como un medio por el cual la moral y la ética en la sociedad se mantienen y alcanzan. El recato en la gente y la sociedad puede ser una forma de pudor, pero este pudor no permanece inalterable, ya que lo que es considerado indecente un día en una sociedad laica puede ser totalmente aceptable en otra. Por lo tanto, la clave del pudor es saber que Dios está bien informado de lo que haces y rehuir de lo que Él prohíbe. Dios desea lo que es bueno para nosotros. Así que, buscar lo que es bueno es someterse a lo que Él quiere para nosotros. La única manera de identificar esto es creer en lo que Dios hizo descender a Su Profeta Muhammad, y abrazar la religión del Islam que trajo para nosotros.
Muhammad y el pudor ante Dios
El profeta, la paz y bendiciones de Dios sean con él, dijo:
“Cada religión tiene una característica, y la característica del Islam es el pudor”. (Al-Muwatta)
El pudor, en el sentido de protegerse a sí mismo con timidez, con propiedad, de la lujuria o las miradas envidiosas, significa que uno se preocupa acerca de cómo expresarse con palabras y hechos. Uno no quiere que los demás lo miren con extrañeza o como si fuera culpable. Esto fomenta el ser correcto en comportamiento y pensamiento con los otros, y con la relación de uno mismo con Dios. El Profeta le dijo a sus compañeros:
“Sean tímidos delante de Dios, pues es Su derecho que seáis pudorosos delante de Él”.
Le dijeron: “Oh Mensajero de Dios, en verdad que somos pudorosos, alabado sea Dios”.
Él dijo: “No es eso. El pudor ante Dios conforme a Su derecho es que protejas tu mente en lo que aprendes, tu estómago de lo que ingieres, y recordar la muerte y las tribulaciones; y el que quiere la otra vida, abandona los adornos de esta vida. Así que, aquel que hace todo esto es quien realmente es pudoroso ante Dios, conforme a Su derecho”[1].
El pudor y la vergüenza se aplican a cada aspecto de la vida, y la conciencia de la presencia de Dios nos ayuda a ser pudorosos y decorosos en la forma en que nos comportamos en todas las actividades que hacemos. Es la corona de la ética moral y el comportamiento, porque inspira todo lo que es bello y previene de lo que es perverso. Es un escudo de castidad para el cuerpo y pureza para el alma, y el sentir vergüenza de nuestra propia maldad proviene de ser consciente que Dios nos está viendo. El Profeta dijo:
“El pudor es parte de la fe, y la fe lleva al Paraíso”. (Ahmed)
Muhammad y la fiesta de matrimonio
Con motivo de su matrimonio en Medina con Zainab, la hija de Yahsh, el Profeta invitó a la gente a su fiesta. Esta fue una invitación al finalizar la mañana, y la mayoría de las personas simplemente se levantaron y salieron después de comer, como era la costumbre. El novio, sin embargo, siguió sentado y algunas personas también, quizás pensaron que esto era una señal de que ellos también debían permanecer con él, se quedaron después de que los demás invitados se habían ido. Por decencia, al Mensajero de Dios no le gustaba decirle a la gente que se fuera, entonces, se levantó y se fue de la sala con su discípulo, Ibn Abbas.
Se fue hasta la habitación de Aisha, otra de sus esposas, antes de regresar a la habitación de Zainab, esperando que los invitados hubiesen entendido la indirecta. Sin embargo, todavía estaban allí, sentados en sus lugares; entonces, él se fue una vez más a la habitación de Aisha, todavía acompañado por su discípulo.
La segunda vez que volvieron, la gente ya se había ido, entonces el Mensajero de Dios entró. Ibn Abbas lo iba a seguir, pero Muhammad tomó la cortina divisoria y la corrió cerrando así la entrada[2].
Una de las enseñanzas de esta historia es que el hogar de una persona es privado y se debe tener pudor de abusar de una invitación. Además, porque Muhammad era muy amable con las personas para pedirles que se fueran, sus actos dan un ejemplo de cómo enseñar una lección sin ser ofensivo. Usó una forma no verbal de mostrar a las personas que se debían ir; y cuando su espacio privado fue desocupado, usó otro gesto no verbal para demostrar que la invitación había terminado.
Moisés y Séfora
Después de esperar durante mucho tiempo en la fila, siendo sólo dos mujeres entre todos los hombres, alguien finalmente las ayudó, y fueron capaces de llevar sus rebaños de ovejas y cabras a casa. Su padre era viejo, y ellas no tenían hermano que hiciera las tareas al aire libre. Siendo una de las tareas más onerosas sacar agua del pozo con el fin de darle de beber al ganado, esta era una actividad realizada por los hombres. Era un día de suerte que regresaban a casa temprano después de darle agua a la manada. El padre estaba sorprendido por su pronto regreso, y cuando preguntó por lo ocurrido, sus hijas le dijeron que un hombre que parecía un viajero las había ayudado. El padre le dijo a una de sus hijas que buscaran al hombre y lo invitaran a la casa. Cuando regresaron al pozo, la joven se acercó tímidamente, y cuando estuvo muy cerca, le extendió la invitación de su padre para que lo pudiera recompensar por su ayuda. Moisés mantuvo su mirada baja hacia el piso, mientras les respondía que él lo había hecho solamente para complacer a Dios, y no requería ninguna compensación. Sin embargo, al darse cuenta que era una ayuda enviada por Dios, aceptó la invitación. Mientras ella caminaba delante de él, el viento levantó su vestido, revelando parte de su pierna, entonces él le pidió que caminara detrás suyo, y le señaló la dirección que debía seguir cuando llegara a una bifurcación en el camino.
Cuando llegaron a la casa, el padre le ofreció comida y le preguntó de dónde era. Moisés le respondió que era un fugitivo de Egipto. La hija que lo había traído a casa le susurró a su padre: “Padre, contrátalo, el mejor de los trabajadores es el que es fuerte y confiable”.
Le preguntó: “¿Cómo sabes que es fuerte?”
Ella dijo: “Él levantó solo la piedra que tapa el pozo, que sólo puede ser removida por varias personas.”
Él pregunto: “¿Cómo sabes que es confiable?”
Ella dijo: “Él me pidió que caminara detrás suyo para que no me viera mientras caminaba, y cuando conversé con él mantenía su mirada baja, con respeto y pudor”.
Así era el Profeta Moisés, que la misericordia y bendiciones de Dios sean con él, que había escapado de Egipto después de matar por error, y el padre de las jóvenes era un hombre temeroso de Dios de la tribu de Madian; un hombre que no tenía hijos varones, pero había tenido dos hijas mujeres.
El versículo del Corán que nos cuenta esta historia hace énfasis en la manera en que ella se acercó a Moisés:
“Y una de ellas regresó y acercándose a él con recato...”. (Corán 28:25)
Tanto la forma en que Séfora se acercó a Moisés, y el cuidado que él tuvo al no ver más de lo que era necesario, describen un sentido agudo del decoro. Ninguno tenía un chaperón ni nadie podía ver lo que hacían y, sin embargo, los dos se comportaron con el mayor decoro y recato. Esto se debe al temor reverencial a Aquel que todo lo ve. El resultado fue que cuando el padre le propuso a Moisés que se casara con alguna de sus hijas, Moisés las consideró muy buen partido. Él y sus hijas también vieron en él todas las virtudes que un hombre debe tener como compañero de una mujer. Moisés aceptó y fue contratado diez años como pastor.
Muhammad y la reconstrucción de la Ka’ba
El pudor del Profeta Muhammad, que la paz y bendiciones de Dios sean con él, era uno de los rasgos más destacados de su personalidad. Incluso desde una edad muy temprana su sentido de la vergüenza en una sociedad libertina, como la árabe antes del Islam, era notable. En una ocasión, después de que el tesoro que había adentro de la Ka’ba fue robado, los mecanos decidieron construirle un techo para así impedir que la vuelvan a robar. Muhammad, siendo aun un hombre joven, tomó parte en la reconstrucción. Él fue con su tío, Al Abbas, a cargar bloques de piedras. Su tío le dijo que se pusiera su falda en el cuello para protegerse de las aristas de las rocas pesadas. Esto implicaría que sus partes privadas queden al descubierto.
Mientras él cumplía este consejo, se sintió mareado, y cayó desmayado. Sus ojos estaban fijos en el cielo mientras yacía de espaldas en el suelo, su ropa se aflojó aunque todavía cubría sus partes privadas.
Unos momentos más tarde, volvió en sí, gritando “¡Mi ropa, mi ropa!”
Apresuradamente, envolvió su falda asegurándola de nuevo alrededor de su cintura. Nunca más en su vida alguien fuera de su familia volvió a ver siquiera por un vistazo su espalda.
La historia antes mencionada fue relatada por uno de los compañeros del Profeta, Yabir bin Abdullah, y muestra el fuerte sentido de la vergüenza y decoro que Muhammad tenía sobre su cuerpo, incluso antes de ser Profeta. Él era conocido por ser más pudoroso que una virgen de claustro, antes y después de recibir la revelación de Dios.
Moisés y los burlones
Otra historia sobre Moisés, la paz y bendiciones de Dios sean con él, demuestra que él era igualmente vergonzoso y tímido sobre su cuerpo como el joven Muhammad. Nunca apareció delante de nadie sin estar plenamente cubierto, lo que llevó a algunas personas de su pueblo (israelitas) a menospreciarlo. Decían: “Cubre su cuerpo de esta manera porque tiene algún defecto en la piel, o lepra o hernia escrotal, o tiene algún otro defecto”.
Dios quiso aclarar lo que decían sobre Moisés. Un día, cuando Moisés se había quitado su ropa y la puso en una piedra mientras tomaba un baño. Cuando hubo terminado de bañarse, fue hacia donde tenía su ropa para ponérsela nuevamente, pero la piedra huyó con su ropa. A pesar de su desnudez, Moisés levantó su bastón y corrió detrás de la piedra diciendo: “¡Oh piedra, dame mi ropa!” Pero la piedra continuó huyendo hasta que se encontró un grupo de israelitas, donde paró. Así fue como fueron capaces de verlo desnudo.
De esta forma, Dios lo exoneró de lo que lo habían acusado. Moisés, sin embargo, estaba molesto. Tomó su ropa y se la puso rápidamente, y luego comenzó a golpear la piedra con su bastón. El Profeta del Islam, quien narró la historia, juró que la piedra todavía tenía rastros de los golpes. Esto es a lo que Dios se refirió diciendo:
“¡Oh, creyentes! No seáis como quienes calumniaron a Moisés. Dios lo declaró inocente de lo que lo acusaban, y goza ante Dios de un rango elevado”. (Corán 33:69)
Esta historia muestra qué tan tímido era Moisés sobre permitir que su cuerpo fura visto en público. De hecho, sólo su enojo por haber sido privado de la barrera entre su cuerpo y el mundo, lo llevó a permitir que la totalidad de su cuerpo fuera visto, la exposición fue por deseo de Dios para aclarar las difamaciones hechas por sus detractores.
Muhammad y el pozo del jardín
Lo que es respetable para ver entre la gente, por supuesto, varía. Cuánto del cuerpo de una mujer puede exponer a su esposo es diferente de lo que puede exponer a su hermano, que también difiere de lo que puede ver un completo extraño, y así. Esto se aplica también a lo que es permitido ver entre personas del mismo sexo. Lo que un padre, un hermano o un hijo pueden respetuosamente ver uno del otro es diferente a lo que un hombre fuera del círculo familiar puede ver; como lo que una madre, una hija o una hermana pueden ver en contraste con lo que puede una mujer extraña.
Una vez, cuando el Profeta entró en un jardín, le pidió a su compañero, Abu Musa Al Ashari, que vigilara la puerta. En el jardín había un pozo, y él se sentó en el pozo descolgando sus piernas al interior. Después de un tiempo, Abu Bakr vino, y quiso entrar al jardín. Abu Musa fue a decirle al Profeta que su suegro quería compartir el jardín con él, y el Profeta dijo: “Albrícialo que el jardín del Paraíso lo espera, y déjalo entrar”.
Así que Abu Bakr, el padre de Aisha, entró al jardín y se sentó al lado del Profeta, cuya falda estaba hasta un poco más arriba de la rodilla, y balanceó sus piernas junto a las de él en el pozo. Un poco más tarde, Umar bin Al-Jattab se presentó. Él también quería relajarse en el jardín. De nuevo Abu Musa pidió permiso, informándole que otro de sus suegros estaba en la puerta. Él dijo: “Albrícialo que el jardín del Paraíso lo espera, y déjalo entrar”.
Umar, el padre de Hafsa, tomó el lugar libre al lado del Profeta, y balanceó las piernas en el agua junto a él, y de esta manera el Profeta pudo preservar su decoro, sin tener que levantar su vestimenta sobre las rodillas.
Algún tiempo después de esto, su yerno, Uzman bin ‘Affan, con quien su hija Ruqaia se había casado, también pidió entrar al jardín. Cuando Abu Musa transmitió el mensaje del Profeta diciendo: “El jardín del Paraíso te espera después de algunas pruebas, déjenlo entrar”, Uzman observó que los únicos espacios libres que quedaban estaban en una de las tres paredes que el Profeta y sus suegros no ocupaban, lo que significaba que él podría ver más las piernas del Profeta que los demás. Como dudaba, el Profeta deslizó su falda hasta abajo de sus rodillas, entonces Uzman se sentó frente a él.
Ambos hombres habían tenido la sensibilidad de sentarse al lado del Profeta y, sin embargo, el Profeta había preservado su decoro sin tener que bajarse su vestimenta sobre sus rodillas[1].
El Islam enseña que hay algunas partes del cuerpo que no deben ser mostradas al público, y entre más cerca están esas partes a las partes privadas, más prohibido es revelarlas. Aunque los tres hombres que se sentaron junto al Profeta, la paz y bendiciones de Dios sean con él, tenían lazos familiares cercanos con él -que es por lo cual dejó que sus rodillas se vieran-, cuando existía la posibilidad de que sus muslos fueran expuestos, él tomaba medidas y los ocultaba.