Este artículo es una introducción que es el antecedente y el contexto de las dos historias que serán relatadas en la segunda y tercera parte. La historia principal es la narración de Abu Sufian ibn Harb a Abdullah ibn Abbas sobre su encuentro con Heraclio, el emperador bizantino, en Jerusalén, registrado en la colección de Sahih Al-Bujari. Adjunto a esta narración hay otra cuya fuente fue el gobernador de Jerusalén, Ibn An-Natur. De los eventos registrados en cada historia, es obvio que la invitación de Heraclio a su pueblo en Homs ocurrió en una fecha posterior a la reunión de Abu Sufian con él en Jerusalén. Sin embargo, también parece claro que Heraclio tuvo que haber llamado a Abu Sufian después de que escuchó noticias del Profeta existente en Arabia. Además, sin lugar a dudas, cuando Abu Sufian se encontró con Heraclio, este último tenía en su posesión la carta del Profeta. Así que he dividido la narración de Ibn An-Natur en dos episodios que coincidentemente ocurren en dos lugares diferentes. El primer episodio tuvo lugar en Jerusalén, antes de la reunión de Abu Sufian con Heraclio allí. Mientras que la segunda fue en Homs, después de que Heraclio deja Jerusalén. Ambas historias fueron narradas por Ibn Abbas.
Abu Sufian ibn Harb
Aunque Abu Sufian eventualmente abrazó el Islam, por muchos años se opuso amargamente al Profeta y a su misión. Él fue el líder del clan Omeya de la tribu Quraish, y fue el jefe de toda la tribu de Quraish, lo que lo hacía uno de los hombres más poderosos de La Meca, durante la vida del Profeta Muhammad. Su bisabuelo fue Abdul-Shams ibn Abdul Al-Manaf, hermano de Hashim, el tatarabuelo de Muhammad, por lo que era un primo lejano suyo. Fue la posición de Abu Sufian lo que lo convirtió en enemigo de Muhammad, a quien veía como una amenaza a su poder y un blasfemo a los dioses de Quraish. La enemistad entre Quraish, de quien Abu Sufian era un prominente líder, y los primeros musulmanes alcanzó tales niveles que hubo numerosas batallas entre las dos partes, luego de que los musulmanes se asentaron en Medina, en las que él participó, y fue él quien lideró al ejército de Quraish en Uhud en el año 625 d.C. Después del pacto de Hudaibia en el año 628 d.C., él llevó una caravana comercial a la Gran Siria, y fue llamado por el Cesar en Jerusalén. Mientras tanto, el tratado con Muhammad fue roto por los aliados de Quraish al tiempo que Abu Sufian estaba en su camino de regreso a La Meca. Sabiendo que los musulmanes estaban libres del tratado celebrado un año y medio antes, él mismo fue a Medina para tratar de arreglarlo, pero regresó con las manos vacías. Posteriormente, los musulmanes tomaron pacíficamente La Meca en el año 630 d.C. anticipando esto, Abu Sufian dejó la ciudad, pero luego regresó para abrazar el Islam.
El Profeta y el Emperador
El Profeta Muhammad y el Emperador Heraclio fueron contemporáneos. Nacieron solamente con 5 años de diferencia, ambos vivieron hasta entrados sus sesenta. El reinado de Heraclio estuvo marcado por altibajos en su éxito militar. En el año 609 d.C., cuando tenía 40, Muhammad recibió la primera revelación que marcó el inicio de su misión profética. En el año 610 d.C. Heraclio depuso a Procus como Emperador y tomó su lugar; pero el comienzo de su reino estuvo marcado por la derrota de su ejército en Palestina y Turquía entre los años 614 y 619 d.C.[1]. Estas derrotas y las subsiguientes victorias que los romanos bizantinos disfrutaron fueron mencionadas en el Corán en su momento:
“Los bizantinos fueron derrotados [por los persas] en el territorio [árabe] más bajo [la antigua Siria]; pero después de esta derrota, ellos [los bizantinos] los vencerán. [Esto sucederá] dentro de algunos años. Todo ocurre por voluntad de Dios, tanto la anterior derrota [de los bizantinos] como su futuro triunfo. Y cuando eso ocurra, los creyentes se alegrarán”. (Corán 30:2-4)
La reconquista por los romanos de las tierras cedidas a Cosroes comenzó en el 625, y terminó triunfalmente en el año 627 d.C. Al año siguiente, el Profeta, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él, envió la siguiente Carta a Heraclio en la mano de Dihia Al-Kalbi, por medio del gobernador de Bosra Al-Sham, en Siria.
La carta
La carta que envió Muhammad está incorporada en la narración de Abu Sufian, y la reproduciré aquí palabra por palabra, tal como Heraclio la leyó frente a sus consejeros.
En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso.
Esta carta es de Muhammad, el siervo y mensajero de Dios, para Heraclio, gobernante de los Bizantinos.
Que la paz sea con aquellos que siguen el camino recto.
Escribo esta invitación para llamarte al Islam[2]. Si aceptas el Islam estarás a salvo, y Dios ha de duplicar tu recompensa; pero si rechazas esta invitación al Islam, sobrellevarás el pecado del desvío de tus súbditos[3]. Por lo que te urjo a lo siguiente:
“Di: ¡Oh, Gente del Libro! Convengamos en una creencia común a nosotros y a vosotros: No adoraremos sino a Dios, no Le asociaremos nada y no tomaremos a nadie de entre nosotros como divinidad fuera de Dios. Y si no aceptan, decid: Sed testigos de nuestro sometimiento a Dios”[4].
Muhammad, el Mensajero de Dios[5].
A diferencia de Cosroes II, a quien le había sido enviada una carta similar, el emperador bizantino, Heraclio, guardó la carta y procuró encontrar confirmación concerniente al contenido. Esto fue muy diferente al trato que Cosroes II, del Imperio Sasánida, dio a su carta y a su mensajero. De acuerdo con Abdullah ibn Abbas, la carta fue enviada con Abdullah ibn Hudhafa Al-Sahmi a través del gobernador de Bahrain.
“Cuando Cosroes la leyó, la rompió en pedazos. Ibn Musaiab dijo: ‘El Mensajero de Dios rogó a Dios contra ellos diciendo: ‘¡Que Dios los despedace y los disperse totalmente’”. (Sahih Al-Bujari)
El Imperio Sasanida fue casi inmediatamente disuelto en su totalidad, primero por la derrota que le infligieron los romanos, y luego por el impacto de la nueva nación musulmana. El Imperio Bizantino, también, mientras estaba todavía bajo Heraclio, se disolvió en Egipto, Palestina y Siria. Sin embargo, a diferencia del Imperio Sasánida, el Imperio Bizantino continuó en diversas formas por otros 800 años, hasta que finalmente Constantinopla cayó, y esto pudo ser debido al contraste en la forma en que cada carta fue recibida.
Ibn An-Natur era el gobernador de Jerusalén designado por Heraclio, que era la cabeza de los cristianos en la Gran Siria. Ibn An-Natur narró que una vez, mientras estaba en Jerusalén:
“Heraclio se levantó por la mañana triste. Alguno de los sacerdotes le preguntó por qué...
(Siendo uno de los que practicaba la astrología, Heraclio había estado intentando trazar un mapa del futuro.)
En respuesta a la pregunta, dijo: ‘Anoche estaba mirando las estrellas, y vi que había aparecido un líder entre los que practican la circuncisión (y va a conquistar todo delante de sí). ¿Quiénes son los que practican la circuncisión?’
El sacerdote respondió: ‘Excepto los judíos, nadie practica la circuncisión, y no debes tener miedo de ellos, sólo da la orden y todos los judíos que hay en tu reino serán exterminados’.
Mientras discutían esto, un mensajero enviado por el rey de Ghassan[1] ingresó para transmitir noticias sobre el Mensajero de Dios a Heraclio.
(Estas noticias puede haber sido la carta del Profeta)
Habiendo escuchado las noticias, Heraclio ordenó al sacerdote verificar si el mensajero de Ghassan estaba circuncidado. Luego de hacerle un examen físico, ellos reportaron que el hombre estaba circuncidado. Heraclio entonces preguntó al mensajero sobre las costumbres de los árabes. El mensajero respondió: ‘Los árabes también practican la circuncisión’.
Luego de escuchar esto, Heraclio dijo: ‘El reinado de los árabes ha comenzado y está a punto de manifestarse’”[2].
La siguiente historia fue tomada de las narraciones hechas por los compañeros del Profeta. Esta historia fue contada por Abu Sufian a Abdullah Ibn Abbas, quien se la narró también a otros[3]. Ibn Abbas era un estudiante muy devoto de Muhammad, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él, y un erudito muy respetado.
El encuentro de Abu Sufian con Heraclio Cesar
En el año 629 d.C., tres años antes de la muerte del Mensajero de Dios, Heraclio reconquistó Jerusalén, cargando triunfantemente lo que se dijo era la cruz original que veneraban los cristianos, y que Cosroes II había tomado como botín 15 años antes[4]. Mientras residía allí, la carta de Muhammad fue enviada, quizá un año antes llegó a sus manos. Cuando la leyó, él solicitó la presencia de alguien que perteneciera a la gente del autor en el territorio que él controlaba, y le informaron sobre la caravana de Abu Sufian de La Meca, que se encontraba comerciando en las cercanías. Él, junto a sus compañeros, fue citado a la corte del Emperador en Jerusalén. Abu Sufian se presentó ante Heraclio, quien se encontraba rodeado de su corte.
Las preguntas hechas por Heraclio y sus respuestas
Heraclio llamó a su intérprete para cuestionarlos, y preguntó quién era el familiar más cercano en parentesco entre ellos al hombre que decía ser profeta.
Abu Sufian contestó: “Yo soy su familiar más cercano (en este grupo)”.
Heraclio: “¿Cuál es tu grado de parentesco?”
Abu Sufian dijo: “Él es mi primo lejano”[5].
Dijo Heráclio: “¡Acérquenlo!”, y los compañeros de Abu Sufian fueron puestos a su espalda. Luego le dijo a su interprete: “Dile a sus compañeros que voy a interrogarlo sobre el hombre que dice ser profeta; así que, si me miente, inmediatamente desmientan sus palabras”.
“¿Cuál es su linaje entre vosotros?”. Preguntó el Emperador Romano.
“Él es de buen linaje entre nosotros”. Dijo Abu Sufian.
Luego, el emperador preguntó: “¿Alguien ha clamado antes de él lo que él reclama ahora? ¿Ha habido algún rey entre sus antepasados? ¿Acaso vosotros lo habéis acusado de mentiroso antes de que dijera lo que dice?”
A todo ello respondió Abu Sufian: “No”.
Preguntó: “¿Y quienes lo siguen? ¿Los poderosos o los débiles?”
Dijo Abu Sufian: “Los débiles”.
Preguntó: “¿Aumenta o disminuye (el número de sus seguidores)?” Contestó: “Aumentan”.
Preguntó: “¿Alguno ha renegado de su religión después de haberla aceptado?”
Contestó: “No”.
Pregunto Heraclio: “¿Él ha roto los pactos?”
Contestó: “No, pero acabamos de pactar una tregua y no sabemos ahora qué es lo que va a hacer”.
Preguntó: “¿Vosotros le habéis hecho la guerra?”
Contestó: “Sí”.
Dijo: “¿Y cómo ha ido la guerra con él?”
Contestó: “A veces él gana las batallas y otras veces nosotros las ganamos”.
Dijo Heraclio: “¿Qué os ordena?”
“Nos ordena adorar sólo a Dios y no asociar nada con Él, renunciar a los ídolos que nuestros ancestros solían adorar. Nos ordena rezar, hacer caridad, ser castos (dentro del matrimonio), cumplir nuestras promesas y tratar bien a nuestros parientes”.
Abu Sufian admitió después que él hubiera mentido sobre el Profeta si no hubiera temido a la vergüenza de tener a sus colegas (escuchando detrás de él) y que se difundiera que era un mentiroso. Por lo que contestó tan verazmente como pudo. También, mencionó la parte en la que él temía una traición de Muhammad y quienes le seguían porque esa fue la mejor oportunidad que tuvo para deslizar un concepto negativo sobre él.
El Emperador evalúa el interrogatorio
Luego de interrogar a Abu Sufian sobre el Profeta, Heraclio decide comunicarle sus conclusiones sobre el encuentro. Su intérprete tradujo su análisis.
Dijo: “Te he preguntado sobre su abolengo y afirmaste que él tiene entre vosotros el mejor linaje. Y así es como los mensajeros son suscitados: entre los más nobles de su pueblo.
Te pregunté si alguien había sostenido lo mismo (su condición de profeta) antes que él, y tú afirmaste que no. Si hubieras dicho que otros hicieron antes tal afirmación, yo hubiera pensado que es un hombre que se deja llevar por lo que se dijo con anterioridad.
Te pregunté: ¿Acaso lo acusabais de mentiroso antes de que dijera lo que dice? Dijiste que no. Entonces supe que si no mentía sobre la gente, menos mentiría sobre Dios.
Te he preguntado si hubo algún rey entre sus antepasados y afirmaste que no. Si lo hubiera habido, pensaría que es un hombre reclamando el reino de sus antepasados.
Te pregunté sobre sus seguidores, si son de los débiles o de los poderosos. Dijiste que son de los débiles. Y así son los seguidores de los mensajeros.
Te pregunté: ¿Alguien ha renegado de su religión después de haberla aceptado? Afirmaste que no. Así es la fe cuando entra en la profundidad del corazón.
Te pregunté: ¿Aumentan o disminuyen (sus seguidores)?, y tú afirmaste que aumentaban. Así es la fe cuando se perfecciona.
Te pregunté si habías estado en guerra con él y afirmaste que sí, y que la guerra entre él y vosotros había sido oscilante, a veces lo favorecía a él y a veces a vosotros. Así son probados los mensajeros antes de que llegue la victoria final.
Te pregunté si rompía sus pactos y tú dijiste que no. Así son los mensajeros, ellos nunca rompen sus pactos.
Luego, te pregunté qué les ordenaba, y has dicho que él les ordena adorar sólo a Dios y no asociar nada con Él, renunciar a los ídolos que sus ancestros solían adorar. Les ordena rezar, hacer caridad, ser castos (dentro del matrimonio), cumplir las promesas, y eso es lo que ordena un profeta”.
Esto demuestra que el César de los Bizantinos reconoció a Muhammad como un mensajero de Dios.
La lectura pública de la carta
Luego de que Heraclio confirmara que creía en Muhammad como profeta, él dijo:
“Yo sabía que él iba a aparecer, pero no me imaginaba que fuera entre ustedes. Si lo que has dicho es verdad, él ha de gobernar la tierra que está bajo mis pies. Si supiera que fuera a encontrarme con él en persona, yo haría el camino para verlo, y cuando estuviera ante él le lavaría los pies”.
Esto tuvo lugar luego de la historia narrada por Ibn An-Natur en la que Heraclio quiso saber el futuro a través de las estrellas. Aparentemente “sabía”, o al menos sospechaba, que un poderoso profeta aparecería entre los árabes. Fue en esta instancia que solicitó que le trajeran la carta que había recibido del Mensajero de Dios para ser leída ante su asamblea.
“Cuando Heraclio terminó con su discurso y leyó la carta, hubo un gran vocerío y llantos en la corte real, y los mecanos fueron expulsados de allí. Abu Sufian le dijo a sus compañeros: ‘El asunto de Ibn abi-Kabsha[1] es tan prominente que incluso el rey de los Bani-Asfar (los de piel blanca) le temen”.
Abu Sufian luego le dijo al narrador[2]: “Entonces supe, por Dios, que el asunto de Muhammad terminaría triunfante, hasta que finalmente Allah guió mi corazón a abrazar el Islam”.
Heraclio en Homs
Mientras tanto, de acuerdo con la narración de Ibn An-Natur, Heraclio escribió una carta a su amigo en Roma sobre la carta que había recibido[3], que tenía un conocimiento en el que él confiaba, comparable al suyo. Cuando él dejo Jerusalén[4] para ir a Homs en Siria, donde esperaba la respuesta.
“Cuando recibió la respuesta de su amigo, vio que él coincidía sobre los signos que indicaban la aparición de este nuevo líder, y que este líder era el profeta esperado. Debido a eso, Heraclio invitó a todos los nobles de Bizancio a una asamblea en el palacio de Homs.
Cuando los nobles llegaron a la asamblea, él ordenó que todas las puertas del palacio fueran cerradas. Luego, salió a su encuentro y dijo: ‘Oh bizantinos, si desean el éxito y desean la guía correcta y desean que su imperio permanezca, entonces juren fidelidad al nuevo profeta que acaba de salir’.
Al escuchar su discurso, los líderes de la iglesia dieron la vuelta y fueron hacia las puertas del palacio como una manada de asnos, pero encontraron las puertas cerradas. Heraclio comprendiendo su rechazo al Islam, perdió la esperanza de que llegaran a abrazar el Islam, y entonces ordenó que sean traídos de vuelta a la sala de audiencias. Luego de que retornaron, les dijo: ‘Lo que dije hace unos instantes fue sólo para probarlos en su fortaleza y convicción, la cual acabo de ver’.
La gente se postró ante él y se complacieron de sus palabras, y Heraclio se apartó de la fe”.
Sobre los eventos de Homs se ha producido una leyenda. Se dice que Heraclio primero les sugirió a sus obispos que abrazaran el Islam, pero cuando estos se negaron, él sugirió que el Imperio pagara un tributo al Profeta del Islam. Cuando ellos también se negaron, él sugirió firmar la paz con los musulmanes y llegar a un pacto de no agresión. Cuando se negaron a esto, él dejó Siria para ir a Bizancio, y abandonó todo interés en preservar para el imperio la zona sur y este de Antioquia, nunca enfrentando a los musulmanes en persona y enviando generales incompetentes para defender la zona del Medio Oriente. Lo que es seguro es que trató el tema de la carta y la profecía con mucha seriedad, e hizo todo esfuerzo posible para influir en su pueblo antes de que le dieran la espalda.
La herencia
El historiador, As-Suhayli fue la fuente de otras dos historias asociadas con la carta a Heraclio, las cuales Ibn Hayar incluyó en su comentario de las historias antes mencionadas[5]. Él comentó que As-Suhayli recordó haber oído sobre una carta que se guardaba en un cofre de joyas hecho de diamantes, lo que mostraba el alto estatus de su dueño, que había dejado como herencia, incluso hasta ese día, y había llegado a las manos del rey de la Franja[6]. Sus descendientes pensaban que había llegado a sus manos en el momento de la conquista de Toledo[7]; y el comandante del ejército musulmán, Abdul Malik bin Saad llegó a conocer de la misma a través de uno de estos descendientes[8] en el siglo XII. Algunos de los compañeros de Abdul Malik relataron que el comandante del ejército de los musulmanes se sentó con el Rey de la Franja[9], que sacó la carta de su cofre de joyas. Cuando Abdul Malik vio el cofre se dio cuenta de que era muy antiguo, y le preguntó si podía besar la venerable antigüedad. Sin embargo, el rey de la Franja se negó a dejarlo.
As-Suhayli dijo además que le habían transmitido en más de una fuente que el jurista Nuraddin ibn Saygh Ad-Dimashqi dijo que él había oído que Sayfuddin Flih Al-Mansuri fue enviado con un regalo por el rey Al-Mansur Qalun[10] al Rey de Marruecos[11], que entonces envió el regalo al rey de la Franja[12] a cambio de un favor no mencionado que fue concedido. El rey de la Franja invitó al mensajero a permanecer en su reino por un tiempo, pero éste rechazó la oferta. Antes de irse, sin embargo, el rey preguntó a Sayfuddin si le gustaría ver un objeto valioso que podría ser de interés para él (como musulmán). Entonces, fue traído un cofre lleno de compartimientos, cada compartimiento lleno de tesoros.
Desde uno de los compartimientos sacó una caja larga, fina, con incrustaciones de diamantes. La abrió y sacó un pergamino. El documento antiguo estaba dañado y la escritura poco clara, pero la mayor parte del cuerpo había sido preservado al ser guardada entre dos telas seda. El rey de la Franja dijo: “Esta es la carta que mi antecesor, el César, recibió de su Profeta, que ha sido transmitida a mí como una reliquia. Nuestro antepasado dejó un testamento, que sus descendientes deben mantener esta herencia si desean que su reino siga gobernando. Con ella estamos fuertemente protegidos, siempre y cuando respeten la carta y la mantengan oculta. Así el reinado nos ha sido otorgado”[13].
Exactamente qué tan válida es la afirmación de que el reino de Heraclio (que había sido oficialmente César de todo el Imperio Romano) había descendido a él es cuestionable, ya que el Imperio Bizantino aún existía en el este, y seguiría por otros 150 años. Sin embargo, Heraclio podría haber enviado la carta a Roma, como se mencionó anteriormente, y la carta podría haber permanecido allí y ser pasada a los emperadores visigodos cuando Carlo Magno fue coronado Emperador en Roma por el Papa León III en el 800 d.C.
No podemos decir categóricamente que la carta en realidad sobrevivió durante tantos siglos, a pesar de que estas historias apuntan a esa posibilidad. Una de las cartas del Profeta todavía existe en su pergamino original en el museo de Topkapi.
Conclusión
Muchos pueden pensar que Heraclio secretamente se convirtió en musulmán, porque trató de afirmar la veracidad de la profecía de Muhammad considerando sus antecedentes, motivaciones y los efectos en su pueblo, su carácter, logros y su mensaje. A juzgar por su respuesta a Abu Sufian y la invitación a sus nobles y personalidades en Homs, parece haber estado convencido de que Muhammad era sincero. Tal vez su corazón se inclinó hacia el monoteísmo expresado por Muhammad en su carta, y desde luego intentó seguir su consejo para evitar cargar con el pecado del desvío de su pueblo. Sus súbditos, sin embargo, mostraron un evidente rechazo, y él se rindió ante la presión, incapaz de someterse a esta nueva fe por temor a la rebelión de su pueblo. Por esta razón, al igual que el tío del Profeta, Abu Talib, quien creía que Muhammad era un profeta y lo protegió durante toda su vida hasta que murió, pero aun así no se islamizó debido a la vergüenza social ante su gente, Heraclio murió sin abrazar el Islam y creer en el Profeta de Dios.