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Laurence B. Brown, MD





Inexactitud bíblica y Juan 3:16


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Inexactitud bíblica y Juan 3:16


Un análisis del famoso versículo bíblico: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”


Parte 1: La fiabilidad del Evangelio de Juan


Para muchos, el debate cristiano-musulmán gira en torno a la inexactitud bíblica. Soy uno de muchos autres que han abordado este tema en diversos medios, desde panfletos a libros completos. A efectos de este artículo, sin embargo, quiero enfocarme en solo un ejemplo escritural, un versículo que saca a la luz muchos de los temas y argumentos pertinentes.


Los cristianos evangélicos, exiben a Juan 3:16 como piedra angular de su religión. En la versión Reina-Valera 1960 se lee así: “Porque de tal ma-nera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Este versículo es promocionado en toda forma posible, desde el protector de ojos de Tim Te-bow hasta camisetas, calcomanías y pancartas en eventos deportivos y otros actos públicos.


¿Cuál es el encanto de Juan 3:16? Bueno, los cristianos evangélicos quie-ren que creamos que este versículo le promete a la humanidad una salvación sin esfuerzo, basada solo en la fe cristiana, lo que ellos llaman la redención por la fe. Pero, tal como sabemos, la belleza o atractivo de una propuesta no hace que sea cierta. Puedo proponer una gran cantidad de ideas fantásticas, pero una persona sería tonta si cree en ellas sin verificar su validez.


Así que vamos a hacer exactamente eso con Juan 3:16: vamos a mirarlo de cerca y ver si debemos creer en él. Si es cierto, la salvación barata que ofrece sería el mejor negocio de la vida. Por otro lado, si nada apoya su validez, estaríamos locos si arriesgáramos nuestra salvación al basarla en una “escritura” falsa.


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Para empezar, ¿quién es el autor de este “libro” llamado Nuevo Testa-mento o del escrito individual de la escritura cristiana denominado “Juan”? ¿El discípulo? Contrario a lo que uno podría esperar, no. Bart D. Ehrman nos dice: “Mateo, Marcos, Lucas y Juan no escribieron los evangelios.”1 Además, “de los veintisiete libros del Nuevo Testamento, solo ocho real-mente remiten al autor cuyo nombre llevan: Las siete cartas indiscutibles de Pablo (Romanos 1 y 2, Corintios, Gálatas, Filipenses, 1 Tesalonicenses y Filemón) y el Apocalipsis o Revelación de Juan (aunque no estamos seguros de quién era ese Juan).”2


El famoso erudito bíblico Graham Stanton, concuerda con esto: “Los evangelios, a diferencia de la mayoría de los escritos grecorromanos, son anónimos. Los títulos que nos son familiares y que dan el nombre de un autor (el Evangelio según…) no eran parte de los manuscritos originales, sino que fueron añadidos a comienzos del siglo II.”3 ¿Añadidos por quién? “Por per-sonajes desconocidos de la iglesia primitiva. En la mayoría de los casos, los nombres eran adivinados o quizás el resultado de deseos piadosos.”4 Lo cual difícilmente es el nivel de exactitud escolástica esperado para un libro reve-lado.


El hecho de que el “Evangelio según Juan” no fue escrito por Juan, el discípulo, es algo que se desconoce entre la mayoría de los laicos. Sin em-bargo, Ehrman nos dice: “La mayoría de los eruditos actuales han abando-nado estas identificaciones y han reconocido que los libros fueron escritos por cristianos desconocidos pero bien educados de habla (y escritura) griega, durante la segunda mitad del siglo I.”5


Múltiples fuentes reconocen que no existe evidencia más allá de testimo-nios cuestionables de autores del siglo II, que sugieren que el discípulo Juan fue el autor del Evangelio de “Juan”6,7 Además, Hechos 4:13 nos dice que Juan era “iletrado.” En otras palabras, él era analfabeto.


1 Ehrman, Bart D. 2009. Jesus, Interrupted. HarperOne. p. 5.


2 Ehrman, Bart D. Jesus, Interrupted. p. 112.


3 Stanton, Graham N. 1989. Los Evangelios y Jesús. Oxford University Press. p. 19.


4 Funk, Robert W., Roy W. Hoover y el Jesus Seminar. Los cinco evangelios: La búsqueda de las palabras auténticas de Jesús. p. 20.


5 Ehrman, Bart D. 2005. Cristiandades perdidas. Oxford University Press. p. 235.


6 Kee, Howard Clark (autor de las notas y referencias). 1993. Biblia Anotada de Estudio de Cambridge, Nueva Versión Estándar Revisada. Cambridge University Press. Introducción al evangelio de “Juan.”


7 Butler, Trent C. (Editor General). Diccionario bíblico Holman. Nashville: Holman Bible Pu-blishers. Bajo “Juan, el Evangelio de.”


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Stanton plantea esta pregunta acuciante: “¿Fue correcta la decisión even-tual de aceptar a Mateo, Marcos, Lucas y Juan? Hoy está ampliamente acep-tado que ni Mateo ni Juan fueron escritos por ningún apóstol. Y Marcos y Lucas pudieron no haber conocido a los apóstoles.”8


El profesor Ehrman es más contundente: “Los eruditos críticos están bas-tante unificados hoy día alrededor de la idea de que Mateo no escribió el primer evangelio ni Juan el cuarto, que Pedro no escribió Segunda de Pedro y posiblemente tampoco la Primera. Ningún otro libro del Nuevo Testa-mento reclama haber sido escrito por alguno de los discípulos terrenales de Jesús.”9 Entonces, ¿por qué nuestras biblias etiquetan a los cuatro evangelios como Mateo, Marcos, Lucas y Juan? Algunos eruditos sugieren algo similar a la imagen de marca (la práctica comercial de solicitar a celebridades que apoyen la venta de un producto).10 Los cristianos del siglo II que estaban a favor de estos cuatro evangelios tenían la opción de reconocer que la autoría de dichos evangelios es anónima, o inventarles autores. El engaño probó ser irresistible, y decidieron asignarles los evangelios a autoridades apostólicas, dándoles una marca que de forma ilegítima los convertía en autorizados.


Al final, no tenemos pruebas de que ningún libro de la Biblia, incluyendo los evangelios, hubiera sido escrito por discípulos de Jesús. Por otra parte, la mayoría de los eruditos aceptan la autoría de Pablo en solo la mitad de las obras atribuidas a él. Independientemente de quién escribió qué, las corrup-ciones e inconsistencias han resultado en más variantes manuscritas que pa-labras hay en el Nuevo Testamento. Por último, incluso los eruditos de crítica textual no logan ponerse de acuerdo.11 ¿Por qué? Porque “como se verá, las consideraciones dependen de las probabilidades, y a veces la crítica textual debe sopesar un conjunto de probabilidades contra otro.”12 Por otra parte, en relación a los problemas textuales más complejos, “las probabili-dades están incluso mucho más divididas, y la crítica a veces debe conten-tarse con elegir la redacción menos insatisfactoria, o incluso admitir que no hay ninguna base clara sobre la cual tomar una decisión.”13


8 Stanton, Graham N. pp. 134–135.


9 Ehrman, Bart D. Cristiandades perdidas. Oxford University Press. p. 236.


10 Ibíd., p. 235.


11 Metzger, Bruce M. Comentario textual del Nuevo Testamento griego. Introducción, p. 14.


12 Ibíd., p. 11.


13 Metzger, Bruce M. y Ehrman, Bart D. El texto el Nuevo Testamento: Su transmisión, corrup-ción y restauración. p. 316.


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Ampliando este pensamiento, “ocasionalmente, ninguna de las redaccio-nes variantes tiene méritos para considerarse original, y uno [es decir, el crí-tico textual] se ve obligado a elegir la redacción que es considerada como la menos insatisfactoria, o permitirse una enmienda conjetural.”14 Umm… en-mienda conjetural, ¿esa no es la expresión erudita para “suposición culta”?


De modo que no deberíamos sorprendernos de que, así como Jeremías se lamentó de las “plumas falsas” de los escribas del Antiguo Testamento, el padre de la iglesia del siglo III, Orígenes, se haya lamentado de las “plumas falsas” de los escribas del Nuevo Testamento: “Las diferencias entre los ma-nuscritos se han hecho grandes, ya sea por la negligencia de algunos copistas o por la audacia perseverante de otros; ellos han sido negligentes en verificar lo que han lo que han trascrito, o en ese proceso de verificación, han hecho adiciones o sustracciones a su propio gusto.”15 Ahora bien esa era la voz de un padre de la iglesia en el siglo III, comentando acerca de apenas los pri-meros doscientos años del cristianismo. Tenemos que preguntarnos cuánto ha empeorado la situación desde entonces. Y ese será el tema del próximo artículo de esta serie.


Parte 2: Declaraciones de eruditos bíblicos sobre la auten-ticidad y preservación de la Biblia


En este artículo continuamos con nuestro examen de la inexactitud bíblica, tomando como ejemplo el fa-moso versículo Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”


Algo que preocupa a muchos lectores es por qué los traductores de la Biblia utilizan letras mayúsculas para pronombres que se refieren a Jesu-cristo. Poner mayúscula a “él”, “su” o “suyo” en medio de una oración cuando se está haciendo referencia a Jesucristo, pero no cuando se refiere a otras personas, es una práctica basada en un prejuicio doctrinal y no en una


14 Ibíd., p. 343.


15 Metzger, Bruce M. 1963. “Referencias explícitas en las obras de Orígenes respecto a las va-riantes de redacciones en los manuscritos del Nuevo Testamento,” en J. N. Birdsall y R. W. Thomson (ed.), Biblical And Patristic Studies In Memory Of Robert Pierce Casey. Herder: Frieburg. pp. 78–79.


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convención literaria. Como dice el proverbio latino: Corruptio optimi pes-sima: Lo mejor, cuando se corrompe, se convierte en lo peor.


La decisión de poner mayúscula a “él”, “su” o “suyo” cuando se refiere a Jesucristo no tiene base en los manuscritos fundacionales. El griego koiné, el idioma en el que están escritos la mayoría de los textos del Nuevo Testa-mento traducidos a las versiones actuales en español, no tiene letras mayús-culas (véase la Nueva Enciclopedia Católica, Vol 13, p. 431). De modo que los manuscritos no realmente originales en griego, a partir de los cuales se ha traducido la Biblia, no se refieren a Jesucristo con letra mayúscula. En realidad, los traductores bíblicos han puesto mayúscula en “él” y “su” para ajustarse a sus convicciones doctrinales de “hacer que Jesús parezca Dios”. El uso de mayúsculas en la Biblia es más el resultado de convicción religiosa que de exactitud escolástica, concebida más por doctrina que por fidelidad a la narrativa bíblica. Un ejemplo flagrante de esto es la comparación entre Mateo 21:9 y Salmos 118:26. En todas las traducciones, vemos que en Sal-mos 118:26 aparece “el” en minúsculas: “Bendito el que viene en el nombre de Jehová” (Reina-Valera 1960) o “Bendito el que viene en el nombre del SEÑOR” (Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy). Sin embargo, cuando Mateo 21:9 cita a Salmos 118:26 refiriéndose a Jesús como “el” que “viene en el nombre del SEÑOR”, los traductores de algunas Biblias convirtieron convenientemente la minúscula de “el” de Salmos 118:26 a un “Él” en ma-yúsculas, en un esfuerzo por hacer parecer divino a Jesús: “Y las multitudes que iban delante de Él, y las que iban detrás, gritaban, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SE-ÑOR!” (La Biblia de las Américas, y también en Nueva Biblia Latinoame-ricana de Hoy).


Y no se trata de un error tipográfico, la exageración se repite en Mateo 23:39. Esta manipulación textual es flagrante, lo que indica claramente que alguien ha deshonrado el texto.


Algunos podrían defender la Biblia con base en que esto es una corrup-ción muy pequeña. Pero cualquier grupo que tome a la Biblia como libro guía se encontrará acorralado por la advertencia bíblica de que “el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto” (Lucas 16:10). ¿Cómo se aplica, entonces, esta cita bíblica a los escribas y traductores de la Biblia? Porque si ellos, habiendo sido injustos en lo mínimo, también y de acuerdo a su propia escritura, son injustos en lo mayor, ¿cómo podemos confiar en el resto de su obra?


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Un problema es que la Biblia presenta puntos de vista tan diferentes, que la gente puede diseñar una miríada de religiones a su alrededor. Y de hecho, eso es exactamente lo que han hecho. Diferentes campos teológicos han es-tado en desacuerdo respecto a qué libros deberían incluirse en la Biblia. Un libro que es apócrifo para un campo, es la escritura de otro. Incluso entre los libros que ya han sido canonizados, las diversas variantes de los textos fuente carecen de uniformidad. Y esa falta de uniformidad está tan generalizada que el Diccionario del intérprete de la Biblia afirma: “Podemos decir con seguridad que no hay una sola frase en el Nuevo Testamento sobre la cual haya uniformidad en la tradición manuscrita.”16


El hecho es que hay más de 5.700 manuscritos en griego de todo o parte del Nuevo Testamento.17 Además, “no hay dos de esos manuscritos que sean exactamente iguales en todas sus particularidades… y algunas de esas dife-rencias son significativas.”18 Agréguense aproximadamente diez mil manus-critos de la Vulgata Latina, y súmense las muchas otras variantes antiguas (siríaca, cóptica, armenia, georgiana, etíope, nubia, gótica, eslava), y tene-mos una enorme cantidad de manuscritos que no se corresponden unos con otros en lugares críticos, y que incluso en ocasiones se contradicen entre ellos. Los eruditos estiman el número de variantes manuscritas en cientos de miles, algunos han estimado la cifra en 400.000.19 En las palabras, ahora famosas, de Bart D. Ehrman, “posiblemente sea más fácil poner el asunto en términos comparativos: existen más diferencias entre nuestros manuscritos que palabras en el Nuevo Testamento.”20


Cómo fue que ocurrió esto no es importante aquí. Lo que sí es importante es que las inconsistencias en los manuscritos fundacionales son tan frecuen-tes y profundas, que las conclusiones religiosas basadas en la Biblia solo pueden ser vistas a través de la lente del sano escepticismo. Consideremos el hecho de que ninguno de los manuscritos originales ha sobrevivido desde el período del cristianismo primitivo.21 22 Los manuscritos completos más antiguos (Vaticano MS. No. 1209 y el Códice Sinaítico) datan del siglo IV,


16 Buttrick, George Arthur (Ed.). 1962 (impreso en 1996). Diccionario del intérprete de la Bi-blia. Volumen 4. Nashville: Abingdon Press. pp. 594-595 (Bajo Texto, NT).


17 Ehrman, Bart D. 2005. Malinterpretando a Jesús. HarperCollins. P. 88.


18 Ehrman, Bart D. 2003. Cristiandades perdidas. Oxford University Press. P. 78.


19 Ehrman, Bart D. Malinterpretando a Jesús. P. 89.


20 Ehrman, Bart D. El Nuevo Testamento: Introducción histórica a los escritos cristianos pri-mitivos. 2004. Oxford University Press. P. 12.


21 Ehrman, Bart D. Cristiandades perdidas. P. 49.


22 Metzger, Bruce M. 2005. Comentario textual sobre el Nuevo Testamento griego. Deutsche Bibelgesellschaft, D—Stuttgart. Introducción, p. 1.


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trescientos años después del ministerio de Jesús. Pero los originales se per-dieron. ¿Y las copias de los originales? También se perdieron. Nuestros ma-nuscritos más antiguos, en otras palabras, son copias de las copias de las copias de nadie sabe cuántas copias de los originales.


Esta, por supuesto, es solo una de las razones por las cuales ellos difieren entre sí.


No es de sorprender que incluso el mejor copista cometiera errores de copia. Sin embargo, como admiten los eruditos del cristianismo, los manus-critos del Nuevo Testamento no estaban en manos de los mejores copistas. Durante el período de los orígenes del cristianismo, los escribas eran inex-pertos, poco fiables, incompetentes, y en algunos casos, analfabetos.23 Quie-nes tenían problemas visuales podían haber cometido errores con letras y palabras similares, mientras que los que tenían problemas auditivos podían haber errado en registrar la escritura que les era leída en voz alta. Con fre-cuencia, los escribas estaban sobrecargados de trabajo y eran, por tanto, pro-pensos a errores fruto de la fatiga.


En palabras de Metzger y de Ehrman: “Dado que la mayoría, si no todos ellos [los escribas] eran principiantes en el arte de copiar, un número relati-vamente grande de errores se deslizaban, sin duda, a sus textos a medida que los reproducían.”24 Peor aún, algunos escribas permitieron que prejuicios doctrinales influenciaran su transmisión de las escrituras.25 Como declara Ehrman: “Los escribas que copiaron los textos, los cambiaron.”26 Más espe-cíficamente: “El número de alteraciones deliberadas hechas en interés de la doctrina, es difícil de evaluar.”27 E incluso más específicamente: “En el len-guaje técnico de la crítica textual (que conservo por sus ironías significati-vas), estos escribas ‘corrompieron’ sus textos por razones teológicas.”28


Los errores fueron introducidos en la forma de adiciones, sustracciones, sustituciones y modificaciones, con mayor frecuencia de palabras o líneas,


23 Ehrman, Bart D. Cristiandades perdidas y Malinterpretando a Jesús.


24 Metzger, Bruce M. y Ehrman, Bart D. El texto del Nuevo Testamento: Su transmisión, co-rrupción y restauración. P. 275.


25 Ehrman, Bart D. Cristiandades perdidas. P. 49, 217, 219 220.


26 Ehrman, Bart D. Cristiandades perdidas. P. 219.


27 Metzger, Bruce M. y Ehrman, Bart D. El texto del Nuevo Testamento: Su transmisión, co-rrupción y restauración. P. 265. Véase también: Ehrman, La corrupción ortodoxa de las Es-crituras.


28 Ehrman, Bart D. 1993. La corrupción ortodoxa de las Escrituras. Oxford University Press. P. xii.


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pero ocasionalmente de versículos enteros.29 30 De hecho, “numerosos cam-bios y acumulaciones entraron al texto,”31 con el resultado de que “todos los testigos conocidos del Nuevo Testamento son, en mayor o menor medida, textos mezclados, e incluso muchos de los manuscritos antiguos no están libres de errores flagrantes.”32


En Malinterpretando a Jesús, Ehrman presenta pruebas convincentes de que la historia de la mujer sorprendida en adulterio (Juan 7:53-8:12) y los últimos doce versículos de Marcos no existían en los evangelios originales, sino que fueron agregados por escribas tardíos.33 Además, estos ejemplos “representan solo dos de cientos de lugares en los cuales los manuscritos del Nuevo Testamento fueron cambiados por los escribas.”34


De hecho, libros enteros de la Biblia fueron inventados.35 Esto no signi-fica que su contenido necesariamente sea erróneo, pero tampoco quiere decir que sea correcto. Lo que podemos decir con certeza es que estas debilidades hacen que la Biblia no sea confiable como preservación de la revelación di-vina.


Entonces, ¿qué libros fueron inventados? Efesios, Colosenses, 2 Tesalo-nicenses, 1 y 2 Timoteo, 1 y 2 Pedro, y Judas; nada menos que nueve de los veintisiete libros y epístolas del Nuevo Testamento son sospechosos a un nivel u otro.36 Muchos de los demás libros son de autoría anónima. Increí-blemente, incluso los autores de los evangelios son desconocidos.37


Y la lista continúa. Aquellos interesados en explorar este tema, pueden hacerlo en cualquiera de los muchos libros que se centran en él, incluyendo los míos propios.


29 Ehrman, Bart D. Cristiandades perdidas. P. 220.


30 Metzger, Bruce M. Comentario textual sobre el Nuevo Testamento griego. Introducción, p. 3.


31 Metzger, Bruce M. Comentario textual sobre el Nuevo Testamento griego. Introducción, p. 10.


32 Metzger, Bruce M. y Ehrman, Bart D. El texto del Nuevo Testamento: Su transmisión, co-rrupción y restauración. P. 343.


33 Ehrman, Bart D. Malinterpretando a Jesús. P. 62-69.


34 Ehrman, Bart D. Malinterpretando a Jesús. P. 68.


35 Ehrman, Bart D. Cristiandades perdidas. Pp. 9-11, 30, 235-6.


36 Ehrman, Bart D. Cristiandades perdidas. P. 235.


37 Ehrman, Bart D. Cristiandades perdidas. P. 3, 235. Véase también Ehrman, Bart D. El Nuevo Testa-mento: Introducción histórica a las escrituras cristianas primitivas. P. 49.


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Parte 3: Más razones para dudar de la fiabilidad de la Bi-blia


El siguiente es un resumen de lo que hemos cubierto hasta ahora en esta serie de artículos:


1) Episodio 1: Sabemos casi con certeza total que el evangelio conocido como ‘Juan’ no fue escrito por el discípulo Juan.


2) Episodio 2: Los traductores de la Biblia pusieron de forma fraudulenta la mayúscula en “Hijo” en Juan 3:16 (“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”) para hacer que Jesús pa-rezca como Dios.


3) También en Episodio 2: La Biblia no cumple con los requisitos básicos de fiabilidad, y por lo tanto, no cumple con los estándares de una Escri-tura Sagrada.


El último ítem en esta lista (número 3) es crítico. A fin de dar crédito a las afirmaciones de Juan 3:16, la Biblia misma tiene que soportar el análisis crítico. Ese es el análisis que continúo aquí. El artículo anterior fue más es-colástico, lo siguiente tiene que ver más con el sentido común.


Comencemos con lo obvio. Si la Biblia es la palabra de Dios, entonces ¿qué debemos pensar de versículos que nos dicen que no son palabra de Dios? Paradójicamente, eso es precisamente lo que encontramos en 1 Corin-tios 7:12: “A los demás yo digo, no el Señor…”, indicando que lo que sigue proviene del autor (en este caso Pablo) y no de Dios. De modo que esta sec-ción de la Biblia, por admisión del propio Pablo, no es la palabra de Dios. 1 Corintios 7:16 señala que Pablo no puede recordar si bautizó a alguien más además de los que menciona: “También bauticé a la familia de Estéfanas; de los demás, no sé si he bautizado a algún otro.” ¿Acaso esto suena a Dios hablando? Imaginemos a Dios decir: “Pablo bautizó a Crispo y a Gayo y a la familia de Estéfanas y puede que a otros también. Pero eso fue hace mucho tiempo, y pues bueno, han pasado muchas cosas desde entonces. Lo que ocurrió entonces ya es muy difuso para Mí.” ¿Tiene sentido?


1 Corintios 7:25–26 registra que Pablo escribió: “En cuanto a las vírgenes no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como quien ha alcan-zado misericordia del Señor para ser fiel.” E inmediatamente después,


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afirma: “Creo, pues, que por la instante necesidad, es bueno que el hombre quede así.” (Nácar-Colunga) “Pienso que, a causa de la crisis actual, es bueno que cada persona se quede como está.” (Nueva Versión Internacio-nal). (Itálicas añadidas) En 2 Corintios 11:17 se lee: “Lo que hablo, no lo hablo según el Señor, sino como en locura, con esta confianza de gloriarme.” Una vez más, ¿podría alguien creer que Dios habla así? Pablo admite que él responde sin la guía de Dios y sin autoridad divina, y que él personalmente se cree divinamente confiable en un caso, pero habla como en locura en otro. Pablo justifica su presunción de autoridad con estas palabras: “Pero a mi juicio, más dichosa será si se quedare así; y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios.” (1 Corintios 7:40, Reina-Valera 1960) El problema es que muchísimas personas han reclamado tener el “Espíritu de Dios”, mientras que todo el tiempo hacen cosas muy extrañas e impías. Entonces, ¿la auto-confianza de Pablo debe ser admirada o condenada? Sin importar la res-puesta a esta pregunta, el punto es que mientras la confianza humana a veces vacila, ese no es el caso del Creador Omnisciente y Omnipotente. Dios nunca diría “creo que…” como lo hace Pablo.


En esencia, la Biblia es su propio peor crítico.


Si vemos la Biblia como revelación, incluyendo la historia narrada de Jesucristo, entonces tenemos que preguntarnos por qué es tan inconsistente. Por ejemplo, cuando las celebridades mueren, sus últimas palabras con fre-cuencia son inmortalizadas. Sin embargo, la Biblia nos da dos versiones dis-tintas de las ‘últimas palabras’ de Jesús. Lucas 23:46 afirma: “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espí-ritu. Y habiendo dicho esto, expiró.” Pero Juan 19:30 dice algo completa-mente distinto: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.”


Esto es una contradicción clara e innegable.


La enseñanza más famosa y respetable de Jesús probablemente es el “Pa-drenuestro”, que registra Mateo 6:9–13 así: “Vosotros, pues, oraréis así: Pa-dre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también no-sotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.”


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Pero Lucas 11:2–5 registra la misma oración con algunas diferencias cru-ciales: “Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.” (Am-bas citas tomadas de Reina-Valera 1960; en otras traducciones no aparece “que estás en los cielos”, y cambian “no nos metas en tentación” por “no nos dejes ceder a la tentación”)


Esta es la oración más famosa de Jesucristo, y sin embargo, los dos evan-gelios que nos la narran no están de acuerdo. La discrepancia es tan grande que The Jesus Seminar, un cuerpo de destacados eruditos bíblicos, anunció que la única palabra del Padrenuestro que pude ser directamente atribuida a Jesús es ‘Padre’ (Newsweek. Octubre 31, 1988. p. 80). Esta conclusión es sorprendente, ya que no solo sacude uno de los árboles más aceptados en el bosque de la fe cristiana, sino que cuestiona la legitimidad misma de dicho árbol.


Con respecto a la ley, “Rabí” Jesús enseñó la ley del Antiguo Testamento. Además, enseñó que la ley perduraría (hasta que pasen la Tierra y los cielos): “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.” (Mateo 5:17–18). Adicional a eso: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.” (Mateo 19:17). Así que eso es lo que en-señó Jesús. Ahora, ¿qué enseñó Pablo? Respuesta: justificación por la fe (el concepto vano de que creer en Jesucristo cancela los pecados de la persona). Pablo no cambió una jota ni una tilde, no; él canceló la ley entera: “…de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él [Jesucristo] es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:39). Sería difícil concebir una declaración general más permisiva. Podemos imaginar con fa-cilidad la voz del público en conjunto gritando: “¡Por favor, danos más de eso!” Y ahí va: “Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7:6). O, si se me permite parafrasear libremente: “Pero ahora yo te digo que te olvi-des de esta ley antigua, cuyos inconvenientes hemos vivido durante dema-siado tiempo, y que vivas según la religión de tus deseos, en lugar de según los mandamientos incómodos y añejos de la revelación.” Según Pablo, la ley


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de Dios estuvo bien para Moisés y Jesús, pero no para el resto de la huma-nidad.


Saltemos a otro tema. En ninguna parte de la Biblia aparece Jesús ense-ñando la Trinidad. De hecho, él enseño el taujid (la unidad y unicidad de Dios). Está en Marcos 12:30: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu cora-zón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.” También en Mateo 22:37 y en Lucas 10:27. Pero como por arte de magia, los teólogos paulinos adoptaron la Trinidad.


De modo que las enseñanzas más importantes de Jesús (sus últimas pa-labras, su oración, la unidad y unicidad de Dios, y la ley de nuestro Creador para la humanidad) fueron todas canceladas en una u otra parte de la Biblia por parte de Pablo o de los teólogos paulinos que siguieron su camino. ¿Cuá-les de las enseñanzas de Jesús no encuentran contradicción en la Biblia?


La falta de fiabilidad es un problema tan común, que el público no adoc-trinado no sabe qué creer. En 2 Samuel 24:1 dice: “Volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Ve, haz un censo de Israel y de Judá.” Sin embargo, 1 Crónicas 21:1 afirma: “Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Is-rael.” Y entonces, ¿quién fue? ¿El Señor o Satanás? Ambos versículos des-criben el mismo evento en la historia, pero uno habla de Dios y el otro de Satanás. Hay una diferencia abismal. Si un libro de ‘escritura’ no puede di-ferenciar entre Dios y Satanás, lo único que sabemos con certeza es que es una revelación que no es pura ni está sin adulterar.


Hay tantas contradicciones en el Nuevo Testamento que muchos autores han dedicado libros enteros a este tema. Por ejemplo, Mateo 2:14 y Lucas 2:39 difieren sobre si la familia de Jesús viajó a Egipto o a Nazaret (en Pa-lestina). Mateo 6:9-13 y Lucas 11:2-4 contienen versiones distintas del Pa-drenuestro, Mateo 11:13-14, 17:11-13 y Juan 1:21 están en desacuerdo sobre si Juan el Bautista era Elías.


Las cosas empeoran cuando entramos en el terreno de la supuesta cruci-fixión: ¿Quién cargó la cruz, Simón (Lucas 23:26, Mateo 27:32, Marcos 15:21) o Jesús (Juan 19:17)? ¿Jesús fue vestido con un manto escarlata (Ma-teo 27:28) o con uno púrpura (John 19:2)? ¿Los romanos le dieron de beber vinagre mezclado con hiel (Mateo 27:34) o vino mezclado con mirra (Mar-cos 15:23)? ¿Jesús fue crucificado siendo la hora tercera (Marcos 15:25) o después de la hora sexta (Juan 19:14-15)? ¿Jesús ascendió el primer día (Lu-cas 23:43) o no (Juan 20:17)?


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Estas son unas pocas dentro de una larga lista de inconsistencias escritu-rales, pero resaltan la dificultad de confiar en el Nuevo Testamento como escritura. Y si no podemos confiar en la Biblia en su conjunto, ¿cómo pode-mos confiar en cualquier parte de ella, como por ejemplo, en Juan 3:16, so-bre la que los cristianos basan su salvación?


Parte 4: Discusión de los conceptos cristianos de sacrificio, expiación y redención por la fe


El eje central del Juan 3:16 y, para el caso, de todo el concepto cristiano de la redención por la fe, es el sacrificio expiatorio de Jesucristo. Juan 3:16 nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Por otro lado, un gran número de Eruditos Religiosos nos dicen que eso no es cierto. Entonces, ¿a quién le creemos, a la Biblia o a Ellos? Para empezar, sabemos quiénes son Los Eruditos, mientras que no tenemos ni idea de quiénes escribieron los evangelios (como ya se explicó en la parte 1 de esta serie). En segundo lugar, los traductores de la Biblia han puesto mayúscula de forma fraudulenta a los pronombres como “él” o “suyo” cuando hacen referencia a Jesucristo, y específicamente han puesto en ma-yúscula “Hijo” en Juan 3:16, para que Jesús se vea como Dios (como se explicó en la parte 2 de esta serie). Si has puesto atención, te habrás dado cuenta que yo hice lo mismo, al escribir “Eruditos Religiosos”, “Ellos” y “Los Eruditos”. Eso hace que los eruditos se vean especiales, ¿no? Pero esa es solo una de las formas como los traductores de la Biblia engañan a sus lectores. Lo admito, lo hice como estratagema, ellos no.


Finalmente, lo que he presentado hasta ahora se ajusta tanto a la razón como al sentido común, a diferencia de la Biblia, que es internamente incon-sistente y de hecho poco fiable (véanse las partes 2 y 3 de esta serie).


En este episodio abordo los conceptos de sacrificio y expiación, y la sal-vación sin esfuerzo que la gente busca en el concepto cristiano de redención por la fe.


La base de este concepto descansa en la validez del Pecado Original (la doctrina de la Iglesia según la cual los niños nacen con la culpa del primer


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pecado de Adán, lo que sabemos es falso, porque Jesús enseñó todo lo con-tario: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.” (Mateo 19:14). Ahora, ¿cómo puede ser “de los tales” el “reino de los cielos” si los no bautizados están condenados al in-fierno? Los niños, o nacen con el pecado original, o de ellos es el reino de los cielos. La Iglesia no puede sostener ambas opiniones. Ezequiel 18:20 registra: “El hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él,” y Deuteronomio 24:16 repite esto. Este es el Antiguo Testamento, ¡pero no es más antiguo que Adán! Si el Pecado Original viene desde el comienzo con Adán y Eva, entonces no encontraríamos ninguna escritura de ninguna época posterior que desautorizara dicho concepto.


Pasando al concepto de la creencia en el auto sacrificio de Jesús como suficiente para la salvación, está reportado que Jesús refutó esa afirmación de esta forma: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos,” (Mateo 7:21) y “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.” (Mateo 19:17). ‘Santiago’ estaba en desacuerdo con Pablo en relación a esta doctrina, y se dice que enseñó la importancia de las buenas obras: “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.” (Santiago 2:26).


Pero, ¿en qué parte del Nuevo Testamento les aconsejó Jesús a sus se-guidores que se relajaran porque en unos días él pagaría el precio y todos ellos podrían ir al cielo con nada más que la creencia? En ninguna parte. De hecho, cuando se supone que resucitó Jesús, ¿por qué no declaró la expia-ción? ¿Por qué no anunció que había pagado por los pecados del mundo pasado, presente y futuro? No, él no lo hizo, y debemos preguntarnos por qué. ¿Sería porque la expiación no es cierta? ¿Podría ser que la doctrina de la expiación haya sido un pensamiento de deseo garabateado en los márge-nes de las escrituras?


No habría sido la primera vez.


Entonces, ¿de dónde viene el concepto de ‘expiación’ en primer lugar? ¿Alguien se sorprendería de escuchar el nombre de Pablo? ¿Otra doctrina cuestionable proveniente de la misma fuente cuestionable? Veamos. En He-chos 17:18 dice: “Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección.”


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Pablo afirma abiertamente que ha concebido la doctrina de la resurrec-ción de la siguiente manera: “Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio” (2 Timoteo 2:8). La verdad es que el concepto de que Jesús murió por los pecados de la humani-dad se encuentra en las epístolas de Pablo (como en Romanos 5:8–11 y 6:8–9), y en ninguna otra parte. ¿En ninguna otra parte? ¿Nunca habló de eso Jesús? ¿Tampoco los apóstoles? ¿Será posible que ellos hayan obviado de-talles críticos sobre los que descansa la fe cristiana? No es probable.


Así que, en una esquina, tenemos a los verdaderos profetas, incluyendo a Jesucristo, enseñando la salvación a través de apegarnos a las leyes de Dios como han sido transmitidas por la revelación (es decir, la salvación a través de la fe y las obras). En la otra esquina, tenemos al retador, Pablo, prome-tiendo una salvación sin esfuerzo, siguiendo una vida no restringida por los mandamientos (en otras palabras, la salvación solo por la fe).


¿Qué podemos imaginar que diría Jesús a su regreso, cuando se encon-trara con un grupo de sus “seguidores” prefiriendo la teología paulina a sus propias enseñanzas? Quizás Jesús citaría a Jeremías 23:32: “He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo, dice Jehová.”


Cuando regrese Jesús, podemos estar de seguros de que una cosa que él no va a hacer, es felicitar a sus “seguidores” por tirar al caño todo lo que él enseñó y hacer lo exactamente opuesto, con la autoridad de Pablo.


En el próximo episodio, nos preguntaremos por qué los cristianos creen en Juan 3:16 a pesar de la evidencia abrumadora en su contra.


Parte 5: Más razones por las cuales no debemos creer en Juan 3:16


Recapitulando, en los últimos cuatro episodios de esta serie hemos discutido lo siguiente con res-pecto a Juan 3:16, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”:


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1) El libro Evangelio de la escritura cristiana conocido como ‘Juan’ casi con total certeza no fue escrito por Juan, el discípulo de Jesús.


2) En Juan 3:16, como en toda la Biblia, los traductores han utilizado mayúsculas de forma fraudulenta para hacer que Jesús parezca Dios.


3) Debido a que la Biblia es internamente inconsistente y realmente poco fiable, no cumple con los requisitos mínimos esperados de una escri-tura sagrada.


4) La ideología fundacional (la supuesta crucifixión, la resurrección y el sacrificio expiatorio) es tan deficiente que no podemos confiar razo-nablemente en Juan 3:16 (ni, de hecho, en la Biblia en su conjunto) para la salvación.


Lo anterior nos lleva a discutir por qué alguien puede creer que Juan 3:16 es cierto, habiendo tan abrumadora evidencia apilada en su contra. El simple hecho del asunto es que Juan 3:16 es atractivo para los cristianos, sea cierto o no. En el episodio anterior de esta serie, discutí apenas algunas de las fa-lacias del concepto del sacrificio expiatorio de Jesús. Me reservé la mejor para el final, y es esta: Según la propia Biblia, Dios ni siquiera quiere un sacrificio. Ahora bien, dejemos de lado los argumentos de sentido común (como que el perdón no tiene precio, que una persona no puede recibir cas-tigo por otra, que si Dios quisiera habría perdonado a la humanidad entera sin más, etc.) y concentrémonos solo en el hecho de que la biblia nos dice que Dios no quiere sacrificios en primer lugar. Dice Oseas 6:6: “Porque mi-sericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaus-tos.” Claro, este es el Antiguo Testamento, pero Mateo hace referencia a este versículo en 9:13 y en 12:7. Entonces, ¿cómo era el argumento? ¿Qué Dios necesita un sacrificio que él ni siquiera desea? Este problema es, como mí-nimo, problemático.


Hay una gran cantidad de otras razones por las cuales no debemos creer en Juan 3:16, y una de las mejores no es que no podamos creer en Juan 3:16, sino que no podemos estar seguros de nada en el ‘Evangelio según Juan’. A pesar del hecho de que nadie sabe siquiera quién es el autor de ‘Juan’, el Jesus Seminar analizó las palabras atribuidas a Jesús en el Evangelio de Juan y “no pudieron hallar un solo dicho que pudieran rastrear con certeza hasta el Jesús histórico… Las palabras atribuidas a Jesús en el Cuarto Evangelio son, en su mayor parte, invención del evangelista.”38 Ahora, ¿por qué ‘el evangelista’ haría una cosa así? Se nos dice que la razón es la siguiente: “Los seguidores de Jesús estaban inclinados a adoptar y adaptar sus palabras a sus


38 Funk, Robert W., Roy W. Hoover y el Jesus Seminar. Los cinco evangelios: La búsqueda de las palabras auténticas de Jesús. p. 10.


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propias necesidades. Esto los llevó a inventar contextos narrativos basados en sus propias experiencias, dentro de las cuales importaron a Jesús como figura de autoridad.”39 El Jesus Seminar documenta cientos de ejemplos en los libros de los evangelios, incluyendo casos donde “los seguidores de Jesús tomaron prestada libremente sabiduría popular y acuñaron sus propios di-chos y parábolas, atribuyéndole todo luego a Jesús.”40


Esto no desacredita solo a Juan 3:16, sino que de hecho, desacredita a todo el libro ‘Juan’. Por extensión, si la Biblia está llena de contradicciones, ¿cómo podemos saber qué es cierto y qué no (en cualquier parte de la Bi-blia)?


Como dice el viejo adagio, el silbato no tira del tren. A los cristianos les puede gustar mucho cómo suena Juan 3:16, pero eso no lo hace verdadero. De hecho, mientras más analizamos el versículo, más razones hayamos para desacreditarlo.


Otro viejo adagio es que el cebo esconde el anzuelo. Juan 3:16 es el cebo a través del cual los evangelistas esperan enganchar a la gente y envolverla en sus conclusiones engreídas e ilegítimas. Ellos nos dicen que Dios entregó a Su “hijo unigénito” sin analizar de forma crítica dicho concepto. Si Jesús es el “Hijo unigénito de Dios”, entonces por qué Salmos 2:7 dice esto ha-blando de David: “Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy.” ¿Jesús el “hijo unigénito de Dios,” con David un “hijo,” “engendrado” por Dios apenas unas cuarenta generaciones antes? La Biblia solo puede tener un “único” de algo, pero no dos “únicos” de la misma cosa.


La Biblia describe a muchas personas, incluyendo a Israel y a Adán, como “hijos de Dios”. Tanto en 2 Samuel 7:13–14 como en 1 Crónicas 22:10 se lee: “Él (Salomón) edificará casa a Mi nombre, y él me será a Mí por hijo, y Yo le seré por padre; y afirmaré el trono de su reino sobre Israel para siem-pre.”


En la Biblia, “unigénito” es traducido del griego antiguo monogenes.41 Y sin embargo, “Isaac es monogenes en Hebreos 11:17.”42 Ismael nació catorce


39 Funk, Robert W., p. 21.


40 Funk, Robert W., p. 22.


41 Kittel, Gerhard y Gerhard Friedrich (editores). 1985. Diccionario teológico del Nuevo Tes-tamento. Traducido por Geoffrey W. Bromiley. William B. Eerdmans Publishing Co., Pater-noster Press Ltd. p. 607.


42 Ibíd.


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años antes que Isaac, y ambos estaban vivos cuando su padre, Abraham, fa-lleció. Isaac jamás fue el unigénito de Abraham. ¿De modo que “unigénito” es una mala traducción de monogenes, o Hebreos 11:17 está errado? Si es una mala traducción, entonces Juan 3:16 también debe estar mal traducido. Y si es un error, no podemos confiar en la Biblia en su conjunto (un estribillo que se repite en este análisis).


George Pettie modificó una vez el viejo adagio “errar es humano, perdo-nar es divino” agregándole “y persistir en el error es bestial”. La actitud su-premacista de “yo tengo el Espíritu Santo dentro de mí y no puedo equivocarme” de los partidarios de Juan 3:16 es ofensiva por la misma can-tidad de razones que hacen este versículo errado. Por un lado, suena dema-siado similar a la máxima del abogado de discutir los hechos y la ley cuando sirven a sus propósitos, y gritar cuando no lo hacen.


Si me permiten hacer eco a la conclusión de Voltaire: La duda no es una condición agradable, pero la certeza a pesar de la evidencia en contra es un completo absurdo.


A pesar de la fortaleza de las evidencias en contra de Juan 3:16, la ma-yoría de los cristianos se niegan a reconocer la ilegitimidad de ese versículo. Y quizás los no cristianos deben aceptar eso.


Mateo 5:9 reporta que Jesús dijo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.” Así que quizás deberíamos olvi-darnos de tratar de ganar esta discusión y hacer las paces sobre el tema. Si no podemos unirnos en credo, al menos unámonos en amabilidad y obras de caridad. Convirtámonos en “pacificadores benditos” que son llamados “hi-jos de Dios”. Entonces, señalemos que esto es solo otro versículo bíblico que contradice el concepto exclusivo de “Hijo de Dios” de Juan 3:16. Nada dice que no podamos hacer las paces y continuar presionando amablemente nues-tro punto al mismo tiempo. Pero eso, para mí, es un elemento importante para cualquier diálogo religioso: Mantenerse cordial y educado, pero seguir enfocado.


Acerca del autor: Laurence B. Brown, MD, ha escrito muchos artículos y libros y su sitio web oficial es www.leveltruth.com a través de cuya página de contacto se le puede escribir.


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