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Assalamu ‘alikum wa rahmatul-lahi wa barakatuh.





 





Mi nombre es Raquel García Jiménez, soy española y, aunque toda mi familia es de Granada, yo nací y resido actualmente en Barcelona. Nací en una familia católica de confesión, pero no practicante. A los cinco años, al comienzo de mi edad escolar, mis padres me registraron en un colegio cristiano de monjas, no con el objetivo de que aprendiera la religión, sino más bien porque en aquel entonces ese tipo de colegios tenía mejor nivel educativo que los públicos. Así pues, desde los 5 hasta los 14 años estuve en una escuela católica rodeada diariamente de monjas y asistiendo a la capilla a rezar y a confesarme una vez a la semana. Así fue cómo la idea de Dios entró en mi corazón y en mi mente, a pesar de que en mi casa la religión era como un cero a la izquierda, completamente nula, incluso me atrevería a decir que había en mis padres un cierto rencor y hostilidad hacia todo lo que tenía que ver con la religión porque, según ellos, la iglesia había cometido muchas injusticias en nombre de Dios. Debo confesar que, entre lo que me explicaban de Dios en el colegio y lo que oía de mis padres, yo me decantaba por la fe y no me gustaba que mis padres no creyeran en Dios y criticaran continuamente a los clérigos y a la iglesia. Sin embargo, agradezco a mis padres que siempre respetaran mi opinión y me dieran total libertad en ese sentido.





 





Cuando salí del colegio de las monjas y me fui al instituto a estudiar el bachillerato, me alejé de todo ese ambiente cristiano y me olvidé muchísimo de Dios, me dejé llevar por el ambiente agnóstico que me rodeaba y viví mi adolescencia y juventud concentrada únicamente en mis estudios y el deporte; llevaba una vida muy sana y respetuosa pero alejada de Dios. Ya que finalicé mis estudios de secundaria con muy buenas notas, tuve acceso a una facultad que siempre me había llamado la atención por ofrecer unos estudios que eran mi vocación: la traducción. Así pues, accedí a la Facultad de Traducción e Interpretación y me sentí extraordinariamente feliz por ello. Cuando fui a hacer la matrícula, la jefa de estudios me dijo que mi primera lengua sería el español, mi segunda lengua el francés y que debía escoger una tercera lengua entre una pintoresca variedad de idiomas, entre los que estaban el japonés, el chino, el portugués, el alemán… y el árabe. En aquel momento lo único que pensé fue: “De todos estos idiomas, el árabe es el más cercano a mi corazón, puesto que mis padres son de Granada y cada año visitamos la Alhambra, en cuyas paredes hay inscritos unos preciosos símbolos que no comprendo… ¡me gustaría saber qué significan!”. Miré a la jefa de estudios y le dije: “¿Usted qué idioma me aconsejaría?”. Ella  me contestó: “La verdad es que yo no puedo ser objetiva porque… ¡yo soy la profesora del idioma árabe!”. En ese instante, le dije: “Estoy decidida, quiero estudiar la lengua árabe”. Para mí, aunque en ese momento no me estaba dando cuenta, ahí empezó mi camino hacia el Islam.





 





Fueron cuatro años maravillosos, disfruté muchísimo estudiando idiomas y traducción un montón de horas al día. Mis mejores notas las obtuve en la lengua árabe porque me fascinaba. Al final de la carrera el ICMA me concedió una beca para ampliar mis estudios en El Cairo, y ese fue mi segundo gran paso hacia el Islam. Era el segundo país musulmán que visitaba, después de Túnez. El Cairo y el Islam que se respiraba en cada esquina de la ciudad entraron como una flecha en mi corazón. Me sentía como pez en el agua, sentía que todo encajaba con mi naturaleza innata, me sentía muy relajada y mi espíritu, que se había quedado bastante vacío los últimos años, se llenó por la auténtica fe que practicaban aquellas personas. Para mí era una fe superior a la que había visto en aquellas monjas de la escuela, porque los cairotas combinaban perfectamente la religión con la vida mundanal, dando a cada una lo que le correspondía. Eso me impresionó muchísimo, porque yo era una persona muy vital y alegre, y me fascinaba constatar cómo personas simpáticas y bromistas hablaban de Dios con total naturalidad y Lo tenían en cuenta en cada segundo de sus vidas. No eran personas aburridas, todo lo contrario, eran divertidísimas, y al mismo tiempo no tomaban una decisión en la que Dios no estuviera presente. Supongo que también tuve la suerte de encontrarme con el que ahora es mi marido y padre de mis hijos, una persona con un corazón lleno de bondad, divertido, y con una fe profunda en su Creador. Él y su familia me influyeron muchísimo y me mostraron cómo era el Islam tolerante y verdadero; su amor por Al-lah era, y continúa siendo, muy sincero y profundo, y ese fue el tercer gran paso que me acercó al Islam. Cuando mi prometido empezó a explicarme las historias de los profetas me sorprendí al comprobar que eran historias que yo ya conocía por mis años escolares, sólo me faltaba conocer la historia del último Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y cuando la conocí me di cuenta de que Muhammad no era aquel impostor que se casó con una viuda rica y aprovechó su bienestar para inventar una nueva religión, mezclando las bases del judaísmo y del cristianismo (como me habían explicado en la escuela), sino que Muhammad era realmente el sello de los profetas y que su mensaje era la continuación de todos los precedentes.





 





A medida que iba leyendo y escuchando cosas sobre el Islam, me daba cuenta de que la Unicidad era mucho más fácil de aceptar por mi corazón y por mi mente que la “Santísima Trinidad” que me explicaron cuando era pequeña. ¡Era tan lógico que sólo hubiera un Dios, un Creador! Me sentía feliz de saber que era así, me sentía protegida… Sentí que amaba al Dios Único y que amaba a Jesús, hijo de María y Profeta, me sentía más cerca de Jesús ahora que antes, sentía que ahora lo veía como lo que era: un Profeta de Dios, El Único. Me sentía más cerca de Dios de lo que nunca antes había estado, por eso le comenté a mi prometido que quería acercarme aún más. Empecé a rezar según la doctrina del Islam sin ser todavía musulmana. Cuando rezaba me sentía muy cerca de Dios y sentía un deseo enorme de hacerme musulmana. Por eso, un afortunado día decidí hacerlo, me dirigí junto con mi prometido al Azhar Ash-Sharif para declarar mi aceptación de la fe musulmana, sentí que nacía de nuevo, que volvía a mí, que confirmaba lo que había en mi interior, fue el día más feliz de mi vida… De eso hace ahora 14 años, exactamente volví a nacer el 20 de junio de 1996, ¡el mejor día de mi vida! Ese fue también el día de mi matrimonio, Al Hamdu lil-lah…





 





Pido a Al-lah, Subhanahu wa Ta‘ala, que Guíe a mis padres y hermano hacia la verdadera fe, el Islam, de la misma forma que me sacó de las tinieblas a la luz… Nada es imposible para Al-lah, ese es mi mayor deseo, que espero ver cumplido antes de reunirme con mi Creador. Les pido que supliquen por ellos a Al-lah, para que les Otorgue la guía y no mueran sin haber pronunciado antes la Shahadah… Amín. ¡Que Al-lah os Proteja y Aumente vuestra guía!





 





Fi amanil-lah!



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